13 minute read

RICARDO ALEGRÍA Y LA CULTURA COMO ESPERANZA

Don Ricardo Alegría, tenía un apellido que le hizo justicia. Anticipó el gozo que iba sentir, cuando años más tarde, se dedicó como director del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) a defender, divulgar, apreciar, y reafirmar los valores de nuestra cultura puertorriqueña. Porque la cultura es gozo. Y lo hizo con la alegría de saber que se ama mejor lo que mejor se conoce. Que la cultura nos hace mejores como personas y como país, porque la cultura tiene también la capacidad de transmitir esperanza a los pueblos.

Nació Alegría en la calle Salvador Brau, hoy calle San Francisco # 409 en el Viejo San Juan. Allí creció y aprendió a ver el mundo desde su pequeño balcón, que le abrió horizontes. Tuvo un espacio privilegiado al observar todo lo que sucedía en aquel San Juan peatonal de la década del 30, donde apenas había carros, pero sus calles estaban repletas de gente. Le gustaba ir a la esquina Cruz a oír a su padre conversar con los hombres que se reunían para hablar de política.

La influencia que lo marcó de niño fue su padre el Lic. José Alegría, quien fue presidente de la Sociedad Puertorriqueña de Periodistas y de la Junta de Libertad bajo Palabra, miembro de la Academia Puertorriqueña de la Historia y de la Lengua y fundador del Partido Nacionalista. Pero también fue su padre un mecenas, que ayudaba a artistas. Fue uno de los primeros en coleccionar cuadros de Campeche. Mecenas, coleccionista, no es casualidad que fueron actividades que luego Alegría emulara, como director del ICP para beneficio del pueblo de Puerto Rico. Pero hubo en su juventud un espacio mágico que le abrió a otros mundos y despertó en el niño su curiosidad intelectual. Éste fue la biblioteca de su padre, que tenía dos pisos. Allí leyó sobre temas muy diversos: arte, literatura, historia y periodismo. No encapsuló sus gustos en un solo tema, sus intereses fueron múltiples, variados, y amplios. Significativo para el niño fue ver que su padre también salvó el Teatro Tapia, cuando iban a tumbarlo, para construir un edificio de la lotería. En esa apuesta todos hubiéramos perdido. Y a eso también se iba a dedicar luego Alegría, a salvar edificios históricos como veremos más adelante. Su tía Elsita, también influyó con sus historias de la Hacienda Grande en Loiza, de donde viene su familia materna y a través de sus relatos aprendió a respetar y admirar la cultura africana.

Estudió en las escuelas elementales del Viejo San Juan, y en la década del 30, siendo estudiante, experimentó la americanización que se imponía en las escuelas. Pero el niño se resistía y desde pequeño empezó defender nuestra cultura. Resulta que en su escuela imponían estudiar los próceres americanos, mientras nuestros próceres puertorriqueños no aparecían ni por los centros espiritistas. Nadie hablaba de ellos. Tal parece que nunca hubieran existido ni Hostos, Baldorioty, Muñoz Rivera, Betances, de Diego, Barbosa, entre tantos otros. El propio Alegría me contó que era obligatorio en su escuela que los niños fueran disfrazados de personajes históricos americanos, y los que se negaban eran castigados y expulsados. El padre resolvió el dilema con una estrategia hábil. Alegría llegó disfrazado de Patrick Henry, pero en su cuello colgaba un cartelito que decía: “give me liberty or give me death.” Desde su mente y su corazón fue naciendo en el niño el amor por nuestro país, nuestra cultura y su necesidad de defenderla. Fue por eso que como adulto se dedicó a mediar, rescatar y divulgar nuestra cultura.

Antes de ser director del Instituto de Cultura Puertorriqueña, era un joven fiestero, que aunque tímido, apenas estudiaba. Por este último motivo no pudo entrar inicialmente a la Universidad de Puerto Rico (UPR), así que lo mandaron a la Universidad Interamericana en San Germán para enderezar a jóvenes, pero esa rigidez no le gustó. Posteriormente, pudo entrar a la UPR. Su curiosidad lo llevó a estudiar antropología en Chicago y luego en Harvard.

El Viejo San Juan que conoció de niño, a su regreso ya se encontraba en franco deterioro. Apenas quedaban familias de recursos en San Juan. Su familia se había mudado a la calle del Parque en Santurce, donde hoy está ubicado el Colegio de Arquitectos. El viejo San Juan para la década del 50 se había convertido en un “ghetto”, y fueron los barcos de la Marina que atracaban en San Juan una de las razones que propiciaron ese deterioro. Los “marines” llegaban los fines de semana al Puerto de San Juan con ánimo de emborracharse, convirtiendo sus calles en lugar de bares, prostíbulos y peleas constantes. Las familias no se sentían seguras en la ciudad.

Conocer el estado de deterioro del Viejo San Juan es importante, porque nos ayuda a cobrar conciencia de lo que ocurría, y eso nos ayuda a comprender y apreciar aún más la gigantesca labor de rescate que llevó a cabo Alegría. Su gesta se hizo posible en el 1955, bajo el Partido Popular cuando se creó el Instituto de Cultura Puertorriqueña, que Alegría dirigió magistralmente por 16 años. La creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña no fue fácil, hubo oposición. Una de las objeciones fue su nombre, “cultura puertorriqueña”, porque pensaban algunos anexionistas que aquí no había cultura, y que tampoco debía ser puertorriqueña, sino de Puerto Rico. Al principio también hubo reparo de parte del independentismo y hasta de populares. Sin embargo, Luis Muñoz Marín y su esposa Inés Mendoza sabían que la cultura puertorriqueña había sido menospreciada y ninguneada. También sabían que los pueblos necesitan su cultura tanto, como necesitamos el aire que respiramos.

Se creó el ICP mediante una ley, porque el gobernador Muñoz Marín entendió que el Puerto Rico de Manos a la Obra (que era el nombre que se le dio al proyecto de Fomento Industrial de traer fábricas y que propició el gran desarrollo económico que transformó el país en una generación, sacándolo de la miseria), no bastaba. Marín aprovechó un discurso que dio en Harvard sobre el tema cultural, como preludio a dicha legislación cultural que Muñoz llamó “la Operación Serenidad”, en la que era importante impulsar y cito “la libertad creadora e imaginativa.” Dicha ley del ICP se aprobó y la redactó el historiador Arturo Morales Carrión. Nadie realmente sabía cómo se iba a implementar ese proyecto y que hacer. Cito de la ley que creó el ICP: “CONTRIBUIR A CONSEVAR, PROMOVER, ENRIQUECER Y DIVULGAR LOS VALORES CULTURALES DEL PUEBLO DE PUERTO RICO”. Era otra forma de inculcar autoestima colectiva y ganas de hacer.

Puerto Rico tuvo la suerte que la Junta de Directores del ICP, escogiera a este joven que entonces hacía investigaciones sobre los indios y estaba a cargo del museo de la UPR que se llamaba Ricardo Alegría. Todo cayó en su sitio y se dio el milagro, gracias a la amplia visión cultural de Alegría. Visión que vivió desde niño, cuando se entusiasmó por las artes, los libros, la arqueología, la historia, la música, en fin, todas las manifestaciones de nuestra cultura. Porque fue Alegría el que le dio forma a la ley, sabía que la cultura necesita libertad de acción y se la dio. Empezó por darle personalidad a la institución y diseñó el escudo del ICP que interpretó el pintor Lorenzo Homar. Une las tres razas: la india, la blanca y la negra, entendiendo con razón, que ese crisol de razas nos formó. Al principio esa visión causó sorpresa y molestia a algunos, pero la presentó con arte y belleza y fue acogida en el pueblo.

Partiendo de su visión antropológica, creó en el ICP muchas de sus divisiones: Artes Plásticas, Música, la Editorial, Zonas y Monumentos, Artes Populares, Teatros, Arqueología, etc. Con ellas fue multiplicándose en los sectores del mundo cultural un nuevo desarrollo de lo económico. Alegría sabía que era inaplazable devolver a la vida la piedra demacrada de los edificios del Viejo San Juan. Era una mirada angustiosa la de aquellas casas dilapidadas. Por tanto, bajo el Programa de Zonas y Monumentos Históricos estableció zonas, distritos y se dedicó con imaginación a devolverles la vida a los edificios históricos. Lo hizo sin privatizar.

La propuesta para restaurar los edificios, que hoy llamarían industrias creativas como algo nuevo, se llevó a cabo gracias a que Alegría se anticipó a los tiempos. Me contó que primero viajó a México para traerse un mexicano que lo ayudara. Pero cuando fue a México se dio cuenta que lo podía hacer él. Y lo que hizo fue usar sus ideas y aplicarlas a nuestra realidad. Lo logró invitando al público a que compraran edificios abandonados. A los propietarios de las casas, que pudieran restaurar los edificios en el Viejo San Juan, se les otorgaba exención contributiva por diez años que eran renovables, si las restauraban. Para ser elegibles tenían que usar parámetros arquitectónicos de preservación. Además, el Banco Gubernamental de Fomento se unió ofreciendo préstamos a bajos intereses a los que fueran a restaurar sus casas. Porque la arquitectura y los espacios que ella genera, también son parte de nuestra cultura.

Sin la gestión de Alegría y sin el respaldo del gobierno, el Viejo San Juan como ciudad, hubiera desaparecido. Ello debido a que había un afán de construir cosas modernas en aquel momento, y varios edificios valiosos se destruyeron en la Plaza de Armas. Así desapareció el Barrio La Puntilla y el Barrio Ballajá, destruidos por los militares para hacer un estacionamiento para militares de alto rango que vivían entonces en Casa Blanca. Mucho antes a principios de siglo XX, ya se había destruido la Puerta Santiago, donde está la plaza Colón y otros lugares emblemáticos.

Alegría fue imprescindible para salvar la existencia del viejo San Juan y lo logró en un momento que peligraba la ciudad. En la década del 50, aprovechando el afán de progreso unido al deterioro físico y abandono del viejo San Juan, se dio pasó a un discurso público en que empresarios y hasta un sector del gobierno, afirmaban que Puerto Rico tenía que modernizarse. Para su desarrollo económico, había que sustituir los viejos edificios por rascacielos. Argumentaban que ese era el futuro y el progreso. Insistían en proyectar al Viejo San Juan como el retroceso, lo viejo, lo antiguo, lo caduco y sugerían eliminarlo. Pero nada más lejos de la verdad.

Para combatirlo, Alegría se volvió a vestir simbólicamente de Patrick Henry y creó esa fórmula de exenciones. No pagabas contribuciones a la propiedad si la restaurabas bajo los parámetros de restauración. Alegría salvó al Viejo San Juan y con ese rescate, creó más progreso. Quién iba a decir que fue el ICP el que más ayudó a la industria del Turismo en Puerto Rico. No creo que los turistas cuando llegan a la isla pidan ir a Garden Hills, pero sí al Viejo San Juan. El ICP conservó para el mundo una ciudad única en belleza e historia, que hoy, hay que continuar protegiendo.

En igual abandono se encontraba nuestra memoria histórica. Alegría, amante de la historia creó el Archivo de Puerto Rico para rescatar los documentos que se encontraban en mal estado a través de toda la isla y se legisló para ello. Sabía que sin memoria no hay país. Sabía también que un proyecto cultural debe partir de nuestras raíces, de su identidad, de su lengua e historia, sino, se convertiría en un cascarón vacío. La desnaturalización no crea, destruye.

Alegría, también creó otros proyectos de gran significado cultural. Uno de ellos lo es el archivo de la música. Recuperó las partituras de las danzas de Morel Campos, las músicas manuscritas, autógrafos, composiciones inéditas, etc. También el Archivo de la Palabra, para conservar para la posteridad la palabra de nuestros intelectuales destacados; discursos, grabaciones de poesía por

Luis Palés Matos, la reproducción del poema de El Contemplado de Pedro Salinas y además, se produjeron discos. Pidió crear la Biblioteca General en el 1967. Esta fue legislada bajo el gobernador Sánchez Vilella y en ella repitió la hermosa biblioteca de dos pisos de su padre. Se organizó el programa de investigaciones históricas, la catalogación de documentos en archivos en España y grabados en la Biblioteca Nacional de París. Las investigaciones arqueológicas, ayudaron a salvar el Centro Ceremonial de Caguana.

Creó el Programa de Museos y Parques, muchos de esos museos se ubicaron en el viejo San Juan. Lamentablemente muchos años más tarde algunos cerraron arbitrariamente (el de la cultura africana, el de una familia del siglo XIX, el de la Farmacia, el de Santos, el Museo Cassals). Tampoco han vuelto abrir el de la Masacre de Ponce. El Museo Casa Blanca, Alegría lo adquirió, lo transformó y lo devolvió al pueblo rescatando ese espacio espectacular donde llegaron a vivir militares americanos de alto rango.

También implementó el Programa de Adquisición y Conservación de objetos de valor histórico y artísticos, donde se aprecia la injerencia de su padre como coleccionista. Fueron incontables las obras valiosas que rescató para el pueblo de Puerto Rico: cuadros de Campeche, muebles y hasta el famoso cuadro Goyita de Tufiño que adquirió de un muchacho que lo iba a vender en el muelle. Esos cuadros, piezas y muebles los usaba para los museos y para el propio Instituto. El Programa de Artes Plásticas, los talleres de los carteles de serigrafías y la Escuela de Artes Plásticas, ayudaron a fomentar generaciones de artistas.

Por otro lado, interesado en nuestra diáspora, empezó a presentar exhibiciones de arte en ciudades de Estados Unidos. Su proyecto de alcance internacional más prestigioso fue la Bienal del Grabado Latinoamericano de San Juan y el Caribe. Años más tarde se pensó en la necesidad de renovación y puesta al día de la anterior Bienal, se convirtió en la Trienal Poligráfica de San Juan. Se actualizaron los lenguajes para presentar un articulado conjunto dentro del discurso y los medios del siglo XXI, que promoviera y estimulara la presencia de los medios gráficos tradicionales junto a los avances evidentes de los logros tecnológicos actuales.

Cuando hablamos del ICP y de cultura, no se trata sólo del pasado, estamos hablando también del futuro. Lo comprobamos con la creación de la División de Teatro bajo la dirección de Francisco (Paco) Arriví. Su labor fue tan espectacular, que no daban las salas para las presentaciones. Entonces solo estaban disponibles el Ateneo y el Teatro Tapia, así que, por iniciativa de Alegría, con el apoyo de la legislatura y la energía y visión de Paco Arriví, se llevó a cabo la construcción del Centro de Bellas Artes (CBA), con sus salas de concierto y teatro. Esa actividad del ICP, multiplicó la actividad teatral y se abrieron salas de teatro a nivel isla. Además, se crearon grupos teatrales independientes. Eso fue sinónimo de crear empleos para artistas, tramoyistas, luminotécnicos y vestuaristas. Finalmente, se dio paso a los festivales de teatro. Resulta también interesante, la historia de rescate del instrumento musical del cuatro. Pocos tocaban el cuatro. Pero el ICP le facilitó a Paquito López Cruz el espacio para dar clases los sábados en el patio del ICP. Paquito López Cruz, creó un método para enseñar a tocarlo y hoy, gracias a esa gestión, existe una industria de dicho instrumento que cobija maestros, estudiantes, artistas y luthieres.

