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El baño

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El doctor Coronado

El doctor Coronado

Por la mañana, después de presentarse, la nueva enfermera me dijo: “Le voy a dar un baño con agua”. Con extrañeza le pregunté que cuál sería la otra posibilidad. Respondió que el baño seco, “pero ése le corresponde a su compañero de cuarto que está clonado; voy por el agua caliente”. Pensé en una gran cubeta humeante y en las antiguas tinas de baño, regresó con una botella de un litro y señaló: “Aquí ya la tengo”. Siempre me ufané de que podía afeitarme con sólo un vaso de agua, como alguna vez lo hice en un recorrido por los bosques de Durango, pero bañarme con un litro de agua, me parecía un reto. Comenzó por poner un cuenco bajo mi cabeza, así le llaman a una pequeña tina de plástico, antes puso jabón parecido a la crema de afeitar. Dijo que ese jabón puede usarse incluso sin agua, después vertió un poquito de agua en la cabeza y me pidió que me sentara para continuar con la espalda; ayudada por una toalla húmeda pequeña, estábamos mojando la cama, continuó con cada pierna. Para entonces yo ya no veía al personal que pasaba por mi aparador o el que continuaba entrando al cuarto para atender a Francisco. Creo que me he vuelto desinhibido, con el riesgo de convertirme en exhibicionista, pero tengo límites. Cuando preguntó: “¿Usted se lava sus genitales… o quiere que le ayude?” “No”, contesté de manera terminante. Después me dijo: “Lo voy a rasurar”. “No, me voy a dejar la barba para parecer

un venerable anciano”. No dijo nada. “Seguramente así me ve”, pensé. Me pasó la crema y mi cuerpo la absorbió como en un proceso de ósmosis caníbal. Me cambió la bata, que por cierto es una prenda de un diseño inteligente que usan en todos los hospitales: a simple vista parece un poco ridícula, tipo chemis (en los sesenta se puso de moda en los vestidos de las mujeres un diseño parecido), tiene doce lazos que se desamarran para meter los brazos y los cables que van conectados al cuerpo y es abierta por la parte de atrás, convirtiéndose en una prenda funcional para quienes viven en una cama de hospital. Al terminar el baño, cambió la ropa de cama, que tiene sus pasos muy precisos, considerando que se realiza con un paciente acostado, el que en ocasiones no se puede mover. Comienza por quitar una parte de la sábana del colchón de la piecera y poner la sábana limpia, la que amarra por debajo del colchón, sólo así se explica que permanezca en su sitio hasta el próximo cambio; después cambia la torre de sueros al otro lado de la cama y me pide que me acueste de lado, lo que hago con su ayuda y apoyado en el brazo donde no tengo la venoclisis, esos momentos los aprovecha para quitar la sábana de la cabecera, secar el colchón que por el baño está mojado y colocar y amarrar la sábana limpia. Después me giro al otro lado, repite lo anterior y ya está cambiada la cama. Ahora sigue la actividad más placentera: el desayuno.

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