4 minute read

Narrativas

LA TESIS Karla Michelle Canett Castro

Era la tercera vez que trataba de escribir ese correo electrónico. No quería parecer

Advertisement

insistente; más bien, algo obstinada, sin llegar a lo grosería. ¿Cómo pedirle, por cuarta vez en el mes, que, por favor, le mandara las correcciones que debió haber enviado antes de

salir de vacaciones, sin parecer una perra histérica? Imposible. Querido, estimado, solo su título más su nombre: Mtro. Covarrubias. Buenas tardes, un gusto saludarlo de nuevo. Le

comento que la Dra. Avelar, con quien llevo la asignatura de Seminario de Tesis II, me ha solicitado, en repetidas ocasiones, que le mande mi trabajo con las correcciones; pero me

resulta complicado si usted no me PINCHES MANDA LAS OBSERVACIONES QUE PROMETIÓ ENVIAR EN DICIEMBRE Y YA ESTAMOS EN MARZO, CON UNA

CHINGADA. Le encantaría ver la cara de su director de tesis al leer eso. Jessica entró a la maestría con la misma esperanza con la que van las Miss México

a Miss Universo. Le había ido bien en la facultad, pero era consciente de que el posgrado

era distinto. Acá no podía hacer un comentario inteligente sin haber leído la bibliografía

mínima, mucho menos pasar desapercibida fingiendo que tomaba notas. Para el último

semestre quedaban sólo diez de los quince alumnos en la generación. No estaba ahí por la

beca ni por el prestigio. Antes de ser aceptada, tenía un trabajo al cual le costó renunciar

para dedicarse de lleno a la vida académica. Por un lado, no creía que iba a lograr pasar

todas las etapas del proceso; por el otro, pensó que podría combinar su vida laboral y

estudiantil, tal como lo hizo en la licenciatura. Le bastó una semana de clases para darse

cuenta de que no sería así.

Cuando le dijeron el nombre de su director, creyó que había corrido con

suerte: un investigador joven, un par de años mayor que ella, a quien incluso se había

topado en algunas fiestas de la facultad, y que además cursaba su doctorado a distancia,

en una universidad de prestigio en Europa. Habían hecho una excepción con él, debido

a su destacado currículum y las cartas de recomendación que recibieron, una incluso del

mismo rector. Ella sería la primera inmolada del Mtro. Covarrubias.

En el primer coloquio de avance de tesis recibió las observaciones el mismo día, cuando

ya había enviado su Power Point al técnico de la sala. Jessica, cual novata, no midió la

gravedad. Se paró confiada ante los académicos, les repartió copias de su presentación

y les aclaró que no coincidiría con lo que se iba a mostrar en la pantalla. Pero ella, por

desgracia, ya no estaba en la licenciatura. Su director, uno de los miembros del presidium,

no defendió a Jessica mientras el resto la lapidaba por el desliz. —Debes tener cuidado

con estos detalles, te pueden costar el título—, le dijo el Mtro. Covarrubias, antes de que

la joven tesista regresara a su asiento.

Jessica se emborrachó esa noche.

Lo sucedido aquel día no fue más que el primer mal de la caja de Pandora,

abierta al ingresar al posgrado. Las observaciones del primer capítulo fueron lacerantes.

Durante el marco teórico, Covarrubias le recomendaba autores que ella no consideraba

adecuados, pero le insistía tanto que terminaban incorporándose. Después, le negó el

recurso para que asistiera a presentar una ponencia a un congreso en el extranjero, porque

no le consultó antes de enviar el resumen. Está de más decir que tampoco le envío a

tiempo la convocatoria para estancias porque, según él, ella no estaba a la altura para

representar a la institución.

Cuando su director le llegaba a enviar observaciones, en lugar de agregar comentarios

y utilizar la herramienta de control de cambios, como el resto, le reescribía los párrafos

con color rojo. Siempre iniciaba con frases como: “Mejor escríbelo así, porque lo que

dices no se entiende” o “Creo que lo que quieres decir es esto”, o “Tal vez deberías

tomar un curso de redacción”. Los párrafos, que reescribía el maestro, estaban llenos de

oraciones rimbombantes y lenguaje exagerado. Jessica no entendía a qué iba todo esto.

Para finalizar el tercer semestre, Jessica hizo cita con el psicólogo, tomó Xanax, Rivotril

y todos los derivados que encontró del Clonazepam. Pensó que no podía más con esto.

Agendó asesoría con su director: dejaría la maestría. —Si abandona el posgrado, olvídese

de CONACYT para siempre e inscríbase a una de esas universidades de calidad dudosa,

que abundan en la ciudad—. Fueron las palabras de aliento que obtuvo de su director.

Jessica lloró.

La joven seguía resignada, más que decidida, a terminar la investigación. Si recibía

las últimas observaciones, tendría tiempo de entregar su tesis en junio y estar libre para

el siguiente semestre. No regresaría nunca más a la academia. Sería debut y despedida.

Pero el maestro no contestaba y hacer el cambio de director era inviable en este punto.

Se sentía atrapada, ahogada en sus frustraciones. A punto del pánico, recibió un correo:

“Buenas tardes, estimada Jessica, me encontraba en el extranjero, presentando la defensa

de mi tesis de doctorado. Le adjunto las observaciones, atiéndalas a la brevedad. Saludos

cordiales, Dr. Covarrubias, investigador.”

Jessica respiró de nuevo con normalidad. Prendió su laptop y descargó el archivo.

Pero no, esa no era su tesis. Era la tesis del ahora Doctor. El morbo invadió sus venas y

decidió leerla. En ella encontró sus palabras. Esas palabras que su director reescribía con

rojo. Esos párrafos que le obligó a cambiar. Ahí, en el marco teórico, en el planteamiento,

en la justificación.

—Haga caso omiso del correo anterior, aquí le adjunto su trabajo.

Jessica cerró su laptop decidida a emborracharse de nuevo esa noche.

This article is from: