LA ROMERÍA DE URKIOLA Una de las romerías de mas arraigo en Euskal Herria se da cita a la sombra del Anboto, montaña marcada por el signo mitológico al ser aposento de Mari, numen del mito vasco. Nos referimos a la de San Antonio de Urkiola, dejando constancia de que en su edición de 2004 tiene lugar un recordatorio de enorme calado emocional en el alma del pueblo vasco. Por iniciativa de la Asociación Gerediaga, prestigiosa entidad cultural de la Merindad de Durango, se conmemora el 150 aniversario de la presencia en dicha romería de Jose María Iparraguirre en donde canta el Gernikako Arbola por vez primera en el solar vasco. Con tal histórico motivo se oficia una misa en el santuario. Posteriormente en la campa intervienen los bertsolaris Azpillaga y Peñagarikano. Descubierta una placa que conmemora la efeméride, pone el broche de oro a este recuerdo el cantautor vasco Gontzal Mendibil que interpreta el Gernikako Arbola. 66
Retrocedemos en el tiempo remontándonos a la romería del 13 de junio de 1854. Don Pedro de Egaña, Senador del Reino y Padre de la Provincia de Álava, cuenta lo sucedido en tal ocasión a través del discurso que en junio de 1864 pronuncia en el Senado con motivo de la discusión sobre los Fueros Vascongados. En la alocución refiriéndose a su presencia en la romería expone “Señores: Yo he concurrido a oír uno de sus conciertos al aire libre en aquellas montañas. Estaba anunciado que Iparraguirre cantaría la canción titulada “El árbol de Guernica”, que es el símbolo de la libertad Foral. Concurrieron de todas las villas, pueblos y caseríos circunvecinos sobre 6.000 personas. Empezó “Iparraguirre” el canto que voy a tomarme la molestia de leer al Senado. Es corto. Tengo el texto en vascuence, que es como “Iparraguirre” lo cantó, pero como sería ridículo leerlo aquí, donde nadie comprende aquella lengua, no voy a molestar al Senado con tal lectura, y me permitiré simplemente leer la traducción literal, tal como he podido hacerla en castellano: El árbol de Guernica es para nosotros un árbol
IPARRAGUIRRE: Una crónica para el recuerdo