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Sentido y significación de Los condenados
Sentido y significación de Los condenados, drama de René Marqués
ELBA TORRES CRUZ
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–René Marqués
Los condenados, drama inédito (1) de corte religioso-filosófico, es probablemente la primera obra de teatro de René Marqués (2). Esta se desarrolla durante la época actual en una zona desierta de América del Sur, lugar donde casi todos los personajes masculinos –Miguel, Pedro, José y Rodrigo– se han aislado del mundo por diferentes razones. Miguel abandonó el ministerio tras ser expulsado de este por conducta herética. Pedro, por su parte, es el antiguo criado del padre de Miguel y decidió acompañarle en su reclusión en el páramo, lugar donde Miguel lleva cinco años purgando su pecado y “por donde pasan los seres que el mundo arroja al desierto: ladrones, asesinos, enfermos incurables del alma y del cuerpo” (Marqués, Los condenados 31). José, por su parte, es un alcohólico, a quien luego de un ataque de “delirio tremendo”, Miguel decide albergar en la cabaña. Rodrigo, sobrino de Miguel y “un despojo de la guerra” (Marqués, Los condenados 16) en palabras de José, llega al páramo en busca de la herencia que este le ha guardado intacta. Miguel le solicita que se quede unos meses con el fin de descansar y él accede, aunque sabe que este desea lograr lo que no pudo su madre: instruirlo en la doctrina de la fe católica. Rodrigo resume lo que significa en ese momento el páramo para él: “Esta tierra sin límites; este cielo tan alto dan una sensación obsesionante de proyección hacia lo infinito. Y empecé a temerle al mundo, al otro, al de los hombres” (Marqués, Los condenados 25). Además de los que habitan la cabaña, aparece al inicio del primer acto un quinto personaje masculino: el llanero. Se trata de un personaje silueta que entra al escenario a dejar una carta. Representa el mundo de afuera, un mundo nuevo, dinámico mientras que el páramo es estático y monótono, pleno de aridez, sufrimiento y angustia.
Acción dramática y personajes
En el desarrollo de la acción dramática de Los condenados, los personajes dan vida al conflicto metafísico-religioso que aborda la obra. La acción que transcurre desde el mediodía hasta la noche en la cabaña del páramo exhibe una atmósfera angustiante en la que los personajes viven vidas sin sentido en busca del camino de la paz o como lo designa Pedro del “Gran Sueño de Dios” (Marqués, Los condenados 33).
Según el hablante básico dramático, Miguel, el protagonista, proyecta una dulzura infinita. Es el eje alrededor del cual giran los demás habitantes de la cabaña, quienes lo perciben de diferentes maneras: para José, es un hombre casto, un ser superior que constituye el apoyo de su fe puesto que su mera presencia le produce sosiego espiritual. Por eso le dice: “Solo tú calmas mi angustia. Solo tú eres noble y bueno” (Marqués, Los condenados 17). Rodrigo, por su parte, necesita que Miguel valide su experiencia sobrenatural, por eso le dice “no me niegues la dicha de haber encontrado la paz” (Marqués, Los condenados 28). Para Pedro, en cambio, Miguel es un ser que “renuncia a la dicha de ver a Dios para sufrir con los hombres” (Marqués, Los condenados 9). A pesar de que Pedro se crio en el hogar de Miguel, de que es prácticamente su hermano y cuida de él, encarna la fuerza antagónica; toda vez que representa la razón en oposición a los sueños.
Pedro es un personaje cuyo cuerpo deforme contrasta con la seguridad y el aplomo que muestra al hablar y, además, es el único que no proyecta la angustia existencial que viven los otros tres personajes masculinos. Para Pedro, es de suma importancia el bienestar de Miguel. Rodrigo lo capta y le dice a Pedro: “Es extraño… Es como si tú en alguna forma completaras su personalidad” (Marqués, Los condenados 32). Pedro proyecta las características de las que carece el protagonista para ser un individuo totalmente equilibrado, de modo que se convierte en un vigía que observa el proceso que vive el protagonista entre la razón y los sueños o lo que es igual entre la realidad y la locura.
