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SUBIRSE AL BOTE
Tal vez hayan oído el cuento del hombre que quedó atrapado en una inundación y tuvo una visión en la que Dios desde el Cielo le extendía la mano y lo levantaba para llevarlo a un lugar seguro.1 A medida que subía el agua en su casa, un vecino lo instó a irse y le ofreció llevarlo en su camioneta para sacarlo de peligro. Cuando el hombre respondió: «Estoy esperando a que Dios me salve», el vecino se marchó en su vehículo.
El hombre se empeñó en rezar y se aferró a la visión que tuvo. Cuando el agua subió y cubrió el primer piso de la casa, el infortunado se encaramó en el techo. Pasó entonces por allí un bote con algunas personas que se dirigían a un terreno seguro. Al acercarse a la casa, los damnificados invitaron a gritos al hombre para que subiera al bote con ellos. Él les gritó que esperaría hasta que Dios lo salvara. Lo miraron incrédulos y se fueron.
El hombre persistió en oración con la firme convicción de que Dios lo salvaría. La crecida continuó hasta que no asomaba sino el techo de la vivienda. Un helicóptero se sostuvo en el aire sobre esta, ya casi totalmente sumergida, y de un altavoz se oyó una voz que le ofrecía bajar una escalera para rescatarlo. El hombre, haciendo un ademán con el brazo, les indicó que se alejaran y gritó categóricamente que esperaría allí hasta que Dios lo salvara. El helicóptero abandonó el lugar.
Finalmente el agua cubrió el techo de la casa, y arrolló y se llevó al hombre que murió ahogado.
Cuando llegó al Cielo preguntó indignado:
—Señor, ¿por qué no me salvaste? Creí en Ti de todo corazón. ¿Por qué dejaste que me ahogara?
—¡Pero si te extendí Mi mano! —le contestó Dios—. Lo hice cuando mandé una camioneta, un bote y un helicóptero para llevarte a lugar seguro, pero no aceptaste ninguno. ¿Qué más podía hacer por ti?»
¿A cuento de qué viene este descabellado relato? Un segundo, que ya les digo.
Hace años yo estaba de viaje y me dio una tos persistente. Por muchos remedios naturales que tomé, la tos no hizo más que empeorar.
Cuando regresamos a casa mi esposo Peter intentó una y otra vez convencerme de que fuera a ver a un médico y me hiciera un chequeo. Me resistí, pues estaba segura de que el médico me recetaría medicamentos, cuando yo en realidad quería dar a los remedios naturales una oportunidad de actuar, convencida de que funcionarían,. Por fin, Peter insistió en que fuera al médico. La radiografía y el examen confirmaron que tenía bronquitis y que si seguía así, en unos días derivaría en una pulmonía.
En definitiva acepté tomar las píldoras que me recetó el médico y, dicho y hecho, en apenas cinco días se me despejó completamente la garganta después de semanas de tomar remedios naturales que se suponía que eran eficaces para eliminar la bronquitis.
Dios quería enseñarme algo por medio de esa experiencia. El Señor no está limitado a un tipo de solución para lograr Su propósito de ayudarnos a crecer, ni siquiera a un solo método para curarnos. Basta con que tengamos una actitud abierta y sigamos Su guía.
Otro incidente parecido ocurrió varios años después, cuando también estaba de viaje.
Una mañana desperté con una grave tortícolis. Luego de unos días seguía sin poder girar la cabeza. Debido al dolor tenía que dormir medio sentada, apoyada en la cabecera de la cama.
Peter me propuso que viera a un quiropráctico, pero me resistí, pues me daba miedo que este me fuera a hacer ajustes en el cuello cuando me dolía tanto.
Pasaron varios días que fueron un suplicio, hasta que finalmente consentí y me atendí de un quiropráctico, que resultó ser un hombre muy simpático y amable. Eso me tranquilizó y me dio confianza en que estaría en buenas manos y que no me lastimaría el cuello.
En realidad dolió muy poco, y después de un solo ajuste el doctor determinó que ya estaba bien. Una vértebra del cuello se había movido un poco de su sitio y simplemente había que acomodarla.
Luego de haberme negado con vehemencia a ir un quiropráctico, por primera vez en una semana logré acostarme sin sentir dolor.
Todavía estoy aprendiendo que cuando rezo y otros rezan por mi curación, no puedo desdeñar los botes que Dios envía y que pueden ser las soluciones. No puedo decidir basándome en si me gustan, si no son convenientes o si no me parecen buenos.
El principio de tomar decisiones prudentes, con oración, se aplica a todos los aspectos de nuestra vida. Permanentemente estamos obligados a tomar decisiones y no podemos quedarnos sumidos en la rutina de aferrarnos con tenacidad a un solo tipo de solución o modo de pensar solo porque así lo hicimos en el pasado. Es posible que entrañe algún riesgo y que tengamos que proceder con oración y cuidado, pero no podemos cerrarnos a lo nuevo solo porque existe una posibilidad de que no dé buenos resultados. Necesitamos estar abiertos a aceptar la guía divina y a ponernos a Su cuidado.
María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■