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Modos de hacer y modos de ser
from Ágora número 26
by Ágora Colmex
MODOS DE HACER Y MODOS DE SER ¿DE QUÉ DEPENDE QUE ALGO SEA ARTE? Luis Alberto Espinosa Bautista
Cuando se habla del estudio de la estética (aisthetikê), una de las primeras figuras
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que brotan a la mente es la de la ‘obra de arte’. Nótese que se emplea ‘figura’ con una
ambigüedad requerida para calificar un concepto tan amplio. Ciertamente, pensar en una obra de arte no es cosa sencilla. El extenso alud en el que se desemboca la historia
artística nos permite elegir entre una pintura de Basquiat, un nocturno de Chopin, o una cabeza colosal Olmeca del preclásico mesoamericano para traer a la mente una obra de
arte. El problema que se desenvuelve no es la de cómo el común de los individuos se relaciona con lo estético, sino qué de eso estético le es aproximado como obra de arte.
La relación intencional 1
que se da entre el sujeto y el objeto que se estima artístico
supone una evaluación a la que se sometió al segundo, que obligó a distinguirlo de los
demás objetos por sus cualidades estéticas. Esto lo ubica en la categoría de lo que el espectador puede conocer como obra de arte. Más allá del espectador del que se trate,
1
“Brentano sostiene que la intencionalidad es el rasgo característico de lo mental, que toda experiencia psíquica contiene un objeto deseado —también llamado objeto intencional— al cual se refiere el pensamiento o hacia el cual se dirige”. Diccionario Akal de Filosofía, pág. 120.
especializado, docto o común, todos califican con cierta ‘sensibilidad’ —es decir, con
cierta estética 2
— el mundo con el que se relacionan. Al apreciar el objeto podemos no
únicamente percibir lo que es, sino que reconocemos una cierta habilidad y proceso en
la construcción de dicho cuerpo susceptible de sensibilidad; es decir, escudriñamos un
‘modo de ser’ y un ‘modo de hacer’. 3
Entonces surge la siguiente pregunta: ¿Calificamos
lo que es Arte por su modo de ser o de hacer? Tomando en cuenta la ambición y vigencia
del debate, no se pretende dar una solución final a las cuestiones a tratar, sino añadir
una perspectiva crítica al tema. El foco de este análisis se encuentra en los enfoques
platónicos y aristotélicos, que marcaron la sociedad antigua, y un estudio inicial del arte
y la estética. Posteriormente, se tomará en cuenta a algún autor contemporáneo que
guarde semejanza semántica con los dos primeros. Ambas ópticas permitirán matizar los
conceptos del ‘modo de ser y modo de hacer’, así como su importancia en la obra de arte.
Por un lado, la propuesta eidética de Platón establece una jerarquía ontológica que
ubica a la obra de arte en términos de mímesis. Existe la Forma, después el particular que
participa de la Forma y, en ‘valor’ ontológico menor, la creación que imita a la naturaleza,
que a su vez imita a la Eidos: “El arte mimético está sin duda lejos de la verdad, según
parece; y por eso produce todas las cosas pero toca apenas un poco de cada una, y este
poco es cada una”. 4
La metafísica platónica no solamente supone en la obra su modo
de ser, sino que impone un alcance en el modo de hacer del poietai. El arte mimético es
imitación y a lo único que puede aspirar el creador es a imitar. Bayer analiza en su Historia
de la Estética: “Es una estética que aun siendo objetiva permanece sensual y sensualista.
En suma, es una estética jerárquica que se eleva de estrato en estrato hasta alcanzar la
noción suprema de kalokagathía en que lo bello y el bien se identifican”. 5
Para Platón, la
2
Con el término de ‘estética’ se entiende un juicio sobre lo sensible, si se sigue la definición que da Abbagnano. Vid. Abbagnano, Diccionario de Filosofía, p. 452. 3
Jacques Rancière encuadra al modo de ser dentro de lo que denomina un régimen estético de las artes y al modo de hacer dentro de un régimen poético. Véase Jacques Rancière, El reparto de lo sensible, Chile, LOM, 2009, pp. 23-24. 4
Platón, República, trad. Conrado Eggers Lan. Madrid, Gredos, 2010. 9-340 pp. República, 598 b. 5
Raymond Bayer, Historia de la Estética, trad. Jasmin Reuter, México, FCE, 2da. reimpr., 1980, p. 34.
belleza es divinidad sensibilizada; el concepto del kalòs-kágathós sugiere un hermetismo
en la Idea de belleza, es decir, de absoluta perfección que solo puede ser lograda por las
Formas. Todo el arte que está a nuestro alcance está atravesado por lo sensible, lo que lo
hace imperfecto.
A palabras de Werner Jaeger: “La poesía acentúa todavía más el sentimiento de dolor
que representa, imitándolo. Con ello empuja al hombre a entregarse con toda intensidad a
esta sensación”. 6
El peso del modo de ser en el tratamiento platónico del arte se muestra
con evidencia. La técnica y modos de hacer lo artístico son importantes en tanto se
hagan con la métrica, ritmo, tonalidad y características adecuadas para la difusión de lo
que es apropiado para la polis; no obstante, hay un doble énfasis en el ser de la obra: en su
contenido y en su carácter de imitación.
Por otro lado, la propuesta aristotélica sobre la estética tiene tonos diferentes a la de
su maestro. En concordia con su filosofía primera, Aristóteles reflexiona en torno a lo
estético de la realidad sensible, como bien representa La Escuela de Atenas de Rafael. En
el filósofo meteco ya no encontramos una suerte de degradación ontológica, ya que la
realidad perceptible está justificada por sí misma. Ricoeur, comparando la metafísica de
Aristóteles con la de Platón, menciona: “Por lo que hace al Uno, se diversifica en paralelo
al Ser; el Uno es un ser, en el sentido de una sustancia, de una calidad; de inmediato, cada
una de las categorías que es ser o un ser, sin tener que participar además de los pretendidos
‘géneros’ Ser y Uno”. 7
La amputación de la teoría de las Formas que Aristóteles hizo de
su sistema metafísico logra reivindicar a las obras de arte que ya no están sujetas a ser una
verdad a medias, sino que crean un mundo propio independiente del verdadero que no
tiene que darle cuentas a la verdad.
García Bacca explica lo siguiente en su estudio introductorio a la Poética: “La
reproducción imitativa versa, según Aristóteles, primariamente sobre acciones. Es decir:
se trata, en primer lugar, de crear un clima artificial para las acciones, separándolas, de
6
Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, trads. Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, FCE, 2da. ed., 25a. reimp., 2016, p. 769. 7
Paul Ricoeur, Ser, esencia y sustancia en Platón y Aristóteles, trad. Adolfo Castañón, México, Siglo XXI, 2013, pp. 173-174.
consiguiente, de los sujetos históricos en quienes se produjeron”. 8
La relación espectador
obra sucede en el propio espacio creado por el artista, que alberga todos los afectos
que son despertados en la experiencia de la obra. La ‘conmiseración’ y el ‘terror’ de la
tragedia en los que enfatiza Aristóteles tienen la encomienda de conmover al auditorio.
De acuerdo con García Bacca, la kátharsis ética que está en la Poética está ahí en el sentido
de que en la representación artística es necesario trasladar las acciones de lo real a lo
teatral y hacer partícipe a la audiencia de esa purificación de afectos. Por ende, en la
imitación artística no hallamos una fiel reciprocidad entre lo que de hecho es moralmente
y lo que se retrata en la representación. 9
Haciendo una modesta comparación sinóptica de Platón y Aristóteles, se distingue
tanto en uno y en otro un fuerte hincapié en el modo de ser, es decir, por cómo se le
presenta la ‘naturaleza’ de la obra al observador. A pesar de ello, en ambos, la definición
se torna dicotómica. El par de filósofos convienen en conferirle al arte un cierto
compromiso ético. El proyecto República radicaliza esta eticidad del arte al integrarlo
dentro de un organismo político en el que repercute. Aristóteles compone un régimen de
artes cuyo télos es el afecto y una suerte de placer. La perspectiva ética del ser de la obra
está claramente determinada por los contenidos presentados, pero, es en la ontología de
las artes en dónde se bifurcan los caminos de ambos. El contacto con el arte en Platón es
un alejamiento de lo verdadero, mientras que en Aristóteles no encontramos esa deuda
de las artes con la verdad. Finalmente, experimentar el modo de ser de la obra ubica
en planos distintos ambas filosofías; el mimetismo platónico supone una experiencia
incompleta que no remeda el materialismo del maestro del Liceo.
