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Estructuras de sentimiento en la narrativa de René Marqués

Estructuras de sentimiento en la narrativa de René Marqués

ROBERTO ECHEVARRÍA MARÍN

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A la memoria de Doña Adolfina Villanueva

Introducción

René Marqués lega una obra visionaria: plantea problemas políticos, económicos y sociales que aún aquejan a Puerto Rico. La crisis hipotecaria, el empobrecimiento, el consumismo, la violencia social y política, la intolerancia religiosa, la desnacionalización de la economía, el patriarcado, la parcialidad política de los tribunales y las consecuencias perniciosas del colonialismo, entre otros, se abordan en su trabajo. Más aún, estos asuntos consignan algunas de las experiencias personales y colectivas que vivió y atestiguó el escritor. En ese sentido, su conciencia social permea su literatura. Nos ofrece una lectura del Puerto Rico de sus días que sigue vigente.

Si, como escribe Raymond Williams en Marxism and Literature, la conciencia práctica cuestiona al poder, René Marqués desarticula el discurso abstracto propagandista del gobierno sobre las presuntas bondades del Estado Libre Asociado. Contrapone la versión oficial a la difícil realidad que enfrentan, por ejemplo, los puertorriqueños empobrecidos y marginados. Nos enfrenta con el impacto deshumanizante que tienen las políticas coloniales sobre la vida de los individuos (Williams 67).

Marqués desmantela imaginarios sociales dominantes, representa las voces, los gestos y los sentimientos de personajes comunes, problematiza la realidad nacional de su tiempo espacio y muestra compromiso personal con su patria. Como se sabe, el escritor aboga por la independencia de Puerto Rico y por una sociedad de inclusión económica, social y cultural. Sus universos narrativos acogen las vivencias de las oprimidas y de los oprimidos; seres humanos macerados por experiencias de represión, angustia y privación. Aborda las relaciones de género y denuncia la violencia física e institucional que sufren las mujeres en cuentos como “Dos vueltas de llave y un arcángel”, “En la popa hay un cuerpo reclinado” y “El cuchillo y la piedra”.

En su libro de cuentos Inmersos en el silencio, René Marqués exalta voces que resisten y cuestionan, voces que se asumen independientes. Juan Santos, santero, es perseguido por abrazar una filosofía artística “demoniaca” en “Pasión y huida de Juan Santos, santero”. La anciana, protagonista de “El ‘milagrito’ de San Antonio”, rechaza la admonición del Padre Luis de que se compre un santo de yeso, “como Dios” manda. Por el contrario, ella formula su propio juicio crítico, contraviene los 2,000 años de institucionalidad católica, mientras abraza “…el santo de pobre, trigueñito, tallado por manos campesinas en maderita buena del país”, voces como la del niño cazador que convierte su honda de instrumento de violencia en uno de paz (Marqués 1976, 25-62). De hecho, el escritor representa niños inteligentes, que evolucionan, que entienden y tratan de incidir sobre sus respectivas realidades.

El escritor crea personajes femeninos extraordinarios como Juanita, quien en lucha contra un hombre y contra la sociedad, se apodera de su ser, reconoce su valía humana y se reapropia de su dignidad en una decisión valiente que “…le había devuelto su propia libertad” en el cuento “Isla en Manhattan” (Marqués 1976, 87). Erige personajes como Felícita y Matilde, Carola y Micaela en Carnaval afuera, Carnaval adentro; El Apartamiento y La casa sin reloj, respectivamente, tres obras de teatro notables pero ignoradas por la crítica. Estas son las obras que tipifico como su teatro del absurdo. Las escribe, para demostrar, entre otras cosas, que el teatro del absurdo es más lúcido, más lógico y coherente que la realidad que vive la mayoría de los puertorriqueños.

Que 52% de los niños de esta colonia estadounidense vivan empobrecidos desafía la lógica; que 6 de cada 10 puertorriqueños no trabajen; que el partido político anexionista tenga un largo historial criminal, esquilmando a la nación que dice adorar; que nuestros estudiantes de escuela superior muestren pobres destrezas de lectura y de razonamiento crítico; que una junta de control colonial gobierne al Estado Libre Asociado, una ilusión fraguada en los días de la guerra fría resulta ilógico.

Las escritoras, afirma Virginia Woolf, no solo observan convenciones estéticas. Arman una arquitectura narrativa que conlleva un andamiaje ético. El estilo y la sustancia son sus elementos constituyentes. Según James Wood, la indagación moral concreta esa simbiosis creativa. Siendo así, como sugiere Wood, la literatura conjuga “…una pregunta moral y una pregunta formal” (Wood vxii). Esos elementos literarios desperezan los sentidos y la conciencia. Deshacen los silencios. Problematizan lo presuntamente normal. Desestabilizan las certezas. Esa es la dialéctica que suscita la narrativa de René Marqués.

En The Long Revolution, Raymond Williams correlaciona la organización y la reorganización de la conciencia humana con la organización y la reorganización de la realidad (Williams 22). De esa estructura mental surgen los materiales que configuran la creación literaria. Es decir, la conciencia y la realidad inciden mutuamente entre sí (Williams 23). Siendo así, de la voluntad de Marqués surgen los personajes, las ideas y los temas que apuntalan su literatura. De su sentido de la estética, nacen las representaciones, las descripciones de las experiencias desde la óptica de los sujetos coloniales subalternos. Su literatura mantiene esas vivencias en la historia; es decir, sus estrategias narrativas operan como “…experiencia social todavía en proceso…”, augurando un Puerto Rico que se reapropia de su destino.

