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LA COLUMNA QUE SE DESPLAZABA

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SUBIRSE AL BOTE

SUBIRSE AL BOTE

Sally García

De vez en cuando mi marido menciona la posibilidad de volver a mudarnos, y siento que se me tensa el estómago. Dicen que las mujeres somos anidadoras y efectivamente, para mí una mudanza supone normalmente una tremenda cantidad de trabajo, sobre todo cuando siento que apenas logramos instalarnos como para empezar a disfrutar de nuestra casa actual. Ya hacemos algo de jardinería y empezamos a disfrutar del buen tiempo y de algunos asados al aire libre con amigos.

Me puse a pensar en los hebreos que se dirigían a la Tierra Prometida tras su éxodo de Egipto. Deambularon cuarenta años por el desierto del Sinaí, y contaban con un prodigioso medio para saber cuándo era el momento de recoger sus tiendas, liar bártulos y reemprender viaje por aquellos caminos polvorientos: «El Señor iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que pudieran caminar tanto de día como de noche».1

A pesar de sus desventuras por el desierto, producto de su desobediencia y descontento, aquella columna protectora fue una constante en sus andanzas. Sus pequeños crecieron en el desierto sin haber conocido cómo era la vida sin aquella columna divina. De día les proporcionaba sombra y de noche calor y luz2.

Cuando finalmente cruzaron el río Jordán hacia la Tierra de Promisión, la presencia visible de Dios ya no los guiaría; Él, no obstante, les hizo una promesa: «El Señor es quien va delante de ti. Él estará contigo; no te dejará ni te desamparará. ¡No temas ni te atemorices!»3 Había llegado la hora de «andar por fe, no por vista».4

¿Qué pasó entonces con aquella columna?

Unos 500 años más tarde, el profeta Isaías vuelve a describirla, solo que en aquel recuento aparecía alrededor de todos los que se unían en Su Nombre: «Creará entonces el Señor en todo el ámbito del monte Sión y en los lugares de asamblea una nube para el día y una humareda con brillo llameante para la noche. La gloria del Señor lo cubrirá todo».5

¡Qué alentador me resultó encontrar ese versículo! Puedo invocar el amparo y la orientación que brindan Su presencia. Aunque no la veo fuera de la puerta de mi casa, está allí con la misma certeza que si fuera visible6. Creo que cuando llegue el momento de mudarme percibiré la guía de Dios y estaré preparada.

La próxima vez que mi marido me sugiera una mudanza, ya sé lo que diré: «En cuanto la columna de Dios esté en movimiento, nos moveremos con ella».

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