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La masculinidad en México Karen Gonzalo Celedonio

La masculinidad en México

Karen Gonzalo Celedonio 1

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El macho es el gran chingón. Una palabra resume la agresividad, impasibilidad, invulnerabilidad, uso desencarnado de la violencia y demás atributos del macho. (Paz, 2017).

Resumen

Este ensayo tiene como objetivo proporcionar una aproximación a la masculinidad en México y reconocer como ésta se entiende a partir del concepto del machismo, la forma hegemónica de masculinidad en la región. Así, es por esto, que al principio del texto se plantean dos preguntas ¿De dónde vienen los estereotipos con los que se relaciona al hombre? Y ¿Qué significa las masculinidades? Cuestiones que se intentaran resolver a lo largo del texto.

La masculinidad del hombre mexicano

Cuando hablamos del hombre mexicano, ¿Cuál es la primera imagen que se nos viene a la mente? Acaso podría ser un Pedro Infante o un Jorge Negrete; hombres que desde el cine de la época dorada se volvieron referentes para concebir la identidad del hombre mexicano, el cual se caracteriza por ser bravo, valiente, arrogante, enamoradizo, parrandero, trabajador, proveedor, agresivo, invulnerable y viril. Sin embargo, ¿Estas características son producto de qué?, es que acaso son resultado de la naturaleza y los hombres son así desde que nacen o son el efecto de procesos sociales e históricos que inciden en la conformación de una identidad masculina y en las relaciones sociales; es por lo que este ensayo parte de la pregunta ¿Qué significa la masculinidad para la mayor parte de los miembros de la sociedad mexicana? y a lo largo del texto reflexionar sobre la masculinidad en México.

Bourdieu (2017:13-14) señala que los hombres y las mujeres en su apariencia física cuentan con características biológicas las cuales hacen referencia al sexo, sin embargo, estas diferencias han producido que el cuerpo y la mente adopten construcciones sociales, que son producto de un trabajo colectivo en el cual los sujetos explican lo social como

resultado de lo biológico y vuelven esto parte de la realidad.

Esto hace parecer que las relaciones sociales entre hombres con otros hombres y mujeres son únicamente producto de las diferencias biológicas, sin embargo, estas tienen un trasfondo social ya que desde que nacemos entramos en una compleja red de relaciones sociales que implican un aprendizaje que comienza en la familia, la escuela, la iglesia y el trabajo. El objetivo de estos aprendizajes es que cada uno de nosotros asimilemos normas, valores, símbolos, conductas, formas de pensar y sentir con respecto a lo que significa haber nacido hombre o mujer, además de permitir el reconocimiento y diferenciación con ciertos grupos (Tolalpa Escorcia, 2005: 181).

Por su parte Norbert Elias (1999) señala que los sujetos, si bien se pueden concebir en apariencia ajenos e independientes a todo lo antes señalado, en realidad se encuentran ligados por un cúmulo de lazos que, posteriormente, dan forma a todas estas esferas de lo social. Estas permiten concebir el orden en el cual los individuos encuentran sus posibilidades y límites, como sucede en el caso de los hombres y las mujeres. Sin embargo, dentro de estos espacios se construyen los significados, representaciones y modelos de la masculinidad y la feminidad, los cuales también se encuentran sujetos a “diferentes representaciones sociales y modelos de masculinidad construidos en forma diferente por las distintas clases sociales, culturas y grupos étnicos, cada uno con diferente jerarquía social (Ruiseñor, 2008).

Entonces ¿Qué significa la masculinidad? es posible percibirla a partir de la diferenciación y reconocimiento de la otredad, en este caso con la feminidad: Lo masculino se concebía desde una visión externa, tomando en consideración elementos como: los genitales; la fuerza, las actividades laborales, la posición de autoridad, la condición de procreador y el poder dentro de las comunidades. Estos elementos dieron la pauta para la construcción asimétrica sexual entre el hombre y la mujer; también para que se concibiera una oposición entre lo doméstico y laboral. Por ejemplo, las que en el caso de las mujeres se le considera menor a la de los hombres; las actividades que cada uno realizaba estaba relacionado con el ámbito al cual pertenecían sus vidas ya fuese el privado, que era todo lo relacionado con el hogar y cuidado de los hijos que le tocaba a las mujeres, mientras, que el ámbito público, lo relacionado a las actividades laborales y de poder dentro de las comunidades, asignadas a los hombres. Sin embargo, como en un principio se menciona estas diferencias son producto de lo social y por lo tanto la masculinidad

