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Juan Bobo y el «intelectual orgánico»

Juan Bobo y el «intelectual orgánico»: René Marqués y Antonio Gramsci en contrapunto

ILIARIS ALEJANDRA AVILÉS ORTIZ

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Acercamiento y problematización: ¿Marqués y Gramsci?

Juan Bobo y la Dama de Occidente. Pantomima puertorriqueña para un ballet occidental es una pieza de un acto dividido en tres cuadros, publicada en 1956 por René Marqués (1919-1979). La farsa, que no fue puesta en escena hasta noviembre del 2013, constituye una mordaz crítica al panorama intelectual y político que se cocía en la Universidad de Puerto Rico durante los primeros cuatro años del Estado Libre Asociado (19521956). Concretamente, esta pieza es una denuncia al afán occidentalizador del rector Jaime Benítez y a la apropiación que hizo el estadolibrismo –a través de la construcción de un discurso identitario y nacional– de la Universidad de Puerto Rico, convirtiéndola en una herramienta más del poder imperial estadounidense.

En la obra de Marqués, Benítez –imagen de la intelligentsia estadolibrista–se presenta como el sofista-taumaturgo que pondrá en jaque mate el sistema de creencias del ingenuo y joven Juan Bobo al presentarle a la misteriosa y resguardada Dama de Occidente. Tras las peripecias de Juan Bobo, encontramos un desenmascaramiento político, una denuncia al timo detrás del discurso occidentalizador del Profesor que culmina con la revelación del secreto que tanto había seducido al joven: la transmutación de la Dama.

Estudiar el panorama intelectual de la Casa de Estudios concebida por Benítez y su grupo de profesores resulta sumamente interesante. Es conocido que la Universidad de Puerto Rico experimentó un florecimiento sin precedentes, gozó de una vitalidad que penetró con mucho éxito en el colectivo puertorriqueño; era una universidad viva en una sociedad que parecía despertar. Igualmente, es tentador revisar los escritos donde se hace palpable la lucha maniquea entre occidentalistas y puertorriqueñistas. Sin embargo, en el presente trabajo proponemos centrarnos en la disección de la figura del Profesor, el personaje inspirado en el rector Benítez.

Mediante esta exposición pretendemos indagar en qué medida este encarna la idea del intelectual presentado por el filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937) en “Los intelectuales y la organización de la cultura”, texto compilado en los Cuadernos de la cárcel (1929-1935) y publicado de forma individual tras su muerte en 1949. Para esto, partiremos de la definición gramsciana de «intelectual» y su vínculo con el concepto de «hegemonía». Igualmente, proponemos una discusión de la pantomima que sirve de pretexto para entender y problematizar el panorama intelectual, político y social que vivía el Puerto Rico desde el que nos escribe Marqués. Por último, realizaremos una lectura a la caracterización que hace el arecibeño del Profesor y de su relación con Juan Bobo y el resto de personajes.

Ante todo, aclaramos que nuestro interés no es vincular al escritor arecibeño con las ideas del pensador de extracción marxista, pues aunque retrata en sus obras problemas de clase, René Marqués no militó bajo las filas de ningún movimiento vinculado al socialismo, contrario a otros autores de la Generación del 50 o de la Generación del 30. Nuestro interés, más bien, reside en utilizar la obra marquesiana como pretexto para ejemplificar y entender en el contexto puertorriqueño los términos que Gramsci nos lega, sobre todo, al estar estos vinculados con el mundo de la cultura, marco en el que precisamente se circunscribe la trama de la pantomima.

Gramsci: hegemonía y la función de los intelectuales

En su obra filosófica, Antonio Gramsci analiza las formas de dominación existentes en las sociedades modernas; de estas formas participan los intelectuales. Según el filósofo italiano, existe una marcada diferencia entre la dominación que se da por medio del uso de la fuerza física y la dominación velada a través de mecanismos tradicionalmente concebidos como “no violentos”. Este nos dirá que la dominación ocurre cuando la clase en el poder mantiene el control social a través de la fuerza física como son las fuerzas de choque, la policía o las milicias. Sin embargo, el italiano también arguye que la clase dominante puede emplear otros mecanismos, más velados, más “naturales”, pero también más poderosos para mantener su poder: la cultura.

