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Tolkien y Disney: el caldero de las historias vs. la olla exprés

laura miChel, méxiCo

J.R.R. Tolkien, autor y filólogo británico, y Walter Elias Disney, animador, escritor, productor y (sobre todo) empresario norteamericano, fueron mentes contemporáneas. Ambos fueron creadores de fantasía, le cambiaron el rostro a su área de trabajo, y se convirtieron en figuras emblemáticas del siglo XX; ellos y su obra continúan teniendo gran influencia en nuestros días. Sin embargo, difícilmente podemos encontrar personalidades más dispares y objetivos más distintos, y era de esperar que del encuentro de ambos no iba a surgir sino discordia. Cuando menos por parte del profesor, pues la única señal que tenemos de que el señor Disney pudiera estar consciente de la existencia de su obra es la propuesta de uno de sus animadores para utilizar, en un segmento de la película Fantasía (1940) que finalmente no llegó al producto final, material de un curioso libro para niños llamado El Hobbit al ritmo de La Cabalgata de las Valkirias, de Wagner. Tal vez la nota jamás llegó a manos del productor. Tanto El Hobbit, que convirtió a Tolkien en autor publicado de relativo éxito, como Blanca Nieves y los siete enanos, el primer largometraje animado de Disney que cosecharía premios y admiración, salieron a la luz en 1937, a escasos tres meses de distancia uno del otro. Pero Tolkien no conoció Blanca Nieves sino a principios de 1939, cuando fue a verla al cine en compañía de

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Poster Blanca Nieves 1937 su gran amigo el escritor C.S. Lewis, quien ya la había visto. La película no terminó de convencer a ninguno de los dos, pero en el caso de Tolkien, no hizo sino reafirmar la desconfianza, por no decir el franco desprecio, que el profesor había expresado ya por el trabajo previo de Disney. En efecto, a lo largo de su vida Tolkien escribiría unas cuantas líneas sobre Walt Disney que no dejan lugar a dudas. Cuando le hablaron de posibles ilustraciones que se añadirían a la edición norteamericana de El Hobbit, él dijo que estaba bien, pero añadió que, si fuera posible, se VETARA cualquier cosa que viniera de los Estudios Disney o estuviera influida por ellos (esto antes de ver Blanca Nieves). Lo mismo pasó con algunos dibujos que le propusieron para la edición alemana de El Hobbit; los rechazó por ser “demasiado Disney”. Es decir, para empezar, los diseños clásicos de esta compañía no le gustaban. El largometraje no mejoró su opinión la gran cosa. Tolkien dijo que la heroína principal le había parecido bonita; a Lewis le agradó el diseño de la Reina Malvada. Ambos autores detestaron el tratamiento que se les dio a los enanos. Lewis escribiría más tarde que, aunque las partes malas de Blanca Nieves le habían parecido malas, las partes buenas eran punto menos que fruto de la mente de un genio. Y remató: “¿qué hubiera podido hacer este hombre si hubiera tenido educación… o cuando menos hubiera crecido en una sociedad decente?”. Palabras muy fuertes. Pero es aquí donde podríamos tener un atisbo del conflicto entre Tolkien, Lewis y Disney. La mencionada “falta de educación” de Disney podría tener que ver con dinero. Lo que, para Tolkien y Lewis, como menciona Trish Lambert, era el material sagrado de mitos y leyendas, para Disney era una oportunidad de negocio, y en su camino a conseguir ganancias el productor no parecía

preocuparse por el respeto hacia las fuentes originales.

Patrick Curry afirma que, si bien Tolkien y Disney bebieron del mismo manantial (los cuentos de hadas e historias tradicionales de Europa), el objetivo de Disney era producir “ficción industrializada”. Todo sistemático y por fórmulas. Y cuenta que un ex empleado anónimo de la compañía afirmó que Disney “se apropiaba de las cosas y al hacerlo prácticamente les quitaba su carácter único, su alma si queremos ponerlo así”. Para que todo quedara bien no con las historias mismas, sino con la visión del sueño americano. El sueño americano del momento, cabe aclarar.

