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Insectos

INSECTOS Diego Ignacio Prado Tuma

1 Varios insectos han visitado los distintos escritorios que he tenido. Me acuerdo de una vez

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en la que una multitud de larvas voladoras comenzaron a salir del travesaño de madera del techo. Se estrellaban contra el vidrio, el foco, la computadora, incluso contra mis lentes

y frente. Unas caían al suelo tan pronto como salían del agujero para convulsionarse y morir. Parecían peces fuera del agua.

No lo podía creer. No entendía de dónde salían tantas. Entré en un frenesí, agarré el cuaderno que tenía a un lado y comencé a matarlas. Pero, entre más las aplastaba, más

salían. Aún se estrellaban algunas contra mis lentes y mi frente y al sentir su repulsivo cuerpo contra mi piel enfurecía y más ganas me entraban de aplastarlas.

Al día siguiente, cuando regresé al cuarto para observar los cadáveres y tratar de entender lo que había sucedido, no encontré nada. Hasta la fecha no estoy seguro de si

aquello sucedió.

2

Bajó derechita del techo una arañita albina, apenas más grande que el tamaño de una

pelusa, y se colocó a unos centímetros de mis ojos. Le soplé y salió volando, pero regresó.

Me reí por la extraña persistencia de lo insignificante; luego agarré su telaraña y la jalé a

otro lado para que no molestara.

Minutos después, la misma arañita albina pasó de nuevo enfrente de mis ojos. Esta vez

no reaccioné; pensé que era una equivocación mía. Esta vez pensé que sí era una pelusa.

Ahora siento unos piquetes arriba, a la izquierda, en mi pecho y otro más en el dedo

índice izquierdo y en la espinilla derecha. No sé si alucino la comezón.

3

Qué sutil recuerdo el de la comezón. Te remite a tu piel y a su intangible poder.

Qué fuente tan pequeña la consciencia del mosco en la experiencia humana, la piel

que se pudre, y los dedos que desean levantarla.

4

La mosca viene y se para frente a mí. Parece que saluda, que presenta su cuerpo de

ponzoña con cortesía ante mí. Se mueve a un lado de mi libreta y luego al otro. Parece

verme observándola. Es una mosca grande con un lomo plateado con líneas azabache. Se

limpia las manos. Me juzga; juzga mi temple. Esta puta mosca, pienso yo. Pero no le voy

a mostrar; qué me importa. Que ahí se quede, yo no la voy a pelar.

5

Una multitud de hormigas que maté con veneno yacen en el suelo. No pude

ahuyentarlas con jabón o vinagre. Atravesaban mi casa de un extremo a otro. Lo soporté

tres meses, hasta que la extensión sacó chispas. Ese mismo día fui a la farmacia y compré

veneno en aerosol.

A un mes del genocidio estoy derrumbado moral y energéticamente por un mundo

que me tiene urgido y pendido de un hilo.

6

Para las hormigas era una lluvia más; para mí, era el olor a veneno del espray que rocié

sobre ellas, sobre todo el camino que habían trazado a través de mi cuarto.

Me preocupan los insectos que se acercan al insecticida que eché ayer. 7

El azotador quedó trastornado cuando lo moví. Lo encontré trepando la pared del

baño y me pareció que había errado su camino. Sin avisar, arranqué sus miembros de la

pared y lo dejé en una rama del patio. De un instante a otro su cuerpo se vio entre dos

pinzas infernales que lo levantaron. Se contrajo al instante y se hizo roca. Lo llevé al

jardín y lo dejé sobre un árbol donde había visto otros azotadores. Se quedó hecho bolita

como un ser traumatizado. No sé si hice bien al moverlo.

8

Mientras buscaba al azotador que dejé en el arbusto, escuché al pájaro que reaccionó

a mi inesperada presencia y supe que el bicho estaba en riesgo, que el pájaro lo había

visto. En ese árbol había otros bichos más que se camuflaban entre las hojas secas. Lo

vi moviéndose lentamente por una ramita. Sus seis patas lentas, pero seguras. Sus vellos

ácidos como puntas de copos de nieve. Quizá no había errado al entrar al baño, quizá

venía huyendo del pájaro.

9

“Si no estás con nadie, ¿quién va a evitar que te aplaste?”, dijo el hombre al bicho.

Nadie vino tampoco a ponerle una tumba. La mancha negra se quedó allí durante casi un

mes. Hasta que ella dijo que iría a su casa y él pensó que debía limpiarlo.

El día siguiente, después de trapear, agarró una servilleta y recogió el cadáver del

insecto que asesinó. Lo tiró a la basura.

10

Llora el bebé, pía el pájaro, roba un político y un músico toca. Se desenvuelve el

mundo y, entre todo eso, está la araña que acaba de bajar de la lámpara del escritorio y yo la observo. Parecemos una canción que sólo va a tocar este instante y que se juega el

cuidar, el alentar y el dejarse tocar.

11

Fijó la mirada en el abejorro y este pareció captar su mirada. Como la víctima conoce a sus presas, el abejorro captó su ojo y los límites de su visión, y pronto pasó de estar al

centro a la periferia de su mirada. Allí se quedó gravitando, como observando desde un arbusto.

Mueves la mirada y, nuevamente, cuando el abejorro capta su centralidad, se vuelve a mover a la periferia. El ojo se sorprende al notar la suspicacia del insecto. El abejorro

sale disparado en diagonal (no había hecho ese movimiento antes). Ahora se posa en el centro, tímidamente, solamente por un instante, como el cachorro que quiere ver si la

víbora quiere jugar o si está de malas. El abejorro está a pocos metros de distancia de los ojos; los saluda y luego sigue su vuelo hacia donde ellos no ven.

12

Observar esas insignificantes vidas adelgaza el velo de la inocencia y deglute la posible

nulidad de mi propia existencia, pero no era la lluvia la que borraría esos caminos de caracol con direcciones indescifrables: era la sublime nulidad. A pesar de ese espiar, a

pesar de ese observado movimiento, todo sigue igual. Aquí estoy. Ese lento y mutuo ritmo que pretendo compartir con este mundo natural, “donde en el corazón la mente

no necesita ver” y cada patita llega a su destino. ¿Qué murmulla esa rama, esa hoja que se cae? ¿Qué promesa de vida les da existencia? No entendía, tras el fuego lento que me

consumía, qué era eso en su rama y sublime nimiedad.

(Este último verso está inspirado en un fragmento de ¡Absalón, Absalón! de William

Faulkner que me pareció que explicaba algo de lo que sentía en mi reciente relación con

los insectos del patio).

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