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5.3.1. Educación emocional

surgiera un creciente interés por la dimensión emocional y afectiva del ser humano. Sin embargo, las aportaciones de la neurociencia sobre el mundo de las emociones, el creciente interés por generar procesos educativos de calidad dirigidos a la formación integral de los alumnos, el interés por el bienestar integral y las investigaciones sobre la felicidad han puesto el foco en la educación emocional.

Las emociones son una parte esencial de la experiencia humana y, antes que seres pensantes, somos seres sensibles. Sin embargo, las emociones no han disfrutado del espacio y la importancia que merecen en el proceso educativo. Como consecuencia de ello, la dimensión emocional ha estado alejada tanto en la cultura como en los procesos de formación, aunque desde hace ya unos años se está comenzando a incorporar al mundo de la escuela.

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Es difícil lograr una verdadera educación, integral y de calidad, si no se reconoce la dimensión emocional de la persona, porque aquello que la persona no puede reconocer en sí misma, tampoco puede llegar a reconocerlo en el otro.

Gracias a la contribución de las neurociencias y de algunas corrientes psicológicas, ya nadie duda de la importancia de las emociones y de la necesidad de una educación emocional. Por este motivo, en varios países ya se ha introducido el desarrollo de la educación emocional como un elemento importante en el currículo educativo.

Rafael Bisquerra, catedrático de Orientación Psicopedagógica de la Universitat Autònoma de Barcelona6, define la educación emocional como:

“Un proceso educativo, continuo y permanente que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo, constituyendo ambos los elementos esenciales del desarrollo de la personalidad integral. Para ello se propone el desarrollo de conocimientos y habilidades sobre las emociones con objeto de capacitar al individuo para afrontar mejor los retos que se plantean en la vida cotidiana. Todo ello tiene como finalidad aumentar el bienestar personal y social.”

6 Disponible en http://rafaelbisquerra.com. (Última consulta: 22 de septiembre de 2018).

La educación, por tanto, debe ser capaz de reconocer la dimensión emocional de todo ser humano, educarla y tenerla en cuenta en el complejo mundo de interacciones que se producen en el aula: desde la emoción hacia la cognición, pero también en sentido inverso, lo que tiene lugar dentro de un bucle causal en un “ciclo percepción-acción” (Fuster, 2014). Ello tiene unas implicaciones notables, de doble entrada y doble salida, para la enseñanza y su organización intencional: operando sobre las emociones es posible mejorar la cognición, y, actuando desde la cognición, es posible generar emociones positivas que contribuyen, a su vez, a mejorar la propia cognición según un círculo virtuoso de percepción-acción.

Asimismo, también debe entenderse que el rol de profesor está teñido de emociones diferentes y la tarea de educar se desarrolla en un contexto de continuas interacciones, en este caso, desde el lado del docente, donde lo emocional está, con bastante frecuencia, presente.

Un centro educativo, como imagen y representación de la vida en toda su extensión, es un ámbito lleno de emociones: las sonrisas de los alumnos, los gritos en el patio, su miedo ante un examen, la ilusión de ser elegido para jugar en un equipo, la satisfacción del trabajo bien hecho, la humillación por una crítica delante de la clase, la tristeza al no conseguir un objetivo, el aburrimiento ante un discurso incomprensible o un tema que no interesa, la apatía del que aprende por obligación, la desesperación por un suspenso inesperado, la sorpresa ante una experiencia nueva en la clase, la angustia de quedarse en blanco, el agradecimiento por la ayuda recibida, la satisfacción cuando se consigue resolver un problema, los celos por el compañero que destaca o al que hacen más caso que a mí, la pena por la muerte de una persona querida, la valentía de hacer algo difícil, etc.

Como señala Casassus (2009), y según las investigaciones de numerosos autores, hoy se reconoce que no hay aprendizaje fuera del espacio emocional; que todo lo que uno hace tiene, en una cierta medida, una emoción en la base, un estado emocional favorable que ayuda a pensar mejor; que las emociones influyen en la salud, para bien o para mal; que las emociones permiten la supervivencia de las personas y los grupos; y que el conocimiento de las propias emociones y el saber regularlas es un cierto predictor del éxito académico.

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