es un concepto plural que se conforma por un conjunto de significados cambiantes, que se encuentran ligados a la construcción histórico – social de los sujetos, lo cual da paso a ciertos comportamientos, maneras de comunicarse y actuar de los hombres con otros hombres y con las mujeres.

La masculinidad mexicana

En el caso mexicano, la postura más generalizada es que la masculinidad tradicionalmente se vincula con el uso de la violencia, la dominación, los privilegios sobre la mujer, con un ser violento, grosero, irritable, peligroso, impulsivo, fanfarrón, superficial, desconfiado, inestable y falso (Rodriguez Morales, 2014).

Esta construcción de la masculinidad mexicana se encuentra vinculada con los procesos históricos y sociales. Octavio Paz (2015) en su libro El laberinto de la soledad señala que la idea del macho mexicano es producto de la mujer que fue violada por el español, esta madre que fue violentada y humillada. Siendo su contraparte el padre el cual se caracteriza por ser un símbolo de lo cerrado de lo agresivo, mientras que la madre ante la situación se ve como lo abierto y lo vulnerable. El macho representa esta invulnerabilidad, la agresividad frente a una violencia desmedida, la impulsividad ante el acto y la respuesta, mientras que a un lado se construye la idea de mujer que se muestra pasiva, vulnerable, tranquila.

La interiorización de estas prácticas se da desde que el niño o niña nace, ingresa a un mundo que ya se encuentra construido y que a partir de la experiencia de la socialización le es revelado a partir de su sexo 2 , una vez pasado por este momento, se continúa con la educación emocional que recibe el niño o la niña. En el caso de las niñas se les enseña a ser cuidadosas, amorosas, delicadas, a demostrar sus sentimientos, comunicar necesidades. Mientras que a los niños se les enseña a desconfiar de los sentimientos y por lo tanto a no comunicar sus necesidades. La cuestión en los niños radica en que cuentan con un menú limitado de emociones y el repliegue de estas mismas, ya que a pesar de que los niños son sensibles, dejan de demostrarlo, esto pone al enojo como la emoción legitima de los hombres, que los “lleva a una especie de desierto emocional poblado de nopales espinosos que de cuando en cuando dan una flor o una tuna” (De Keijzer, 1998: 4).

Esta representación del macho como una forma de masculinidad aún permea en los sujetos, tanto que se ha vuelto el modelo hegemónico el cual hace referencia a lo culturalmente dominante. Sin embargo, “no significa que domine totalmente, ni se refiere a la forma más común de masculinidad, sino a una posición de autoridad y liderazgo cultural que es socialmente visible y apreciada. Es hegemónica no en relación con el orden de género como un todo. Es una expresión de los privilegios que comparten los hombres y que los colocan por encima de las mujeres” (Connell, citado por Ruiseñor, 2008:89)

Esta idea de masculinidad reflejada en el machismo da paso a diferentes tipos de violencia que aseguran la continuidad del poder y del domino de los hombres en las relaciones sociales, siendo: •Violencia física: Es el tipo de violencia más visible. Regularmente deja algún tipo de secuela en el exterior del cuerpo humano. •Violencia psicológica o emocional: Afecta y humilla la autoestima de la persona agredida, su constancia se hace presente en las relaciones entre las personas, aunque no siempre somos conscientes de ello. •Violencia Sexual: Cualquier acción agresiva con uso de fuerza para la realización de un acto sexual. Se reportan muchas más mujeres agredidas que hombre en este tipo de acto. •Violencia económica: Se ejerce mediante el centro de los bienes y recursos financieros con el objetivo de mantener el poder sobre la víctima. (González Pagés, 2010).

