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La guerra justificada
das de esa irreverencia de aquellas masas que vivían sumidas únicamente en planteamientos de izquierda-derecha, podrán ser adoptadas por la sociedad resucitada. LA GUERRA JUSTIfICADA
El conflicto es intrínseco en el ser dado su temperamental carácter, el cual en sus enfrentamientos consigo mismo y con el hermano busca satisfacer la infinita incomprensión que lo acompaña. Entiende la guerra, que es apenas una encarnizada lucha que puede alcanzar niveles tanto físicos como mentales, pues ella es capaz de desgarrar tanto tendones como pensamientos; no comprende su propósito, motivo de frustración y del incremento de las lides que se reflejan en la humanidad. La historia está escrita con la sangre de los que guerrearon contra su espíritu o contra el cuerpo del resto, y de ello acontece el avance y el progreso de los sistemas que componen a la sociedad.
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Por ende, el sujeto en paz no es un buen sujeto. Aquel que lo estuviera debe encontrarse condicionado para serlo, pues ni tan siquiera en la muerte el ser humano ha de hallar en su devenir calma en el conflicto, aunque pueda con el tiempo pacificar su existencia. Con respecto a la guerra, primero hemos de determinar si todo conflicto, propio o ajeno, se libra bajo los mismos procesos, y cuál es justificado en todo caso. Todos aquellos que no se ajusten a este raciocinio no necesariamente se vuelven inmediatamente injustos, pues en ellos están insertos los pensamientos implementados de los grupos enfrentados, y en la consideración de valores absolutos pueden residir razones que cada colectivo considere como merecedoras de aceptación ¡Quién sería yo para afirmar lo contrario! Pero es necedad asumir que las guerras son algo más que choques de ideas condicionadas y corruptas, pues si se debieran a valores elevados, aquellos donde el ser se ha desligado de todo falso ídolo, asumiendo con dicha la incertidumbre del existir, la guerra no se habría consolidado. El sujeto, lobo para su sombra, vive inmerso en un conflicto contra sí mismo, y en ocasiones su enfrentamiento contra el ajeno libera la psique que lo atosiga. Por ende, todo conflicto
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externo parte de uno interno. La guerra del ser humano por definir su existir es la única justificada que puede darse, por no decir que es la única forma de belicosidad que debe darse. Podríamos asumir entonces, dado que todo enfrentamiento es interno y solo algunos se externalizan, cómo los conflictos externos, al compartir mismas raíces, también deberían ser justificados. Ello estaría elevando genocidios y aniquilaciones de sistemas, tan peligrosos para la trascendencia del ser humano, a la condición de hostilidades justas, cuando no lo son. La diferencia entre la guerra que el sujeto externaliza frente a la que únicamente reside en él está en cómo las corrupciones que liberan en el espacio pueden acabar ahorcando las propuestas de recambio social que el conflicto pudiera albergar. En su despojo tan solo quedarían las deficiencias del sistema, ahora reflejadas en el fusil, cargando contra las estructuras del sistema, no para su reforma, sino para su frío asesinato. Un ejemplo más de lo autodestructivo que es el ser humano, siendo capaz de sacar a la luz ciertas percepciones que podrían acabar con el sistema que cohabita junto al resto de los entes si se dan las circunstancias. Referencia a Nietzsche, no es la buena causa la que santifica toda guerra, sino la buena guerra la que santifica toda causa. En su deconstrucción, es imposible considerar razones asesinas del sistema como buenas, aunque se revistan de tal calificativo. Sin embargo, no toda la psique proyectada hacia un ambiente externo ha de deteriorarse y esta, aunque promovedora de conflicto, puede llevar a la elevación de nuevos y renovados valores. Esto sería la guerra externa justificada. Difícil resulta identificarla, pero en ella se atisba el equilibrio de las discrepancias que con el tiempo favorecerán la tolerancia. En la doctrina del conflicto justificado se atisba una mayor tendencia a la asimilación de los valores que propugna, incentivando el incremento de la heterogeneidad de percepciones dentro del sistema, y coloca en un segundo plano la destrucción que sugiere para alcanzarlos. Revolución, palabra temida que siempre habremos de condenar. Quien refleje su deseo de propalar revolución sin más consecuencias que dicho fin en sí es también un corruptor de
sistemas. Su visión es evidencia de una injustificada violencia de la que todos hemos de huir sin temor a que se no acuse de cobardía. Aunque deseáramos ser calificados como tales, no lo seríamos tanto o más que ellos, quienes incapaces de renovar el sistema o escindirse del mismo, prefieren hacerlo arder hasta sus cenizas. En contraparte, revolucionarios cuya guerra mira más allá de estas corruptelas son los adalides de la guerra justificada. Donde algunos ven únicamente destrucción, ellos propugnan la revitalización de los modelos. De este modo, y de manera objetiva, la guerra es siempre un atentado para aquellos cuyas columnas de humo las realizan más por la abolición de los valores implementados que por causa de renovación de los patrones establecidos. Revolucionarios de guerras justas no son héroes, y ellos merecen mismas condenas que sus contrapartes. Triste es su paso por esta tierra, pues no son mártires, ya que su sacrificio no es encomiable al ser solo un reflejo más de lo que todo sujeto ha de realizar en la guerra contra sí mismo. Tampoco líderes, puesto que el liderazgo revolucionario es característica de aquellos cuyas concepciones se hallan limitadas por su ambición. Loables, eso sí, porque en su ignominia se encuentra el eslabón que ancla el avance o el estancamiento de los sistemas. La revolución en una guerra de tales características es el motor de los modelos sociales y de quienes han de sufrir las llamas de la muerte y la hambruna de la esperanza para refrescar las adormiladas mentes de los entes que forman sus comunidades. Solo de este modo los revolucionarios podrán elevar voces que alcancen cierta comprensión en la lucha con su lobo interno. Trasladarán nuevos valores, esta vez encarnados en la figura de la reforma, fomentando la obtención de modelos que permitan el paso y adaptación al siguiente escalón de la mejora de los sistemas. Habremos de retroceder primero para seguir hacia delante entre las generaciones, aunque los sufridores ancestros no puedan ver la luz de la que gozará su descendencia. Ello no nos confiere potestad para admirar esta guerra pues, contraria a la propia supervivencia humana durante su desenvolvimiento, también debe desprecio. Sin embargo, en su fin alberga la preservación futura del ser y ello, sin tener necesa-