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LA DOCTORA ESTHER NOEMÍ ARROYO HERNÁNDEZ

La doctora Esther Noemí Arroyo Hernández, proveedora de servicios ginecológicos y obstétricos en Humacao

SILVIA M. CASILLAS OLIVIERI

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[biografía-medicina-historia]

De la década de 1930 a 1970, en Puerto Rico hubo una transición del cuidado del embarazo y parto atendido por comadronas a la implantación de un modelo biomédico del parto en el que se utilizaban rutinariamente medicamentos e intervenciones que no solían estar presentes en los partos domiciliarios o que les estaban prohibidos a las comadronas. El uso de fórceps, diferentes tipos de anestesia y hormonas era parte integral de este modelo. Con ello, los médicos ponían todo el instrumental y la tecnología que estaba disponible en ese momento histórico al servicio de la agilización y manejo del parto. La concepción del parto se sentaba sobre las bases de que este era un proceso fisiológico que podía ser manipulado y que, además, podía “descarrilarse” o presentar problemas en cualquier momento. Desde esa perspectiva, el hospital ofrecía el ambiente más seguro para las mujeres que daban a luz. Sin embargo, ese modelo también les restaba a estas control y autonomía durante su proceso de parto. Para 1960, los modelos utilizados por los médicos puertorriqueños provenían principalmente de Estados Unidos y reflejaban un manejo del parto muy similar al de ese país. Ya para esa década, la mayoría de los partos en Puerto Rico se atendían en los hospitales, aunque todavía había comadronas que llevaban a cabo una práctica limitada, particularmente en áreas rurales de la Isla. Con el fin de conocer de primera mano la experiencia de una doctora en medicina, quien atendió partos de 1959 a 1970 en su práctica privada en Humacao, entrevistamos el 25 de febrero del 2000 a la doctora Esther Noemí Arroyo Hernández. La doctora Arroyo nació el 21 de noviembre de 1930 en Humacao. Había decidido muy joven estudiar medicina debido a que era buena en las ciencias y a sus padres, el juez Rafael Arroyo y la señora Rosa Hernández, les gustaba la idea y la apoyaban. Por ello, en el año 1947 comenzó sus estudios subgraduados con especialidad en Biología en Franklin College en Indiana. Luego se transfirió a la Universidad de Michigan en Ann Arbor, donde concluyó sus estudios en 1950 e ingresó a la Escuela de Medicina de esa institución.

Era una de solo seis mujeres en una clase de medicina de 150 estudiantes. Debido a que había comenzado a estudiar medicina luego de la aprobación del GI Bill, que ofrecía becas académicas a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, había muchos hombres mayores y casados que estudiaban en su misma clase de medicina. El mismo año en que ingresó a la Universidad de Michigan, en Puerto Rico se inauguró la Escuela de Medicina de la Universidad de Puerto Rico en la que había 10 mujeres de un total de 50 estudiantes. Es decir, la proporción de mujeres que estudiaba medicina en Puerto Rico era mayor que en Estados Unidos y, de acuerdo con la opinión expresada por la doctora Arroyo, tenían mayor aceptación.

A finales del siglo XIX y principios del XX los argumentos presentados por las mujeres estadounidenses para ganar acceso a las escuelas de medicina eran que las mujeres, por sus cualidades maternales, harían una contribución especial a este campo del saber. Sin embargo, la doctora Arroyo no creía que eso fuera necesariamente cierto. Por otra parte, afirmó que muchos compañeros varones pensaban que las mujeres no debían estar en la escuela de medicina porque ellas probablemente se casarían y no ejercerían su profesión. De acuerdo con los varones, su puesto estaba privando a un hombre que sí ejercería la medicina. Algunos profesores compartían esa perspectiva de que era una pérdida de esfuerzo y dinero adiestrar a una mujer en el campo de la medicina. Sin embargo, cuando ella y sus compañeras ingresaron a la escuela de medicina, tenían todas las intenciones de ejercer su profesión y, efectivamente, cuatro de las seis lo hicieron. Desafortunadamente, de las dos restantes, una murió durante su año de práctica y otra nunca ejerció su profesión.

