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Vegetales en tiempos de COVID 19.

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sueños.

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Belén Pardo Cifuentes.

En el occidente antiguo los sacrificios rituales tenían un vínculo estrecho con la gastronomía: se hacía participar a los dioses de la mundanidad, ofreciéndoles una parte del sustento, lo que suponía un sacrificio para el oferente. El neoplatónico Porfirio en su obra «De la abstinencia», nos refiere la antigua costumbre consistente en realizar ofrendas de tortas rituales, animales cocinados y frutos de las cosechas. De ahí proceden los términos griegos de thysíai y thy?lai, esto es, «sacrificios» y thymélai, que designa los «altares de los sacrificios»; y el mismo verbo thyein que significa «sacrificar». Es curiosa esta aclaración de la fuente clásica porque en el pensamiento contemporáneo se interpreta que cuando hacían perfectas hecatombes en honor a Apolo, los sacrificados eran los bueyes, pero no era así: el sacrificio, según nos cuenta Porfirio, era de los dueños, porque compartían algo tan preciado como la carne con el dios, carne cocinada.

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La idea no sólo se ciñe al marco Mediterráneo, el Diccionario de Islandés Antiguo Zoëga, nos arroja que en la en la religión de la pagana mitología nórdica se realizaba el «blóta», que significa «adorar con sacrificio». A los animales no se les mataba sin más, sino que la carne era cocinada en grandes hornos de tierra. Momento sagrado, reunidos alrededor de vaporosos calderos para comer «junto» a dioses y elfos.

Henri Hubert y Marcel Mauss, en su obra clásica «Sacrífice», inicialmente incluyeron en el concepto «cualquier oblación, incluso de materia vegetal», pero pronto empezaron a hablar de la «víctima» del sacrificio, quizá pensando otras culturas no occidentales. Por su parte, el historiador René Girard señaló, en clave freudiana, que el rasgo definitorio del sacrificio es su violencia: derramando sangre, una comunidad exterioriza los rencores existentes entre sus miembros. El francés parece que desdeña los datos que ofrecen las fuentes.

Quizá la teoría más antigua y más acertada es la que considera el sacrificio una prestación. Como señalara Edward Burnett Tylor, «sacrificio es un regalo a una deidad, como si se tratara de un humano». Cuanto más valioso es el regalo para el dador, más importante es el sacrificio. Además, las plegarias que acompañan al sacrificio destacan a menudo el acto de la dádiva. No obstante, resulta contradictorio ofrecer algo a deidades que son fuente de toda vida y riqueza. Tampoco explica la teoría del regalo por qué sólo una clase muy reducida de animales u objetos –normalmente de mucho valor– se consideraban idóneos para el sacrificio; aunque creo que esto habría habérselo que preguntado a los sacerdotes.

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