Marco teórico

En su libro Marxism and Literature, Raymond Williams define las “estructuras de sentimiento”, como una forma cultural material que acoge las vivencias del presente de los individuos. Su noción conjuga contingencia y presencia, vincula la inmediatez con el albedrío. Subraya su carácter social, la materialidad del cuerpo interactuando con individuos e instituciones, actuando, pensando y sintiendo a la luz de las situaciones que se presentan en el aquí y en el ahora (Williams 128). Estas experiencias permiten percibir la atmósfera particular de una generación o de un periodo histórico (Williams 131). Es decir, los individuos viven, evalúan y experimentan los cambios culturales, sociales e ideológicos que discurren en el fluir del tiempo.

Williams reconoce que la frase “estructuras de experiencias” describe con mayor precisión ese entramado de significados y valores que adjudican los seres humanos a las prácticas materiales cotidianas. Sin embargo, ese concepto supone final, vivencias pasadas, fijas, congeladas en el tiempo. Las “estructuras de sentimiento”, por el contrario, consisten en experiencias, sentimientos y pensamientos que fluyen en el tiempo, receptivos a cambios, a evolución. Distintos grupos sociales diseminan esas estructuras, reflejando las complejidades que caracterizan toda sociedad humana. Esas estructuras, de hecho, confrontan grupos con poder y grupos sin poder.

Williams las clasifica en tres grupos: la estructura dominante, la residual y la emergente. La primera engloba la red socializadora dominante. La segunda implica prácticas sociales que provienen del pasado pero que se mantienen activamente vigentes en el presente a pesar de su desvinculación o desvaloración que expresan grupos hegemónicos. Finalmente, lo emergente remite a estructuras de sentimiento novedosas, que diseminan “…new meanings and values, new relationships…” (Williams 1977, 123). Como se puede inferir, lo residual y lo emergente se pueden apreciar en referencia a lo dominante dado que concretan conflicto, oposición, resistencia. Williams tipifica estas estructuras como conjuntos, cuyas relaciones internas se entrelazan y se tensionan.

Las estructuras de sentimiento correlacionan con lo vivo, lo activo, lo subjetivo. El arte y las estructuras de sentimiento tienen algo en común: comunican, se contraponen a lo fijo, a una totalidad monolítica, impermeable al pasado. Algunos quisieran remitir la experiencia humana al pasado, y convertirla en inorgánica, transmutarla en formas fijas, congeladas en el tiempo, desvaneciéndose “…la presencia vivida…” (Williams 1977, 128). Se intenta así disociar las experiencias negativas que viven los individuos de sus implicaciones ideológicas. Se trata de ocultar el papel de las instituciones en favor de sectores dominantes, validando imaginarios que descalifican experiencias y visiones alternas.

Creo que René Marqués contraviene esa cartografía esclerótica; el escritor conjuga verosimilitud y artificio para mantener esa presencia vivida y sentida por los puertorriqueños sobre la mesa. Su literatura enmarca diversas estructuras de sentimiento que todavía nos interpelan, cada palabra expone su contemporaneidad, mantiene sobre el tapete problemas sociales irresueltos, porque, después de todo, “…the making of art is never in the past tense. It is always a formative process, within a specific present” (Williams 1977, 129).

Vigencia de la narrativa de René Marqués

René Marqués deconstruye la visión burguesa de la existencia humana. Crea personajes que representan sectores amplios de la sociedad: una sirvienta mulata, personas empobrecidas, trabajadores, poetas, músicos, niños, mujeres y hombres de distintas clases sociales para visibilizar experiencias y sentimientos que desmantelan la versión oficial; para desplegar saberes y sentires menospreciados, para cuestionar al orden existente. Contrapone su literatura a los discursos complacientes del poder imperial y colonial en tiempos de notable represión y de creciente inequidad socioeconómica.

En su arquitectura narrativa, Marqués devela la verdad literaria. Asume el papel de rebelde, del escritor que aboga por una nación libre e inclusiva. Propone nuevas relaciones sociales que restauren la humanidad y la dignidad de todo individuo; defiende un sistema económico que provea las necesidades materiales de los seres humanos en correlación con el desarrollo de facultades intelectuales y creativas. Aboga por una sociedad que camina hacia el futuro movida por el bien común.

