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Carne…depende. Alberto Requena.

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sueños.

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Es muy probable que igual que hace años vivíamos con escasa información, hoy nos agobia con tal exceso que, en ambos casos, no es extraño que derive una ignorancia notable. El que los resultados sean parecidos, no implica que tengamos preferencias. Ni tanto ni tan calvo, que diría el genuino. Pero las prisas actuales generan un mundo de consignas donde se pierden los matices y en casos, mas de los recomendables, las esencias.

En la esfera de la alimentación, todo el mundo parece tener competencia sobrada para aconsejar sobre la bondad o inconvenientes de los aquéllos. Por doquier aparecen, incluso desde el ámbito profesional, consejeros dietéticos que, en rara ocasión, pueden esgrimir argumentos sólidos de la bondad de lo que aconsejan. En general, el dicho de que “el que mucho habla, mucho yerra”, suele cumplirse de forma irremediable. La razón es sencilla, con tanto que decir, no necesariamente está bien razonado lo que proponen o faltan argumentos consistentes ante tal avalancha de propuestas que hacen.

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La carne está pasando hoy, ahora, por momentos bajos. Con desafortunadas situaciones, se ha trasladado la idea de que abandonarla es lo apropiado. Al margen de otro tipo de consideraciones saludables nos referiremos a entornos productivos. Ciertamente, la producción de carne ya sea de vacuno, porcino o aves de corral, implica unos consumos globales de agua de unos 15.000, 6.000 y mas de 4000 metros cúbicos de agua por tonelada, incluyendo desde la producción de los cereales y legumbres utilizado, hasta los consumos propios de los animales. Por si fuera poco, a la ganadería se le atribuyen en torno a un 15% de las emisiones de los gases de efecto invernadero.

En la ganadería de pastoreo, en cambio, la vegetación que se emplea para que la ingieran los rumiantes no sería aprovechada de otra forma. Es el mecanismo natural de transformación de la lignina y la celulosa en proteína. No hay proceso industrial que lo emule. Además, esta ingesta supone descargar al Medio Ambiente de entornos y paisajes que contienen elementos inflamables, disminuyendo el riesgo de los incendios forestales. Por otro lado, el desplazamiento supone un mecanismo de abono a partir de los excrementos. Visto desde la denominada economía circular, esuna panacea, porque los desperdicios de unos son los alimentos de otros. Sin ir más lejos, la cría del cerdo ibérico encaja en este límite. Gran calidad de economía circular.

Vemos, claramente, que no se trata solamente del producto, sino de la forma de obtenerlo. Al final las economías de escala, tan cacareadas, solamente son sistemas de producción ciegos, que no son capaces de identificar las fortalezas y debilidades del mundo en el que se mueven. No se trata de obtener grandes sistemas de producción al menor coste posible. Es un auténtico atentado. Debemos, como consumidores, ser conscientes de las consecuencias que propiciamos con nuestras decisiones. No solo la huella ambiental, sino la social deben provocarnos sensibilidad. Por estas y muchas otras razones, comer carne, depende.

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