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¿Quién no quiere sentir una savia nueva en las venas?: Sobre Árbol de Alejandra Roger Swanzy

Roger Swanzy

¿Quién no quiere sentir una savia nueva en las venas?: Sobre Árbol de Alejandra

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Todos los libros de Karima Editora son joyas literarias. Este sello editorial independiente, fundado en el año 2015 con sede en Valencia pero con alma Andaluza y Universal, se caracteriza por la exquisita belleza de sus ediciones y la alta calidad literaria de sus autores y autoras. Cada una de sus colecciones: Aisé (dedicada a la poesía española contemporánea, la mayoría con bellas ilustraciones del artista Madrileño, Ricardo Ranz), El gato y la madeja (cuyos libros están enfocados a los géneros de la brevedad como el aforismo, el haiku o fragmento lírico; bajo la dirección de Florencio Luque, consagrado artista, aforista y poeta de Sevilla) y Tabacaria (un proyecto con un planteamiento original, en el cual, Sara Castelar, la editora y a su vez, excelente poeta, invita a numerosos poetas a colaborar en un libro coral dedicado a un solo poeta, como los dedicados a Fernando Pessoa, César Vallejo, Federico García Lorca y la poeta analizada aquí, Alejandra Pizarnik).

Árbol de Alejandra es un libro de colaboración poética internacional basado en las obras de la poeta Argentina, Alejandra Pizarnik. Para continuar la alusión del título, la estructura del libro está dividida en 10 ramas; cada sección corresponde a uno de sus poemarios aunque no aparecen en orden cronológico: I Árbol de Diana, II Un signo en tu sombra, III Las aventuras perdidas, IV La tierra más ajena, V Los trabajos y las noches, VI Extracción de la piedra de la locura, VII El infierno musical, VIII Los pequeños cantos, XI Nombres y Figuras y X La última inocencia. Aquí surge un enigmático mapa de lectura para los que aún no conocen la poesía de AP. En cada sección, cuatro poetas han sido seleccionados para escribir, generalmente, dos poemas con la inspiración de unos versos iniciales, que son citas de los poemarios en cuestión. Nada menos que 40 poetas, cada uno a su manera, arrojan una nueva luz y visión sobre una de las poetas más grandes de Argentina en el siglo XX.

En la portada y en las páginas interiores, las ilustraciones de Florencio Luque (de paso, también se pueden leer dos de sus poemas en la sección II), nos revelan las profundas miradas de AP a la vez que nos ofrecen una pequeña muestra de los símbolos que habitan el cosmos de su psique y su viaje iniciático en los mundos de la filosofía, la literatura y la poesía cuyas influencias incluyen el surrealismo, el existencialismo y la poesía europea como la de Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Rilke y otras relaciones más directas e íntimas de sus amistades con poetas como Olga Orozco, Julio Cortázar y Octavio Paz. El Nobel Mejicano decía que la obra de Pizarnik es “la cristalización verbal por una amalgama de insomnio y lucidez meridiano”. Ese dialogo de luz y sombras está presente en el uso de los tonos y los colores en las ilustraciones, que tal vez señalan su delicada salud física y mental, los polos de su búsqueda de libertad y su deseo de sobresalir, triunfar y ser reconocida. En el diseño gráfico, hay un juego interesante con el color negro, la invocación de la noche para introducir cada nueva sección seguida por la blancura de las páginas donde cada poema de los participantes rinde su particular y personal homenaje a la obra y persona de AP. La mirada de AP inevitablemente deja su raíz en el alma y así cada poeta expresa la huella de su lectura personal de su poesía.

La contraportada tiene una cita del prólogo a cargo de la poeta y novelista colombiana, Piedad Bonnet:

Poema a poema, Alejandra se construye un yo escindido, como dos personas irreconciliables que viven en un mismo cuerpo. Una contempla a la otra, y esa otra la oscura, la trágica, la que teme a la salida del alba, devora a la que ama y desea.

