7 minute read

3.1. Los oficios que se perdieron en Conocoto

3. ECONOMÍA Y CULTURA

3.1. Los oficios que se perdieron en Conocoto

Advertisement

“Son las cuatro de la madrugada y una recua de mulas y asnos, cargados de sacos de “maíz de Chillo” sube con lentitud el antiguo camino que une a Conocoto con la capital, mientras los arrieros van conversando y “fueteando” a los animales cuando se paran a morder las hierbas del camino”.

Conocoto, hasta los años 70, era una población rural donde la gran mayoría de sus habitantes era nativa y se conocía y se relacionaba en la vida diaria, donde se respiraba tranquilidad y donde los acontecimientos que alteraban esa tranquilidad eran los desacuerdos y rencillas entre familias, por enamoramientos no autorizados o por comentarios y chismes. Estaba rodeada de haciendas, cuyos habitantes tenían relación con la población a través de pocas estrategias socio- económicas, una de ellas era el compadrazgo. Las personas que vivieron en el sistema hacendatario encargaban sus hijos a los compadres mestizos, incluso adoptando el apellido. Otras de las formas era el trabajo doméstico.

La economía de la población era autosuficiente en lo que corresponde a la alimentación, vestimenta y muebles, pero dependía de la capital, donde se conseguían muchos de los materiales para sus artesanos y a donde se iba a vender su producción agrícola excedente, en especial el maíz de chillo,

por medio de mulares. Por eso, uno de los oficios conocidos era el de arriero. Los artesanos atendían el mercado interno de Conocoto, rara vez vendían fuera. Más tarde se incrementó el comercio con Sangolquí, cuya feria semanal logró captar a la mayoría de vendedores y compradores de las parroquias del Valle, entre ellas Conocoto.

Según el señor Ángel Paucar, Conocoto era un territorio de oficios. Los oficios más practicados que se lograron rememorar por el equipo de investigación con el aporte de algunas personas entrevistadas fueron:

Carpintería de madera, con algunos exponentes como: Rosendo Caiza, Elías Pinto, José María Gallardo y más tarde José y Gabriel Zurita; además de: Pepe Paredes, Vicente Sosa, Carlos Sosa Vargas. Albañilería: maestros mayores de la construcción: Antonio “Chugo” Fernández, Amable “Negro” Parra, Francisco Morocho, Antonio Morales, los hermanos Chingay, Alberto Mendoza, Heriberto LLumiquinga (dueño de la tienda “De aquí no paso”), Alfonso Maldonado, Baltazar Morales, entre otros. Tan significativo fue este oficio que en los años 60 llegó a formarse en Conocoto un Sindicato católico de albañiles, que en la marcha del primero de Mayo vivaban a Cristo Rey, según cuenta Antonio Llumiquinga. A decir de Luis Alfredo Amaquiña, los albañiles de Conocoto construyeron las casas coloniales de Quito.

En zapatería: Faustino Gallardo, Eloncio Gallardo, Enrique Flores; en sastrería: Ángel Betancourt (“maestro Lechuga”), Rafael Aráuz, Eugenio “Tuche” Maldonado.

En peluquería: Elías Santamaría, Aureliano Lovato, Mariano Alomoto y Juanito Sosa, que llegó de Sangolquí. Eran ellos quienes se encargaban de recortar el cabello a los hombres. En el caso de las mujeres, estas eran atendidas por sus mamitas, hasta que Isabel Vizcaíno estableció su salón de belleza en el parque y luego María Inés Valencia frente al mercado.

Los arrieros de arena y piedra “bola” del río San Pedro, que jugaron un papel importante fueron: Teodomiro Sosa, Enrique Maldonado, José Manuel Chingay y Alonso Castro.

José Manuel Chingay. Arriero

Los carpinteros se ocupaban de elaborar muebles para sus coterráneos y cubiertas de madera que se asentaban sobre paredes de tapial o de adobes hechos con barro y paja. No se conoce de producción de muebles para venta fuera de la población. Las maderas utilizadas para muebles eran el aliso, el sisín y el cedro, después vino el laurel. Para las cubiertas se usaba el eucalipto en su mayoría, solo mucho después llegaron maderas tropicales como la caoba y el colorado.

El maestro carpintero tenía aprendices y ayudantes a los que se les llamaba “oficiales”, quizá en referencia a que el maestro era el gran capitán del taller. Los fragantes subproductos del trabajo: aserrín, viruta y retazos de madera se utilizaban para las pesebreras. También se utilizó en los fogones de las casas, antes de la entrada de los reverberos de gasolina y las cocinas a “kerex”, que después fueron reemplazadas por las cocinas a gas y más tarde por las eléctricas para terminar en las de inducción.

