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Los riesgos de PROMETER
from Divergente #22
Para Maquiavelo, la naturaleza humana tiene una característica central y determinante: la ambición. Ese impulso que nos lleva a querer más de lo que tenemos. Para el pensador florentino, al igual que para la tradición budista, la condena de los humanos es que invariablemente habrá un desfase entre lo que tenemos y lo que deseamos, lo cual nos mantiene en un estado de insatisfacción perpetuo. Así, el deseo se convierte en el principal motor de nuestras vidas y nos lleva de una búsqueda a la siguiente. Porque cada vez que logramos saciar un anhelo, comienza a cultivarse el próximo. Entramos en un ciclo: desear, buscar, saciar, desear… la satisfacción no perdura, apenas obtenemos lo que queremos, deja de ser suficiente. Por mucho que logremos, no alcanzamos total complacencia y vamos por más. Esto es la ambición.
La ambición nos vuelve noveleros, caprichosos, antojadizos. La ambición nos torna, también, desagradecidos e ingratos. Porque en este estado de búsqueda permanente, el presente pierde su encanto. Lo que en el pasado deseamos y ahora tenemos, pronto deja de ser suficiente y nuestra mirada se dirige hacia el futuro. Porque una vez obtenemos algo, se vuelve costumbre rápidamente. La satisfacción es efímera y pronto es reemplazada por un nuevo anhelo que hace perder el brillo a aquello que ya conseguimos. Así, las promesas de lo que podría llegar a ser alimentan nuestras fantasías. El destello del porvenir que suponemos mejor opaca el aquí y el ahora, y actúa como motor para seguir moviéndonos. Siempre hacia adelante, o eso creemos.
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Por eso nos inclinamos a pensar que el político exitoso es el que dice lo que va a hacer por el pueblo, el que promete. Aquel que alimenta los deseos de la mayoría y las fantasías sobre todo lo bueno que depara el futuro. El candidato o candidata que consigue hacerle creer a la gente que es posible conseguir todo lo que necesita y quiere. Por eso crean en el horizonte la ilusión de mejores empleos, más oportunidades, viviendas dignas, subsidios generosos. Los votantes solo deben poner de su parte. Y su parte es el voto.
De forma sencilla, entre más altas sean las expectativas, más fácil será decepcionar. Expectativas que en muchos países de Latinoamérica se alimentaron durante años de espera por gobiernos diferentes. Y cuando los resultados no llegan a la velocidad que las personas esperan, la ilusión se convierte en impaciencia, la impaciencia en decepción, y la decepción en frustración. La impaciencia surge cuando el votante siente que cumplió con su parte del trato y no quiere esperar demasiado por los resultados, esto es, todo aquello que le prometieron. La decepción, esa voz fácilmente alimentada por la oposición, crece al sentir que tal vez el gobernante elegido no será capaz de cumplir. La frustración se evidencia, entonces, en índices de favorabilidad decrecientes, como aquellos observados con Gabriel Boric en Chile, o con Gustavo Petro en Colombia.
Este proceso de desencanto en ocasiones se gesta frente a un candidato y llega a expandirse a toda una corriente política, con lo cual es fácil derivar en enunciados lapidarios como: “el fracaso de la izquierda”, cuando es un gobernante en particular quien no logró materializar sus promesas.
El peligro de prometer demasiado es que lo logrado resulte insuficiente ante la magnitud de las expectativas construidas. Y, como es obvio, la oposiciónestará presta a alimentar de manera consistente la más pequeña insatisfacción, para proponerse como respuesta a los deseos sin cumplir. Esto podrá verse reflejado como un latigazo en la dirección opuesta en las siguientes elecciones y, por eso, tras cada período nos movemos de un extremo al otro, con lo cual se hace muy difícil avanzar.
Actualmente, nos enfrentamos al problema de que las estrategias para ganar una campaña son las mismas que posteriormente condenan a un gobierno. El verdadero reto es como prometer en campaña sin decepcionar durante la gestión.
Luciana Beccassino