En el primer acto, se plantea el conflicto en los diálogos entre José y Pedro. Es a través de la conversación de ellos que conocemos que Miguel, el protagonista, es un exsacerdote a quien expulsan del monasterio por conducta herética. Lo acusan de haberse divorciado de la realidad y lo arrojan a la realidad del mundo. Como secuela, visita cárceles, hospitales y burdeles, donde predicó; pero finalmente se refugia en el páramo, donde aloja a enfermos del alma. Luego de cinco años aislado en ese lugar, solicita que la Iglesia, como autoridad suprema, reconsidere su caso; pero recibe una carta que le explica que no han recomendado su excomunión a Roma precisamente por el tiempo que lleva de penitencia en el páramo, lo cual ha conmovido al Supremo Cuerpo; de modo que han evaluado el caso con magnanimidad; pero que solo se admite en la Iglesia como simple feligrés. En este primer acto, se revelan los sueños de José, pero también su realidad. El rostro de este personaje refleja cansancio, es muy inseguro y, en ocasiones, incoherente.
Es un personaje totalmente insatisfecho con la vida, un novelista frustrado, quien alega que sus obras eran extraordinarias y se agotaban rápidamente. Sin embargo, Pedro lo confronta con la realidad: sus novelas no se publicaban porque las editoriales las rechazaban. El dramaturgo utiliza el personaje de José para referirse a la obra dentro de sí misma, puesto que, según José, su próxima novela se desarrollaría en la desolación del páramo y se abordaría el tema del hombre en búsqueda del camino de Dios. Miguel sería el protagonista; y todos ellos, los personajes. José también se cuestiona por qué una mujer de la cual “era dueño” (Marqués, Los condenados 7) salió embarazada de otro hombre. Para Miguel, José es un “eterno niño” (Marqués, Los condenados 15) en quien Dios quiso conservar la castidad porque no ha conocido mujer. Sin embargo, José sueña con el ideal de una familia feliz, por lo que guardaba un pedazo de periódico que, por un lado, tenía la imagen de una mujer y, por otro, una noticia sobre la inauguración de una nueva sección residencial en la ciudad. Con relación a esto le dice a Pedro: “Casas, ¿entiendes? Y casas verdaderas con jardines y flores, y pájaros y niños” (Marqués, Los condenados 6). El polisíndeton que utiliza patentiza la importancia que le atribuye a ese pedazo de periódico que contemplaba constantemente; pero que un día desapareció. Para Pedro, sin embargo, José no es más que “un don Juan arrepentido” (Marqués, Los condenados 9). Es un individuo enajenado con un evidente desajuste emocional en el que se aprecian los distintos rostros de la insatisfacción humana.
En la escena sexta del primer acto, Rodrigo, sobrino de Miguel, llega con provisiones pues viene del pueblo adonde acude, entre otros fines, para satisfacer sus apetitos sexuales. Este le cuenta a Miguel que sintió asco al realizar el acto sexual, lo cual considera un cambio en su naturaleza carnal. En ese contexto, escuchó que profanaron el templo pues le robaron la diadema de oro a la Virgen y decide ir a ver la imagen. Allí en la iglesia, vivió la experiencia espiritual que se describe en el siguiente diálogo:
RODRIGO. Y me encontré como sumergido en…en … (Rodrigo no encuentra palabras para expresar lo que siente).
MIGUEL. (Ávido) Es una sustancia leve, aérea, donde flotaban plumas albas, plumas sin peso y diminutas motas de algodón transparente, y tu cuerpo empezó a elevarse.
RODRIGO. No, Miguel. Mi alma parecía elevarse; pero mi cuerpo estaba en tierra.
MIGUEL. Sí, comprendo. RODRIGO. Pero en el camino de regreso, cuando el sol era más implacable y el calor más extenuante, sentí de pronto una brisa suave pasar junto a mis sienes, una brisa que no es del páramo y …
MIGUEL. ¿Y? …
RODRIGO. Escuché una voz tan clara y precisa como la tuya que decía: “Ya estás en mis servicios,
Rodrigo. Ya pronto empezarás a conocer la felicidad de mi Reino”. (Marqués, Los condenados 27)
Esta experiencia espiritual es objeto de controversia pues Miguel afirma que existe un desfase entre la experiencia espiritual que alega haber vivido y su comportamiento intolerante e iracundo ante José. Se crea un momento de tensión entre ellos y se escucha un sonido musical equivalente al rompimiento de una cuerda de guitarra, un artificio teatral que no solo acentúa la atmósfera de ficción, sino que también afirma la importancia de esta escena. Miguel se acerca a la imagen del Crucificado, aparece una luz misteriosa y su rostro se transfigura en una expresión de paz y felicidad infinita; pero, cuando está a punto de sumirse en un éxtasis, se evidencia una lucha gradual consigo mismo, la cual se observa en su rostro, sus manos y luego en todo su cuerpo. Concluye este primer acto con estas palabras de Miguel que evidencian la ingente dimensión de su lucha espiritual:
MIGUEL. (Siempre luchando). ¡No lo merezco! ¡No soy humilde! ¡Señor no! ¡No quiero verte, Dios mío, ¡no quiero verte! (Da un grito terrible). Pedro, sálvame. ¡Pedro! (Cae al suelo). (Pedro entra precipitadamente por la derecha mientras cae rápido el telón) (Marqués, Los condenados 29).
