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A las siete de la noche del domingo 29 de agosto la doctora me visitó y me dijo textualmente: “He visto su evolución con las puntas de oxígeno de alto flujo y usted ha respondido bien, hoy por la noche se las vamos a volver a dejar, pero mañana volveremos a evaluar su reacción, si la oxigenación que mantiene es satisfactoria se las quitamos, ya lo tenemos en el punto más bajo —que es de 40 para las puntas de oxígeno de alto flujo. Si sus pulmones responden satisfactoriamente esta noche, mañana se las quitamos y lo pasamos a la mascarilla que es menos fuerte e invasiva; si sus pulmones siguen respondiendo bien, entonces lo podremos pasar a las puntas de oxígeno normales; si las respuestas son positivas entonces lo podremos dar de alta para que pueda irse a su casa; este proceso puede tomar cinco días, por lo menos, o varias semanas, todo depende de la evolución de sus pulmones”. No me quise hacer grandes ilusiones, conozco la historia de mis afecciones pulmonares, la primera fue una bronquitis que terminó en asma cuando tenía 22 años y me llevó en varias ocasiones a la sala de urgencias del Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE, después de un año desapareció. Cuando tenía 28 años, en una corta estancia en la Universidad de Boulder, Colorado, me enfermé de neumonía, agravada por la temperatura de 20 grados bajo cero. Hace seis años me sorprendió un

aguacero sin paraguas, me volví a enfermar de neumonía y estuve cinco días en el hospital. Con estos antecedentes no quiero hacer cuentas alegres, prefiero ser cauto en expectativas de corto plazo, pero optimista en expectativas de mediano plazo. El lunes 30 de agosto por la mañana me sentía bien, comencé a escribir y pronto estaba sumido en mis recuerdos, situación que me provoca que se aceleren los latidos de mi corazón. Ahora ya comprobé por qué estoy conectado a un monitor que registra mis latidos segundo a segundo: cuando estoy en reposo total tengo de 56 o 60 latidos por minuto, cuando escribo y recuerdo algo importante mis latidos aumentan y puedo llegar a más de cien, como si estuviera corriendo: recordar es correr a través del tiempo. La enfermera que revisa mis signos vitales me recomendó que dejara de escribir y agregó categórica: “Hoy lo evalúan, es mejor que duerma un poco boca abajo”. Fui obediente hasta que una voz me despertó, era el neumólogo, quien me dijo: “Le vamos a cambiar las puntas de oxígeno de alto flujo por una mascarilla con oxígeno normal, si lo soporta bien, se habrá alejado definitivamente de la intubación, vamos a estarlo observando, siga descansando acostado boca abajo”, y me pusieron la

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“He visto su evolución con las puntas de oxígeno de alto flujo y usted ha respondido bien... si las respuestas son positivas entonces lo podremos dar de alta...”.

mascarilla, yo seguí las recomendaciones del doctor. Por la tarde me despertó el doctor, quien después de revisar el promedio de mi oxigenación —que fue de 95, cifra récord para mí— le dijo a la doctora que lo acompañaba: “Póngale las puntas nasales normales, sus pulmones sí las resisten”. Estaba realmente sorprendido, en sólo un día avancé dos categorías y me acerqué a la posibilidad de que pronto me dieran de alta. En situaciones como ésta, lo mejor es la prudencia, la vida me enseñó a ser cauto, porque las desilusiones son tremendas y duelen más, especialmente si se trata de un adversario como el COVID en su variante delta. Al parecer avanzamos bien en el campo principal de batalla: los pulmones; pero no hay que olvidar que el COVID tiene otras estrategias, por esa razón monitorean diariamente los pulmones, el corazón y los coágulos que se pueden formar y llegar a estos órganos vitales. Los avances en mi oxigenación repercutieron en una serie de cambios que experimenté en mi estancia en el hospital en los días siguientes.

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