Conclusión

Los países educados le dan continuidad a su quehacer cultural, lo renuevan, pero no lo destruyen. El ICP le facilitó a artistas y creadores los medios para poder llevar a cabo sus proyectos independientes, en adición a los propios que llevaba a cabo la institución. Porque el ICP ha sido provocador, facilitador y emprendedor. Alegría ayudó a impulsar proyectos independientes que cobraron vida propia, como por ejemplo: Ballet Floklórico Nacional de Puerto Rico (Areyto), Ballets de San Juan y Festivales de Bomba y Plena. Porque como pensaba Alegría con razón, la cultura es una industria, no un negocio. No caduca, porque el proyecto de amor, de defender la patria y acrecentarla no termina nunca. Al contrario, hay que revitalizarlo en cada generación, y esa es la mejor respuesta para combatir el deterioro social y la violencia que sufrimos. A pesar de todo ese éxito alcanzado, Alegría se retiró voluntariamente del ICP para dirigir el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y del Caribe. En una ocasión la poeta Dinorah Marzán publicó estas palabras que son vitales para el ICP como fuerza económica y que van a la par con la visión de Alegría: “Situar la cultura en el núcleo del desarrollo constituye una inversión esencial en el porvenir del mundo y la condición del éxito de una globalización bien entendida que tome en consideración los principios de la diversidad cultural: la UNESCO tiene por misión recordar este reto capital a las naciones.”

El desarrollo económico sin el desarrollo cultural no nos hace un mejor país, porque ese componente cultural abona a la fertilidad espiritual de los pueblos. No siempre el desarrollo económico es sinónimo de crecimiento y mucho menos de equidad. Cada generación tiene que volver a mirarse en la cultura, conocerla y renovarla, ese es un esfuerzo sin fin que el ICP, las organizaciones independientes y las universidades deben encauzar. Esa es la mejor forma de honrarlo. En el ámbito de las industrias creativas que son principalmente la artesanía y el diseño, la edición, el arte, el cine y la música, en Puerto Rico es una mina apenas explotada.

Trabajé por diez años cerca de Alegría. Mantenía su escritorio exquisitamente desordenado. Allí entre montañas de documentos, en una especie de arqueología de papel, con certeza admirable, echaba un vistazo sobre su ancha y larga mesa y orientado casi por instinto, metía la mano y sacaba de entre una inmensa estiva de papeles, y de una sola vez, como por arte de magia el documento requerido. Y con una sonrisa triunfal lo entregaba y en la mirada se percibía otro nuevo proyecto a favor de la cultura.

Su sencillez, su amor por la cultura lo irradiaba todo, era un estratega formidable y un hacedor inagotable. Atendía a todos con serena amabilidad. No importaba la categoría del visitante. Desde presidentes de países, reyes y hasta las personas más humildes, Alegría los atendía, porque para él, la cultura era para todos y de todos. Recuerdo a personas humildes, llegar a su oficina, de todas partes de la isla y sin cita. Algunos venían con un saco para enseñarle algún santo de Palo, esperando saber si lo que tenían era valioso. Aunque algunos llegaban temerosos, todos salían complacidos con un sentido de orgullo de lo que tenían en sus manos.

No podemos dejar de mencionar los Centros Culturales en todos los pueblos de la isla. La cultura se propagó a través de esos centros. Era la forma de Alegría de empoderar a los pueblos con su historia y cultura. Antes de la creación del ICP, algunos pensaban falsamente que no teníamos cultura. Alegría hizo que la cultura se acercara a ellos. Podían ver exposiciones de arte, teatro rodante, recitales de poesía, librerías rodantes y participar de concursos de décima para fortalecer nuestra lengua y nuestro amor por la música típica, La mejor forma de honrar a Ricardo Alegría es hacernos partícipes de su amor por nuestra cultura, defenderla, divulgarla y acrecentarla. Porque la cultura no es una flor en la solapa. Es la infraestructura del espíritu que sostiene a los pueblos en momentos de crisis, estimulando esperanza y prosperidad. Sufrimos una quiebra económica, evitemos una quiebra espiritual. Alegría, entendía que había que ser universal a la manera de nuestras raíces. Sabía mirar a través de los ojos de nuestros pintores, músicos, poetas, artistas y creadores, para fortalecer nuestra autoestima y nuestro sentido de identidad. La cultura enaltece la vida, nos afirma en la dignidad y refleja lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué nos haríamos sin la esperanza que nos inspira la cultura puertorriqueña?

This article is from: