Del tipo que se vuelve innombrable Laura Patricia Magallón Sandoval UAEMex
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ace mucho tiempo que pretendía escribirnos, plasmar un poco de nuestra historia para rememorarla tanto como sea posible, y tanto como al mundo le convenga mantenerla a flote. Y no es porque se trate de un amor maravilloso y pintoresco, tú sabes que lo nuestro no es algo tan cuadrado como ello; pero tampoco es una amistad que ha cruzado océanos y luchados enemigos mortales, ambos somos tipos tranquilos. Es más, si alguien quisiese ponerle nombre a nuestro vinculo lo tendrían sentado semanas frente al papel porque nunca es fácil nombrar a las cosas bellas, generalmente sólo te producen el revoloteo correcto en las entrañas y ello es suficiente para no volver a perder su rastro en la memoria. Simplemente un día te hayas en la primaria sentada al lado de un niño que por sí sólo entrado en confianza se presenta con travesuras y jamás le olvidas, porque le contestas el saludo con más zancadillas y peleas. A lo nueve años es mucho pedir a los niños que reconozcan su sentir, sus implicaciones, pues
te encuentras tan inmerso en las acciones y reacciones de alrededor que te pierdes en la cadena de la realidad, y eso hace a uno feliz porque tu contexto es simple, es maravillosamente simple. Entonces nosotros sólo jugamos con tiempo que nos tocó compartir, día tras día era un recomenzar y no era necesario recordar nada, porque estabas presente y bastaba. Sin embargo, nos separamos, no estoy muy consciente de si tú lo recuerdas, pero así sucedió hace más de una década. Dejamos de vernos, poco llegué a recuperar de mi memoria de vez en cuando, si acaso tu nombre que en serio es único… ahí actuaba ese revoloteo en las entrañas. Nunca nos contamos secretos en aquél entonces, no sabía donde vivías, ni tú sabías mi color favorito, no fuimos mejores amigos, ni novios de esa gama dulce y tan ingenua como la de la niñez. Así que crecimos separados en ambientes tan contrastantes como sólo ahora podría notarse: me contaste que te refugiaste y creaste una
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