No obstante, se puede argumentar que hay una convergencia sumamente importante
en ambos, en tanto que no presentan una separación entre el modo de hacer y el modo de
ser de las artes. Platón imposibilita la creación no mimética en manos del hombre, que al
ser sensible imprime su propia imitación en lo que crea. El modo de hacer está supuesto
en el mismo ser de la obra; como una imitación hecha por un imitador que percibe
8
Juan David García Bacca, “Introducción filosófica a la Poética” en Poética, p. XLI. 9
Ibid., pp. XLIII-XLV.
imitaciones. Aristóteles también es correspondiente con su propia filosofía sensualista:
“por naturaleza misma de las cosas persuaden mejor quienes están apasionados; y sí,
más verdaderamente conmueve el conmovido y enfurece el airado”. 10
Este transportar al
espectador al universo propio de la obra conlleva a constituirlo dentro de un espectro de
reglas de las que el mismo artista es artífice. Y en esa verosimilitud meta que se proponen
las obras de arte participa, en primer lugar, el propio convencimiento del creador para
convencer de esa realidad ficticia a los demás.
Procurando no apresurar conclusiones, se puede intuir que en estéticas prístinas el
modo de ser de la obra refleja el propio ser del artesano, que se inscribe al hacer de la obra.
En otras palabras, las maneras de hacer de una obra son intrínsecas a cómo es la obra.
Con cierto espíritu romántico y literario, esta conclusión recuerda a las Canastitas en serie
de Bruno Traven, y al simpático indio que crea canastitas con “canciones y trocitos de su
propia alma”. 11
Sean las afecciones o un ‘ser mimético’, el hacer de las obras ‘con-forma’
el ser de las mismas, confluyendo en el producto final de la obra. Podría decirse que al
someter a examen la obra como se presenta, irremediablemente está implícito su modo
de hacer. A pesar de esto, y de las posibles soluciones aquí expuestas, sería imprudente
descartar el problema sin más, ya que éstas son apenas dos doctrinas que han añadido a
una larga discusión que se prolongó los años subsecuentes y es menester considerar una
perspectiva más reciente, a fin de evaluar la evolución histórica del problema y someter
los resultados obtenidos de la filosofía antigua a un contraste con la contemporánea.
El siguiente aliado en esta pesquisa será Martin Heidegger. La elección se debe a
que el filósofo alemán demuestra preocupación por un preguntar ontológico de la obra
de arte; preocupación presente también en los dos autores anteriormente expuestos. La
obra por estudiar será, sin lugar a duda, El origen de la obra de arte, conferencia impartida
por Heidegger en 1935, en la cual, más explícitamente que en cualquiera de sus obras, se
dedica a indagar sobre el arte.
10
Aristóteles, Poética, trad. Juan David García Bacca, México, UNAM, 2016, XVII, 1455a. 11
Cfr. B. Traven, “Canastitas en serie” en Canasta de cuentos mexicanos, México, Selector, 1ra, 2016, p. 24.
Para dar con la definición de la obra, Heidegger se pregunta por el ser cosa de ésta,
es decir, su esencia, la coseidad que la hace ser cosa. Sobre esto nos ofrece un recuento
de las aproximaciones principales que se le han dado al significado de cosa a lo largo
de la historia de la filosofía, que, según Heidegger, “conciben la cosa como portadora
de características, como unidad de una multiplicidad de sensaciones, como materia
conformada”. 12
Ahora bien, siguiendo el procedimiento heideggeriano, la asunción de
la cosa como materia conformada resulta en un atropello a la determinación de ésta,
pues no logra diferenciar el campo de la mera-cosa del campo del ente en su totalidad.