“Otro día nuestro”

En una ciudad llamada San Juan se publica en 1960. La humanidad ha atestiguado el uso inmoral de poder que ha caracterizado a Estados Unidos: bombardeos atómicos sobre poblaciones civiles, el golpe de Estado iraní que llevó al notorio Shah al poder, el golpe de Estado a Jacobo Arbenz que sumió a Guatemala en un baño de sangre de 40 años, el asesinato del dirigente histórico congolés Patricio Lumumba, fraguado por los gobiernos de Estados Unidos y Bélgica,

entre tantos otros desafueros del poder de triste recordación. Esos eventos pesan en la conciencia de René Marqués y configuran, en gran medida la riqueza ideológica de su obra, abonan al despliegue de estructuras de sentimientos desperezadas de un pasado inerme e inerte. En su prólogo al cuento “Otro día nuestro” en el libro homónimo, “[El autor] solo ha querido dramatizar un problema del hombre moral en el hombre histórico: el descubrimiento quizás más espantable que pueda hacer un hombre, el de saber que vive una época que no le corresponde” (Marqués 19). Sin embargo, creo que el cuento implica muchas otras ideas importantes por cuanto las palabras y las actitudes de la voz narrativa, los pensamientos, los gestos y la mirada del protagonista concretan premisas políticas, históricas y culturales oposicionales. Más aún, el escritor problematiza la versión oficial sobre el estado del país al desplegar estructuras de sentimiento de individuos comunes en su obra. Los grupos dominantes suelen ignorar las vivencias de los individuos porque sus experiencias de empobrecimiento, de privación económica, de precariedad existencial evidencian la injusticia que el poder trata de ocultar mediante discursos abstractos que generalizan y distorsionan la realidad nacional. Si “Las formas sociales son evidentemente más reconocibles cuando son articuladas y explicitas”, la personificación del personaje representa experiencias alternativas (Williams 1977, 130). El ideario de ese hombre agobiado por cansancio físico y existencial propone estructuras de sentimiento contrapuestas al coloniaje. Percibe que el poder no logrará suprimir el desarrollo histórico de su patria. La califica de “nación en ciernes”, implicando que el fluir de los eventos rebasan al control de Washington. El hablante traza paralelos entre el maestro político, quien vive bajo arresto domiciliario, torturado mediante irradiación de rayos y Jesús de Nazaret. Le abruma una sensación de soledad similar a la que padeció el Cristo crucificado. “Maestro”, le han dicho, “tiene usted rostro de Cristo” (Marqués 53). De la misma forma en que Roma consideró que el judío desafecto amenazaba el interés imperial, Washington consideraba que este hombre de piel negra amenazaba los intereses del imperio. De hecho, en su libro Raíz y ala, don Francisco Matos Paoli califica a Albizu de “…Cristo puertorriqueño que defendía la libertad de la patria a todo trance, sin miedo alguno”.

El protagonista del cuento imagina valores y respuestas para valores y respuestas inexistentes. Intuye que existen mejores estructuras de sentimiento que encausen el bien común. Si se padecen aflicciones del alma es porque la realidad material engendra insatisfacción, es porque los dados de la vida están cargados contra la inmensa mayoría que lucha por acceder a una vida digna.

Aunque René Marqués insiste en que el cuento nace de la imaginación, y que se desvincula de referente conocido alguno; se podría inferir razonablemente que el escritor reflexiona sobre un Albizu privado de su libertad. De manera, que mi reflexión parte de la premisa de que el patriota ponceño es el sujeto de su imaginación creativa. Su encierro, su sentido de dignidad, el respeto que evoca, nos permite inferir, reitero, que hablamos de Albizu. Marqués recurre a la ficción para desplegar una estructura de sentimiento desconocida para muchos: que el lector experimente el drama humano de un alma superior a su tiempo, de un espíritu que acoge como suyos los reclamos de los trabajadores en momentos históricos azarosos en qué propuestas de reforma estructural al capitalismo se descalifican bajo la conveniente etiqueta de “subversivo”. El personaje siente y muestra afecto por todos los puertorriqueños. Observa un Cristo labrado en madera que le obsequiaron “Manos de mis hermanos. Madera de mi tierra” (Marqués 44). Corresponde al saludo de un joven vecino con una sonrisa, y con la frase “Buenos días, hijo mío” (Marqués 47).

Es decir, no simplemente acoge el ideario del Cristo de madera rústica, vive el ideario, proclama y actúa conforme a sus valores.

Pero es un amor, que, como el Cristo bíblico, suscita conflicto; le convierte en paria porque ese afecto acciona prácticas políticas que contravienen al orden establecido. El sacrificio supremo: el amor le lleva a entregar su propia vida para tratar de rescatar la soberanía nacional, de salvar a los perseguidos por el capitalismo y de colonialismo. Así lo sentencia la voz narrativa: “Porque él no había venido a traer la paz” (Marqués 51). Marqués implica que, a pesar de sus circunstancias negativas, el personaje expresa optimismo y confianza en que Puerto Rico será un país libre con un sistema socioeconómico de equidad y justicia. La evolución del mundo natural y su fortaleza espiritual iluminan la lectura positiva del líder nacionalista. Esa conciencia social refulge en los binarios que se mencionan en el cuento, entre otros, tronco/viga; dolor/belleza; cielo manchado/cielo límpido; agua sucia/agua limpia; vida/muerte; paz/conflicto; luz natural/luz artificial; juventud/vejez; bandera nítidamente doblada/ropa ajada; zona de luz/zona de sombras.

Se contemplan esos elementos contrastantes como metáfora del fluir natural de todo lo material; todo cambia y evoluciona para bien. La presente indefensión política del país, por lo tanto, es temporera. El escritor organiza estructuras de sentimiento para proponer al Estado Libre Asociado como problema y no como solución. En ese sentido, abogar por la independencia nacional supone una expresión política residual por cuanto ese ideario proviene del pasado, planteado por personajes históricos como Ramon Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, Lola Rodríguez de Tío y Luisa Capetillo, entre otros. Raymond Williams expone la importancia del concepto: “The residual, by definition, has been effectively formed in the past, but it is still active in the cultural process, not only and often not at all as an element of the past, but as an effective element of the present” (Williams 1977, 122).