Nos presenta a una mujer frágil que tenía un hambre terrible de experiencia pero a la vez la pérdida de la inocencia se convirtió en una herida incurable. Una inocencia que ella buscaba en la poesía de forma implacable en una vana lucha para recuperarla. Una vez librado de la semilla, un árbol es necesariamente indomable en su insistencia de buscar la luz y hacerse fuerte en la tierra. Para AP, la lectura era el bosque donde buscaba su identidad, siempre en conflicto con las normas rígidas de la sociedad de los años 50 en Argentina en el seno de una familia inmigrante de Rusia. La condición de extranjera nunca dejó de abandonarla y esa extrañeza es lo que nunca deja de expresar en sus versos. Tampoco parece que logró echar raíces duraderas en ningún lugar, por lo tanto, el símbolo del árbol es una paradoja; Alejandra era una lectora voraz que deseaba encontrar su lugar a través de una escritura que siempre era una tregua en su lucha sin fin de reconciliar sus deseos, sus ideales y sus contradicciones. En vez de hijos, Alejandra producía poemarios que me recuerdan de el aforismo de Tzvetan Todorov: “Nuestras raíces son los hijos. Somos árboles al revés, que arraigan por sus frutos”.

La sombra de Alejandra es alargada y da cobijo a todos. El libro Árbol de Alejandra es un feliz punto de encuentro para volver a leer y descubrir sus poemarios. También es una oportunidad de ensanchar los horizontes a través de la obra de cualquiera de los 40 poetas que han colaborado con el fuego y la madera de esta bella colección de poemas. Los/Las poetas son: Silvia Goldman, Tulia Guisado, Laura Giordani, Naemí Ueta, Isabel Jimeno, Katy Parra, Florencio Luque, María Dolores Almeyda, Gema Estudillo, Isabel de Rueda, Reyes García-Doncel, Rafael Saravia, Bibiana Collado, Daniel Arana, Uberto Stabile, Sonia San Román, Adriana Schilitter, Arturo Borra, Cecilia Quílez, Ángela Serna, Begoña Callejón, Alberto Dávila, Pablo Blanco, Ana Isabel Alvea, Chema Lagarón, Ben Clark, Ana Pérez Cañamares, Iván Onia, José Alpiño, Julián Borao, Gregorio Dávila, Eugenio Marcos Oteruelo, David Trashumante, Juan Antonio Bernier, Ángeles Mora, Rosario Pérez Cabaña, Josefa Parra, Sarah Martín, Carlos Serrato y Daniela Camacho.

Sin lugar a duda, AP es una criatura del bosque y un ser de lejanías. Su obra es un cruce de caminos, como el citado árbol bien simboliza con raíces en la tierra y ramas que se alzan al cielo. Cada sección de versos explora las ramificaciones de su poesía y a su vez, cada poeta incluido en esta bella obra coral merece su propia y minuciosa lectura. En AP, su vida se hace inseparable de su obra; con la madera invisible de su espíritu, se une su lenguaje particular y su deseo de expresar su entrañable y complejo ser en poemas que siempre se quedan en un vano intento de escribir las cosas que arden. Entre sus temores y trastornos mentales, su identidad se quema cuando no encuentra las palabras para expresar el miedo ancestral donde el silencio arde en sus noches interminables de insomnio.

AP buscaba las raíces de las palabras, y el árbol de sus poemarios es hoy un lugar de peregrinaje para los lectores que buscan una espiritualidad apasionada sin posibilidad de redención. Árbol de Alejandra es un digno homenaje a su memoria y a su persona. En el lenguaje de los sueños, el árbol es a la vez nuestro nido y un lugar para aprender a volar. Cada vuelo siempre comienza con la caída necesaria y siempre hay una primera vez. Leer los versos de este libro es vivir el milagro de la savia nueva, el despertar de la primavera cuando las hojas, las flores y las frutas brotan de nuevo. Hay que buscar refugio en la sombra generosa y alargada de Alejandra Pizarnik; hay libros que tiene vocación de permanencia en nuestras bibliotecas, Árbol de Alejandra es uno de ellos.

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