El segundo acto consta de dos cuadros. En el primero, Miguel no aparece en la escena puesto que se ha retirado a orar para tranquilizarse y aliviar su momento de crisis, luego de su discusión con su sobrino. Rodrigo, cargado de culpa, intenta verle; pero Pedro se lo impide. Cabe señalar que Rodrigo no entiende por qué Miguel busca el camino de Dios, pero lo evita cuando está a punto de lograrlo. Pedro le afirma que Miguel es “un místico en fuga de Dios” (Marqués, Los condenados 31). En esta escena, se proyecta también la angustia de Rodrigo, quien vive atormentado por “un fuego que lo consume” (Marqués, Los condenados 33) y que, según él, solo puede aliviarse con la visión divina; pero Pedro lo confronta con su realidad: “Cuando niño tuviste mis espaldas para galopar tus sueños. Pero ahora estás solo ante el Gran Sueño de Dios” (Marqués, Los condenados 33). Esta cita dramatiza tanto la responsabilidad individual del ser humano como su soledad ante este gran dilema de la vida.
María, el único personaje femenino de la obra, aparece en la tercera escena del primer cuadro del segundo acto. En las acotaciones se describe como una joven de agreste aspecto: anchas faldas desgarradas por las zarzas, zapatos destrozados, pelo en desorden, pero con unos ojos de exquisita dulzura visionaria y extraña firmeza (Marqués, Los condenados 35). Su llegada a la cabaña coincide con la lluvia y el impacto de los truenos. José la recibe con alegría, idealizándola mientras ella mira con atención el crucifijo que hay en la pared. Después de algunas discusiones, finalmente la invitan a pasar la noche en el lugar. Este primer cuadro concluye con el ruido de la lluvia, el viento y de vez en cuando un trueno que resuena en la inmensidad del páramo. María está sola en el escenario, se ilumina el rostro del crucifijo y se vuelve a escuchar el sonido musical equivalente al rompimiento de una cuerda de guitarra, artificio teatral que, como dijimos antes, el dramaturgo utiliza para acentuar la relevancia dramática de ese momento en el desarrollo del conflicto. Se siente el impacto de un trueno, María extrae de su bolsillo la diadema de oro, la ofrece en holocausto y se la coloca sobre su frente indicando que ha obedecido el mandato del Señor.
En el segundo cuadro, ella indica que vive esperando el cumplimiento de una profecía pues través de ella, vendría un nuevo Mesías; pero que este sería fruto del pecado. A causa de este mensaje que María pronuncia, ora acariciando su vientre, ora sumida en “el misterio de su sueño” (Marqués 45), casi en estado de hipnosis; Pedro y Rodrigo la consideran “hereje… ladrona y sacrílega” (Marqués, Los condenados 58). Para José, en cambio, la llegada de María conlleva cierto desahogo a todas sus frustraciones. En una escena muy tierna en la que María no es la mujer, sino la madre; y José no es el hombre, sino el hijo, se manifiestan las interioridades de José:
MARÍA. Tal parece un cabritillo buscando el calor de la madre.
JOSÉ. Un cabritillo a quien la serpiente no alcanza.
MARÍA. Que ha temblado de frío y ha sufrido de hambre.
JOSÉ. Que buscaba tormentas despreciando bonanzas.
MARÍA. Que desgarró su carne en las piedras de los riscos.
JOSÉ. Que quiso completarse en la carne y el pecado.
MARÍA. Y se asomó al precipicio.
JOSÉ. Esperando que se abriera la carne…
MARÍA. Pero volvió al regazo de la madre.
JOSÉ. Porque es el corazón el que se abre (Marqués, Los condenados 41-42).
En estas líneas casi poéticas, se resume la esencia de José estableciendo un equilibrio entre los dos extremos en que el personaje se desenvuelve: el carnal y el espiritual. Aflora de pronto una actitud conformista en la que parece reinar la paz consigo mismo. Luego de esta escena, José decide buscar para María la flor blanca y hermosa del páramo, gestión que al fin y al cabo le ocasiona la muerte a causa de la serpiente del páramo, de cuya existencia le había hablado María.
El tercer acto inicia con el velatorio de José. María le cuenta a Miguel que su abuelo se llamaba Elías y que decía que iba a desaparecer en llamas, aludiendo con esa afirmación al Elías bíblico que fue arrebatado en un carro de fuego y cuyo cuerpo desapareció para siempre. El abuelo de María, en cambio, murió en medio de un fuego que duró dos días y, finalmente, se halló su cuerpo entre las cenizas. María le informa a Miguel que ella traerá el nuevo Mesías al mundo y le confiesa el plan: “El hombre vendrá a mí. Y yo haré el sacrifico de entregarle mi cuerpo” (Marqués, Los condenados 57). Miguel paulatinamente se hace cómplice del sueño de María. Pedro trata de confrontarlo; pero Miguel en su delirio dice que él será el elegido para ser el padre de ese nuevo Mesías. Pedro le entierra un puñal en el corazón con el objeto de salvarlo de la locura y de la condenación. La obra concluye cuando llega Rodrigo a la escena y Pedro le confiesa que él “mató el sueño” (Marqués, Los condenados 61) de Miguel; pero que vaya detrás de María para que le dé el hijo que le anunció el Señor. Rodrigo sale en busca de la joven porque Pedro le asegura que no hay pecado en ella, que Miguel se lo aseguró antes de morir.
Es palmaria la ironía situacional en esta escena puesto que existe una inconsistencia en el comportamiento de Pedro, quien asesina a Miguel precisamente para salvarlo de la locura y porque se ha hecho cómplice del sueño de María; sin embargo, ocurre algo inesperado porque cuando llega Rodrigo, le dice que Miguel, antes de morir, creyó en la sinceridad y veracidad de las palabras de María que vaya en su busca para darle el hijo de la profecía. Rodrigo, quien antes la consideraba poseída del demonio, va tras ella. La escena final es profundamente dramática porque Pedro, solo y vencido, se erige como el salvador de todos los personajes del páramo:
PEDRO. Señor, no pueden vivir sin sus sueños. ¡Perdónalos, Señor! (Cayendo de rodillas, en grito de angustia) Haz que caigan sobre mí todos sus pecados. (Con el rostro oculto entre las manos, el cuerpo doblado sobre sí mismo, Pedro es una imagen de resignada derrota) (Marqués, Los condenados 62).
Pedro está derrotado toda vez que Miguel y los demás personajes –José, María y Rodrigo– finalmente marcharon detrás de sus sueños sin los cuales no pueden vivir. Este final refleja el pensamiento marquesiano con respecto al hombre y lo que considera su gran sueño: Dios. El personaje de Pedro en Los condenados representa la razón, base y fundamento para medir todas las cosas, tal como se puntualiza en la siguiente escena en la que Pedro y Miguel hablan de María:
MIGUEL. …Es sincera. Es pura. Su fe es inconmovible. La razón se estrella ante su inquebrantable fe.
PEDRO. Es posible que así sea. Pero ello nada prueba. Ante sus propios ojos quizás es inocente. Su ignorancia la excusa. Pero nosotros sabemos que es hereje. Es ladrona y sacrílega.
MIGUEL. ¡No! Dices tú que nosotros sabemos… ¿Cómo lo sabemos? ¡Qué medida utilizamos para juzgarla a ella?
PEDRO. La razón, Miguel.
MIGUEL. ¡La razón! ¿Y te parece justo que la razón juzgue cosas que solo atañen al corazón? ¿Con qué derecho? María es fe y corazón. La razón no puede juzgarla.
PEDRO. … Fe y corazón, Miguel. Sí, fe y corazón, Miguel. Pero la razón detrás y la realidad también como dos perros de presa prestos a devorar los sueños si estos traicionan la vida (Marqués, Los condenados 58-59).
