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Quito – Ecuador
Población:
2. 7 millones de habitantes.
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Alimentos importantes:
Maíz, papas, plátanos, arroz y pollo.
Capital del Ecuador
Ubicado al lado del volcán Guagua Pichincha, a una altitud de 2,800 metros.
Socios importantes:
Conquito, Alcaldía de Quito, RIMISP.
Desafíos clave:
Acceso a alimentos seguros y saludables, producción y distribución sostenibles de alimentos, relevo generacional, cambio climático.
ECUADOR
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Quito: Poniendo los alimentos en agenda
A pesar de sus diferencias, los involucrados en el sistema alimentario de la ciudad de Quito están uniendo fuerzas por primera vez. Saben que el suministro de alimentos de la ciudad puede mejorar, si todos se ponen de acuerdo.
Calles onduladas, hermosos edificios coloniales e iglesias lujosamente decoradas donde el dorado y el kitsch llaman la atención a la vista: así es el centro histórico de Quito, la capital de Ecuador. Vista desde Google Earth, verá que la ciudad se extiende entre altos volcanes con picos nevados. Más allá de la ciudad siguen los Andes, en una ruta que atraviesa Ecuador de norte a sur con 84 volcanes. Es un lugar de ensueños con una pizca de pesadilla, dado que si alguno de los volcanes de Quito entrara en erupción, traería la ruina a toda la ciudad. La amenaza de cenizas, deslizamientos de tierra e incluso trozos de glaciares son solo el inicio de ello. Una erupción también afectaría al suministro de alimentos. El 62 por ciento de los alimentos quiteños proviene del sur del país por la vía Tambillo. El camino por el que transitan los alimentos del campo a la ciudad queda a unos pocos kilómetros del cráter del Cotopaxi, un volcán que estuvo activo por última vez en 2016. Si un deslizamiento de tierra o lava destruye la carretera, la ciudad se quedaría sin alimentos en tan solo unos días.
Una cadena de suministro que no considera la amenaza de volcanes circundantes es solo un ejemplo de los muchos puntos débiles del sistema alimentario de Quito. Este análisis se desprende de un estudio realizado por el Municipio de Quito y la fundación RUAF en 2016. El informe fue claro: poco más de un tercio de los terrenos agrícolas se usan de manera óptima, el rendimiento de los cultivos comestibles es bajo e incluso muy bajo, y el uso de pesticidas excedió ampliamente los límites internacionalmente aceptados. La ciudad depende en gran medida de las importaciones desde otras regiones porque Quito produce solo el 5 por ciento de los alimentos que necesita su población. Aún si se incluyen los cultivos del resto de la provincia, apenas llega al 12 por ciento. No es sencillo que lleguen los alimentos saludables a los platos. Además, 6 de cada 10 habitantes entre 25 y 59 años tienen sobrepeso, el 29 por ciento de los niños sufren de desnutrición. En los vecindarios más vulnerables, ese porcentaje se eleva hasta 46 por ciento. Al final de la cadena, se acumula una pila de desechos sin procesar, de los cuales más de la mitad consiste en material compostable.
Nuevas perspectivas
Lo ideal es tener un sistema alimentario sólido y con poco desperdicio, que brinde a cada consumidor una alimentación saludable y al agricultor un precio justo. No obstante, entre el sueño y la realidad existe la ignorancia, los intereses en conflicto y la falta de políticas. Para abordar estos problemas, Rikolto trabajó con RUAF, el Centro de Desarrollo Rural en América Latina (RIMISP) y varios departamentos del Municipio de Quito.
