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Interludio (I): La paradoja del falso conflicto
INTERLUDIO (I) LA pARADOJA DEL fALSO CONfLICTO
La negación por creer en lo divino parte únicamente de una naturaleza escéptica, donde hace años debimos abandonar el maniqueísmo sobre la relación creyente-no creyente. La aversión a algo tan humano parte de un conflicto que no puede encontrar redención, no siendo otro que el de hallar sentido a la propia existencia. De este modo, si el humano desde su concepción nace en la elección, elemento generador del conflicto, también se halla librando la más cruenta de las guerras sobre este paradigma. Para encontrar una explicación al condicionante de su angustia, debe reflexionar sobre lo que su psique aporta al concepto de religión. En primer lugar, este no ha de detestar la susodicha. Es imposible odiar la búsqueda de la trascendencia humana. Repudiar este fenómeno es equivalente a asumir la inutilidad de tu mano hábil. Sin embargo, el humano es una entidad cínica, y a veces afirma de manera tranquila su repulsión por lo religioso y el asqueo por su concepto, causa derivada de las reflexiones que ha atesorado. En primera instancia, porque si analiza el significado etimológico procedente del latín le puede resultar hasta ignorante, pues niega gran parte de su influencia en las disciplinas humanas, limitando su campo al mero elemento cultural. En segundo lugar, y por la alta consideración social que estima poseer la religión, su percepción debería tender a creer que esta, en su ámbito más puro, busca cercenar la libertad del individuo al ofrecer una liberación comunitaria infundada. Así, el encuentro con la felicidad y plenitud que promete pasan por el sometimiento a esta fuerza. Al igual que Rousseau creía que para ser libres había que negar la libertad de conciencia y moral del sujeto, sostengo que la religión considera que el individuo debe antes integrarse en un «todo» para ser reconocido como un «algo». La doctrina advierte que esta idea es poco menos que asumir una concepción totalitaria del ámbito de las religiones sobre el individuo, alcanzando así las mismas características de la teoría idealista hegeliana sobre el Estado. Resulta descabellado pensarlo, pues en todo esto tampoco se pasa por
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alto una idea que ya vaticinó John Stuart Mill: la libertad moral es un espacio privado en el que ni Dios ni el Estado son quiénes para intervenir, no debiéndose tratar lo religioso como una cohibición mientras el individuo sea consciente de su independencia.
En este momento, el ser puede admitir la hipótesis de haber creado un conflicto infundado en su persona y que fácilmente podría revertir si cambiara su concepción sobre el asunto cuestionado. Un asunto que sin embargo no acepta como válido. Pero ahí subyace el problema, que no es otro que su negativa por alterar el statu quo de su propio pensamiento acerca de lo religioso, aun a pesar de no considerarlo adecuado desde su valoración personal. Esto le lleva a preguntarse: ¿puede que el concepto negativo que adoptó sobre dicho fenómeno se deba en parte a la búsqueda que todo individuo tiene por hallar tesis y antítesis sobre las que posicionarse? Al principio del ensayo hablaba sobre el origen del conflicto en el ser humano, no en su ámbito violento y hobbesiano, sino en la disputa interna que hombres y mujeres mantienen contra sí mismos a causa de la incertidumbre que les provoca su existir. En muchos aspectos, el ser humano apenas entiende por qué combate, incapaz de diferenciar si las justificaciones son hechos empíricos o simples maneras de explicar una irracionalidad. El individuo ha descubierto qué es combatir y ha tratado de teorizarlo, pero jamás ha comprendido completamente por qué pelea. Por ello busca dotarle de ciertos significados que disipen sus dudas. Temo por tanto que el carácter humano sobre la cuestión de la trascendencia también se deba a la vacua irracionalidad de la que se nutre su conflicto interno, siendo parte de lo que ha provocado en su psique una caída en la contradicción. Es común que algunos reconozcan una necesidad ciega de hallar un conflicto sobre el que teorizar y posicionarse «racionalmente», aunque con ello tengan que aceptar un hecho que consideran antónimo a todo lo que fue expuesto a lo largo de este escrito. En ese caso, en ellos solo queda la duda de si tal vez esa relación partió del más puro cinismo de una mente turbada por su propio existir o una interpretación más acerca de lo sagrado del ser humano: su capacidad de cuestionar y deliberar en