Con esta obra, René Marqués interpela a los hombres, quienes, según el autor, son incapaces de hallar a Dios, al cual concibe como el gran sueño del ser humano en contraposición a la razón o la realidad que compara con dos perros capaces de engullirse los sueños.
René Marqués en el ensayo “Pesimismo literario y optimismo político: su coexistencia en el Puerto Rico actual” afirma que el pesimismo en la obra literaria es en el fondo una forma de optimismo y que el cuestionamiento a Dios tiene el fin de lograr un cambio positivo. Por eso, en este ensayo, interpela a Dios, de forma un tanto irreverente, cuestionándole la imperfección de su creación. Veamos:
Las preguntas sombrías y angustiosas que formula el escritor pesimista no llevan el propósito malvado de hundir al Hombre en la desesperación, en la nada. Las formula, por el contrario, como un reto a la capacidad creadora del Hombre; son dardos disparados a la conciencia dormida de los otros. Esto es cierto tanto en las interrogantes que atañen a lo social, lo económico y lo político, como en aquellas que abordan lo metafísico, entendiéndose que en este último caso el sujeto interpelado es Dios. «Esto que traigo a Tu atención –parece el escritor decir, bien sea a Dios o al Hombre– es una parte defectuosa de lo por Ti creado. ¿No crees, como yo, que el problema merece solución? ¿No es hora ya de que empieces a perfeccionar Tu obra? ¿Qué estás ahí, contemplando embobado Tu divino ombligo, tan complacido y feliz contigo mismo, cuando hay cosas como éstas amenazando la salud de Tu reino?» (82)
La caracterización de los personajes es estática puesto que estos no evolucionan, son personajes monofacéticos, con un rasgo absorbente o predominante. El dramaturgo tiende a realizar caracterizaciones por nominación, esto es, utiliza nombres cargados de significado en el contexto de la tradición cultural judeocristiana. Esta técnica es evidente en Los condenados en los nombres de Pedro, María y José. El personaje de Pedro, por ejemplo, significa piedra; lo cual tiene relación con su misión: la de ser portador de la razón. En el cuento “El cazador y el soñador” del autor que nos ocupa, el cazador se llama Pedro y el narrador omnisciente apunta con respecto a su nombre y a la posición del cazador al disparar su honda:
Hay tensión en su cuerpo porque está en acecho. Y es natural que lo esté porque es Pedro, el cazador. Aunque no sepa él que en lenguaje antiguo Pedro quiere decir «piedra», y que la piedra ha sido base o fundamento de cosas concretas que han enaltecido al ser humano (Marqués, En una ciudad 210-211).
El nombre de José, por su parte, posee referentes tanto en la tradición judía como en la cristiana. El José del Antiguo Testamento tuvo varios sueños cuya interpretación generó unas secuelas en su vida y en las de su familia, en este sentido era un soñador. El José del Nuevo Testamento, por su parte, desposó a la Virgen María, quien quedó embarazada del Espíritu Santo mientras que el José de Los condenados sufre porque la mujer que amaba quedó embarazada de otro hombre y él aún permanece casto.
En la obra, la utilización del nombre de María es bastante controvertible. Para José, es nombre de virgen mientras que para Rodrigo es nombre de pecadora, dilema que plantea un indicio en el desarrollo de la obra. En la tradición judeocristiana, tiene un doble referente puesto que alude, por un lado, a una joven virgen escogida para traer al Mesías prometido al mundo y a su vez a María de Magdala a quien los judíos sorprendieron en adulterio. En Los condenados es una joven que habla de ser la madre escogida para traer al mundo un nuevo Mesías; pero en su caso habría un hombre escogido que la poseería. Además, este personaje, a quien José llama pastora, recibe el mote de “cabrera”, término que, en nuestra tradición cultural, posee connotaciones negativas. José A. Pérez apunta al respecto:
En general este símbolo tiene carácter maligno o diabólico y en el arte cristiano es símbolo de la lujuria y de los condenados en el Juicio Final. En el arte renacentista, la cabra se emplea para distinguir a los pecadores de los justos.(105)
Cabe señalar, además, que este personaje es el agente catalítico que desencadena el final trágico de la obra: José muere mientras busca la flor del páramo para ella; Rodrigo vive la angustia de creer en ella o no y Miguel cree en su mensaje, lo que provoca su muerte porque Pedro lo asesina para salvarlo. Como hemos visto, con la técnica de la nominación, el dramaturgo logra crear un efecto de extrañeza o desmitificación de la figura de María y de los otros personajes, lo cual concuerda con la visión de mundo del autor.