Estos tipos de violencia se ejercen sobre mujeres, niñas, niños u otros hombres que parezcan una amenaza o se comporten diferente a la concepción de masculinidad o demuestren signos de debilidad. En el caso de los hombres que actúen de manera ajena a como el machismo plantea dentro de las relaciones de género, comienzan a ser estereotipados peyorativamente, asociados a lo femenino, relegados y puesta en duda su masculinidad, en este caso un hombre homosexual y trans, no cumple con los estándares de masculinidad impuesta por el machismo y por lo tanto, se considera inútil e indeseable ya que rompe con las ideas hegemónicas de esta, lo cual genera relaciones de minoría y mayoría dentro de las propias masculinidades; entendiéndose por minoría, no un estándar de valores numéricos, si no que esta es aquel grupo que propone una nueva configuración de valores dentro de la sociedad, contra poniéndose a los valores dominantes dentro de la sociedad a la que se pertenece, esta clase de construcción social de la masculinidad,

es entendida como la correcta y el deber ser, lo cual causa que se vean marginados, violentados y discriminados.

Hacia otras nociones de masculinidad en México

Derivado del proceso histórico y social, la definición de masculinidad va cambiando dentro del tiempo y del espacio. Sin embargo, estas definiciones siguen coexistiendo unas con otras, como en el caso de América Latina, que desde el momento de la conquista europea un modelo de masculinidad que se ha vuelto imperante en la sociedad es el Machismo cuyas características se describieron en el apartado anterior; sigue imperando en las sociedades latinoamericanas, por ejemplo, la mexicana, donde es parte de una cultura tradicional que aún se mantiene vigente.

Con los movimientos feministas suscitados desde mediados del siglo pasado no sólo se comenzó a cuestionar la construcción de la mujer, sino también a esta forma machista de masculinidad. Esto ha permitido que se replantee la construcción del hombre permitiendo que puedan repensar y asumir las responsabilidades que también les tocan en los hogares como el cuidado de los hijos y las actividades domésticas.

Reflejo de este replanteamiento de la masculinidad dentro del Estado para el año 2017 se aprobó una reforma en materia laboral, relacionada con las licencias laborales de maternidad y paternidad; en el ámbito de la maternidad, las mujeres serían quienes tendrían la facultad para modificar sus periodos de descanso por el parto, pudiendo mover hasta cinco de las seis semanas del descanso previo para después del parto, y, por lo tanto, estar más tiempo con el bebé sin que el patrón lo impida. Mientras que para los hombres se aprobó una reforma para que tengan derecho a un permiso de paternidad de cinco días con goce de sueldo, que se empieza a contar desde el día del alumbramiento o cuando se recibe a un infante que fue adoptado. Con estas medidas se pretendía impulsar en México la crianza equitativa, intentando erradicar la diferencia del tiempo que dedican las mujeres y los hombres durante la crianza de los hijos; el diputado Pedro Salazar después de la aprobación afirmó lo siguiente:

Los derechos de los varones se encuentran en este caso, del ámbito familiar, en desventaja con respecto a las mujeres. Debe quedar en claro que, si bien la normativa en materia de equidad de género surgió como respuesta a una discriminación histórica sufrida por las mujeres, es importante que esto quede bien preciso para no provocar ahora discriminación hacia los hombres. (Rosas & Vanessa: 2017).

Otro ejemplo de estos cambios que se buscan dentro de la noción de la masculinidad es el que propone la Comisión Nacional para prevenir y erradicar la Violencia contra las Mujeres (CONAVIM) (2016) ya que propone nuevos modelos de masculinidad, estos tienen como base que los hombres puedan aceptar su propia vulnerabilidad, aprender a expresar emociones y sentimientos (miedo, tristeza, etc.), aprender a pedir ayuda y apoyo, resolver los conflictos de una manera no violenta y aceptar actitudes y comportamientos tradicionalmente etiquetados como femeninos, con esto buscan que los modelos se alejen de las concepciones desiguales y jerárquicas.

Los modelos que propone el CONAVIM, dan pautas para que se comience a repensar las etiquetas que se le otorgan a hombres y mujeres desde el momento en el que nacen siendo esto lo que se interioriza y se materializa en las prácticas cotidianas generando como consecuencia una identidad masculina y femenina.

