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Beber juntos. Francisco J. Navarro.

Hace años que sugiero reconocer el vino como eje vertebrador de la cultura mediterránea. El vino una misma manifestación artística (sic) de oeste a este del Mare Nostrum. Podríamos seguir a tal fin la siempre útil línea Wagner del clima mediterráneo, que arranca al sur de Oporto, navega el Duero a contracorriente y cabalga Logroño para cruzar los Pirineos hacia Lyon en su camino a Zagreb (Croacia) por el lago de Ginebra.

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El vino junto con el disfrute jubiloso de la existencia son patrimonio de nuestras orillas cálidas. El placer de un vino como medio de alcanzar la felicidad. De olvidar una vida tan doliente. Noé, una vez encallada el arca en el monte Ararat, plantó una viña, elaboró mosto y se embriagó. La consecución del gozo por el vino está puesta por escrito desde la composición de la Odisea en el siglo VIII a.C. en la costa oeste de Asia Menor, actual Turquía. Dice Polifemo a Odiseo: "nuestro suelo nos proporciona excelente vino gracias a las lluvias que Júpiter envía; ...(pero) esto no es vino; esto es néctar y ambrosía". El Sirácides, uno de los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento, se pregunta: "¿Qué es la vida para quien le falta el vino? Fue creado para alegrar al hombre".

Mas los mediterráneos no bebemos solos. Plutarco a finales del siglo I dejó dicho que "los hombres se invitan no para comer y beber; sino para comer y beber juntos". No olvidemos que nuestra palabra banquete proviene de la griega "symposia" que significa "beber juntos". En el siglo IV a.C. el cómico griego Eubulo puso en boca de Dioniso la siguiente verdad: "sólo tres cráteras mezclo / para los que son prudentes, la una, de salud, / la que apuran pri-

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