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LOS CACHORROS
Eran las 3 de la madrugada. Estaba afuera bajo un claro cielo estrellado, bien arropada. Llevaba una linterna y dos bolsas plásticas. Me seguían de cerca dos cachorros de pastor alemán de tan solo 8 semanas de vida que tenían que ir al baño... ¡a las 3 de la mañana!
Desperté bruscamente de mi plácido sueño con el lloriqueo de los cachorros. Por mucho que deseaba quedarme en mi cama calentita, sabía que si no me levantaba me encontraría por la mañana con una cucha1 muy sucia y maloliente. Total que me levanté, me abrigué y saqué a los cachorros.
Con mi linterna localicé y encontré ya saben qué y la recogí con las bolsas plásticas, las que luego arrojé al tacho de basura. Luego de unos 15 minutos a la intemperie, llamé a los cachorros para que volvieran a la casa, les di agua y los puse de vuelta en su cucha.
Al rato los cachorros dormían nuevamente, y yo volví a mi cómoda camita. A las 6 de la mañana mi esposo se despertó con el lloriqueo de los cachorros y los volvió a sacar. Luego los entró y les dio de comer. Tenían hambre y batían felices sus colitas mientras se devoraban la comida. A las 6:30, después de su desayuno, le tocó a mi hijo sacar a los cachorros una vez más para que hicieran sus necesidades.
Lo que sucede es que en nuestra familia teníamos muchas ganas de tener perros. Desde que mis hijos tienen memoria nos vienen pidiendo un perro. Mi esposo quería dos; por eso tenemos dos. Los niños no cabían en sí de contentos el día que trajimos los cachorros. Tenían seis semanas y eran adorables. Los varones de la familia le pusieron nombre al machito, y las mujeres a la hembrita (Hoss y Luna, respectivamente).
Pero tenían parásitos y pulgas, orinaban, vomitaban y hacían caca en la casa. A mi hija se le hicieron caca encima una vez cuando los sacaba a pasear. ¡Tenían que haber visto cómo se puso! Durante algunas semanas nuestra casa era un desastre. Digamos que casi a cada rato había que limpiar lo que hacían dentro de la casa. Había que bañarlos, darles de comer y sacarlos a pasear. Hubo que correr algunos muebles para colocar la cucha; se les asignaron unas frazadas (mantas). Gastamos una pequeña fortuna en visitas al veterinario para Hoss y Luna, además de comprarles collares, correas, recipientes para su comida, bocaditos para perros y juguetes. ¡Ay, ni les cuento la zozobra y el alboroto que causaron esos cachorros!
Al cabo de unas semanas de locura por los perritos, nos reunimos en familia para hablar del tema. Como los niños ya sabían lo que era tener perros, mi esposo y yo les explicamos bien que adquirimos a Hoss y a Luna para ellos, no para que nosotros, sus padres, tuviéramos más cosas en qué gastar tiempo. Los chicos estuvieron de acuerdo e hicimos una lluvia de ideas para ver cómo podíamos cuidar mejor a los cachorros.
Todos sabíamos que aunque significara tener menos tiempo libre, menos dinero para otras cosas o mucho más trabajo, levantarse en plena noche (¡gracias, mamá!) y peor todavía, tener que hacer cosas asquerosas como limpiar caca de perro, y aunque requiriera mucho tiempo adiestrarlos, queríamos esos cachorros.
Los queríamos porque sabíamos que si invertíamos en ellos en ese momento amaestrándolos y cuidándolos, en unos meses crecerían y tendríamos unos hermosos pastores alemanes que serían acompañantes, protectores y compañeros de juego. La inversión valdría la pena.
En Mateo, capítulo 7, Jesús nos enseña sobre la oración y nos propone que no debemos tener miedo de pedirle a Dios que provea para nuestras necesidades. Dice: «¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!»2
Obviamente nuestros hijos no son padres; sin embargo, al cuidar de Hoss y Luna han adoptado el rol de padres. Por más que eso suponga mucho trabajo y a veces resulte un poco fastidioso, ellos aman a Hoss y a Luna y siempre están pendientes de ellos. Si los niños creen que los cachorros necesitan algo, hacen todo lo posible por conseguirlo.
Hoss y Luna no solo nos proporcionan compañía; también son una ilustración de cuánto desea Dios ayudarnos, cuidarnos y satisfacer nuestras necesidades. Él desea lo mejor para nosotros, así como nosotros deseamos que nuestros cachorros puedan llevar la mejor vida perruna posible. Queremos que hagan progresos, que crezcan sanos, que se sientan seguros, que aprendan cosas y que se diviertan. ¡Dios desea todas esas cosas para nosotros también!
«¡Cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!»
Si tienes alguna necesidad, pídesela a Dios. O aunque solo se trate de un deseo, pídeselo igualmente a Dios. Recuerda que tú eres aún más entrañable para Él de lo que un hijo puede ser para su madre o padre. Pide, y si es algo que te conviene y cabe en Su designio para tu vida, Dios te lo concederá. ■