El banco de carpintería y las herramientas manuales eran indispensables instrumentos de trabajo; el acabado más fino de los muebles era el “charolado”, un proceso manual largo y laborioso, pero que producía un recubrimiento duradero para toda la vida útil del mueble.

La madera se compraba en aserraderos del Valle y los materiales (clavos, tornillos, cola, barnices) en ferreterías de la zona. Mención especial merece la elaboración de la “cola de carpintero” que se conseguía haciendo hervir en agua unas láminas marrones de pega elaborada con gelatina animal

y que se esparcía caliente sobre las superficies de madera a unir (de ahí el dicho: “en lo caliente pega la cola”).

Los zapateros tenían talleres pequeñitos donde solo cabían las distintas mesitas del maestro y, a veces, el ayudante y un montón desordenado de zapatos por reparar o entregar en un plazo indefinido. Este lugar de reunión, chisme y “chupe”, tan estrecho y generalmente adornado con láminas de calendarios de “lluchas”, acogía en las tardes y noches un número variable de personas que se acomodaban en él”. Los clavos usados en esa época eran de mangle. Se usaba el hilo de pita al que se le lubricaba con la vela de sebo o mejor con cera de Nicaragua.

Las zapaterías elaboraban zapatos nuevos, previa la toma de medidas por parte del maestro que dibujaba la planta del pie del cliente sobre el papel y midiendo el empeine para luego probarse: no era raro que no calcen bien, por lo que se les sometía a una ampliación con horma hasta lograr la satisfacción del cliente o, a su vez, los clientes usaban papel húmedo o algodón con alcohol. También se realizaban toda clase de reparaciones: suelas, media suelas, tacos, punteras y capellada. Los materiales: cueros, suelas, pega, clavos, se compraban en Quito. Todas las herramientas eran manuales.

Los productos artesanales tenían un objetivo utilitario fundamental y cualquier elemento artístico especial era secundario en su trabajo. Se conoce dos casos excepcionales donde el sentido artístico se desarrolló: uno en carpintería, al realizar muebles especiales y otra en zapatería: produjo calzado en fibra de pita

y realizó retratos en el mismo material. No se conoce que estas artesanías artísticas sigan haciéndose en la actualidad; al parecer terminaron con la muerte de sus autores: el carpintero Alfonso “Zambo” Ríos y el artesano José Félix Gallardo.

El corte y confección lo practicaban muchas mujeres. De hecho, la única escuela de oficio para las mujeres en Conocoto, durante muchos años, fue la de Corte y Confección de las Madres Marianitas, donde se educaban mujeres jóvenes de todo el valle de los Chillos. Sin embargo, solo algunas lograron establecer un taller permanente en su propia casa, donde laboraban la dueña y maestra y una o más aprendices. Tres de las mujeres de mayor representación en este arte fueron Orfelina Pérez, Ana Villafuerte y Clemencia Taco, que lograron atraer clientela no solo en la población, sino también en Quito y el Valle.

Parte de esa clientela era relativamente adinerada y exigía diseños especiales. Generalmente el cliente traía la tela y la modista conseguía los materiales en la misma población. Las máquinas de coser “Singer” predominaban a todo nivel y solo después ingresaron otras marcas industriales.

La construcción de casas y muros era un oficio practicado mayoritariamente por personas de ascendencia indígena, ya establecida en el centro poblado o proveniente de las haciendas (ex –huasipungueros), que después de las reformas agrarias de 1964 y 1973, fundaron y poblaron los nuevos barrios de Conocoto: a saber: San Juan, San Miguel, San Francisco, San Lorenzo, San Virgilio y una lista grande

de santos. Las casas de adobe y teja, que eran la gran mayoría, han cedido paso a las construcciones de cemento, ladrillo, bloque y metal. Igualmente los tapiales han sido reemplazados por muros de bloque, ladrillos y metal.

Existía el oficio de aserrador que implicaba manejar sierras de 2 metros de largo entre dos personas, para cortar los gruesos eucaliptos, y el oficio de tapialero que exigía ingentes esfuerzos con el pisón, para compactar el barro en grandes moldes de madera.

Existían otros oficios menos comunes como el de “herrería” en el que destacaron: Luis Villafuerte, Alfonso Santamaría y Luis Moreno, que luego heredaron el oficio a sus hijos. O el “cuetero” Rodrigo que elaboraba voladores, camaretas y castillos y tenía en su taller una leyenda que rezaba “se hace dende (sic) cuetes hasta platillos voladores”, o las sombrererías de Taipe y de Guamán.

This article is from: