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LAS LLAVES PERDIDAS
Una mañana, no hace mucho, todo salió mal. Teníamos un día entero programado desde el amanecer hasta el anochecer. Lo primero en la lista era ayudar a nuestro vecino a levantar un toldo. Me levanté temprano y ya estaba un poco estresado de solo de pensar en la larga jornada que nos esperaba. Y entonces ocurrió. Entre nuestra casa y la de nuestros vecinos hay un pequeño campo, y no sé cómo, pero al cruzarlo, las llaves del auto desaparecieron. Las teníamos y de golpe habían desaparecido.
Cundió el pánico. Volvimos sobre nuestros pasos y peinamos el campo sección por sección. Nos arrodillamos y palpamos la hierba. Hasta tomamos el detector de metales de mi padre y lo pasamos por todas partes, comprobando una y otra vez. La tensión me subía cuanto más buscábamos y no encontrábamos nada. Pasó una hora y las llaves seguían sin aparecer. Estaba totalmente desalentado y disgustado.
Finalmente nos detuvimos, rezamos y nos pareció que debíamos seguir adelante con el montaje del toldo, como habíamos planeado. Algunos de mis amigos siguieron buscando las llaves perdidas, aunque sin éxito. Por fin se suspendió la búsqueda. El día continuaba, pero un nubarrón se cernía sobre él.
Aquella noche me tumbé en la cama, todavía molesto por toda la situación. No entendía por qué había sucedido eso, sobre todo cuando ya teníamos tanto que hacer. Seguidamente necesitaríamos una costosa llave de repuesto y mientras tanto no podíamos usar el auto. No veía ningún resquicio de esperanza.
Unos días más tarde una de mis amigas irrumpió de repente por la puerta.
—¡Las llaves, las llaves! Las encontré! —gritó.
Estupefacto, la vi dejarlas en el suelo y le pregunté desconcertado:
—Pero... ¿dónde?... ¿cómo?
Con una enorme sonrisa me explicó que atravesando el campo decidió volver a buscar un poco más. Oró y se puso a buscar. ¡De repente, ahí mismo, delante de ella, estaban las llaves perdidas!
Admito que todavía no sé cómo ni por qué sucedió. Pero tengo un indicio de cómo Dios obró aquello en mi beneficio, enseñándome paciencia. Me recordó además que aun cuando mis planes se desbaratan, nuestra vida nunca escapa de Sus manos.
Chris Mizrany es diseñador de páginas web, fotógrafo y misionero. Colabora con la fundación Helping Hand en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. ■
La epístola a los Hebreos augura a la iglesia de Jerusalén que «queda todavía un reposo sabático para el pueblo de Dios».1 ¿Qué es el reposo sabático? Puede que yo no sepa a ciencia cierta qué es, pero puedo decirte lo que no es. No es algo que disfrute la mayoría de la gente que conozco. Parece que cada año nuestro ritmo se acelera, nos esforzamos y empeñamos más y cada vez andamos más con el tanque vacío. Esto probablemente les suena a muchos de ustedes.
Dios debe de haber sabido que después que el pecado nos separó de Él, nos esforzaríamos por controlar, ganar, crear y dominar, y así terminaríamos perdiendo Su paz. Por eso ordenó a Su pueblo que observara el sabbat o sábado, un día en que se dejaba de trabajar, de ganar, de crear, de servir y de dominar, y la gente descansaba y recordaba que su relación con Dios era más importante que cualquier cosa que pudiera lograr. Mientras el corazón del pueblo estuviera bien con Dios, el sabbat sería un bálsamo. En cambio, si sus prioridades estaban equivocadas, probablemente percibirían el sábado como un obstáculo que les impedía ser tan productivos como otros pueblos, o como una carga de reglas y normas.
Hoy no se nos pide que observemos el sabbat según las tradiciones del Antiguo Testamento. No obstante, la