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El destino o “fastidio universal” como artificio romántico en Don Álvaro o las fuerzas del sino de Don Ángel Saavedra, duque de Rivas Marieli Calderón

Marieli Calderón

El destino o “fastidio universal” como artificio romántico en Don Álvaro o las fuerzas del sino de Don Ángel Saavedra, duque de Rivas

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El Romanticismo español estuvo lleno de visiones no siempre cónsonas. Basta observar los debates que se establecieron desde el inicio con las ideas encontradas de Joaquín Mora y Nicolás Böhl de Faber que aparecieron en las revistas periódicas, y continuaron en pugna hasta lo que se consideró el final de este movimiento literario en España:

El que haya observado con atención el giro que ha tomado el gusto literario en la mayor parte de Europa, desde la revolución francesa hasta nuestros días, no podrá menos que prever el enorme abuso que se podrá hacer entre nosotros de las ideas y opiniones a que se debela corrupción de la literatura moderna extranjera… este género es menester que sea detestable; puesto que, según ud. mismo, pretende combinar todos los opuestos; combinación absurda en las artes de imitación, en las que no debe haber opuestos sino contrastes, porque de estos resulta el verdadero interés, el colorido artístico, y de aquellos los monstruos de que se burla Horacio en el principio de su arte poético (Mora).

La poesía produce su efecto de dos modos o dando cuerpo al espíritu o espiritualizando la materia… Puede presumirse pues que la mayor parte de lo que es poesía se abraza en esta definición, y, así, lejos de tenerla por dislate, nos parece la mejor ilustración del lenguaje poético que tenemos hasta ahora (Böhl de Faber).

Así, el pensamiento ilustrado que debe reflejar la obra artística por un lado, propuesta por Mora, y los postulados de Schlegel, que buscaban una mirada más pasional y natural en el arte, defendidos por Böhl de Faber en contraparte, entran en el debate del movimiento Romántico en España; no es de extrañar, entonces, que las obras artísticas del Romanticismo presenten tesituras heredadas de ambas propuestas.

Mirar la literatura romántica española desde una perspectiva unitaria y dogmática resulta muy difícil, la propuesta romántica española es convulsa, contradictoria y apunta más al diálogo que a la categorización de la misma. Este es el caso de Don Álvaro o la fuerza del sino, puesta en escena en la que Don Ángel Saaevedra, duque de Rivas, pone en escena el debate romántico español y se vale de diversos elementos para proponerse como agente controversial que cautivaría las audiencias en el teatro del siglo XIX.

Este trabajo pretende estudiar el ardid y la técnica del autor de Don Álvaro para lograr el “dialogo” textual de postulados que, aunque enfrentados, caracterizan la visión pluralista de este movimiento al que Russell Sebold califica desde su postulado de fastidio universal y cómo incide en la concepción del destino del hombre romántico según el Duque de Rivas.

Lo medieval

Ramón López Soler, en sus comentarios en la revista El Europeo, propone que el movimiento Romántico debe acercarse a la historia que le da origen y mira hacia la Edad Media como fuente de inspiración para el movimiento que se desarrolla en España. El gusto por lo medieval es evidente en la literatura del Romanticismo español y, aunque es más propio de la novela histórica, queda plasmado en Don Álvaro o la fuerza del sino. Desde el inicio de la pieza teatral, en la conversación entre los habitantes del pueblo, nos enteramos de que Don Álvaro posee todos las cualidades para ser un gran caballero, pero le falta el aval de un señor; como indiano no se le considera estar a la altura de los nobles españoles y era mal visto por el marqués de Calatrava:

Oficial – No; doña Leonor no lo ha plantado a él, pero el marqués la ha rasplantado a ella.

Habitante 2 – ¿Cómo?

Habitante 1 – Amigo, el señor marqués de Calatrava tiene mucho copete y sobrada vanidad para permitir que un advenedizo sea su yerno.

Oficial – ¿Y qué más podía apetecer a su señoría, que el ver casada a su hija (que con todos sus pergaminos está muerta de hambre), con un hombre riquísimo, y cuyos modales están pregonando que es un caballero.