Entonces, la cuestión es: si podemos evaluar a todo lo ente como materia dispuesta
formalmente, ¿cómo dar con el ser-cosa de la cosa y con el ser-obra de la obra?
En este punto de la investigación nos azota una pregunta que resulta crucial para
responder nuestra discusión matriz: cuando juzgamos la cosa-obra de arte, ¿estamos
obnubilados por una concepción del ser-utensilio inherente a nuestra percepción
hilemórfica de las cosas? La materia transformada por el creador es distribuida según una
forma que cumple estándares de una necesidad que se busca satisfacer, en palabras de
Heidegger: “La utilidad es ese rasgo fundamental desde el que estos entes nos contemplan,
esto es, irrumpen ante nuestra vista, se presentan y, así, son entes”. 13
Entonces, tal y como
arguye el filósofo de Messkirch, la cosa pensada en términos de materia-forma se acota al
terreno del utensilio y, por consecuencia, el ser-obra también es arrojado a este.
La disertación de Heidegger torna necesario el examen de la relación espectador
obra en los tiempos actuales. Tomemos como ejemplo las famosas botas de Van Gogh,
mismas que Heidegger analiza. El espectador común, es decir, el que no pertenece a la
crítica especializada o al estudio profesional del arte y de la estética, podría hacer una
inspección como la siguiente: “La pintura retrata unas botas situadas en el centro de
ésta, las botas son negras y gastadas, con un aspecto vetusto. Los colores empleados
denotan cierta tristeza y pesadez. Se percibe un relieve y textura en las pinceladas sobre el
12
Martin Heidegger, “El origen de la obra de arte” en su libro Caminos de bosque, trads. Helena Cortés, Arturo Leyte, Madrid, Alianza, 2015, p. 21. 13
Ibid., p. 19.
lienzo que añaden dinamismo. El manejo de las sombras y los tonos le dan a la tela una
sensación de rusticidad.” La descripción anterior es, a lo mucho, un ejemplo plausible de
lo que una persona podría esbozar de un lienzo en un ejercicio de apreciación no docto.
Bien pues, ¿por qué viene esto a colación? El grueso de los asistentes de los museos
realiza valoraciones que tienen en sí impregnadas una determinación de la cosa bajo las
categorías de forma y materia.
Si somos consecuentes con lo que Heidegger ha dicho con respecto al mencionado
modo de aproximación a la cosa, el espectador común está relegando a la obra al reino
del ser utensilio y, para los fines de nuestra argumentación, inclina la balanza hacia el
modo de hacer frente al modo de ser de la obra. Intuitivamente podemos vacilar en
decir que las descripciones del tipo del ejemplo anterior se remiten a lo que ‘es’ la obra,
porque con toda justicia podemos aseverar que la rugosidad, el color, la sombra y demás
características están en la pintura, así como las palabras, las rimas y ritmos están en el
poema. Entonces, ¿por qué proclamar con tanta vehemencia que el modo de hacer se ve
beneficiado por el espectador? Heidegger recita: “La forma determina el ordenamiento
de la materia. [...] Además, esta combinación de forma y materia ya viene dispuesta de
antemano dependiendo del uso al que se le vayan a destinar el cántaro, el hacha o los
zapatos”. 14
Cuando exploramos el contenido y la forma de la obra y elogiamos ya sea la definición
de los trazos, la elección de acrílico en lugar de óleo o el salto que la melodía hace de
Si a Mi bemol, de fondo, loamos las decisiones que tomó el productor de la obra para
concretarla. Por lo tanto, los modos de hacerla condicionan el modo en el que la obra
se muestra; es decir, si nos movemos en el dominio del ser-útil en tanto que producto,
la pregunta del ‘para qué’ termina por condicionar la experiencia estética. Luego, el
productor que es despojado de su carácter de artesano figura como el dios desde lo alto,
como el Dēmiurgós que viene a ordenar la materia. Por otro lado, el espectador queda
varado a merced de lo que el imperio que el dios pone sobre la obra diga. ¿Para qué la
14
Ídem.
obra?, para ser apreciada.