El cuento despliega el drama, el conflicto interior que estremece a un alma sensible consciente de que sus partidarios están muriendo, de que luchar por un Puerto Rico soberano conduce a la muerte o a la cárcel. La profundidad material y psicológica con que el escritor delinea este personaje, lo vívido de la narrativa, que revela las ambigüedades que conturban el espíritu sensible del hombre, es magistral. Así, por ejemplo, el hombre agradece un nuevo día a Dios, pero desea la muerte; se viste cuidadosamente una mañana disponiéndose a salir a la calle solo para recordar que no tiene donde ir y concibe la cárcel como un espacio de paz.

Creo que el protagonista de “Otro día nuestro” lee correctamente su tiempo. Algunos puertorriqueños viven estructuras de experiencia agradables producto de un momento histórico favorable. Son los días posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. La gente comienza a considerar las bondades de un consumo ilimitado. Se transmite la idea de progreso ininterrumpido validado por casa y auto propios. Su visión, sin embargo, rebasa la de sus conciudadanos. Sabe que esta clase media incipiente disfruta de una bonanza cíclica, que proviene de una economía colonial que incrementa el peculio del capital absentista, que favorece a quien se enriquece del sudor ajeno. Es consciente también de que la calidad de vida que experimentan sectores del país en los días de la posguerra ha excluido a muchos conciudadanos; los arrabales ofrecen evidencia irrefutable. El maestro identifica lo fugaz del brillo dorado, los dolores futuros que soliviantaran un avance económico contingente, fortuito ante una Europa y una Unión Soviética destruidos.

El protagonista de “Otro día nuestro” centra su atención en trazos oscuros que develan sobre la blancura del cielo los efectos negativos de la máquina industrial. Estos aparatos destruyen la naturaleza para beneficio de la elite económica. El daño ambiental, tal vez el asunto más urgente que encara la humanidad en el siglo XXI, revela la crudeza de la relación colonial con Estados Unidos; los entornos naturales sucios descubren los efectos insidiosos de una política económica que opera como buque insignia de la desposesión y destrucción de los recursos naturales.

La mirada del hombre admira lo prístino del ambiente, trocado en una fábricaarchipiélago con el fin de enriquecer al capital absentista. El personaje fetichiza a la ciudad capital, y se la imagina escurridiza, estremecida por estruendos y máculas que denuncian el albedrío anárquico del nuevo potentado. Visión y audición se conjugan para develar la experiencia contingente que suscita la estructura de sentimiento que está viviendo. “La ciudad amada” siente la discordancia que confirma su cosificación por Estados Unidos. La voz narradora implica que la ciudad se acoge al silencio, actitud subalterna tradicional de sujetos colonizados. Las “manchas negras” y “los mil ruidos” concretan la voluntad y el menosprecio del dominador. El silencio y la inacción remiten a lo que se espera de gente presuntamente inferior, incapaces de gobernarse a sí mismos” (Marqués 1977, 47).

La creación imaginativa del arecibeño contrasta el presente tecnológicamente intervenido con un pasado ajeno a las heridas que inflige la máquina. El protagonista, por ejemplo, imagina el ruido que produce el camión de la basura como un “…crepitar metálico de tambores monstruosos”. Le parece que la modernidad industrial proclama impúdicamente su capacidad deshumanizadora. El personaje recurre a un lenguaje escatológico para explicar su intrusión en la sociedad. La concibe como una “…máquina infernal [que] parecía un tanque bélico…” (Marqués 1983, 45). Trata de resistirse a la seducción, pero confiesa que un instinto destructivo, “…una atracción diabólica…” se apropió de su voluntad, y le movió a ir al balcón para contemplar el aparato grotesco en contra de su voluntad. Reflexiona y considera que la máquina amenaza todo lo que ama. Esta intrusión industrial, no obstante, no tiene lugar al azar. El demonio conoce sus afectos y usa ese saber para atacarle. Emplea esos objetos para provocarle sufrimiento y debilitar su fe destruyendo los espacios que ama. Además, el hombre se siente en armonía con las fuerzas universales de luz, lo que lo convierte en objeto de ataque: “Entiende claro por donde el demonio va a dar su golpe…” (Marqués 1983, 46).

Desarticular las estructuras de sentimiento dominantes, parece implicar el escritor puertorriqueño, comienza cuando un individuo concibe que las cosas pueden ser distintas y generan preguntas. ¿Cómo explicarse el egoísmo, la avaricia, la violencia, el desinterés por los demás? ¿Cómo explicarse la miseria que supura la opulencia? El personaje intuye que el mundo material no puede responder. El mundo natural, por el contrario, arroja luz. Las respuestas, por lo tanto, moran en lo trascendente. Con la entereza psíquica de Jesús de Nazaret, el hombre abraza su martirio: “Gracias, Dios mío, por este día nuevo que añades a mi vida” (Marqués 1983, 22).