Preciosilla – Si los señores de Sevilla son vanidad y pobreza todo en una pieza. Don Álvaro es digno de ser marido de una emperadora… ¡Qué gallardo!… ¡Qué formal y qué generoso!… Hace pocos días que le dije la buenaventura (y por cierto no es buena la que le espera si las rayas de la mano no mienten), y me dio una onza de ora como un sol de mediodía (121).

Esta cita de la Jornada primera pone de manifiesto el espíritu medieval en Don Álvaro. Caballero que, a todas luces, supera los méritos de sus señores, pero que no consigue el reconocimiento que se merece por falta de hidalguía. Al igual que El Cid, Don Álvaro se enfrenta al rechazo del marqués de Calatrava para encontrar su felicidad junto a Doña Leonor. Los habitantes del pueblo son testigos de la disparidad social que, no mira méritos ni bienandanzas, impide de raíz la posibilidad de una unión entre dispares. Los deberes del caballero son exaltados a través de toda la obra, vemos cómo el tema del honor caballeresco es medular para el “destino” que corren Don Álvaro y Doña Leonor; la necesidad de vengar la muerte del marqués de Calatrava, lleva al desenlace fatal del drama. Entonces, es pertinente pensar cuánto control tienen los personajes sobre sus vidas y si el libre albedrío juega o no algún papel en el desenlace de esta pieza. Entiendo que el destino es solo un factor de gusto romántico para explicar una situación más compleja (entiéndase una propuesta de los postulados del Romanticismo español que hemos planteado) que nos regresa a las usanzas medievales de las novelas de caballería.

Lo árabe

Por otro lado, observamos un diálogo con el Romancero de romances moriscos de Agustín Durán, donde las adivinaciones, eran prácticas comunes:

¡Hijas de Júpiter sumo, y de Memoria su amada, nueve soberanas Musas, de cien mil necios mesadas, ved que vuestros adivinos en arábigo trasladan el zumaque de sus chollas y el comienzo de sus cartas! (Agustín Durán 224)

La tradición mudéjar en la España medieval percola al gusto Romántico del siglo XIX. Preciosilla adivina el destino de Don Álvaro y, desde el inicio de la obra, nos dice que no será bueno. Nuevamente, el gusto romántico por la tradición medieval queda evidenciado en Don Álvaro; entonces, la presencia del sino no es casualidad en la obra. Alejarse de la tradición dieciochesca del pensamiento ilustrado y devolver la mirada a España es esencial para el Duque de Rivas. Los postulados afrancesados quedan a un lado y se busca conectar con la naturaleza misma de la hispanidad en sus raíces medievales que presentan un caleidoscopio cultural donde se enfrentan y dialogan tradiciones clásicas y semíticas. Don Álvaro abre en Sevilla, pueblo morisco que fue parte del esplendor de Al-Andalus, y pone en manos de Preciosilla (que recuerda a las gitanas) la adivinación del destino del protagonista (que no parece ser casualidad); el Duque de Rivas se remite a esa época del romancero y evidencia el guiño al Medievo.

Este preámbulo nos lleva a preguntarnos si Don Álvaro nació para un destino fatal o si su libre albedrío tiene algo que ver con su desenlace. Ambos planteamientos pueden ser defendidos, Preciosilla ve la fatalidad de su destino, pero los actos de Don Álvaro son los que lo llevan a su fin; entonces, regresamos al inicio del ensayo y al debate sobre el Romanticismo español. Es cierto que se hacen evidentes los postulados de Schlegel en el gusto por lo medieval, pero también los valores ilustrados son puestos sobre la mesa; si Don Álvaro o sus contrapartes hubieran demostrado un espíritu más sosegado, tal vez, su destino hubiera sido distinto.

El fastidio universal

Russell Sebold sitúa el comienzo del movimiento del fastidio universal en España, específicamente en “A Jovino el Melancólico” por Meléndez Valdés en 1794, vale la pena reproducir el pedazo que elige Sebold en su ensayo “Sobre el nombre español del dolor romántico”:

Do quiera vuelvo los nublados ojos, nada miro, nada hallo que me causesino agudo dolor o tedio amargo.