En síntesis, cada uno de los personajes de Los condenados proyecta su problemática religiosa-existencial y van en búsqueda de la paz de Dios que a fin de cuentas es caldo de cultivo para la angustia vital.
Temas
El drama Los condenados aborda una serie de temas que luego caracterizarán la obra marquesiana. Entre estos, se destacan la angustia existencial, los sueños, la realidad, la razón, la soledad, la búsqueda de Dios o la inmortalidad, las pasiones, la fe, el dolor y el amor. El carácter existencialista de la obra, influencia de Jean Paul Sartre y Albert Camus, surge de la agónica contradicción entre el deseo de inmortalidad, que se materializa en el hambre de Dios y, a su vez, la huida de Este.
Los diversos temas se plantean en forma antinómica, formando binomios cuyos elementos se contraponen. En contraposición a la búsqueda de la Divinidad emerge la “fuga” de Dios. Se trata del hombre que a la misma vez que busca a Dios huye de Él, lo cual se percibe especialmente en el personaje de Miguel. Por eso le dice a uno de los personajes: “No te pese, José. Es dulce el dolor cuando nos lleva a Dios. Lo horrible es buscar el dolor para poder apartarnos de Dios” (Marqués, Los condenados 21).
La situación de Miguel, el protagonista de la obra es contraproducente, toda vez que su acercamiento a Dios se halla matizado por el pecado de la soberbia porque cuando cree estar cerca de Dios comete el error de querer poseerle dándole lugar a la soberbia y a la creencia de que es elegido de Dios de modo que el mismo amor que debiera salvarle le pierde, lo cual constituye el más grande pecado. Esto explica la actitud contradictoria de Miguel, quien exhorta a Rodrigo a buscar el camino hacia Dios; pero le tilda de soberbio cuando este tiene una experiencia que considera relevante y sobrenatural. Pedro señala, ante tal actitud, que Miguel no es un místico en busca de Dios, sino un místico en fuga de Este. Esta búsqueda es un problema religioso que, en trabazón con la angustia existencial, constituye la columna vertebral del drama. El camino de Dios significa martirio. Es por eso que Miguel, orientando a Rodrigo, señala: “... si el camino de Dios no significara lucha, angustia, tortura, muy poco sería su valor para el hombre” (Marqués, Los condenados 26). El pueblo cercano al borde del páramo es una “marmita” en la cual los personajes, obsesionados y adoloridos, se cuecen hasta sentir dolor en todas las esferas del ser.
La dicotomía antinómica carne-espíritu se unifica ante el dolor, de manera que el efecto de este en la carne trasciende al espiritual tornando la existencia en tormento; y la búsqueda de la paz, en obsesión morbosa:
MIGUEL. Sí, José, me duele la carne.
JOSÉ. ¿Solo en tu espalda?
MIGUEL. No, José. Toda la carne me duele. También en el corazón.
JOSÉ. A mí me duelen todas las células de mi cuerpo. (Marqués, Los condenados 14)
Las pasiones en contraposición con el amor a Dios aparecen en el drama que se produce en el interior de algunos personajes que proyectan la lucha entre los apetitos carnales y el anhelo espiritual de encontrar la paz. Se trata del hombre finito y limitado por su naturaleza carnal que se plantea que el amor perfecto y absoluto es solo atributo de Dios. El amor del hombre, por su naturaleza caída, resulta imperfecto y ofensivo pues nace del corazón, “nido de pasiones” (Marqués, Los condenados 54). El ser humano por su egoísmo no se conforma con amar a Dios, sino que quiere poseerle dándole lugar a la soberbia y a la creencia de que es elegido de Dios. De modo que el mismo amor que debiera salvarle le pierde, lo cual constituye su más grande pecado. Las pasiones son óbice para la salvación, por eso Miguel le señala: “…hay que dominar las pasiones, José, todos los sacrificios serán po cos para no caer en tentación” (Marqués, Los condenados 12). La dualidad carne-espíritu resulta más evidente en el personaje de José toda vez que en su mente desfilan grandes deseos que son producto de su insatisfacción como hombre. Por eso, Pedro le dice: “Yo soy el que comprendo todo el horror de su carne ardida en pensamientos de ella y de ellas” (Marqués, Los condenados 8). En el personaje de Rodrigo también se percibe que la carne es un obstáculo para alcanzar a Dios. Por eso, le dice a Miguel: “Y tú me hablaste del camino hacia Dios… pero yo no estaba preparado. La carne…la maldita carne” (Marqués, Los condenados 25).
El tema de los sueños en oposición a la realidad se evidencia en dos personajes que se polarizan en uno y otro extremo. Pedro representa la realidad; y José, los sueños, la fantasía, la casi locura. Tanto es así que Pedro se considera a sí mismo el factor determinante para que José no se suma en la locura. Dios es el mayor sueño del hombre y este está obligado a afrontarlo desde su individualidad. Es por eso que Pedro señala a Rodrigo: […] Ahora estás solo ante el Gran Sueño de Dios (Marqués, Los condenados 33). En contraposición a los sueños emergen los temas de la realidad y la razón, los cuales figuran como elementos superiores a los sentimientos e ideales del hombre. Pedro se perfila como un Sancho Panza, presto a traer a la realidad a los demás personajes que se hunden en el “abismo” de los sueños:
PEDRO. ¡Cuidado, Miguel! También tú has sido fe y corazón. Y yo he sido corazón para entender el tuyo. Y he sido fe para sentir la tuya. He cultivado tus sueños... Pero he sido también razón y realidad. He sido la realidad que te ha atado a la tierra cuando los sueños te elevaban hasta el vértigo. He sido la razón siempre a tu lado para impedir que sucumbieras y, cuando no estuve a tu lado, cuando estuviste solo en el monasterio, los sueños te arrastraron al borde del abismo. Fe y corazón, Miguel. Sí, fe y corazón, pero la razón detrás y la realidad también, como dos perros de presa prontos a devorar los sueños si estos traicionan la vida (Marqués, Los condenados 59).
La lucha por racionalizar la fe es una constante en el drama. Se establece el conflicto entre ambas tendencias y al no poderlas armonizar emana el elemento trágico. En Los condenados, el ser humano se muestra incompetente ante su propia realidad. La comunicación aparece como una aspiración que no se logra realizar ocasionando la neurosis vivencial. Tanto la esencia de ser humano como el misterio de Dios se yerguen como zonas inescrutables. Es a causa de esto que José apunta: “¿Cómo es posible penetrar el misterio de Dios si no puedo siquiera descifrar el misterio de los hombres?” (Marqués, Los condenados 9).
Símbolos
En el universo imaginario de Los condenados, se yerguen una serie de símbolos que contribuyen a la significación total del drama. El sol, como en otras obras de René Marqués, es símbolo de la realidad insondable. En la mitología griega este es considerado como “el portador de la conciencia. Lleva consigo el día. El soñador no mira el sol de frente” (Pérez 389). En el drama el sol resulta “hiriente cegador, implacable” (Marqués, Los condenados 9) al igual que la realidad.
De igual forma, el páramo con sus características –aridez, sol abrasador, polvo, soledad– es símbolo de la condición espiritual en que viven cada uno de los habitantes de la cabaña de Miguel. Se trata de vidas desoladas y secas que luchan por alcanzar la felicidad, una especie de purgatorio en el que la angustia existencial se pasea libremente. Por eso, Miguel flagela su cuerpo, pues para conocer el cielo es preciso conocer primero el infierno. Para José, el lugar es como una marmita en la cual los hombres se cuecen lentamente. El páramo es representativo de la muerte y la antítesis del paraíso. El pozo carente de agua, símbolo de vida y purificación, viene a reiterar esta idea. La lluvia llega con mal tiempo; igual al que viven los personajes en un lugar condenado a la sequía eterna. La idea vidainfierno-muerte se establece en la visión de la existencia como dolor, sufrimiento y pena en un lugar idóneo para esa realidad.
La flor del páramo se destaca como un elemento contrastante con los demás símbolos de la obra. Esta solo florece con la lluvia y simboliza los sueños e ideales del hombre en medio de la angustia metafísica. Cabe señalar que el personaje de José logra conseguirla, pero paradójicamente su triunfo se trueca en muerte; lo cual reitera el significado total de la obra: el hombre ante los sueños o ante el gran sueño de Dios y la imposibilidad de alcanzarlo exitosamente.
