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PIRRÓN Y LA PLAZA DE LOS CREYENTES

Pirrón y la Plaza de los Creyentes

LUIS MOJICA SANDOZ

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The more political leaders wrap themselves in the mantle of religion, those who oppose them may be accused of opposing God.

–Laurence H. Tribe

Se puede dar por descontado que todo líder religioso exhibe algún grado de populismo, en el sentido corriente, entendido como ofertas atractivas y al alcance, con criterios a salvo de cuidadoso examen. Después de todo, su propósito es propagar un mensaje; sí varían los contenidos y estilos de acuerdo a sus culturas: San Pablo, Lao Tze…

Nos interesa de momento el populismo religioso del hombre público, del hombre de Estado, aquel que sí cada una de sus manos sabe en todo momento lo que la otra hace, lo cual expele un tufo de ilegitimidad, en especial dentro del marco de una constitución política del tipo norteamericana, concebido este desde su raíz separado de cualquier fe religiosa,1 distinto a la mayoría de las europeas, las que se fueron interiormente emancipando con esforzada labor; España es caso cercano.

Muchos fundadores de la nación americana conocían de filosofía europea y estaban contagiados con los ideales revolucionarios del Siglo XVIII. Numerosos inmigrantes llegaron huyendo de ambientes religiosos incómodos o francamente perseguidos. La prevalencia social u oficial de alguna fe siempre merma la libertad de expresión y de oportunidades de vida.

Algunos opositores de Jefferson y Paine les solían tildar de ateos: “The Two Toms”. Jefferson para enfrentar las críticas escribió unas notas que luego se publicaron con el título “The Jefferson Bible”. Allí, luego de algunas menciones de filósofos clásicos, muestra admiración por la ética y compasión, encarnadas en la persona de Jesús. Comenta algunos textos evangélicos. Todo termina cuando colocan la lápida. No incluyó alusiones a los milagros, a la resurrección o a su divinidad, ni a otros detalles fundamentales para el Cristianismo. Se ha escrito sobre el pensamiento de Thomas Paine, quien prendió la mecha del movimiento independentista, más radical que el de Jefferson. Aspiraba a que América llegara a ser una descomunal Atenas. La planta central de la capital de la república, con su aire grecorromano, sugiere un homenaje a aquel carácter.2

Nuestra comunidad, distinta a la norteamericana, a pesar de ser también de raíz occidental, vivió por siglos bajo una fe oficial. Hay allá instituciones civiles que promueven la vigilancia para evitar la confusión entre el Estado y las ideologías religiosas, no así entre nosotros, que solo por instinto se ha logrado en gran medida. Si dirigimos por un momento la mirada a nuestro pasado no será fácil dar con casos del fariseo que buscamos, así era hasta tiempos recientes: Rosendo Matienzo Cintrón dictaba conferencias sobre espiritismo; Pedro Albizu Campos solía enviar un saludo a la Santa Sede al iniciar sus discursos. Pero estaremos de acuerdo en que no había típica intención religiosa en esos casos, al menos nadie se la atribuía, ni alguna institución se hacía cargo, sabían que con ello no sumaban un voto.

El más dramático encontronazo entre el poder político y la institución religiosa se dio durante la aparición del Partido de Acción Cristiana, auspiciado por la Iglesia Católica, debido a que el Estado no accedía a criterios patrocinados por la Iglesia. Nada trascendental ocurrió más allá del trastorno electoral. Luego disminuyó el empeño de la Iglesia en intervenir abiertamente en asuntos gubernamentales, lo que calmó los espíritus de muchos ciudadanos que sufrieron el dilema por muchos meses de decidir entre su religión y su partido. Pero llama la atención que en estos días un grupo de órdenes religiosas gestionan la inscripción de un partido político.

A ninguna de nuestras figuras históricas se le hubiese ocurrido designar un funcionario público para atender los asuntos de las comunidades de fe; o lograr que la encaramaran en una nube para sugerir una especial relación con las autoridades más altas; hacerse rodear de sacerdotes y ministros, e incluso anunciar el surgimiento de una religión combinada entre católicos y protestantes, lo que causó pasmo en algunos prelados. Recordé entonces que el monarca inglés es la cabeza de la Iglesia Anglicana. Pero en nuestro caso, derrotada la ambición política, el fervor religioso declinó también, eran una misma cosa.

