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Sobre Opium de Isabel Rezmo

José Herrero

Sobre Opium de Isabel Rezmo

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Hablar de poesía moderna es hablar también de una poeta hecha a sí misma, superándose en cada poema, en cada verso, aunque refleje reminiscencias de sus autores más queridos: Vicente Aleixandre y Miguel Hernández. La poeta que ha pulido este puñado de versos no es otra que Isabel Rezmo. Su último poemario, Opium, está bien templado, y se nos muestra adornado de esperas y de una oscuridad ribeteada de claros que dan luz al verbo, siempre oprimido. Pero, como decía el poeta ibicenco Ben Clark: “No hay que perdonar nunca la vida a un poema”.

Por contra, porque Isabel Rezmo se encuentra extasiada cuando está entre versos, entre letras, cuando encuentra el verbo, Opium se convierte en un poemario atemporal, como la vigilancia que hace a la oscuridad entre olivos. Pero es, además, incisiva: “Creía en ti. / Y ya no lo hago”. Un presente que muerde el pasado. Incide la poeta en la extinción de sus cosas, en las sombras, en la oscuridad con suaves tintes de claridad: “Me iré lejos. / Lejos de esta estirpe carroñera / que calienta mi cuerpo, las manos metidas / en los abrojos”. Los poemas de Rezmo, aparte del misticismo que nos arrastra a su mundo interior y personal, hacen guiños constantes a la muerte, pero siempre después del amor: “el amor o la espada intratable en la batalla”. Sus versos dulcifican el aire.

El poemario adormece el alma de la poeta, la arrastra hacia la muerte donde gusta permanecer para cantarnos y contarnos sus debilidades en la grandeza y pulcritud de sus versos: “He muerto / antes de socorrer mi indigencia, / antes de comprender que el cielo / es un perpetuo aspaviento de meretrices”. La finalidad de la muerte la lleva al entendimiento de “que al fin te amé”, como una sentencia.

Fantasmas, memoria, muerte, sombras y solidaridad se muestran con exquisito sentido del orden, la belleza y la realidad desfigurada, como aquel realismo mágico de García Márquez. No cabe duda de que su poesía fascina, como fascina la aparente inmovilidad de sus poemas, como queriendo la autora que el lector se vaya recreando en cada verso, saborear sus cargas de nostalgia, de recuerdos: “Recuerdo mi casa, / recuerdo que una ola salvaba / la edad del hielo”. Esa nostalgia de que después del amor no queda nada se convierte en profunda tristeza, en aparente ternura, en obsesión.

La parte intimista del libro es en ocasiones desgarradora, con poemas de amor y de esperanza, con poemas solidarios como los dedicados a Siria y Ciudad Juárez, con poemas de luz abriéndose paso entre las sombras: “Agoniza la palabra descolorida”. Isabel Rezmo ha crecido con los años, con su lucha, con sus libros, y nadado muchas veces contra corriente. Y ahora nos presenta Opium, que no nos dejará indiferentes.

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