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Flavor e IA. Alberto Requena.

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sueños.

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En realidad no debiera sorprendernos casi nada. Pero ocurre. La Inteligencia artificial (IA) acomete cada día nuevos retos, campos y desarrollos, muchos de los cuales nunca pensamos que alcanzaría. La razón parece obvia, tenemos la impresión que invade áreas en las que éramos únicos. En realidad, conforme la Ciencia ha ido avanzando en conocimientos, ha desencadenado aplicaciones tecnológicas que han logrado realizar cosas que siempre fueron exclusivamente humanas. Porque, tan humano es la toma de decisiones, como el arado del campo. En ambos casos la reflexión, la consciencia y la memoria se ponen en juego. Otra cosa es, que consideremos que algunas de las facetas corresponden a niveles más superiores que otras.

Hoy, desde jugar al ajedrez, con competencia, hasta crear obras de arte, con niveles de realización superiores a la media humana, son facetas que nos sorprenden en la actividad de las máquinas. La detección de emociones es la faceta que más nos sorprende en la actualidad. La detección de olores ha tenido siempre una barrera, quizás porque el olfato es uno de los sentidos más infravalorados y, como consecuencia, de los peor aprovechados. Algunos animales, como el perro, hasta detectan enfermedades con el olfato. No está nada mal aprender de ellos. Los perros detectan pequeños cambios en el cuerpo humano a través de nuestras hormonas que liberan compuestos volátiles que son compuestos orgánicos que, en el caso de ser de pequeño tamaño, como para acomodarse a los receptores olfativos, permiten que los humanos los detectemos. Los perros parece que son capaces de identificar desde cáncer hasta estrés, pasando por narcolepsia, migrañas, episodios de bajada de azúcar, miedo y convulsiones.

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Se ha trabajado mucho en el área de narices y lenguas electrónicas, que son aproximaciones teórico-prácticas en las que con un conjunto de sensores y un aprendizaje previo, somos capaces de detectar los aromas. En nuestro laboratorio desarrollamos una de ellas, que tuvo gran éxito en la detección de fraudes en perfumes. Identificar acumulaciones de gas o compuestos tóxicos son hoy una rutina. Ahora en el MIT pretenden entrenar redes neuronales basadas en los datos obtenido de los perros que detectan enfermedades a través del olfato. Ni que decir tiene que el mundo alimentario tiene un aliado para la garantía del estado de conservación de los alimentos. La tecnología está servida. Y el punto en las preparaciones se puede controlar no desde la intuición, sino desde la constatación de que lo hemos logrado, tal como podíamos pretender. Solo hay que transferirle el conocimiento adquirido por el humano mediante una base de datos que servirá de entrenamiento a la nariz electrónica de control. Un alarde en busca de la perfección culinaria.

T R A Z O 3

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