Siendo entendido por identidad algo […] que no es una cosa fija e inmutable, con propiedades que puedan trascender los contextos culturales, geográficos y temporales (como plantearan las perspectivas biologicistas). No puede separarse de la sociedad y de las circunstancias en las que está definida, porque estas son las condiciones que hacen posible su definición y su uso social […]. La manera como entendemos la identidad, pues, depende directamente de la sociedad, la historia y los grupos que han participado en su interpretación y narración (Pujal i Llombart: 2004:101).

Consideraciones finales

El machismo como la forma de masculinidad más generalizada y socialmente aceptada acarrea problemas de violencia de género que se ven reflejadas desde el lenguaje o que en sus grados más extremos llega al homicidio o feminicidio, ya que en esta búsqueda incesante de reafirmarse “como hombre de verdad” pasa por encima de los que considera débiles o ponen en duda su condición de machos. En otros casos el machismo se refleja a partir del cuidado personal y los riesgos a los que los hombres se someten dentro del campo laboral, ya que en un afán por cumplir con su papel de proveedores dejan de lado su salud e integridad física, lo cual también pone en riesgo su vida.

Dentro de estas mismas consideraciones finales quiero rescatar el papel del feminismo, que, si bien no fue ampliamente mencionado durante el trabajo, es el punto de partida para que se comience a generar una conciencia crítica de la masculinidad. Varios autores lo señalan como

punto quiebre para que se comiencen a repensar las masculinidades sobre todo el caso del machismo, lo que se busca reflexionar a lo largo de todo el trabajo es que este tipo de masculinidad se encuentra ligado con el uso de la violencia, lo que permite que se siga reproduciendo el papel dominante del hombre en la sociedad mexicana.

Las medidas que proponen el Estado y comisiones como el CONAVIM son importantes en materia de género, ya que abren espacios para que los hombres replanteen lo que significa ser hombre o las actividades y responsabilidades que también les corresponden. Sin embargo, no únicamente el camino hacia las nuevas formas de masculinidades deben estar enmarcadas en la normativa del Estado, sino que tanto hombres como mujeres podemos iniciar pequeños cambios desde la vida cotidiana; por ejemplo desde los juegos que se les asigna según su sexo a las niñas y a los niños, hasta cambiar frases como “los niños no lloran”, “aguántese que es hombrecito”, “deje ahí que es para viejas”, que desde el uso común suenan tan normales pero que ya en un trasfondo poco a poco condicionan ciertos imaginarios como es el caso de los hombres y las mujeres.

Referencias

Bourdieu, P. (2017). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama. De Keijzer, B. (1998). “¡Último, vieja!”: Socializacion y construcción de identidades masculinas.

Salud y Género, 1-6. Elias, N. (2016). El proceso de civilización. México: FCE. González Pagés, J. C. (2010). Macho, Varón, Masculino: Estudios de masculinidades en Cuba. La

Habana: Editorial de la Mujer. Paz, O. (2017). El laberinto de la soledad. México: FCE. Pujal i Llombart, M. (2004). Capítulo II. La identidad (el self). En T. I. Gracia, Introducción a la psicología social (págs. 93-138). España: UOC. Rodriguez Morales, Z. (2014). Machos y Machistas: Historia de los estereotipos mexicanos. La ventana, 252-260. Rosas, T., & Vanessa, A. (04 de 04 de 2017). Diputados avalan cinco días de descanso por permiso de paternidad. Excelsior. Ruiseñor, E. G. (2008). La masculinidad desde una perspectiva sociológica. Una dimensión del orden de género. Sociológica, 71-92. Tolalpa Escorcia, E. P. (2005). La masculinidad en el nuevo contexto cultural: un invitado ausente.

En R. Montesinos, Masculinidades emergentes (págs. 181-216). México: UAM. CONAVIL (02 de Febrero de 2019). Mujeres sin violencia. Obtenido de Mujeres sin violencia: https://www.gob.mx/mujeressinviolencia/articulos/nuevas-masculinidades-reconstruyendo-lahombria

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