El cofundador del Partido Comunista Italiano entiende que, mediante el consenso, la clase dominante se impone a sus subordinados. A través de la educación, la religión y los medios de comunicación, los dominadores establecen un sistema de significados que precisa a los subordinados un modo de vida; es decir, cómo estos deben estar y dirigirse ante el mundo. Los entes que comunican este sistema son los intelectuales.

Tradicionalmente, cuando empleamos el término intelectual nos referimos a aquella persona que se dedica al “cultivo de las ciencias y las letras”(1), hablamos de aquel individuo que estudia y reflexiona críticamente la realidad circundante, pero no se queda ahí. El intelectual no se detiene en el análisis del estado de la cuestión, sino que también aspira a transformar esa realidad que observa y analiza a través de la comunicación de sus ideas y de su militancia política, de su participación en los asuntos de la sociedad a la que pertenece; va más allá. Como diría el filósofo francés Jean-Paul Sartre en Plaidoyer pour les intellectuels: “L’intellectuel est quelqu’un qui se mêle de ce qui ne le regarde pas” (2).

Esta noción del papel del intelectual en la sociedad es herencia del controvertido debate público en torno a la liberación del capitán judío Alfred Dreyfus acusado de traición en la Francia de finales del siglo XIX. No obstante, para Gramsci, el intelectual es mucho más que un hombre de letras “que se mete donde no le importa”. Para comprender la función de los intelectuales en la sociedad, según nuestro autor, debemos remitirnos a la Italia de los años veinte. En este contexto los intelectuales actuaron como mediadores entre el bloque industrial agrario que ostentaba el poder político, los obreros y el campesinado.

Según el pensador sardo, todos somos intelectuales en tanto gozamos de la capacidad intelectiva. Todos podemos ser filósofos, pues “no se puede separar al homofaber del homosapiens” (3). Sin embargo, “no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales” (4). Es aquí donde se hace necesaria la distinción entre dos términos que manejará el autor y que detallaremos más adelante: el intelectual tradicional y el intelectual orgánico.

Para Gramsci:

Los intelectuales son los “empleados” del grupo dominante a quienes se les encomiendan las tareas subalternas en la hegemonía social y en el gobierno político; es decir, en el consenso “espontáneo” otorgado por las grandes masas de la población a la directriz marcada a la vida social por el grupo básico dominante, consenso que surge “históricamente” del prestigio –y por tanto, de la confianza– originado por el grupo prevalente por su posición y su papel en el mundo de la producción; y en el aparato coercitivo estatal, que asegura “legalmente” la disciplina de los grupos activa o pasivamente en “desacuerdo”, instituido no obstante para toda la sociedad en previsión de momentos de crisis de mando y de dirección, cuando el consenso espontáneo declina (5).

En otras palabras, la hegemonía se instala a través de la cultura y, a través de esta, les corresponde a los intelectuales programar a los dominados para que el sometimiento no sea visto como tal, sino como algo espontáneo, neutralizando así la capacidad revolucionaria de las clases populares. Los intelectuales son los encargados de difundir las ideas que emanan del poder. Constituyen el enlace, ya que por su “prestigio” son escuchados.

Los intelectuales tradicionales son aquellos que en nuestro imaginario fungen como tal: escritores, filósofos, artistas y científicos de alto rango. Sin embargo, estos no son los únicos que ostentan socialmente la función de intelectuales. De hecho, estos son solo una parte del “bloque” de intelectuales que orgánicamente se encuentra ligado al poder estatal. Por otra parte, los intelectuales orgánicos surgen de la masa, están íntimamente conectados con el grupo desde el que se originan. Expresan sus experiencias y sentir a la vez que sirven de enlace entre el poder del Estado y el resto de la masa (pues ellos constituyen una masa en sí). Son los profesionales y otros individuos capacitados en sus áreas de peritaje.

