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Y DE DIRECCIÓN DE LAS PERSONAS

ÁMBITO ORGANIZATIVO Y DE DIRECCIÓN DE LAS PERSONAS

6.

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Si hablamos de dirigir una organización educativa, estamos hablando de organizaciones que se comportan a veces como cuerpos vivos, que cuentan con su propia historia y personalidad, que adoptan un determinado modo de estar en el mundo (no solo educativo), que reaccionan a veces en clave personal, poniendo en juego registros afectivos de interpretación y de lectura de la realidad en la que se encuentran. No se trata, pues, de un conjunto fácilmente objetivable ni, en consecuencia, modificable. Ni siquiera es obvio, como luego veremos, que todas las personas de la organización coincidan en un mismo diagnóstico de “lo que pasa”, ya que depende del lugar que cada persona ha ocupado y ocupa dentro y fuera de ese organismo vivo.

Así pues, no se trata de cualquier gestión; se trata de una organización que educa desde su propio modo de constituirse y entenderse a sí misma. Como ha señalado Santos Guerra (1997: 101):

“La escuela es una organización dentro de la cual tiene lugar un proceso educativo intencional […]. Abogamos por una institución que no solo sirva de marco sino que se constituya ella misma en un agente educativo. Para ello es preciso que tenga unas características que permitan o favorezcan la acción inteligente, que ella misma evolucione mejorando y que tenga una estructura y un funcionamiento asentados en valores. Lo que hacen las personas en las organizaciones responde a lo que pretenden y a lo que son […]. Los espacios, las estructuras, el funcionamiento, las normas, los ritos nos forman o nos deforman, aunque no exista en el entramado organizativo una intencionalidad explícita. Las organizaciones se convierten en aulas gigantescas en las que todo habla, en las que todo enseña.”

Podríamos enmarcar el objeto organizativo a partir de unos pocos elementos:

• El primero es el verdadero corazón de lo que tiene lugar en la escuela, es decir, el proyecto educativo, el para qué de la existencia de un centro escolar en un determinado contexto sociocultural; aquello que, guiados por la tradición o el carácter propio del centro, es considerado, desde un enfoque compartido, como lo bueno, lo verdadero, lo bello. El proyecto educativo también contempla el qué, incluye todo lo que se quiere trasladar a los alumnos

como modelo de persona para que encajen creativamente en él y sean capaces de transformarse y transformarlo, a la vez que construyen su propio proyecto vital. La concreción de ese proyecto en el aquí y el ahora de un centro educativo se convierte en una decisiva tarea de definición de lo que se quiere hacer en cada rincón de la escuela.

• Una vez definido el para qué y el qué en toda su extensión y profundidad, el siguiente elemento organizativo es el quién, es decir, las personas que encarnan ese proyecto, que lo viven y lo desarrollan, no solo como vehículo de su quehacer educativo sino como ámbito de crecimiento personal que aporte valor a la legítima ambición en cualquier individuo de encontrar una satisfacción personal desarrollando un proyecto. De hecho, la segunda condición es la única que garantiza que se cumpla la primera; es la única posibilidad de que el proyecto viva, en efecto, encarnado en las personas del centro escolar. Este elemento, siempre importante en cualquier organización, se convierte en esencialmente constitutivo en una organización educativa; de ahí la incidencia extraordinaria que tiene en la escuela el lograr que el equipo humano asuma el proyecto con profundidad y convicción, y, desde luego, participe en su definición. En este punto, el liderazgo de la dirección –que es de lo que en este capítulo 6 nos ocuparemos– ha de constituir un elemento esencial para el éxito de la organización. Esta última función será una de las facetas más decisivas para implicar a todas las personas en la tarea común y compleja de educar.

• Al para qué y al quién les sigue el cómo, con lo que nos situamos en el conjunto de procesos que se deben poner en marcha para implicar en el proyecto a todos los integrantes de la organización escolar, sin olvidar que, en el fondo, todas las acciones programadas, por nimias o colaterales que nos parezcan, no dejan de formar parte de un acto educativo fundamental.

El principio que debe regir el ámbito organizativo de un centro es muy sencillo de enunciar: todas las decisiones y procesos vinculados al cómo deben estar al servicio del para qué, el qué y el quién; de lo contrario, se corre el riesgo de perder el significado, el propósito, lo que da sentido a esa acción colectiva. Es obvio que esto no siempre es así –y, de un tiempo a esta parte, quizá menos aún por una mala concepción de los procesos de calidad–; a menudo, todo el esfuerzo de los colegios se ha perdido: se nos ha ido el tiempo en el cómo y no hemos sabido para qué.

Así pues, la única posibilidad de contar con un auténtico liderazgo en el ámbito organizativo pasa por dejar claro el orden de la prioridad y el estrecho vínculo que ha de existir entre el proyecto, las personas y los procesos, so pena de arriesgar seriamente el criterio de sentido que debe acompañar a todas las acciones y decisiones en el ámbito escolar. Estaríamos entonces en condiciones de proponer

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