Naturaleza en su hermosura varia parece que a mi vista en luto triste se envuelve umbría; y que sus leyes rotas, todo se precipita al caos antiguo.

Sí, amigo, sí; mi espíritu insensible del vivaz gozo a la impresión suave, todo lo anubla en su tristeza oscura, materia en todo a más dolor hallando; y a este fastidio universal que encuentra en todo el corazón perenne causa (12).

Fastidio –lo espiritual, lo mío–, que es lo mismo que «tedio», que el «ennui» francés, un vacío infectante centrado en el alma; universal –lo otro, todo lo otro–, fuente y objeto de más inquietudes; y fastidio hecho universal, o sea lo personal proyectado sobre lo ambiental; todo esto se halla como en esencia en el nombre que Meléndez da a la postura anímica de la nueva generación (Sebold 13).

Si aceptamos lo que Sebold propone, queda plasmado que el fastidio universal, como característica romántica, está presente en España desde antes que se postulara un planteamiento similar en Francia o Alemania. La tristeza oscura de Meléndez Valdés parece palpitar en Don Álvaro, porque la tristeza, el fastidio universal, es como si el peso del universo hubiese caído sobre los hombros de los personajes con la complicidad de la naturaleza en la obra de teatro.

La experiencia romántica es, en España, la puesta en escena del fastidio universal que parece invadir el espíritu de la época. La desolación de un País que ha sido, en cierto modo, enajenado del exterior por la Inquisición, que se enfrenta a un mundo que ha cambiado y que ya no tiene mucho que ver con el que dejaron atrás. En lo que, definitivamente, el Duque de Rivas se aparta del pensamiento ilustrado, que defiende Mora, es en la forma. Don Álvaro rompe con los esquemas neoclásicos del siglo XVIII, se quiebran las unidades Aristotélicas de acción, espacio y tiempo: la obra se traslada por varios espacios del paisaje español y llega hasta Veletri, Italia, pasan más de 24 horas en su resolución, existen varios temas que rompen con la unidad de acción; en fin, la obra es una verdadera apoteosis puesta en escena; el exceso de personajes, de utilería y de diálogos convierten a Don Álvaro en una de las obras más ambiciosas de su tiempo. El espíritu convulso que permea en el Romanticismo español se hace evidente desde el aparato formal de Don Álvaro, recordamos a Sebold y pensamos en la individualidad que reclama el artista. El Duque de Rivas se instala en el caos del Romanticismo haciendo un acto de presencia que fue criticado por muchos y aplaudido por otros, pero no podemos perder de vista que es, desde su propuesta teatral, que se comparte ese fastidio universal tan característico del espíritu de la época.

Síntomas y metáforas románticas

Es evidente que estamos ante una obra plenamente romántica, las características que se proponen como parte del movimiento español se palpan en el drama. Russell Sebold en su ensayo, “La cosmovisión romántica: siete síntomas y cinco metáforas”, propone una visión cosmogónica de lo que son los síntomas y las metáforas románticas; la mayoría de ellas están presentes en Don Álvaro. En adelante evidenciaremos cómo y dónde están presentes siete de estos síntomas dentro de la obra.

Como primer síntoma propone que “el sentimiento supera la razón”. Don Álvaro es un hombre que se deja dominar por las pasiones, es incapaz de razonar los sucesos y se deja vencer por los impulsos (Mora versus Böhl de Faber), entra en debate la idea de que el destino es inevitable. Don Álvaro fue a casa del marqués de Calatrava listo para llevarse a Doña Leonor, no quiso matar al marqués, pero provocó el suceso con su visita; luego se presenta el problema del honor, los hijos del marqués, Don Carlos y Don Alfonso están llamados a vengar la muerte de su padre. Llama la atención que Don Álvaro, también, sucumbe a las pasiones ante la defensa de su honor, su sangre manchada por el mestizaje provoca que pierda el control y arremeta contra sus contrarios. La identidad de Don Álvaro y su cualidad de mestizo son, en cierta medida, su perdición; porque él, también, está llamado a defender su honor ante los hijos del marqués de Calatrava:

D. Alfonso – Soy un hombre rencoroso/ que tomar venganza sabe./ Y porque sea más completa/ te digo que no te jactes/ de noble…Eres un mestizo/ fruto de traiciones./ D. Álvaro – Baste./ ¡Muerte y exterminio! ¡Muerte/ para los dos! Yo matarme/ sabré en teniendo el consuelo/ de beber tu inicua sangre. (Duque de Rivas 315).

