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Pg. 138 Gastrolecturas Academia de Gastronomía

Me quedé dormido en el sofá y en mis sueños me reencontré con mi abuelo preparando unos huevos mis hermanos y para mí. Todos alrededor de sus piernas, mientras el cariñosamente exclamaba: ¡alejaos que salpica! Vertía el aceite en la vieja sartén negra con la misma suavidad que acariciaba el rostro de mi abuela. Ese aceite era oro que deslumbraba mis pupilas, amarillo como el sol del verano, la sal caía al huevo como lluvia fina de abril, y todos quedábamos asombrados cuando esa textura viscosa y transparente tomaba forma de círculo imperfecto con sabor perfecto...

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