Por otro lado, el lector sabe lo que no conoce el personaje: al igual que Cristo, el líder está siendo torturado. Se pregunta, con respecto a la torre de la estación naval: “¿Por qué siempre [los reflejos intermitentes] han de dar a mi habitación?” (Marqués 1983, 25). Y es que la tortura es un instrumento de represión, inherente a la relación colonial, una relación desigual de fuerzas. Torturados fueron los viequenses y los culebrenses desde el momento en que fueron desalojados de sus hogares sin su consentimiento para convertir estas islas municipio en campos de tiro al blanco, como torturada fue Milivi Adams, la niñita viequense de cinco años que murió de cáncer, como torturados fueron todos los viequenses que inhalaron uranio enriquecido, según denuncia Valeria Pelet en su artículo “Puerto Rico’s Invisible Health Crisis” en The Atlantic el 3 de septiembre de 2016.

La resistencia viequense, en mi opinión, problematizó el uso destructor de la tecnología de manera similar a René Marqués. La naturaleza viequense ha sido destruida por la Marina mediante una tecnología puesto al servicio del poder en menoscabo de la salud y la vida misma de los viequenses. Se podría argumentar, por tanto, que el protagonista, además, encarna al Puerto Rico que sufre las consecuencias nocivas del colonialismo estadounidense.

“Tres hombres junto al río”

El cuento “Tres hombres junto al río”, como sabemos, trata sobre tres taínos que deciden ahogar a Diego Salcedo en el río Grande de Añasco para comprobar si los españoles eran dioses. Al menos eso dice la leyenda. El escritor representa esa escena para propósitos narrativos. La voz narrativa contrapone el orden de la tierra al orden de los dioses. Se implica que el ciclo de vida material conlleva evolución, dado que el ámbito espiritual es “…inmutable” (Marqués 1983, 20). Los tres hombres se proponen cuestionar su propia premisa con respecto a la inmortalidad de los españoles. Para ello, recurren a la experiencia empírica del experimento.

Los taínos expresan estructuras de sentimientos que conjugan el temor, la incertidumbre; tratan de defender sus prácticas culturales y sus modos de vida ante la irrupción violenta de paradigmas sociales desconocidos, que subvierten su idea del mundo conocido. Chocan las ideas del momento inacabado y el momento acabado. Para los españoles, la sumisión a los reyes y a la Santa Iglesia Católica constituyen momentos únicos, prácticas sociales y culturales inmutables. Cuestionar se paga con la vida. Se trata de responder a lo que Michel Foucault llama “monumentos”, esas edificaciones sociales imaginarias que se condensan en un momento detenido en el tiempo (Foucault 1972, 7).

Al proponerse ahogar a Salcedo, los taínos exhiben una actitud de ruptura, de resistencia al poder luego de experimentar la incomprensión y el estupor al toparse con gente rara, descalabrando su noción del mundo conocido. Sus estructuras de sentimiento, sus formas tradicionales de cultura material, desde su orden social hasta su cosmogonía, han sido destruidas por hombres que hablan de un rey y de un dios ignotos. Este pueblo originario asocia la violencia española con el color de la piel como fundamento de la diferencia, reconocen la otredad por su crueldad; se perdía la vida para beneplácito de alguien poderoso “…que tenía ese color absurdo del casabe…” y de un dios que avala la desposesión violenta de tierras, hombres y mujeres (Marqués 1983, 20). Las certezas han perdido su norte. Ahora era como si “… el hombre sólo fuese una flor de majagua lanzada al torbellino de un río, flotando apenas, a punto de naufragio, girando, sin rumbo ni destino…” (Marqués 1983, 20).

De modo similar al cuento “Otro día nuestro”, los protagonistas recurren a una perspectiva escatológica para explicar su triste realidad. Las formaciones de sentimiento religiosas taínas enmarcan de manera crítica su evaluación de las nuevas divinidades: “… la vida libre es la luz. Y la luz ha de poner en fuga a las tinieblas…Pero ocurrió la catástrofe. Y los dioses vinieron a habitar entre los hombres. Y la tierra tuvo un nombre, un nuevo nombre: Infierno” (Marqués 1983, 20-21). Lo vivido, lo pensado y lo sentido conjugan la perspectiva del momento que se vive o de los escenarios que se encaran. Las estructuras de sentimiento de estos tres sujetos en el mundo conllevan oposición: “The joining together of a socially phenomenological interest in the world of things, accompanied by an attention to historically specific moods and atmospheres, is…a way of mobilizing the critical potential of ‘structures of feelings’ towards important mundane cultural phenomena” (Highmore 2016, 145). O como expone Michel Foucault: “Where there is power, there is resistance…” (Foucault 1990, 95).

Los tres hombres se aventuran en lo desconocido; emprenden el experimento sin conocer su desenlace, actitud que presupone valentía y deseo de saber, de vivir y sentir mediante nuevas experiencias de vida, estremecidos por la trepidación que les provoca esta nueva batalla contra los personeros de las tinieblas, expresión de la voluntad que se materializa en un rechazo crítico a los imaginarios sociales españoles. Ellos desarticularon la clausura que supone la historia oficial, un discurso tendencioso que colapsa sobre sus propios fundamentos sociales, políticos y culturales endebles, imaginarios.