Es claro, que en este último encuentro fatal, al igual que en el resto del drama, los sentimientos son responsables de nublar la razón; entonces, queda relegado el espíritu ilustrado, pero por esa misma razón los personajes pagan el más alto de los precios con su vida.

“Se funden el alma del poeta y el alma de la naturaleza” Son varios los ejemplos que se pueden percibir a lo largo de la obra donde la naturaleza y el espíritu del protagonista parecen ser uno, pero el más contundente es el que se nos presenta al final de la misma:

Escena Última: Hay un rato de silencio; los truenos resuenan más fuertes que nunca, crecen los relámpagos y se oye cantar a lo lejos el Miserere a la comunidad que se acerca lentamente (Duque de Rivas 319).

El cielo se vuelca en el cataclismo del dolor y el desespero ante la muerte de Don Alfonso y Doña Leonor, la naturaleza se convierte en el retrato del alma de Don Álvaro. Se cumple el síntoma señalado por Russell Sebold.

“La seudo divinidad del romántico”, síntoma que encarna Don Álvaro a la perfección, no solo convoca los poderes de la naturaleza, sino que se enfrenta directamente a la divinidad:

D. Álvaro –Infierno, abre tu boca y trágame. Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción… (sube a lo más alto del monte y se precipita) (Duque de Rivas 320).

D. Álvaro en un arrebato de locura pasional, reniega de la humanidad y comete el más atroz de los pecados, acabar con su propia vida.

“La sensación de soledad” es otro síntoma que inunda la obra de teatro. Los personajes están condenados a vivir en soledad. Doña Leonor se condena a vivir en soledad en una ermita donde nadie sabía que era ella la que allí vivía; Don Álvaro es condenado a vivir solo sin posibilidad de amar o recuperar su honor, lo mismo le pasa a los hermanos Calatrava que con tal de cumplir con la venganza del honor de su padre muerto a manos de Don Álvaro pierden cualquier oportunidad de vivir felices apartados de todo este dolor.

“La actitud de superioridad” se evidencia en la soberbia que presentan, principalmente, los personajes masculinos de la obra. El marqués de Calatrava entiende que es superior al mestizo de Don Álvaro y no le permite casarse con su hija, sus hijos entienden lo propio y desde su superioridad van a reclamar la sangre derramada por su padre. Don Álvaro no se queda atrás, ya que entiende que está por encima de sus contrarios; su condición de mestizo no lo hace inferior, por el contrario, al ser hijo de una princesa inca y un noble español entiende que tiene mejor linaje que sus oponentes. Don Álvaro está por encima de sus adversarios y tiene el control de la naturaleza, quizá sea por esto que no estuvo en control de su destino.

“El fastidio universal” parece regir la vida de Don Álvaro, que no encuentra motivos para su existencia. Su presencia en el mundo que le ha tocado vivir es ajena a su felicidad; Don Álvaro tiene que enfrentar un mundo que no acepta su hidalguía, porque sus riquezas no valen para nada y todo lo que le rodea le parece ajeno. El tedio que le produce enfrentar un mundo que no lo comprende le da ese pesar que caracteriza el espíritu romántico en España.

“El goce del dolor” comenta Sebold que es lo único con lo que puede contar el espíritu romántico, no tiene nada más en la vida. En Don Álvaro, Doña Leonor se aparta de todo y se queda sola con su dolor en la ermita; Don Álvaro también se retira al monasterio:

Denme una espada, volaré a la muerte; y si es vivir mi suerte, y no la logro en tanto desconcierto, yo os hago, eterno Dios, voto de renunciar al mundo, y de acabar mi vida en un desierto (Duque de Rivas 279).