La doctora Arroyo estudió medicina en la Universidad de Michigan de 1950 a 1954. De 1954 a 1955 estuvo en su año de internado general en el Charity Hospital de New Orleans, un hospital de referidos. Escogió hacer la práctica en el Charity Hospital debido a que estaba ubicado en un área urbana y recibía todo tipo de casos, incluyendo partos, contrario al de su universidad en Michigan, donde todos los partos eran atípicos y llegaban por referidos. La única excepción eran los partos de las esposas de los médicos, pero esos no los atendían los estudiantes de medicina. En la Universidad de Michigan no había tenido experiencia práctica con partos normales y, durante su adiestramiento, los estudiantes se limitaban a observar desde unas gradas a los profesores mientras estos atendían los partos. Por esa razón, no había podido atender un parto hasta que realizó su internado en el Charity Hospital. Luego de su año de internado, regresó en 1955 a Puerto Rico a trabajar en el Centro de Salud de Humacao, inaugurado hacía dos años, donde el doctor Armando Ortiz Quiñones, director médico de la institución, trabajaba junto a tres otros médicos. El puesto de la doctora Arroyo lo había ocupado inicialmente la doctora Rebekah Colberg –la destacada atleta y primera puertorriqueña en participar en una competencia atlética internacional– y, cuando esta pasó a ocupar otro puesto, la emplearon a ella. Ahí la doctora Arroyo trabajó hasta 1958. Fue en ese trabajo que Noemí Arroyo se dio cuenta de que las mujeres preferían venir a donde ella para hablar de sus problemas porque pensaban que habría más empatía de su parte o porque se sentían más cómodas. Esto contrasta con el hecho de que la doctora Arroyo no pensaba que las mujeres pudieran tener una sensibilidad diferente a la de los hombres por el hecho de ser mujeres, a pesar de que aparentemente otras mujeres pensaban que el género sí hacía una diferencia. Durante esos tres años la doctora Arroyo no se sentía segura al atender partos debido a que reconocía que el adiestramiento en ginecología y obstetricia que había recibido en la Universidad de Michigan había sido deficiente. Por ello, luego de tres años de trabajo, decidió ir al Margaret Hague’s Hospital en Jersey City donde comenzó una residencia en obstetricia de un año en 1958. En el Charity Hospital, donde anteriormente había hecho su internado como médica generalista, se atendía a muchas mujeres de bajos recursos económicos que no habían tenido casi ningún cuidado prenatal, pero que habían tenido muchos hijos y, cuando llegaban para su sexto o séptimo parto, parían con relativa facilidad. Según la doctora Arroyo, por ello no vio muchas complicaciones obstétricas en ese hospital. En cambio, en el Margaret Hague’s Hospital, donde hizo su residencia en obstetricia, trabajó ofreciendo clínicas prenatales a mujeres que luego llegaban a atenderse en sus partos. Además, en ese hospital los médicos tenían turnos de 24 horas. Por lo general, si una mujer llegaba al principio de su turno, ella la atendía durante todo su parto y, de surgir cualquier complicación, también la atendía posteriormente. En ese hospital, los médicos se limitaban a tomar la presión, medir el tamaño de la matriz para asegurarse de que el crecimiento fuera normal y contestar cualquier pregunta que tuviera la embarazada. Las enfermeras eran las que se encargaban del aspecto de nutrición y educación de las embarazadas, lo cual es indicador de la división de trabajo entre médicos y enfermeras. En su internado en Margaret Hague’s Hospital la doctora Arroyo no tomó ningún curso sobre nutrición y la única medida que tomaba para atender el aspecto nutricional de las mujeres a las que atendía era recetarles vitaminas.

Luego de terminar su residencia en obstetricia, regresó al Centro de Salud de Humacao en 1959 y trabajó allí hasta 1961. Para esa época no había ni pediatras ni obstetras en Humacao. Cuando atendía partos complicados en los que había que hacer cesárea, se los refería al doctor Armando Ortiz, quien era cirujano, puesto que ella no contaba con esa experiencia. A la vez que atendía partos, la doctora Arroyo siguió con su práctica como médica generalista. Cuando regresó del Margaret Hague’s, le ofrecieron unirse al grupo de médicos del Hospital Font Martelo; ella compró acciones y se unió. Era la única mujer en ese grupo médico y, además, era codueña del hospital. Como venía con el adiestramiento de Margaret Hague’s, el grupo de médicos decidió que se haría cargo de la parte de obstetricia.

Es pertinente observar que el grupo médico del Hospital Font Martelo contaba con un directorio médico inusual para ese momento histórico. Su director médico, el doctor Armando Ortiz, era un humacaeño afrodescendiente. Por otro lado, la doctora Noemí Arroyo era una de las pocas mujeres médicas en Humacao y en la Isla en ese momento. Juntos pudieron colaborar fructíferamente durante muchas décadas en su práctica médica y fueron amigos y compadres en su vida personal.

Una vez que estableció su práctica privada en 1961 junto al doctor Ortiz, inmediatamente contó con mucha clientela. Aproximadamente un 60% de su clientela era del área urbana de Humacao y los pueblos limítrofes. La mayor parte de la población rural, de menos recursos económicos, iba al Hospital Municipal de Humacao para dar a luz.

Para principios de la década de 1960, una consulta médica costaba $3.00. Los costos por atender un parto eran $75.00 por primíparas, es decir, mujeres que parían por primera vez, y $50.00 por multíparas o mujeres que habían tenido al menos un parto anterior. Diez años después, en 1970, cuando dejó de atender partos al nacer su cuarta hija, la doctora Arroyo cobraba $100.00 por atender un parto de primípara y $75.00 por un parto de multípara. Las visitas prenatales se cobraban a $5.00 cada una.

Durante una visita prenatal típica, la doctora Arroyo le preguntaba a la mujer embarazada si había tenido un embarazo anterior, si padecía de alguna enfermedad y si había tenido abortos. Se le pedía a la mujer la fecha de su última regla, se le tomaba la presión y se le hacía un examen pélvico. También se le hacía a la mujer un pequeño examen general básico.

En cuanto a recomendaciones sobre aspectos nutricionales, además de recetar vitaminas, no se les daba ninguna otra recomendación. Tampoco se les hablaba a las mujeres sobre los efectos del cigarrillo ni el alcohol sobre el feto puesto que para esa época no había mucha consciencia de los efectos nocivos de estas substancias. El único tema que se tocaba era sobre el aumento de peso. Según la doctora Arroyo, “era sagrado” prescribir a las mujeres que no aumentaran más de veinte libras durante el embarazo. De acuerdo con el conocimiento médico de esa época, el peso de la placenta, el fluido amniótico y el feto sumaban 20 libras. Sobre la base de eso, si la embarazada no engordaba más de veinte libras tendría un parto más fácil y tendría menos tendencia a desarrollar preclamsia, aunque también había casos de mujeres que aumentaban muy poco y sufrían de esa condición. El seguimiento de la presión arterial era otra cosa muy importante que se hacía durante el cuidado prenatal al ser un indicador de preclamsia. Si había peligro de aborto, recomendaba descanso y altas dosis de estrógeno o dietilestilbestrol (DES), un estrógeno sintético que se desarrolló para suplementar el estrógeno producido naturalmente por las mujeres. Recetado por vez primera en 1938 a las mujeres que tenían abortos espontáneos o partos prematuros, el DES se consideraba seguro para las mujeres embarazadas y sus bebés en desarrollo. Sin embargo, años después se supo de los efectos perjudiciales que tenían esas hormonas cuando fueron vinculadas al cáncer y otros problemas reproductivos en las hijas de las mujeres a las que se las recetaron. Como preparación para el parto en el hospital, a las mujeres se les hacía una serie de procedimientos rutinarios y, muchas veces, innecesarios. Además, se utilizaba una serie de drogas para diferentes propósitos. Era estándar el uso de enemas, afeitar el área genital, y limitar la ingesta de líquidos y alimentos. Los fórceps se utilizaban especialmente con las primíparas. Además del éter, se usaba Demerol para el dolor. Usualmente se lo daban a la parturienta cuando el parto ya estaba adelantado porque las mujeres no se dormían en esa etapa del parto. Junto al Demerol se administraba Atropina, un medicamento antiespasmódico que dilataba los vasos sanguíneos y hacía que se absorbiera mejor el Demerol. A causa del Demerol a veces nacían los bebés dormidos y no respiraban adecuadamente. En esos casos, se les daba una nalgada a los bebés y se les administraba oxígeno.

La episiotomía era otro procedimiento rutinario para las primerizas. Esta es una incisión hecha en el área del perineo para ensanchar la abertura de la vagina durante el parto que se hace rutinariamente dentro del modelo biomédico del parto. Sin embargo, no hay evidencia empírica de que mejore los resultados del parto y, en cambio, causa muchísimas molestias a las mujeres a quienes se la practican.

En el hospital, las parturientas tenían que usar las batas que el hospital proveía en lugar de su propia ropa. Al momento de pujar se les acostaba en una camilla con estribos, pero mientras realizaban el trabajo de parto se les animaba a caminar por la sala de partos y el pasillo si querían. El parto era un evento en la vida de las mujeres que se enfrentaba sin la compañía de seres queridos. No se permitía ni siquiera la presencia de los padres en la sala de parto. Los hombres, por lo general, dejaban a sus esposas en parto en el hospital y se iban a la sala de espera.

En las visitas prenatales, la doctora Arroyo les explicaba a sus pacientes que no fueran al hospital hasta que las contracciones no fueran regulares cada cinco minutos. Les aclaraba que en casa estarían más cómodas y podrían hacer cosas para entretenerse. En cambio, en el hospital, si iban muy temprano, el médico que las atendiera podría desesperarse al estar a la espera y tomar decisiones que no eran las más ventajosas. Esto es indicador de que la doctora Arroyo estaba consciente de que las intervenciones que se realizaban en los hospitales no siempre producían buenos resultados en el parto. También se relaciona con el papel activo que deseaban tener los médicos con relación al cuidado del parto que contrastaba con la actitud de espera paciente característica de las parteras.

En promedio, la doctora Arroyo atendía diez partos mensuales. Luego de una década, llegó a atender aproximadamente 1,000 partos en su práctica privada. Según ella, un parto normal era “facilísimo” y lo podía atender cualquiera, hasta un bombero o policía. El problema consistía en saber cuándo un parto dejaba de ser normal, determinar eso a tiempo y admitir que uno no estaba capacitado para atender esos partos. Concluyó diciendo: “eso es lo que se necesita, reconocer cuándo el parto no es normal y referirlo a tiempo”.

No todos los médicos contaban con un adiestramiento apropiado para manejar el parto. La doctora Esther Noemí Arroyo Hernández, debido a su interés por mejorar profesionalmente, buscó adiestrarse de manera apropiada para manejar partos que no requirieran una cesárea mediante el internado que realizó en obstetricia. Por otra parte, como profesional de la salud, fue pionera en su campo puesto que llegó a ser una de las primeras mujeres en practicar la medicina en Humacao. Fue, además, empresaria dentro del campo de la salud al llegar a ser codueña de uno de los primeros hospitales privados de ese municipio, el hospital Font Martelo, fundado en 1914, al mismo tiempo que se fundó también el Ryder Memorial Hospital. Con su práctica privada, la doctora Esther Noemí Arroyo Hernández abrió camino a otras mujeres dentro del campo de la medicina y dio un rostro femenino dentro del cuidado biomédico del embarazo y parto que llegó a prevalecer en Puerto Rico para la década de 1970 al tiempo que desaparecían las comadronas ante las regulaciones impuestas a su práctica por el Departamento de Salud.

Dra. Arroyo Hernández en sus estudios en la Universidad De Michigan en USA

Carta de de la Universidad de Michigan al padre de Dra. Arroyo Hernández

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