En otras palabras, cada grupo tiene y genera sus propios grupos de intelectuales. De hecho, Gramsci entiende que la realidad es un proceso dinámico no acabado, por lo que no hay nada que impida la existencia de otro tipo de intelectuales que derrumben el sistema hegemónico: los intelectuales contestatarios. En este punto cabe preguntarnos cómo vincular este acervo de datos con la pantomima escrita por René Marqués en 1956. La respuesta se encuentra en las figuras de los personajes principales de la historia: El Profesor y Juan Bobo. Estos personajes representan una lucha dicotómica entre occidentalistas y puertorriqueñistas, así como la relación entre intelectuales tradicionales e intelectuales orgánicos.

Facciones en la historia: sobre puertorriqueños y occidentales

En el prólogo de Juan Bobo y la Dama de Occidente, Marqués hace referencia al conflicto ideológico entre puertorriqueñistas y occidentalistas. Abiertamente, el autor se pronuncia contra la idea de la isla como puente entre culturas y acusa al rector de la Universidad de Puerto Rico, Jaime Benítez, de “despuertorriqueñizar al puertorriqueño”(6).

Benítez, figura que gozaba de mucha credibilidad y respeto entre los intelectuales hispanoparlantes por su gestión en la Reforma Universitaria de 1942 y en la acogida de luminarias españolas en el exilio, defendía a ultranza la “occidentalización” de la educación puertorriqueña. No obstante, muchos esgrimían –entre ellos Marqués– que el discurso “occidentalizador” prevaleciente en la academia puertorriqueña a mediados de la década de los cincuenta no era otra cosa que una evolución de nomenclatura de lo que –a partir de 1898– fue el americanismo y que luego de 1942 comenzaron a llamar universalismo.

El occidentalismo de Benítez era liberal, hispanófilo, eurocéntrico, mas no esencialista. El sector independentista en la universidad lo acusó de traicionar su independentismo inicial y de menospreciar la cultura puertorriqueña. Igualmente, fue tildado de autoritario y de estar al servicio político del gobernador Luis Muñoz Marín. Para muchos, Benítez estaba fallando en convertir la universidad en un baluarte de la afirmación nacional puertorriqueña ante la presencia norteamericana. En cambio, Benítez presentaba una visión educativa extranjerizante, poco orgánica, inapropiada para la realidad puertorriqueña, pues para entendernos como pueblo, el rector creía que teníamos que remitirnos a los orígenes de la democracia asamblearia ateniense cuando tan siquiera teníamos derecho a tal participación. Este se inspiraba en las enseñanzas de su maestro in absentia, el intelectual José Ortega y Gasset.

No es accidental que antes de la pantomima Marqués incluya una página citando uno de los fragmentos más famosos de la Meditaciones del Quijote del mencionado intelectual español:

Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo. Preparados los ojos en el mapamundo, conviene que los volvamos al Guadarrama. Tal vez nada profundo encontraremos. Pero estamos seguros de que el defecto y la esterilidad provienen de nuestra mirada. Hay también un logos del Manzanares. Mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o del Campo de Ontígola. Este sector de la realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: sólo al través de él puedo integrar y ser yo mismo (7).

No se trata meramente de que nuestra existencia esté configurada por nuestra circunstancia, sino por lo que señala el filósofo en la segunda y menos celebrada parte de la oración: la consciencia y la acción. Sin embargo, lo que nos parece interesante para propósitos de este ensayo es la referencia que hace Ortega al logos del Manzanares. Si contextualizamos el fragmento en la historia intelectual de España y en la obra del filósofo madrileño, Ortega lo que dice es que, en el afán de insertar a España en la modernidad europea, esta había olvidado mirar su propia y rica tradición. Igualmente, nos dice que, para poder conocer e insertarnos en el mundo, tenemos que partir de lo particular y propio. Al Marqués presentar esta cita parecería querer recordarle a Benítez el significado real de las palabras del madrileño. Ironiza la estéril mirada del rector mientras que nos prepara para ser partícipes de la pantomima puertorriqueña.