Lambert lo explica de una manera harto graciosa: pone que lo que para Tolkien era el gran Caldero de las Historias (todo lo que la memoria de la humanidad guarda, deja asentar y mantiene a resguardo antes de crear algo nuevo), para Disney resultó ser la Gran Olla Exprés. Y mientras que a Tolkien le llevó años y años de paciente estudio y cocción lenta, Disney cocinó a Grimm en su Gran Olla Exprés aderezado con sabrosos ingredientes de la época: en Blanca Nieves, la heroína llevaba su maquillaje y su peinado de moda, tenía a su príncipe tipo Errol Flynn, y como buena señorita deseable de la post guerra, no sólo era muy guapa sino también excelente ama de casa. Era una heroína con carácter, pero también, lo suficientemente infantil y desvalida como para inspirar sentimientos de protección.

La escena del baile de los enanos y Blanca Nieves, con música de jazz (también de moda), hizo escribir a Lewis, algo exasperado, que no entendía cómo era posible que a Disney no se le hubiera ocurrido ponerles otra clase de música. Los enanos, apuntó, tendrían que verse feos, tal vez, pero no grotescos.

Ahora, los elementos de comedia estaban hechos también al estilo que se veía en las películas live action de la época, incluyendo las producciones mudas de diez años atrás. Y la línea de historia (una casi tragedia que terminaba bien) era también típica de Hollywood.

Esta misma fórmula que había funcionado tan bien con Blanca Nieves se siguió aplicando hasta el cansancio en las posteriores producciones animadas de los Estudios Disney; no hace falta un análisis demasiado exhaustivo para percibir que la mayoría, si bien con diferentes personajes y escenarios, parece estar contando la misma historia. Fracasó de manera espectacular en El Caldero Mágico (1985), el intento de la compañía por aplicarla a una serie de fantasía contemporánea: las Crónicas de Prydain de Lloyd Alexander, un autor norteamericano que ha sido comparado, con toda justicia, a Tolkien.

La modernización de la fórmula Disney ocurrió posteriormente, y convirtió a La Sirenita en un éxito. A partir de entonces, el estudio ha estado batallando a tiros y tirones entre patrones, nuevos y viejos, y un público que ya no se contenta con más de lo mismo, pero a la vez está acostumbrado a no exigir mucho más. En especial si, como ha sucedido con una buena parte de la infancia (dentro y fuera de los Estados Unidos), uno ha sido criado con Disney como panacea de todo lo que es bonito, agradable, SEGURO, DESINFECTADO. Tolkien bien pudo haber percibido el efecto Disney antes de tiempo. Una nota a pie de página eliminada de su conferencia Sobre los cuentos de hadas hacía una crítica a los trabajos de Disney por “juntar detalles hermosos externos con vulgaridad interior”. Esos detalles hermosos son lo que nos llamaría la atención desde niños; mucho material de Disney, viejo y nuevo, es en efecto muy bueno. Pero Patrick Curry nos dice que ahí, precisamente, está el peligro. Afirma sin lugar a dudas que las imágenes de Disney ocupan la mente de los niños de tal manera que destierran su PROPIA capacidad de imaginar. Por si esta declaración nos pareciera muy violenta, pensemos nada más en cómo Disney, que no deja de ser

Snow White & Seven Dwarfs dancing

embajador del sueño americano, ha terminado por impregnar nuestra visión y percepción de tantas cosas, empezando por los cuentos de hadas. A estas alturas, es raro que una persona sepa que Blanca Nieves despertó del hechizo de la reina malvada no por un beso de amor, sino porque se le aflojó el trozo de manzana que traía atorado en la garganta. O que la Sirenita no acaba conquistando al príncipe (tampoco se muere, pero esa discusión dejémosla para otro momento). O que Cenicienta no alimentaba ratones y de ninguna manera les permitía dormir con ella en su cama. Así de poderosa ha sido la influencia de Disney que hasta el recuento de las historias originales busca mantener la visión impuesta por su producto.

