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El desayuno

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El doctor Coronado

El doctor Coronado

Esta mañana mi cama ha sufrido tres trasformaciones y yo con ella. La primera fue cuando, de una recámara para dormir, se transformó en un cuarto de baño inglés —como antes lo nombraban—, conteniendo en un mismo espacio la regadera, el lavabo, la tasa del WC y, en ocasiones, la tina. Ahora se transformó en un comedor de restaurante, especialmente por las personas que pasan frente a mí y me dicen: “Buen provecho”, lo que agradezco con un movimiento de la cabeza y no digo lo convencional acostumbrado, “¿gusta?”, porque sería una falta de higiene o tal vez algo más grave, considerando que tengo COVID. Mi desayuno, mi comida y mi cena llegan siempre con puntualidad en una caja de unicel, que estaría bien que el hospital la cambiara por una de cartón, por el tema ambiental y porque el unicel tarda muchos años en transformarse y desaparecer. El hecho de que esté cerrada le imprime un primer momento de sorpresa, pues sólo ves la botella de agua y el jugo o leche que la acompaña, con tu nombre en la caja, lo que indica que es para ti y que la dietista pensó en lo que debes comer, en función de la evolución de tu salud. Cuando abres la caja, en un compartimento encuentras huevo con carne y papas, en otros brócoli, zanahorias y nopales cocidos al vapor, dos tortillas, un yogurt de fresa y un pequeño recipiente con dos guayabas hervidas, esto además de jugo y agua es bastante para dejar satisfecho al más glotón. El plato fuerte

varía, pero las verduras casi siempre se mantienen constantes, me imagino por la fibra que aportan a mi dieta y el servicio que deben prestar a mis intestinos. Siempre trato de comer despacio y con movimientos de precisión, no puedo dejar caer comida en mi cama comedor. Cuando termino, guardo la cuchara de plástico, la servilleta y el vaso de yogurt dentro de la caja y se la entrego a la enfermera, quien la deposita en el bote de la basura. Conocí a la dietista el día que visitó a Francisco para hacerle pruebas de alergia a algún alimento y calcular su dieta con base en sus 150 kilos de peso, su índice de azúcar y la incapacidad de sus riñones. No ha de ser fácil, tomando en cuenta que no puede interrogarlo y que la alimentación que determine para mantenerlo vivo se la administrarán por sonda durante los meses que permanezca intubado. Ella luce delgada y sin duda es obsesiva y precisa en sus decisiones. Estuvo haciéndole pruebas a mi compañero y yo, que soy curioso, le pregunté qué le hacía. Me explicó amablemente. Después agregó: “Usted es el nuevo paciente, ¿qué le pareció la dieta que le mandé?, ¿es usted alérgico a algún alimento?” Le di una respuesta amable. Y cuando terminó con Francisco se retiró, despidiéndose.

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El plato fuerte varía, pero las verduras casi siempre se mantienen constantes, me imagino por la fibra que aportan a mi dieta y el servicio que deben prestar a mis intestinos.

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