Las suposiciones anteriores desdeñan demasiado las visitas a los museos que, bajo
este esquema, figurarán como tiendas de escobas, excepto que en lugar de escobas hay
pinturas; las unas son para barrer, las otras para apreciarse. Podemos concluir que, de este
modo de conocer la obra, convertida en utensilio, el espectador se vuelve nimio, es un
espectador pasivo. No es desprovisto de su facultad de juzgar: puede decir que la obra es
fea, que le gusta, que aquella es ‘mejor’ que esta otra; no obstante, no puede hacer otra
cosa que no sea cumplir su función, a saber, la de apreciar. Los límites del espectador son
los que ponga el artista; no va más allá del piso que alberga a las botas viejas. Se convierte
en Truman atrapado en la pequeña ciudad que el productor diseñó para él.
Es necesaria la siguiente pregunta: ¿así es cómo se está evaluando el arte, irrumpiendo
con violencia en la obra con los conceptos de materia y forma? Tal vez es esa una razón
de mucho peso para que los movimientos vanguardistas del arte se reciban con cierta
renuencia entre los paladares artísticos de las personas. Pensemos en el Cuadrado negro
sobre fondo blanco de Malevich. Las únicas elecciones de materia y forma que nos saltan
a la vista son, por mucho, los colores blanco y negro y la figura de cuadrado, ¿qué más
podríamos decir en términos de materia-forma sobre la obra? Sucede que el espectador
busca encontrar esas categorías en la obra de Malevich y, confuso, se topa con un mundo
que no está erigido aún, que no lo delimitan los trazos y las manchas ordenadas de colores,
que no le dice qué es eso a lo que tiene que enfocar su mirada cuando se encuentra sola
frente a la obra, sola consigo. Entonces, derrotado, decide asesinar a la obra que no
satisfizo sus concepciones de la materia y la forma.
Por eso, Heidegger nos intenta salvar de este desvarío de la interpretación, para que
la obra no se haga utensilio e indiferenciadamente nos acerquemos a cualquier ente de
la misma manera sin distinción. “La obra de arte se parece más bien a la cosa generada
espontáneamente y no forzada a nada”. 15
Siguiendo a Ana María Rabe, la abrumadora
concepción hilemórfica confesaría la pretensión de la dominación de la tierra. 16
Desgastar
15
Ibid., p. 20. 16
Ana María Rabe, “El arte y la tierra en Martin Heidegger y Eduardo Chillida”, Arte, individuo
la tierra implicaría el fracaso de la obra. La tierra es aquello en lo que se erige: la tierra
acoge. No obstante, se oculta. La obra funge no como aquello que descifra el ser de la
tierra, sino como lo que deja que se muestre. La tierra se cierra, el mundo abre. La obra
no le obliga a la tierra ser materia, la tierra se muestra ‘como es’ gracias a la obra y en la
obra. La obra es en donde acontece el mundo y la tierra, el mostrarse y el ocultarse: “El
ser obra de la obra consiste en la disputa del combate entre el mundo y la tierra”. 17
El ser-obra de la obra no pretende perfilar a la obra por su materia, por sus pinturas,
por sus tonos y ritmos, por la arcilla empleada o la piedra cincelada; sino por el cansancio
del largo día de trabajo de la labradora, por el éxtasis erótico del cantar de Don Giovanni,
por la confesión del efímero regocijo, Anoche cuando dormía… En este análisis, el ser de la
obra recobra su importancia, deja de ser merced de la utilidad. La mirada del espectador
deja de violentar con su forma y su materia, por el contrario, deja que el ser de la obra se
des-oculte (alétheia). El artista, según Fernández Agis, 18
expresa la esencia de lo ente. El
modo de hacer tiene relevancia en tanto que el creador debe saber fundar el mundo sobre
la tierra sin servirse de esta, sino ostentarla. La obra se aprecia, predominantemente, en su
modo de ser, en “ponerse a la obra de la verdad”, 19
la verdad de lo ente.
y sociedad, 2003, vol. 15, núm. 14, p. 178. 17
Heidegger, op. cit., p. 35. 18
D. Fernández, “Heidegger: ontología, ética y estética”, Boletín Millares Carlo, núm 26, p. 172-173. 19
Heidegger, op. cit., p. 28.