Marqués y el retrato del intelectual tradicional: El Profesor Benítez

La pantomima comienza en un batey donde se celebran, con cierta algarabía, las bodas de Juan Bobo. Durante décadas se ha utilizado este personaje folklórico (pesadote, torpe, de cerebro mínimo y perezoso) para representar la puertorriqueñidad (8), lo que indigna a Marqués quien, en cambio, intentará realizar “una re-creación del personaje atribuyéndole características más propias del puertorriqueño” (9). El Juan Bobo del arecibeño será entusiasta, curioso, ingenioso, idealista, sensible.

La boda de Juan Bobo es interrumpida por la llegada del Profesor, quien a todas luces de la descripción y de las ilustraciones de Lorenzo Homar es Jaime Benítez: “Detrás entra el Profesor Universitario con toga y birrete. Lleva un gran libro en la mano izquierda y un diploma enorme en la mano derecha. Se mueve muy estirado y rígido” (10).

Esta descripción coincide, hasta cierto punto, con la que realiza Gramsci del intelectual tradicional. El Profesor constituye el arquetipo de académico, un intelectual. Sin embargo, este personaje tiene una particularidad: no se queda en su Casa de Estudios, sino que acude al batey acompañado de sus edecanes, caballeros andantes, griegos y teutones. Parecería que el Profesor, además de ser un intelectual tradicional, está difundiendo las ideas de la clase dominante a la que pertenece, el modo de vida de la cultura occidental:

El Profesor, hollando la alfombrilla, sube dos escalones. Una vez en el taburete, se dispara un encendido “discurso” sobre las bondades y excelencias de la Dama de Occidente. El Profesor hace una pausa. Caballero I y Caballero II bailan brevemente en alabanza a la Dama. Al concluir, como por un resorte, el Profesor reanuda su “discurso” […]. Durante la escena anterior, jíbaros y pleneros se han ido acercando, unos a escuchar embobados el “discurso”, otros a examinar a los Esclavos, otros a curiosear alrededor de la Dama. Entre estos últimos está Juan Bobo: le seduce el misterio de la mujer velada” (11).

El Profesor ha logrado mantener cautiva a su audiencia mediante el discurso; ejerce su poder mediante el uso de las palabras. Es decir, desde su cátedra y en nombre de la cultura occidental, está prestando servicio a la hegemonía. Recordemos que la hegemonía se instala gracias a la cultura, gracias a la educación. Mientras esto sucede, Juan Bobo también ha sido cautivado: queda prendado de la Dama y decide ir tras ella. Llegamos al segundo cuadro.

Hegemonía y poder en el Viejo San Juan

En este cuadro pasamos del batey a un barrio colonial que nos recuerda el Viejo San Juan. Parecería que Marqués alegóricamente nos hace pasar por nuestra historia como pueblo y sociedad. Más radical aún, en el cuadro podemos hacernos conscientes de la pugna entre grupos sociales, en el que se problematizan los conflictos de clase, hegemonía y dominación.

En primer momento, Juan Bobo siente curiosidad por La Señorita criolla, quiere acercarse, pero no puede, ya que:

Por la izquierda entra El padre de la Señorita en pijama. El Padre de la Señorita trae en su mano una bacinilla. Tranquilamente, con cara impasible, sin prisa ni aspavientos, va hasta Juan Bobo y le “vacía” la bacinilla en la cabeza. Muy tranquilo sacude y “escurre” la vasija sobre la cabeza de Juan hasta que no queda “gota”, vuelve a salir por la izquierda que tan naturalmente entró (12).

Juan Bobo es víctima de un primer acto violento propio de los mecanismos de dominación. El joven intenta transgredir el orden “natural” de las cosas, intenta hacer coincidir dos clases que coexisten sin tocarse.

Decepcionado, Juan Bobo sigue su rumbo hasta encontrarse con La Americana. Esta intenta seducirle, pero después retira sus avances al ver el apasionamiento de este. Al observar el forcejeo entre La Americana y Juan Bobo, un grupo de marinos norteamericanos se detiene y golpea al joven del batey:

Juan Bobo vuelve en sí. Entra el Policía por la izquierda. Sin ver a Juan, quien yace maltrecho casi a sus pies, observa complacido a los Marinos bailando con La Americana. Juan se levanta. Le llama la atención al Policía y empieza a “contarle” la paliza que le han propinado los Infantes de Marina. Pero el Policía ni siquiera le “oye”. Está fascinado con la expresión occidentalista del “jitterbug” (13).

Marinos, policías, todos son instrumentos del poder estatal. Sin embargo, nótese que el Policía no observa la injusticia, ni se preocupa del abuso de fuerza ejercido por los marinos, sino que queda embaucado por el baile. Esta es la tercera injusticia por la que pasa Juan Bobo, es ignorado por quien le puede ayudar.

Como podemos observar, tal parece que el mecanismo más efectivo para mantener el poder, invisibilizar las injusticias, manipular y subyugar a los demás es a través de la cultura, no la violencia. No hacen falta las armas cuando la batalla se da con las ideas. Juan Bobo queda atónito, mas no insiste y marcha para continuar su búsqueda. El recorrido está transformando al Bobo, quien “sale al fondo derecha meneando la cabeza con gesto filosófico” (14). El Bobo, desde su condición, se piensa.

Occidentalistas vs. Puertorriqueñistas: intelectuales hegemónicos y contrahegemónicos

El tercer cuadro tiene lugar en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Lo sabemos por la mención que hace el autor de La Torre. El Profesor se encuentra en estado de angustia, pues “[h]oy ni un solo nativo se ha occidentalizado (15). Notemos la selección de palabras y su connotación: «nativo» y «occidentalizar». Parecería que El Profesor está encargado de civilizar al “bárbaro”, de ejercer su poder como enlace entre lo “civilizado” y lo “incivilizado”. Sin embargo, ¿quién establece los criterios de la «civilización»? O más importante aún, ¿cuál es el propósito de tal «acto civilizatorio»?

Gramsci nos dirá que “la escuela es el instrumento de preparación de intelectuales de diversas categorías” (16). La Universidad representada por la figura del Profesor parece ser instrumento del Estado para atender las necesidades del mismo a través de la formación de profesionales. Gramsci lo explicita: “En el sistema social democrático burgués se han creado imponentes masas de intelectuales que no se justifican para la atención de las necesidades de la producción, sino también para las exigencias políticas del grupo básico dominante” (17).

Juan Bobo quiere llegar hasta la Dama. Solo podrá conocerla a través de su guardador, El Profesor. Más adelante, El Profesor hace desfilar ante los ojos de Juan Bobo las obras maestras de la cultura occidental. De las obras, surgen los personajes que enfrentarán a Juan Bobo intentando hacerle desistir en su camino hacia la meta, la Dama. Sin embargo, con amabilidad, humildad, fe, fuerza de espíritu, pragmatismo, indiferencia y circunspección van cayendo los paradigmas de Occidente que ocupan al campesino. Finalmente, aparece El Profesor, quien le ofrece un diploma a Juan Bobo y le permite acercarse a una fría y enmascarada Dama de Occidente. La frialdad de la Dama decepciona al joven, mientras que su Novia aparece. Esta se encuentra celosa de la Dama y decide desenmascararla. Parecería que el acto transgresor de la joven es un acto contra la hegemonía de la Dama. La Novia de Juan Bobo, la novia del puertorriqueño, es su cultura. Esta decide desenmascarar a quien se ha presentado como su adversaria. La Novia hace entrar en razón a Juan Bobo, quien ya puede discernir y actuar.

Según Gramsci, el grupo social emergente, que lucha por conquistar la hegemonía política, tiende a conquistar la propia ideología intelectual tradicional, mientras forma a la vez a sus propios intelectuales orgánicos. Eso es lo que sucede en la pantomima. Juan Bobo, símbolo de los puertorriqueños, a través de su educación consume la ideología del Estado, se profesionaliza. Sin embargo, al final de la historia, el Bobo no se contenta con ser un profesional o un intelectual especializado que funge como enlace entre el estado y la masa, sino que decide hacer frente al poder hegemónico con la ayuda de La Novia.

La pantomima de René Marqués nos presenta a un Juan Bobo contra el poder hegemónico. Representa al pueblo de Puerto Rico contra el discurso del nacionalismo cultural promovido por el Estado Libre Asociado desde la Universidad y cuyo ideólogo y defensor fue El Profesor, Jaime Benítez. Esta es una historia en la que el puertorriqueño desenmascara el poder estatal de ese híbrido bajo el poder imperial de los Estados Unidos; esta es la historia en la que—con su denuncia e ingenio—Marqués termina siendo algo más que un intelectual tradicional. Como señala el doctor Mario Cancel, Marqués se encuentra más allá de un intelectual de centro.18 Marqués es un intelectual antihegemónico.

Notas

1. Voz “intelectual”. Diccionario de la Real Academia Española, 2019. Accedido el 23 de septiembre de 2019 en la web oficial: https://www.rae.es/

2. SARTRE, Jean-Paul. Plaidoyer pour les intellectuels. París: Gallimard, 1972. En castellano traduciría de la siguiente forma: “El intelectual es aquel que se mete donde no le importa”.

3. GRAMSCI, Antonio. La formación de los intelectuales. México, D.F.: Editorial Grijalbo, 1967, p. 26.

4. Ibíd.

5. Op. cit., p. 30.

6. MARQUÉS, René. Juan Bobo y la Dama de Occidente. Pantomima puertorriqueña para un ballet occidental. Guaynabo: Editorial Cultural, 1989, p. 15.

7. ORTEGA Y GASSET, José. Meditaciones del Quijote. Madrid: Alianza Editorial, 2014, p.12.

8. Sobre el particular recomendamos el siguiente ensayo de Ada Álvarez Conde: “Del cuento nacional a la nación: el caso de Juan Bobo”, publicado en la revista digital 80 grados el 29 de junio de 2018. Accedido el 15 de septiembre de 2019 en la página web: http://www.80grados.net/ del-cuento-nacional-a-la-nacion-el-casode-juan-bobo/

9. MARQUÉS, op. cit., p. 15.

10. Op. cit., p. 25.

11. Op. cit., p. 26.

12. Op.cit., p. 30-31.

13. Op.cit., p. 33.

14. Ibíd.

15. Op. cit., p. 36.

16. GRAMSCI, op. cit., p. 28.

17. Op. cit., p. 32.

18. CANCEL, Mario. “René Marqués, cultura y política del 1960: historia y “bobería””, publicado en la revista digital 80 grados el 7 de junio de 2019. Accedido el 22 de septiembre de 2019 en la página web: http://www.80grados.net/ rene-marques-cultura-y-politica-del-1960historia-y-boberia/

Bibliografía

Álvarez Conde, Ada: “Del cuento nacional a la nación: el caso de Juan Bobo,” 80 grados, 29 de junio de 2018, http:// www.80grados.net/del-cuento-nacional-ala-nacion-el-caso-de-juan-bobo/. Accedido el 15 de septiembre de 2019.

Cancel, Mario. “René Marqués, cultura y política del 1960: historia y “bobería,” 80 grados, 7 de junio de 2019, http:// www.80grados.net/rene-marques-culturay-politica-del-1960-historia-y-boberia/. Accedido el 22 de septiembre de 2019.

Gramsci, Antonio. La formación de los intelectuales. México, D.F., Editorial Grijalbo, 1967.Marqués, René. Juan Bobo y la Dama de Occidente. Pantomima puertorriqueña para un ballet occidental. Guaynabo, Editorial Cultural, 1989.

Ortega y Gasset, José. Meditaciones del Quijote. Madrid, Alianza Editorial, 2014.

Sartre, Jean-Paul. Plaidoyer pour les intellectuels. París, Gallimard, 1972.

Voz “intelectual”. Diccionario de la Real Academia Española, 2019, https:// www.rae.es/. Accedido el 23 de septiembre de 2019.

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