Muchos de nosotros, pueblos occidentales, nos hemos desarrollado al ritmo de una grave cojera. Gran parte de nuestra herencia clásica quedo desgajada por no cuadrar con la ruta que tomaría el desarrollo de la cristiandad. Fueron aprovechados los pensadores indispensables para el armazón del futuro pensamiento escolástico (Platón y Aristóteles) y alguna inspiración del estoicismo. Pero el inmenso caudal filosófico clásico quedó, si no enterrado, como pieza de museo. Epicuro, quien no temía a la muerte pues cuando esta llegara él ya no estaría, y en cuanto a los dioses, les seríamos indiferentes si fuese cierto que existieran. Esto lo sabemos por referencias de otros autores,3 pues de los 300 libros escritos por él, según informó Diógenes Laertius ( II,dC), hoy no queda uno solo. De seguro que se encontraban entre las más de 500,000 obras, que según cálculos, integraban la fabulosa Biblioteca de Alejandría, la más grande del mundo en aquella época, incendiada en el Siglo IV d.C., erradicando uno de los principales vínculos entre la posteridad y la civilización clásica.4

La primera Academia de filosofía fundada por Platón duró casi hasta nuestra era, bajo la dirección de los escépticos en alguna de sus variantes, corriente iniciada fuera de la Academia por una figura extraordinaria: Pirrón de Élide. Estuvo en el grupo de filósofos que acompañó a Alejandro en sus viajes. Al fin se estableció en su tierra y desde allí impartía sus lecciones. No escribió libros, decían sus discípulos, por no dogmatizar. No creía en las creencias. Afirmaba que no debemos depender de lo que no consta o pueda ser comprobado. Actitud esencial, insistía, para lograr la paz interior y la solidaridad. Detrás de todo tipo de conflictos, íntimos o sociales, se hallan siempre opiniones, pareceres, manías, caprichos, creencias, supersticiones, seres inventados, todavía hoy se cobran vidas por cóleras nacidas hace más de mil años, etc. Se puede vivir alerta contra tales fenómenos, él explicaba cómo.

Gozaba Pirrón de tanta consideración, que por su causa, y para estimular su vocación, fueron eximidos de pagar tributos los dedicados a la filosofía. Se le recordó siempre como hombre muy bondadoso y atento con los animales. Muerto ya se erigió un monumento en su nombre, es decir, homenaje al no creyente. Al fin se estableció una tradición que predominó en la Academia por siglos a la que se adscribió Cicerón; con el tiempo surgió la versión escrita (Sextus Empiricus).

El lema aceptado de que forzosamente hay que creer en algo, era falso para los escépticos. Fuimos dotados de una encomiable facultad: la suspensión del juicio.

Se afirma que los hindúes tienen más dioses que días el año: unos 4,000. El dato no es constatable, pudiera no haber uno solo, o bien 5,000, ¿quién sabe? Igual ocurre con el único dios de Akhenatón. Sócrates por su parte confesó que nada sabía. Por cierto que no se refería a hechos concretos, como si llovía o hacía sol, sino a teorías, opiniones, ideologías y modos afines, nunca predicó una ideología, solo examinaba.

Los escépticos no reñían con las innumerables leyendas y costumbres que pueblan todas las sociedades. Muchas de ellas, ingenuas, promueven y cimentan los lazos comunitarios. Igual ocurría con la legalidad. No eran tipos regañones. Solo exponían sus principios a quienes quisieran oír, como era el hábito griego, y señalaban las creencias nocivas. Trataban con entusiasmo de evitar el dogmatismo. Las últimas palpitaciones de las inquietudes filosóficas clásicas se sintieron en el Siglo VI, ya bajo el imperio de Justiniano las academias de filosofía fueron suprimidas oficialmente, eran tiempos para creer, no para pensar. La misma disyuntiva se plasmó ya en el Siglo XX cuando el asalto a la añeja Universidad de Salamanca en la voz de la soldadesca franquista: “¡Muera la inteligencia!”. Luego de Justiniano muchos han llamado Oscurantismo a los siglos que siguieron, algo similar ocurrió en España. Recientemente, se construyó cerca del Capitolio una obra pública: “La Plaza de los Creyentes”. Luce como para permitir su uso solo a los aludidos, que incluyen, no faltaba más, los de ideologías satánicas quienes tienen también sus creencias. Sólo queda excluido Pirrón de Élide y su progenie.

Notas

1 La Primera Enmienda de la Constitución de EE.UU. dispone que no se establecerá una religión, ni se prohibirá la práctica de ninguna. La Carta de Derecho de la Constitución del ELA, en la &3 de su Artículo III dispone de igual manera que la federal, pero añade una expresión tajante: “Habrá completa separación de la iglesia y el estado”.

2 “The Founding Fathers idealized the Roman Republic as the unique model for their own oligarchic republic. John Adams, for example, proclaimed that the “ Roman constitution formed the noblest people and the greatest power that ever existed.” (Arthur D. Kahn, Julius Caesar, 1986, p. ix.) 3 Lucretius, De Rerum Naturae. 4 Véase Ágora, película española, 2009.

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