Solo queda la soledad en espera de la muerte, el gozo del dolor radica en esa soledad, el héroe romántico no tiene cabida en un mundo que le es extraño y en el cual no puede sentir que tiene un espacio.

Cada uno de los síntomas señalados por Russell Sebold están presentes en la obra, Don Álvaro representa el espíritu romántico, vive el fastidio universal y es víctima, más que del destino, de la visión del mundo caótico característico de la época. Las líneas que traza Sebold como guías para entender la obra que se produce a mediados del siglo XIX en España resuenan estrepitosamente en Don Álvaro o la fuerza del sino. El fastidio universal ante la incomprensión de un mundo en el que el protagonista no encuentra raíces, sirve de marco para esta obra de teatro como expresión diáfana del Romanticismo español.

Sebold, además, propone cinco metáforas románticas de las que podemos evidenciar tres: el “satanismo del alma inocente o inocencia del alma satánica”, “el amor” y “la contemplación del suicidio”; “la lágrima solitaria”, que se propone como la cuarta metáfora no es palpable en Don Álvaro, pero sí en Doña Leonor donde “la pérdida de la juventud” no logra materializarse porque el desenlace trágico previene llegar a pensar en la vejez. Don Álvaro, según la cosmogonía de Sebold, es un drama característico del Romanticismo español. Veamos las tres metáforas...

El “satanismo del alma inocente” grita desde la desolación de Don Álvaro que reniega de todo lo humano y condena al exterminio a su propia raza. El protagonista se lanza al vacío mientras pide albergue en el infierno, y olicitando que se trague el cielo y que desaparezca la raza humana. El alma que, al inicio de la pieza tuvo ilusión y ganas de futuro en el amor de Doña Leonor, se encuentra destruida, desmoronada ante tanto dolor y prefiere el infierno a cualquier posibilidad de salvación. Su fastidio universal llegó a la más alta expresión cuando apuesta por la condena antes de enfrentar su humanidad un día más. A esto atamos “la contemplación del suicidio” que, en este caso, más que contemplación, es promesa cumplida. Don Álvaro se lanza al vacío hacia el infierno, hacia una muerte irredimible y satánica de la que no habrá posibilidad ni esperanza de salvación.

La metáfora de “el amor” es la que crea la catarsis que degenera en todo el desenfreno y el dolor de esta obra. Es el amor que, en cierta medida, se presenta desde ese fastidio universal que discutimos previamente. El amor condena, es imposible o destruye al que lo siente. Los padres de Don Álvaro lo condenaron por amarse, el enlace entre el noble español y la princesa inca manchó el destino del protagonista, que quedó imposibilitado, por su mancha, de enamorarse de Doña Leonor por su falta de hidalguía y honor. Don Álvaro podía tener todas las cualidades sociales para merecerla, dinero, caballería, empatía, generosidad y el aprecio de todos los que lo conocieron, pero esto no fue suficiente. Don Álvaro no tenía limpieza de sangre, le faltaba el honor que lo haría meritorio de la felicidad junto a la hija del marqués de Calatrava. El amor se convierte, entonces, en la amarga condena del espíritu romántico; para el protagonista no hay posibilidad de conseguir el triunfo del amor en su vida.

A modo de conclusión

Podemos concluir que el destino se convierte, más que en incapacidad de escaparlo, en artificio romántico. Don Álvaro o la fuerza del sino evidencia desde su título la imposibilidad de darle un valor categórico a este elemento; la ambigüedad se palpa en la ambivalencia del título de la obra dramática. ¿Es equivalente Don Álvaro a la fuerza del sino o será una propuesta de la que hay que escoger una (Don Álvaro o el destino)? El caos romántico español se pone de manifiesto desde el título de la obra y cómo planteé, con las propuestas de Mora y Böhl de Faber, ambas posibilidades son válidas. Don Álvaro puede ser equivalente a la fuerza del sino, ya que Preciosilla nos adelanta desde el inicio que las líneas de su mano le vaticinan un final funesto, pero, también puede ser la pregunta que se esconde en la aseveración. Es Don Álvaro o la fuerza del sino lo que contribuye a su condena, es Don Álvaro el que precipita la tragedia que se le viene encima o es el destino del que nadie puede escapar. Lo maravilloso de este planteamiento es que ambas interpretaciones son válidas, ambas se pueden fundamentar en el texto: el vaticinio de Preciosilla versus el carácter arrojado y prepotente de Don Álvaro que no está dispuesto a aceptar la desigualdad que su condición de mestizo le da frente al marqués de Calatrava. El desorden del espíritu romántico se sobrepone al personaje, a los aspectos sencillos de la vida y lo enfrenta a sus demonios y derrotas. Don Álvaro es incapaz de disfrutar nada, ya que su honor estaba comprometido en ser un don nadie, en no poseer hidalguía. El desenlace en tragedia y muerte puede ser o no a causa del destino, pero es claro, que los elementos románticos están presentes para adjudicarle a nuestro personaje principal la capacidad de decidir sobre su futuro.

