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EVANGELIO, IGLESIA Y SOCIEDAD

Pensaba que era humano como todos

Mi infancia la viví en mi pueblo rodeado de personas que tenían las mismas características físicas que yo, el mismo lenguaje, los mismos hábitos y costumbres que fueron dando forma a mi ser. En ese tiempo pensaba que yo era una persona como cualquiera, un ser humano normal que se llamaba Joel, simplemente eso.

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Ya siendo adolescente, tuve que salir de mi pueblo para trabajar y poder continuar mis estudios en la ciudad. Cuando me encontré en el ambiente urbano, percibí que muchos me miraban como si fuera una «rareza», sus miradas, sus actitudes, su manera de hablarme... me decían que yo no era igual que ellos. En el trabajo y en la escuela me hacían notar que yo era una especie de «ser inferior», casi un «subhumano». Ahí, por primera vez, no me llamaron por mi nombre: sino «indio».

En ese lugar te hacen ver que «no es tu mundo», que «no es tu lugar», comienzas a experimentar la exclusión, la discriminación, la indiferencia y la invisibilidad social. Ahí, te surgen interrogantes y buscas los «porqués» de ese maltrato, de esa minimización de tu dignidad, de esa invisibilidad de tu ser específico. Y las respuestas, poco a poco, las vas encontrando cuando te miras al espejo y te das cuenta que físicamente no eres como aquellos a quienes la sociedad valora más, respeta más, escucha más...

El peso del lugar y el color

Te vas dando cuenta de que el color de tu piel, el lugar donde naciste, el grupo humano del que provienes, pesan mucho a la hora de definir el valor de tu persona, la importancia de tu ser, de tu palabra, de tu saber, de tu visión... En este sentido, el color de la mixteca me arrinconó al lugar de mis semejantes: la periferia social y eclesial. Al lugar de la pobreza humana y la ignorancia, al lugar de lo primitivo y lo subdesarrollado, al lugar de lo insignificante y de poca importancia para la sociedad e incluso para la Iglesia... el trato de quienes no eran como yo me hacía sentir eso. Eran más valorados y respetados quienes no eran de piel morena, aquellos que su lugar de origen era un contexto urbano, que su estructura corporal y su piel tenían «pinceladas» de Europa. Se les reconocía un valor mayor que a quienes proveníamos de regiones y pueblos indígenas. Eso era evidente en el trato y en las oportunidades que se tenían en todos los ámbitos de la sociedad.

Ese discurso de minimización de tu ser, con hechos y palabras, se vuelve tan cotidiano, tan de todos los días que terminas por creer que es verdad, que tu valor, tus derechos, oportunidades y responsabilidades son menores que las de aquellos que son diferentes a ti y, los comienzas a considerar mejores que tú y, así los tratas, desde esa convicción y perspectiva comienzas a relacionarte con ellos. Crees que no es bueno ser tú, que los rasgos específicos que te dan tus raíces son un problema para alcanzar la misma dignidad humana que tienen aquellos que la sociedad idealiza y promueve. Y sientes vergüenza de ti mismo.

El deseo de no querer ser yo

Así comenzó en mí el doloroso camino de la imitación como vía para mendigar dignidad. Busqué círculos de convivencia y amistad que me asemejaran a ese ser humano más valorado y tomado en cuenta en la sociedad. Un deseo de no ser yo comenzó habitar en mi interior, de ser otra persona que no llevara el color indígena, que no tuviera la etiqueta social de ser «originario», porque eso me cerraba puertas. Comencé a pensar que ser hijo de esa «raza» que retrata antepasados prehispánicos que se pensaban muertos, era el principal problema para mi realización personal, para mi felicidad...

Una especie de «endorracismo» comenzó a mover mi existencia; es decir, un racismo interior contra mí mismo, contra las evidencias físicas y culturales de mis orígenes, una especie de desprecio de mi ser se convirtió en el motor de mis comportamientos, actitudes e ideales. tán acostumbrados a reconocer como iguales a quienes encarnan la raíz prehispánica. ¿Político? ¿Sacerdote? ¿Religioso? ¿Una profesión? Tal vez se puedan presentar como vías para ser significativo e importante en una sociedad donde tu presencia significa poco o nada. Pero no, la experiencia dice que, sólo el encuentro con Dios puede mostrarte cómo ser tú mismo, porque Él es la fuente de la autenticidad. De hecho, el Nombre de Dios es «Yo soy el que soy» (Ex 3,14-16) y, si comienzas a creer que tú eres imagen y semejanza de Él, comenza-

En el fondo siempre sabes quién eres y de dónde vienes, que es imposible no ser tú. Que la etiqueta social de ser humano inferior, aunque no quieras, te acompañará en los contextos discriminatorios donde vives y convives. Que será muy difícil que te miren y te valoren con la misma dignidad quienes no esrás el camino de la originalidad y la autenticidad que te llevará a la dignidad que la sociedad nunca te dará: la de un ser humano hijo de Dios que no tiene miedo de ser como su Padre: «el que es», simplemente eso. Así, mostrarás al mundo que la solución al racismo comienza en uno mismo, este es el primer paso.

facebook.com/lahoradelplanetamexico

La Hora del Planeta

La Hora del Planeta es una actividad creada por el World Wide Fund for Nature (Fondo Mundial para la Naturaleza) con la intención de involucrar a todas las personas en el tema del cambio climático. Se celebra el último sábado de marzo y consiste en un apagón eléctrico voluntario, en el que se pide a hogares y empresas que apaguen luces y otros aparatos eléctricos no indispensables durante una hora. Con esta acción simbólica, se pretende concientizar a la sociedad sobre la necesidad de adoptar medidas frente al cambio climático y las emisiones contaminantes, así como ahorrar energía y aminorar la contaminación lumínica.

Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/ Hora_del_Planeta

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