La serpiente del páramo, como en la tradición cristiana, es símbolo de pecado, maldad y discordia. Es esta quien mata a José, mientras este buscaba la flor del páramo. Este símbolo representa los obstáculos que enfrenta el ser humano para alcanzar sus sueños en un mundo de condenados en el que deambulan unos personajes agónicos en la búsqueda de Dios y de la imagen esencial del hombre.
Los cuatro cestos a medio hacer, por su parte, simbolizan la vida de cada uno de los cuatro habitantes del páramo, quienes tejen con fibras secas su existencia. Por eso es que mientras José teje apunta: “No encuentro sentido a esto, Miguel. Nos pasamos la vida tejiendo cestos que no necesitamos. Es cierto que Pedro vende algunos en el pueblo. ¿Pero para qué queremos dinero en este desierto?” (Marqués 20). Solamente el personaje de Pedro, quien es también razón y realidad, les otorga un fin utilitario a los cestos.
Técnica y lenguaje
El drama se divide en tres actos clásicos en los que la acción transcurre sin interrupciones pues no hay cambio de escenografía. El segundo acto se divide en dos cuadros que otorgan mayor variedad a la obra dramática sin impedir el transcurrir rápido de la acción. El autor, quizás por ser una de sus primeras obras, no hace gala de técnicas teatrales novedosas como planos simultáneos de acción, fluir de conciencias o retrospecciones, música e iluminación que luego caracterizarán su dramaturgia.
El diálogo y el desarrollo de los hechos describen los antecedentes históricos de cada uno de los personajes hasta urdir el conflicto metafísico-religioso que plantea la obra. El momento de más carga dramática es cuando Pedro, de forma paradójica, asesina a Miguel cumpliendo con la misión de salvarle de los sueños que lo alejan de la visión racionalista de la vida. El profundo conflicto interno planteado en el drama rebasa los límites de los personajes y asume proporciones universales. La forma en que terminan los actos, el diálogo y los momentos de crisis espiritual están regidos por la sobriedad que produce el dolor, la miseria y la lucha que constriñe a los personajes. Se trata de un drama intenso, de lenguaje escueto, con algunos elementos retóricos que por la tensión emotiva a veces se inclina a la lírica.
En síntesis, René Marqués plantea en este drama de carácter metafísico preguntas que aluden a enigmas como la esencia del hombre en trabazón con la búsqueda de la inmortalidad o lo que es igual, la búsqueda de Dios. La lucha entre la fe y la razón, conceptos que no armonizan, da lugar a la tragedia; de modo que solo queda la condenación, la muerte del ser humano, quien trata de afirmar su voluntad de vida sobre la muerte, tal como Sísifo que emprende una y otra vez la subida al monte cuantas veces baje la piedra a los infiernos.
Notas
1 Para la realización de este trabajo, se utilizó el libreto que los actores manejaron en el estreno mundial de la obra en octubre de 1982 durante el XVI Festival de Teatro en Homenaje a René Marqués. Las citas corresponden a la paginación de este libreto. Nos hemos tomado la libertad de corregir los errores ortográficos que aparecían en el libreto.
2 Ver Rodríguez Ramos, E. “Aproximación a una bibliografía: René Marqués” , Sin Nombre, vol. X, no. 3 oct.-dic. 1979, p. 34. En esta se indica que esta obra se escribió antes de 1947. Vázquez Álamo, F. Prólogo. Teatro: El hombre y sus sueños, El sol y los Mac Donald. Río Piedras, Cultural, 1974, p. 9. indica, por su parte, que René Marqués destruyó Los condenados en 1947 antes de su viaje a España. En la página de la Editorial Plaza Mayor, se indica que René Marqués la escribió en 1941. Plaza Mayor, “René Marqués”, enero 2020, https://www. editorialplazamayor.com/autores/rene_marques.htm. El libreto que se utilizó para el estreno de la obra en el XVI Festival de Teatro en Homenaje a René Marqués es el de 1951, fecha en que aparentemente el autor reescribió el drama.
Bibliografía
Marqués, René. Los condenados. Drama inédito, 1951.
_____.Teatro: El hombre y sus sueños, El sol y los Mac Donald. 2da. ed., Río Piedras, Cultural, 1974.
_____. “Pesimismo literario y optimismo político: su coexistencia en el Puerto Rico actual”. Ensayos (1953-1971). 2da. ed., Barcelona, Antillana, 1972, pp. 45-84.
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