Cuando Jane Neave, tía de Tolkien, le escribió al profesor que a ella le había gustado el corto de Disney El flautista de Hamelin, parte de las llamadas Sinfonías Tontas, él respondió muy apenado que lamentaba no coincidir. “Que Dios ayude a los niños”, puso. “Es como si les diéramos juguetes corrientes de plástico, con los que por supuesto jugarían y arruinarían su gusto. Un terrible presagio para los elementos más vulgares de Disney”.

En el corto que arriba se menciona, tras verse defraudado por los habitantes de Hamelin (y después de mucha comedia sin sentido de las ratas, lo más tonto de la Sinfonía), el flautista se lleva a los niños para “librarlos de la mala influencia de los adultos” a una tierra llena de felicidad, donde podrán jugar y comer dulces hasta que se harten, y por consiguiente serán felices para siempre. PARA SIEMPRE.

Podemos ver aquí las razones por las que a Tolkien le disgustaba Disney. Esa promesa de felicidad frívola, al parecer fácilmente alcanzable siempre y cuando se reúnan las circunstancias adecuadas que no siempre dependerán de uno, sino de la suerte. Donde siempre estaremos a salvo y seguros.

Pero la fantasía, dijo Tolkien, es un reino peligroso. Uno que hay que atravesar en soledad. Lleno de trampas para los incautos. Donde no todas las cosas van a salir bien, y que sin embargo ofrece un atisbo de esperanza, de verdadera esperanza, aun si el camino es difícil.

Disneylandia es “el lugar más feliz de la tierra”, un sitio por completo seguro. Nada que ver con el Reino Peligroso. Pero es del Reino Peligroso donde tenemos mayores posibilidades de surgir transformados, es ahí donde nuestra verdadera capacidad se pone a prueba.

Tanto Tolkien como Disney fueron grandes innovadores en sus propios campos y la verdad es que tenían la mirada puesta en el mismo mundo… el mundo de las hadas. Pero hasta ahí termina la coincidencia. Es la visión de ambos lo que los separa irremediablemente. Ahora que Disney acaba de anunciar que retomará El Hobbit de George Lucas, es decir, Willow, será cuestión de esperar para saber qué tanto de esta visión prevalecerá para un público contemporáneo, que está mucho más cerca de Tolkien de lo que lo estuvieron las producciones del estudio cuando el señor Walter Elias vivía, producía y negociaba. q

referencias:

Atlas Obscura. 2020. Why Tolkien Found Walt Disney ‘Vulgar’. [online] A<https://www. atlasobscura.com/articles/tolkien-cs-lewisdisney-snow-white-narnia-hobbit-dwarves> [Recuperado 9 de diciembre de 2020].

Carpenter, Humphrey, Ed, 2006. The Letters Of J.R.R. Tolkien. London: HarperCollinsPublishers.

Curry, Patrick, 2004. Defending Middle-Earth. Boston: Houghton Mifflin.

Hiillman, Tom, 2020. Guest Post -- Trish Lambert -- Snow White And Bilbo Baggins. [online] Alasnotme.blogspot.com. <http:// alasnotme.blogspot.com/2017/05/guestpost-trish-lambert-snow-white-and.html> [Recuperado 9 de diciembre de 2020].

Rachel’s Reviews. 2020. Movie 3: Fantasia. [online] <https://rachelsreviews. net/2014/08/17/movie-3-fantasia/> [Recuperado 9 de diciembre de 2020].

Walt Disney Productions, 1937. Snow White and the Seven Dwarfs Movie Poster [online], https://disney.fandom.com/es/wiki/Snow_ White_and_the_Seven_Dwarfs.

Walt Disney Productions, 1937. Snow White & Seven Dwarfs dancing [online], http://www. wdwfanzone.com/2013/01/which-of-theseven-dwarfs-are-you/snow-white-dwarfsdancing/

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