El Duque de Rivas pone en escena en Don Álvaro un cuadro que contiene, a manera de pastiche, un muestrario de todas las características principales de la literatura romántica de su época. Sea por levantar un discurso que destaca las consecuencias de la falta de la razón por el dominio de la pasión o por la naturaleza caótica del descontrol que ofrece la naturaleza humana; lo cierto es que, en el drama, se encuentran la mayoría de los ingredientes que hacen de esta obra un gran ejemplo del Romanticismo en España. El carácter desbordado del drama que comienza en Sevilla, viaja a Italia y termina en un acantilado al lado de un monasterio atenta contra la estética de unidad del siglo anterior, la combinación de prosa y verso, también presenta problemas con la estética ilustrada y la acción que va desde el amor trágico de Doña Leonor y Don Álvaro hasta los problemas del honor y la venganza son evidencias de que el siglo ha cambiado y los valores, tan respetados por los ilustrados, han sido suplantados por la inestabilidad de la naturaleza en descontrol que se prefiere por el espíritu romántico. En este aspecto, es dónde podemos establecer que estamos ante una nueva manera de hacer teatro; el Duque de Rivas ha superado los esquemas neoclásicos y propone una obra de teatro desde el espíritu romántico desordenado y natural, que mira hacia los modelos medievales y plantea la falta de estructura de la naturaleza que no es controlada por el hombre. Don Álvaro es, pues un retrato estético de lo que el pensamiento romántico español propone como cambio a la estructura del pasado. La mirada no es hacia la estética clásica Aristotélica, es hacia la historia de España, con todas las convulsiones que se han levantado en el tiempo, reclamando su identidad propia; aunque se escuchen ecos de Schlegel, sentimos una voz distinta, un Romanticismo que se plantea, desde Don Álvaro, como afirmación de un espíritu que busca reinventarse desde sus raíces. El espíritu mudéjar, el recurso de la adivinación son muestras de ese gusto por lo medieval que aquí permea. Nunca sabremos qué hubiese pasado con Don Álvaro si el marqués de Calatrava lo hubiera aceptado como yerno, al igual que el Cid, aunque con desenlaces distintos, nuestro héroe fue víctima de no gozar del apoyo de aquel que le pudo haber dado el honor y la felicidad que se le escaparon para siempre.

El destino se convierte en el artificio romántico del cuál se valdrá el Duque de Rivas para llevar al escenario un cuadro claro del fastidio universal que predomina en la visión de la época en España. Don Álvaro o la fuerza del sino ha quedado en la historia como evidencia de la búsqueda hacia lo natural, de la mirada al pasado, de la comunión con la naturaleza y del fastidio universal como retrato de la perspectiva romántica de mediados del siglo XIX; se propone como una obra que rompe con las reglas clásicas y que presenta ambigüedades y pasiones características de los postulados de Schlegel, pero enraizadas en la conciencia histórica del pueblo español. Haya sido el destino el que controlara el desenlace de la obra (causa fortuita que apunta a la falta de control que tienen los románticos españoles) o la incapacidad de controlar las emociones por parte de los personajes de la obra, queda en evidencia que Don Álvaro se desdobla como una pieza de teatro donde se vive y se siente el fastidio universal.

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Don Ángel Saavedra, duque de Rivas

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