Al principio del cuento, una hormiga se aventura a explorar el canal auditivo de Salcedo; supera una reticencia momentánea y allana el camino para que las demás hormigas se desplacen al interior del cadáver de Salcedo. El escritor puertorriqueño implica que la curiosidad antecede el deseo de saber y el deseo de saber suscita análisis y el encuentro con la verdad. La novedad, la inminencia de un saber genera temor. La naturaleza opera como referente de la voz narrativa: “Vio la hormiga titubear un instante y al fin subir decidida por el lóbulo…” (Marqués 1983, 19). De esta manera, el autor traza un paralelo entre la colectividad de las hormigas y la de los seres humanos. La voluntad del individuo armoniza con el albedrío colectivo. Los españoles habían dislocado las certezas ancestrales de los taínos. Tal parece que los dioses han condescendido a morar entre los mortales. Los tres hombres no solo habían desafiado las percepciones originales de sus congéneres sobre los recién llegados, además cuestionaron la premisa ingenua de Agüeybaná: “Mis amigos son dioses…” (Marqués 1983, 22).

El protagonista rechaza el origen divino que sus contemporáneos le adjudican a los españoles. Rechaza también el ideario político, cultural y cosmogónico de los invasores. Su evaluación crítica le lleva a investigar, a tratar de descubrir la verdad mediante experiencias materiales que le permitirán conocer la realidad de primera mano, sin mediación. Se propone, por tanto, desarticular el imaginario español sobre el llamado nuevo mundo y el imaginario de su propio líder político sobre los recién llegados. El escepticismo permea su rebeldía: “No creo en su poder. No creo” (Marqués 1983, 21). Inclusive, no se deja engañar por la aparente afabilidad de los españoles, descifra los gestos de los extranjeros. Su mirada trasciende lo superficial y descubre la fragilidad física de estos presuntos dioses.

Más aún, el protagonista examina con rigor la nueva religión. Interroga sus supuestos éticos y morales, contrastando sus discursos con sus actos: “Ellos sonreían cuando odiaban: Tras de su amistad se agazapaba la muerte. Hablaban del amor y esclavizaban al hombre. Tenían una religión de caridad y perdón, y flagelaban las espaldas de aquellos que deseaban servirles libremente” (Marqués 1955, 21). Esta cita sugiere una relación intertextual con el Hamlet Shakesperiano: “O villain, villain, smiling, damned villain… That one may smile, and smile, and be a villain…” (Acto 1, escena 5, 105-109).

No es de poca monta lo que se proponen llevar a cabo: desarticular las identidades imaginadas que tratan de legitimar los españoles y el propio Agüeybaná el Viejo. De hecho, como se expresado, en su obra, René Marqués propone que resistir y cuestionar al poder son facultades inherentes a todo ser humano. Así lo percibe también Raymond Williams: “…no…dominant social order and therefore no dominant culture ever in reality includes or exhausts all human practice, human energy, and human intention” (Williams 1977, 125). Williams y Marqués coinciden, por separado, en que los individuos pueden entender su realidad, y, al menos, tratar de modificarla. Más aún, ambos creen que todos los seres humanos son creativos: “The emphasis that matters is that here are, essentially, no ‘ordinary’ activities, if by ‘ordinary’ we mean the absence of creative interpretation and effort. Art is ratified, in the end, by the fact of creativity in all our living” (Williams 1977, 37).

“En la popa hay un cuerpo reclinado”

Deseo cerrar esta reflexión con el cuento “En la popa hay un cuerpo reclinado”. El cuento trata sobre un hombre atormentado por sus circunstancias personales. El personaje termina matando a su esposa y cercenándose el pene. Adelanto mi hipótesis: Ese acto violento contra sí mismo simboliza su ruptura con el patriarcado; concreta el rechazo a las imposiciones inherentes a la masculinidad socialmente construida y a la incipiente economía de consumo. Recurre a la violencia para destruir a los que, a su juicio, son los dos focos de tensión interna y externa. Este acto de violencia, en respuesta a condiciones materiales, nos lleva al concepto Freudiano de Tanato o pulsión de muerte.

Nótese que Marqués usa unas líneas del sobrecogedor poema de T.S. Eliot, “The Waste Land” a modo de epígrafe. En este poema extraordinario, Eliot reflexiona sobre lo que le parece ser la cultura degradada y degradante de Occidente. Marqués parece expresar una idea similar sobre Puerto Rico.

A través de su fluir de conciencia, el maestro, integrante de la incipiente clase media baja, evoca momentos desagradables de su vida. Estos incidentes comienzan con su madre. Recuerda, por ejemplo, que quería usar zapatos cómodos pero su madre le obligaba a usar los que le aprietan porque “son los que quedan bonitos”; quería ser escritor pero su madre decía que esa no es una meta decorosa, que su destino es ser maestro porque viviría una vida libre de privaciones económicas; ama una joven de piel negra, pero su madre señalaba que tiene que ser blanca y bien nacida; quisiera tener más hijos porque se ha muerto el primogénito, pero su esposa no consiente, alegando que se le deforma el cuerpo.

Su esposa aduce debilidad física para no levantarse de noche y atender al niño; le culpa de haber deformado su cuerpo por el embarazo. A pesar de que pronto perderá su casa por no poder pagarla, su esposa exige un televisor y un traje nuevo para asistir como Dios manda a una fiesta del Club Rotario. Ella creía que la felicidad la engendran “las cosas buenas que se hacen en las fábricas”. Le adjudica no tener vergüenza porque “… la gente decente vive en las nuevas urbanizaciones”. Ella recodifica la categoría “decente” para designar a las personas que poseen todos los accesorios domésticos de moda, que visten bien y que intiman con la llamada alta sociedad. (Marqués 1983, 102). La esposa define los deberes que le adjudica el patriarcado al esposo en los siguientes términos: “Un hombre de verdad le da a su mujer lo que ella no tiene” (Marqués 1983, 105). El maestro, por el contrario, solo busca “… vivir tranquilo, buscando un sentido de [la] vida…no logrando encontrarlo jamás” (Marqués 1983, 106).

La mujer está actuando el libreto que ha suscrito la sociedad burguesa colonial. Según el imaginario patriarcal, la mujer es física, intelectual y emocionalmente débil. Este apéndice social existe para satisfacer las necesidades físicas del hombre y atender el hogar. Al focalizar sus deseos materiales, ella ilegitima la noción del bien común, y, a tono con la concepción capitalista, antepone su interés personal al de la familia. Creo que René Marqués intenta representar el impacto material de una política económica deshumanizada y deshumanizante; despliega las consecuencias de un materialismo que corroe las relaciones humanas y fulmina la acción colectiva. La familia misma, parece decir, sufre los embates del capitalismo y de la sociedad de consumo.

Marqués implica que los roles de género surgen de un performance escrito por el patriarcado; dramatiza la lucha de un ser humano contra la precariedad, asunto que se ha tornado mucho más agudo en nuestros días. Estos personajes actúan conforme a normativas socializantes, practican una repetición ritual, como dice Judith Butler en Gender Trouble, que se instala en el cuerpo y en la mente. Sus respectivas conciencias muestran cómo se ven a sí mismos y cómo se perciben en el mundo. Sus estructuras de sentimiento giran en torno a la insatisfacción, porque, según confiesa ella, “…nací para otra vida… porque la vida no tiene sentido sin un televisor” (Marqués 1983, 105). Según confiesa él, Anita, la prostituta, “…no pide absurdos” (Marqués 1983, 101). Esta es la estructura de sentimientos que predomina en el hogar.

Si esta estructura es también una hipótesis cultural, como dice Williams, se enfrentan dos paradigmas culturales antagónicos. Se contraponen un sujeto moldeado por la ideología del capital, por la racionalidad del consumismo a un sujeto que aspira a liberarse de obligaciones que impone la sociedad.

De manera que la situación económica y las contrastantes filosofías de vida, entre otras cosas, originan los conflictos domésticos y encausan el trágico impulso de violencia. El personaje tuvo una relación muy conflictiva con su madre. Toma a su madre como figura paradigmática conflictiva, lo que enmarca relaciones subsiguientes con mujeres con poder. Esto incluye a su madre, a la senadora, a la alcaldesa, la farmacéutica y a su esposa. Pero, y aquí viene un detalle que ignoran ciertos críticos, amaba jóvenes de piel negra empobrecidas. Esas relaciones las enmarcaba un afecto ajeno a la socialización, a las jerarquías sociales y de género. Aun sus relaciones sexuales con las “muchachas de la casa vieja” constituían momentos de disfrutan en la cual no se exigía cosa alguna. Marqués, me parece, desmantela las ideas tradicionales de género. Problematiza esa relación social y revela los artificios retóricos que sustentan la dualidad hombre/ mujer. Las conductas y los idearios afines con esas normativas dominantes, con esas estructuras de sentimiento basadas en el asentir de las mujeres al papel subordinado, a ser el accesorio del hombre, a regir el ámbito doméstico, a recriminar al hombre cuando no se vive conforme a expectativas sociales con respecto al hombre como proveedor y jefe de familia asume proporción de crisis en este cuento.

Judith Butler aclara que ella no escribió Gender Trouble desde la academia. Lo escribió desde los movimientos sociales de los que ha formado parte, recogiendo el sentir, las vivencias y los proyectos de seres humanos marginados. René Marqués, igualmente, habla desde los pueblos, desde las comunidades. Usa el arte para transgredir, contraponiendo la realidad abstracta e imaginada a la realidad vivida.

En el cuento, la primera estructura de sentimiento negativa surge del hombre: “El bote pesa menos que el sentido de mi vida junto a ti” (Marqués 1983, 96). El bote le parece ingrávido contrastado con el peso existencial de su realidad conyugal y económica, una incidiendo sobre la otra. La pareja no logra armonizar con la idea tradicional de lo que es ser hombre y mujer. En ese sentido, como diría Butler, la pareja opera como un signo cultural, “…materializándose uno mismo en obediencia a una posibilidad históricamente delimitada…” (Butler 1999, 522).

El protagonista percibía la parálisis del tiempo, acuciada por la sensación de inmovilidad existencial, el peso abrumador de una cotidianidad anclada en deberes normativos y expectativas sociales. Se supone que viviera una vida sin privación económica, una experiencia de comodidad económica.

