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La mayor victoria

Mucho se habla hoy en día sobre aprender de los fracasos y decepciones. Los reveses son buenos, pues nos llevan a reflexionar sobre la vida que llevamos y los cambios que precisamos. Más importante aún, nos impulsan a buscar a Dios, refugiarnos en Él y hacer lo que sea para hallar sabiduría y fuerzas en Él. Además, nos devuelven a la realidad de que sin Él nada somos. Pero claro, por otra parte, los seres humanos llevamos incorporado ese deseo de sobreponernos y superar reveses.

La extraordinaria verdad de la Biblia es que la victoria ya se nos ha concedido por medio de Cristo: «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo». 1 Exploremos el concepto de victoria desde el albor de los tiempos.

En el Antiguo Testamento se solía equiparar victoria con éxitos militares. Los hebreos tenían conciencia de que era Dios quien peleaba por ellos y los llevaba a triunfar en batalla. Siempre que obedecieran y anduvieran cerca de Él, Dios sería su invencible aliado.

Los profetas, sin embargo, les ofrecieron vislumbres, atisbos, de una batalla mucho más importante que tenía lugar, no por países o territorios, sino por las almas de los hombres, y previeron que la postrera y definitiva victoria en esa batalla la obtendría el Mesías mismo. Dicha victoria sobrepasaría con creces todas las conquistas del pasado. Sería una victoria espiritual labrada con armas de otro calibre: el amor, la oración y la fe.

Con la venida de Jesús al mundo el concepto de victoria adquirió su pleno sentido espiritual. Ya la victoria no se produce sobre ejércitos enemigos o vecinos hostiles, sino como lo expresó el apóstol: «Nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales». 2

La victoria que de verdad cuenta es la divina, que se gesta en un terreno completamente distinto. Con Cristo podemos remontarnos permanentemente sobre las escaramuzas circunstanciales. Él nos garantiza que por más que tengamos sinsabores y adversidades, siempre hallaremos paz en Él, por la sencilla razón de que ya triunfó.3 Su victoria sobre el pecado y la muerte ya se alcanzó.4

Gracias al poder del Espíritu de Dios podemos superar cualquier situación que enfrentemos, entre ellas las actitudes con las que lidiamos día a día, como nuestro orgullo, ansiedad, depresión, etc. Tenemos la victoria ya, en este mismo momento, y podemos reclamarla. Luzcamos, pues, una sonrisa y luchemos con alegría, sabiendo que tenemos la victoria, gracias al sacrificio de Jesús en la cruz.

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