Alexandra Rodríguez
¿El propósito? Articular a los distintos actores involucrados en el sistema alimentario para que trabajen juntos en lo que luego se convertiría en la Carta Alimentaria de Quito. “Después de examinar el sistema alimentario, nos quedamos con mucha información valiosa. La pregunta entonces era: ¿cómo pasamos del conocimiento a la práctica? Es por eso que invitamos a todos los que pueden desempeñar un rol en la ejecución de esas medidas. Académicos, representantes de agricultores, autoridades nacionales y provinciales, asociaciones de consumidores y empresas. Todos estuvieron representados” señala Alexandra Rodríguez, responsable del Programa de Agricultura Urbana Participativa de Quito (AGRUPAR). Ella fue parte del proceso desde el inicio, cuando se estableció la plataforma de trabajo. Más tarde se le denominó Pacto Agroalimentario de Quito (PAQ). “Me impresionó mucho la presencia de los diferentes actores. Todos entendieron que los problemas existentes requieren acción y por primera vez vimos los desafíos desde la perspectiva del otro.”
Sin embargo, las negociaciones no siempre se desarrollaron sin problemas. Ney Barrionuevo de RIMISP comenta. “No todos estuvieron de acuerdo sobre lo que el término ‘sistema alimentario’ incluye o no incluye. Los agricultores conocían poco acerca de la comercialización y el procesamiento de alimentos, por lo que la presencia de la industria les molestaba... Algunos consideran que solo la agricultura orgánica es sostenible, mientras que otros también consideran sostenibles los métodos bajo el paraguas de “buenas prácticas agrícolas” (BPA, según lo define la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, ed.), siempre que reduzcan el uso de pesticidas. Claramente había una falta de cultura del diálogo, muchos no estaban acostumbrados a discutir sus puntos de vista con la otra parte.”
El objetivo final era preparar un texto que luego pudiera servir como base para una resolución a nivel municipal. Entonces, con suerte, se convertiría en ley. Barrionuevo fue responsable de redactar dicho texto, que eventualmente se llamaría Carta Alimentaria de Quito (Quito’s Food Charter). Durante el proceso, se redactaron no menos de 21 versiones de aquella carta. Alexandra Rodríguez también recuerda esas reuniones con lujo de detalles. “Una sola palabra, como ‘soberanía alimentaria’ podía provocar discusiones intensas”. La soberanía alimentaria representa el derecho a una alimentación sana y culturalmente apropiada, con alimentos producidos de manera sostenible y ecológicamente responsable, y el derecho a moldear el sistema alimentario y agrícola en sí. Desde el año 2008, la soberanía alimentaria ha sido parte de la constitución ecuatoriana, siendo además la única constitución en el mundo que otorga derechos a la naturaleza.
Por ahora, todavía hay una brecha entre el papel y la práctica. Rodríguez señala: “Para los representantes de los consumidores, la soberanía alimentaria debía ser una parte esencial de la Carta Alimentaria. La industria, por otro lado, dijo: ‘No creemos en la soberanía alimentaria y si la carta lo menciona, no firmamos’. Cada palabra fue considerada y sopesada. La carta final es el resultado de compromisos y la búsqueda de acuerdos, a veces escasos. Esos matices son el alma de la carta. El documento no solo sirve a los intereses de la industria o los del consumidor. Es para todos”. Ney Barrionuevo también está satisfecho con el resultado final. “Tengo la impresión de que todos apoyan la carta y se sienten representados. Esta experiencia muestra que es posible reunir a partes opuestas para desarrollar una política. De esta manera, la aplicación final también será más fácil. El diálogo entre el sector público, el sector privado y los órganos rectores tanto a nivel provincial como nacional es realmente un paso adelante, dado el contexto ecuatoriano.”
El poder del cucharón
Sin embargo, el cambio no solo proviene de los responsables políticos y de los productores; las elecciones y preferencias de los consumidores también juegan un papel importante. Asi lo confirma Julio De la Calle. Él es director de proyectos, innovación y regulación en la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos y Bebidas (ANFAB), una organización que también forma parte del PAQ. “La producción orgánica suena genial, pero localmente casi no hay
Julio de la Calle
mercado para alimentos sostenibles. Tenemos que ajustar nuestra producción a las necesidades del consumidor. Si las empresas invierten en una producción más sostenible, debe existir una demanda acorde, de lo contrario no recuperarán nada por su esfuerzo”, señala Paola Ramón, directora de la Secretaría de Productividad y Competitividad de Quito, quien también está de acuerdo en que “Necesitamos un gran movimiento de consumidores. Algo ya se está moviendo, pero la demanda del consumidor no es lo suficientemente alta.”
Nadie cree más en el poder del consumidor que los radialistas Marcelo Aizaga y Eliana Estrella. En el PAQ, representan a quienes diariamente reciben las consecuencias de la política alimentaria. Si la industria considera que los consumidores son tan importantes, también debería informarles, dicen. “Nuestro programa de radio ‘El poder del cucharón’ es más popular que los de comedia o deporte. Esto muestra que estamos llenando un vacío de información. Basta con mirar los anuncios de radio y televisión, y los anuncios sobre comida. En nueve de cada diez casos, son pura publicidad. No existe nada educativo al respecto. ¿Cómo se espera que el consumidor sepa en qué consiste una la alimentación responsable?”, pregunta Aizaga. Durante años han brindado a sus oyentes información sólida sobre alimentos saludables y sostenibles, a través de la radio e internet.
Una encuesta demostró que sus oyentes son leales y realmente siguen los consejos de Aizaga y Estrella, quienes inspiran sobre hábitos alimenticios más saludables y sostenibles al aire. Un ejemplo de esto gira en torno a la compra de productos agroecológicos. La agroecología implica cultivar sin pesticidas químicos, mezclando cultivos. El agricultor imita un ecosistema natural, en el que los cultivos se refuerzan mutuamente, manteniendo a raya a ciertas plagas. Actualmente existen más de 70 tiendas agroecológicas en la ciudad: una verdadera explosión. Según Estrella, este es el resultado del aumento en la demanda de los consumidores. Para una alimentación sostenible, los mercados orgánicos en Quito ya no son la única opción, también se puede acudir a tiendas y restaurantes convencionales. Resulta prometedor la aparición de nuevas organizaciones de consumidores y la creciente popularidad de la agricultura comunitaria. Esta última es una colaboración entre agricultores y consumidores. Mucho antes de la época de cosecha, el consumidor contribuye a los costos de producción del agricultor, quien reserva una parte de su cosecha. De esta manera, comparten los riesgos que conlleva la agricultura, como el mal tiempo o los insectos codiciosos.
Precio e información determinan el menú
“En 2008, Rikolto llevó a cabo un estudio sobre las tendencias vinculadas al consumidor. Este demostró que muchos de ellos están interesados en los alimentos orgánicos, incluso agroecológicos, pero que el término ‘agroecología’ aún es desconocido para muchos “, dice Estrella. Que el mercado de alimentos agroecológicos sea pequeño no significa automáticamente que no despierte interés. Muchos simplemente no disponen de suficiente información. Para la mayoría de los residentes de Quito, el precio es lo primero que determina el contenido del menú. No obstante, con una buena política, la comida sana y variada no ha de ser solo para aquellos que puedan pagarla o se encuentren bien informados. Por eso, Aizaga y Estrella como parte del PAQ apuestan por continuar trabajando por la defensa de los derechos de los consumidores en el futuro. Por ejemplo, esperan que la publicidad dirigida a los niños sea prohibida a largo plazo. “Las reuniones del PAQ son una excelente manera de mantener la atención de los diversos involucrados. Cada quien informa lo que está haciendo”, dice Marcelo. Al informar a los consumidores, el PAQ puede crear un efecto de empoderamiento de los consumidores, conscientes de que impulsan el cambio de abajo hacia arriba. Debido a cambios en el ayuntamiento, las reuniones del PAQ se han detenido por el momento. Rodríguez explica: “Queremos que la carta tenga un carácter oficial, pero ahora la situación política no es adecuada. Durante los dos años que trabajamos en la carta, la anterior gestión contribuyó. Finalmente, el alcalde ya no tuvo la oportunidad de firmar el documento. Así que tenemos que reconstruir esa relación con el nuevo Consejo Municipal.”
Verduras limpias para todos
En Quito, nuevas iniciativas acortan la distancia entre agricultores y consumidores. Aumentan el entendimiento mutuo y hacen la producción más sostenible, justa y resiliente.
En la pendiente de una colina con vista al poderoso volcán Cotopaxi crecen, de lado a lado, repollos, lechugas y cebollas. El terreno en el que crecen se encuentra 37 kilómetros al noreste de Quito, en la provincia de Pichincha. La tierra absorbe su porción diaria de agua y nutrientes bajo la mirada de aprobación del agricultor Manuel Sánchez. Esto suena muy común, pero no lo es. Sánchez cultiva sus vegetales de manera diferente al agricultor ecuatoriano promedio, nutriendo sus plantas con un fertilizante orgánico mezclado, llamado bokashi. Este incluye estiércol de pollo, cenizas, minerales y una mezcla de microbios que fermentan el estiércol. Además, en sus campos no hay ni una gota de pesticida. “Mi esposa y yo solíamos trabajar en los viveros de rosas en Quito, ahí usan muchos productos químicos. En nuestra propia granja, somos nosotros quienes elaboramos el fertilizante, tal cual nuestros antepasados. En el pasado no había productos químicos ni problemas. Hoy, cada vez más agricultores rocían pesticidas, y están surgiendo enfermedades. Actualmente no cultivamos papas porque una enfermedad en la región impide que las plantas formen el tubérculo”, comenta Sánchez.
Si bien es cierto, muchas técnicas son similares a las usadas antaño, lo que hace Sánchez también está inspirado en la escuela moderna de agroecología. A diferencia de la agricultura convencional, la agroecología no funciona con monocultivos. La idea es que un conjunto de plantas diversas funcione como un “agroecosistema”, de manera más ecológica que un terreno común. Por ejemplo, se agota menos el suelo. En Ecuador, este método de cultivo también supone un enorme beneficio para la salud, porque los agricultores convencionales rara vez se limitan al usar pesticidas. El lulo o naranjilla, una fruta típica ecuatoriana, recibe una cantidad de pesticida durante el cultivo que llega a ser hasta 28 veces mayor que el límite legal. La naranjilla no es la excepción. La dosis de ciertos pesticidas puede ser diez veces mayor que lo indicado en el caso de los tomates, cuatro veces mayor para las papas y siete veces más alta en el caso de las fresas. Esos son solo datos de cultivo en Pichincha. Los agricultores con terrenos cerca de la selva tropical luchan contra los insectos y hongos del bosque con una cantidad aún mayor de productos químicos.
El corto camino del agricultor al plato
Lo que llega a la mesa del quiteño promedio es más parecido a los cultivos excesivamente rociados que a los vegetales de Manuel Sánchez. Resulta difícil para él competir con los agricultores convencionales, quienes producen a un precio más bajo. Afortunadamente eso no es necesario. Sánchez y su esposa venden sus verduras en gran parte a través de Yachik, una red de comercialización apoyada por Rikolto. A través de ella, los productores de Yachik venden sus cultivos directamente al cliente, por lo que una mayor parte de las ganancias termina con el granjero. Es lógico, porque con el sistema normal, un producto a veces pasa por tres o cuatro intermediarios antes de llegar al mercado. Se dividen las ganancias. “Solía vender mis productos a menudo a través de un intermediario. Recibía 30 centavos por lechuga. Hoy en día obtengo cincuenta centavos por el mismo cultivo “, dice Sánchez. Una diferencia sustancial cuando se considera que en las zonas rurales el 40 por ciento de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Yachik agrupa a unos 150 pequeños agricultores de la provincia de Pichincha, que se reúnen los jueves en el centro de recolección donde limpian sus cultivos para el mercado que se lleva a cabo en Quito todos los viernes. Además de ofrecer asistencia logística, Yachik también informa a los agricultores sobre nuevos métodos para mejorar sus cultivos. Además, Yachik registra semanalmente las cifras de ventas en el mercado, para que los agricultores puedan ajustar su cosecha en consecuencia. Este intercambio de información, en combinación con las ventas directas, contribuye a un vínculo más estrecho entre la ciudad y el campo. La venta directa también resulta ventajosa para el cliente. Los productos suelen ser más
Tres a cinco toneladas de alimentos recuperados
El Banco de Alimentos de Quito es una organización activa en el PAQ. Demandan un enfoque institucional sobre el desperdicio de alimentos en la ciudad, dado que Ecuador es uno de los mayores derrochadores de alimentos en América Latina. Hasta que llegue ese momento, abordan los desafíos por su cuenta. “Desde el 2003 hemos comprado o recibido excedentes de alimentos de compañías privadas, mercados y supermercados. Algunos productos se acercan a la fecha de vencimiento, otros tienen un error en el empaque. Nuestros voluntarios procesan parte de los productos y los transforman en sopa o mermelada, por ejemplo. Gracias a ellos, proporcionamos alimentos a más de 9,900 personas “. Todo gracias a una visión y la perseverancia. “Nuestra fundadora, Alicia Guevara, tuvo que llamar a cierta compañía regularmente durante dos años antes de que comenzara a trabajar con nosotros. Finalmente, dijeron ‘sí’.” Cada semana, el banco de alimentos previene que tres a cinco toneladas termine en el basurero.
baratos si los obtiene directamente del agricultor y la cadena es más transparente. El sistema de producción también se puede ajustar más rápidamente en relación a las sugerencias o preferencias de los consumidores. Roberto Guerrero enfatiza la importancia de un vínculo estrecho entre agricultor y consumidor. Junto con 14 fincas familiares, organiza la distribución de alimentos frescos a través de una tienda, ferias semanales y un sistema de venta de canastas. Las canastas incluyen productos básicos y su precio se determina en consulta con los consumidores y los agricultores. Todo esto con el objetivo final de acercar ambos extremos de la cadena. También con el de contribuir a crear mayor conciencia sobre la alimentación sostenible. “Este año, un estudiante de maestría hizo una encuesta en el vecindario. Demostró que, de las 280 familias encuestadas, casi el 17 por ciento sabía qué era la alimentación agroecológica. Casi la mitad de ellos había llegado a conocer la agroecología a través de nuestras ferias. Más de la mitad dijo que habían cambiado sus hábitos alimenticios porque la comida agroecológica se está volviendo más accesible a través de las ferias”, dice Guerrero. Además, casi todos los clientes habituales notan que su salud ha mejorado desde que comenzaron a comprar en la feria orgánica.
Amor por el repollo
La existencia de agricultores en la ciudad acorta el camino entre el campo y nuestras bocas. Desde 2002, el municipio de Quito organiza el Programa de Agricultura Urbana Participativa AGRUPAR. Hasta ahora, existen al menos 1,400 agricultores urbanos. Algunos cultivan verduras y frutas en su propio jardín, otros comparten su terreno con un grupo. Quince de ellos incluso tienen una marca orgánica, aunque todos producen de la misma manera. AGRUPAR los apoya cuando comienzan con sus huertos y les enseña los trucos
Dora Carrión y su vecina Margarita
del oficio a través de talleres. Eso está dando fruto. Olivia Esperanza comparte su cosecha con su nieta y con su hijo discapacitado, que viven con ella. Además, ella proporciona a su segundo hijo y su familia frutas y verduras frescas. “Siempre comimos muchos vegetales, pero se nota que estos cultivos son más saludables que los de la tienda. ¡La salud y el ánimo de mi familia ha mejorado notablemente! Me molestaban las articulaciones, pero el dolor ahora ha desaparecido. Mi médico lo confirma.” La agricultora urbana Dora Carrión también se muestra satisfecha. “Es una fuente adicional de ingresos para mí. Vendo mi cosecha a personas del barrio. Me dicen que mis frutas y verduras son muy diferentes de lo que han comido antes. Detectan un color y un sabor más intenso. Además, las verduras se mantienen en buen estado por más tiempo. Para determinar los precios, utilizo la lista de precios de Conquito. A veces, esos precios son más altos de lo que normalmente se paga por vegetales no orgánicos, pero a mis clientes no
les importa. Estan de acuerdo con pagar un poco más por una vida útil más larga y mejor calidad”. Para los participantes del programa, la agricultura urbana significa más que una fuente de alimentos saludables. Los jardines urbanos son islas de vegetación en la ciudad gris. ¿Por qué Esperanza va al jardín compartido? Se arrodilla en la tierra y acaricia cariñosamente un gran repollo. “Me encanta estar afuera, amo las plantas, amo la tierra. Me gusta sentarme con las manos en el barro y el polvo. Si no tuviera que cuidar a mi familia, vendría aquí más a menudo.”
Resiliencia
Los beneficios de una cadena corta van más allá de una fuente adicional de ingresos o socializar con el agricultor local de la ciudad. Según David Jácome, director del Programa de Resiliencia de Quito, el beneficio tiene que ver con ser una ciudad resiliente. “Con un sistema centralizado, donde todo se articula en ciertas partes de la ciudad, el riesgo también se concentra. Si ocurriera un desastre que destruyera exactamente esos lugares, toda la ciudad estaría en problemas. Por eso es importante distribuir el riesgo. Una forma
David Jácome
de hacerlo es transformando los mercados existentes en centros de alimentos (food hubs). En estos centros, la gente no solo vende alimentos frescos, sino que también hay espacio para el almacenamiento. La agricultura urbana ayuda a distribuir el riesgo, aunque de forma limitada. El objetivo es ser menos dependiente de la infraestructura física actual de la ciudad. Esta, a menudo, es vulnerable y si se rompe, la reconstrucción puede llevar mucho tiempo “. Jácome explica que la calidad y la resiliencia del sistema alimentario también influyen en el funcionamiento de otras áreas de la ciudad. “Tenemos una población muy joven en Quito. Si deseamos que obtengan buenos trabajos más adelante, hay que capacitarlos. Pero para aprender, deben estar saludables en primer lugar. Eso solo es posible si comen de manera saludable. Por lo tanto, el sistema alimentario está a la base de muchos otros sistemas, incluidos el sistema social y el sistema educativo. Los sistemas que funcionan bien son más resistentes después de un desastre. Si el sistema alimentario falla, también interrumpe los otros sistemas a través de esas interdependencias.” Un ejemplo de cómo una buena política puede contribuir a un sistema alimentario más resiliente es incluyendo el tema en la planificación espacial de la ciudad. El cambio también puede ser estimulado por subsidios. Los recursos financieros para mantener los mercados no son un lujo superfluo, ya que varios mercados en Quito están decayendo considerablemente. Para los pequeños agricultores, estos mercados son una fuente crucial de ingresos. Aunque existe una ley que obliga a los supermercados a obtener el 11 por ciento de sus productos de las fincas familiares,
en la práctica, la compra generalmente se realiza a través de intermediarios. Hoy, la mayor parte de los subsidios para productores se destina a las grandes fincas alrededor de Quito. Cultivan principalmente brócoli y rosas, no específicamente productos que contribuyan al suministro local de alimentos. Entonces, resulta preferible la cosecha mixta del productor Manuel Sánchez. Él no va al mercado por sus verduras, sino que vive de los productos cultivados en su propio campo diversificado. Una persona no vive solo de rosas y brócoli, y él lo experimenta de primera mano.
La Carta
La Carta de Agroalimentaria de Quito consta de diecisiete puntos acordados por los miembros del PAQ. Se construyen alrededor de 5 temas.
Gestionar adecuadamente las fuentes de alimentos del futuro. Son, entre otros, la tierra y el agua. Disminuir el desperdicio de alimentos, tanto a nivel de producción como de consumo.
Garantizar la seguridad alimentaria, la soberanía y la alimentación saludable para todos, a diario. Al respecto, se prefieren los alimentos locales, como impulso para la economía local.
Gobernanza participativa del sistema agroalimentario en una plataforma al interior del consejo municipal, donde los agricultores, transportistas, comerciantes y personas del sector de salud puedan formular ideas y ponerlas en práctica. Conectar la ciudad con el campo, y una economía alimentaria inclusiva. Apoyar el comercio directo y asegurar que los campesinos tengan voz y un salario justo.