Su precariedad económica comulga con una sensación de vacío existencial. Ni el Ccapitalismo, sistema dominante de organizar la economía; ni la sociedad, operando bajo la individualidad y el coloniaje, en menoscabo de la acción colectiva y del bien común, generan experiencias de logro y felicidad. Su desencanto se metaforiza en sus brazos flácidos, inducido a consumir vitaminas que no tonificaron sus músculos, contrario a lo que pregonaba la publicidad. Experiencias negativas de diversa índole van teniendo efecto en el hombre. Socavan su fe en la sociedad y en el prójimo. Ni siquiera la religión imparte solaz.

La estructura de sentimientos que experimenta el personaje opera como elemento desmovilizador. El peso de su situación induce a la reflexión, a cuestionar las certezas aprendidas: “Porque hay un absurdo cruel en el sentido equilibrio de ese alguien responsable de todo; que no es equilibrio… que no es igual a…que el mundo gire sobre un eje imaginario, porque estar aquí no lo he pedido yo, del mismo modo que nunca pedí nada. Pero exigen, piden, demandan, de mí, de mí solo” (Marqués 1983, 96). Las tensiones contribuyen a disipar una vida sin aparente sentido y sin propósito. La desesperanza corroe su alma.

El maestro analiza con sobrecogedora precisión su realidad. Muestra sensibilidad y conciencia social al lamentar que el destino de las mujeres, a raíz de la política económica del gobierno, se limita a dos opciones: la fábrica o los bares. El hombre imagina cómo se sentirían esas mujeres. Por supuesto, si las estructuras de sentimiento son dinámicas y auguran un momento histórico destinado a descalabrar las maneras dominantes de convivir en sociedad, problematizarlas preludia el fin de la marginación y la alienación. Después de todo, las estructuras de sentimiento que siente y expresa la Nora de Henrik Ibsen en su clásica Casa de muñecas se convirtieron en realidad en la sociedad noruega.

Esas experiencias sociales albergan diversos modos de vivir, pensar y sentir que pugnan entre sí, inmersos, como sugiere Filmer, en el fluir histórico del grupo: “It is always a structure of actual feeling, tied to the particularity of collective historical experience and its real effects on actual individuals and groups” (Filmer 200). Las estructuras de sentimiento surgen de formas de conciencia práctica, desplegadas en entornos sociales, vinculándose y desvinculándose de otros individuos, deslegitimando lo abstracto por su carácter ahistórico.

Parafraseando a Butler, creo que el escritor enuncia una crítica radical a las categorías de género y al capitalismo. Las facultades creativas no pueden fructificar en sistema estériles. Hay quien dice que este cuento evidencia que René Marqués odia a la mujer. He examinado esa posición en mi libro Dialogismo y polifonía en el teatro del absurdo de René Márquez. No voy a repetir mis argumentos. Si ese es el parámetro, entonces tendríamos que decir que Shakespeare odia a las mujeres porque Hamlet destruye el corazón de Ophelia y tres brujas y Lady Macbeth llevan a Macbeth a considerar el magnicidio para acceder al trono. Creo que la realidad es mucho más compleja y que el autor examina los efectos de la socialización en dos seres humanos.

Según Hannah Arrendt, la violencia es el resultado de la sensación de impotencia que lleva a la frustración y desemboca en agresión. Las tensiones internas y externas que agobian al maestro terminan por extinguir el amor y el deseo de vivir; eros no puede contener el poder destructor del tanatos freudiano, alimentado por pulsiones psíquicas, por crecientes presiones económicas y múltiples exigencias sociales que desembocaron trágicamente en una ruptura violenta con el patriarcado y con el capitalismo. Ambos personajes, a fin de cuentas, son víctimas del “progreso que se vive”, como solía decir Luis Muñoz Marín.

René Marqués revela sus propias estructuras de sentimiento en su representación de las emociones, los sentimientos y las culturas que enmarcan los actos y las creencias de sus personajes. Al recrear esas estructuras, nos permite acceder y compartir esas experiencias. Las desplaza del desván de un pasado polvoriento para reanimarlas, para mantenerlas vivas en nuestras conciencias. Y mientras estén vivas, discurren en la historia, indetenibles, hasta el momento en que se pose un nuevo sol sobre Boriquén, clareando, latiendo con el corazón de un puertorriqueño que amó a su patria, un hombre, que con sus luces y con sus sombras, prefigura un futuro de libertad, en su expresión más amplia.

Bibliografía

Butler, Judith. 2007. El género en disputa. Barcelona: Paidós. Filmer, Paul. 2003. Structures of feeling and socio-cultural formations: the significance of literature and experience to Raymond

Williams’s sociology of culture. British Journal of Sociology 54:(2): 199–219. Foucault, Michel. 1972. The Archaeology of Knowledge. Translated by A.M.

Sheridan Smith. New York: Tavistock Publications Limited.

Foucault, Michel. 1990. The History of Sexuality: An Introduction. Translated by Robert Hurley. New York: Vintage Books.

Marqués, René. 1983. En una ciudad llamada San Juan. San Juan: Editorial Cultural. _____. 1976. Inmersos en el silencio. San Juan: Editorial Antillana. _____ . 1955. Otro día nuestro. San Juan: Imprenta Venezuela.

Williams, Raymond. 1977. Marxism and Literature. Oxford, Oxford University Press. _____. 1961. The Long Revolution. New York: Columbia University Press.

Wood, James. 2008. How Fiction Works. London: Vintage Books.

Hay otros peces en el mar de los milagros.

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