:: Consumo y felicidad
Josep A. Álvarez Licenciado en Química (Universidad de Barcelona). Jefe de estudios y profesor de secundaria en el Col·legi Urgell. Autor de los libros: La eutanasia a debate, Sobre el sufrimiento, la muerte y la felicidad y El cristianismo: Unidad y diversidad. Una historia de las divisiones del cristianismo.
«El mundo exponencial en que vivimos sigue siendo un mundo en el que aún no se sabe cómo acrecentar la calidad de vida y hacerla accesible a todos sin incrementar las graves huellas ecológicas que deja sobre nuestro planeta el actual modelo de crecimiento económico. La magnitud del actual consumismo muestra desde hace tiempo que necesitaríamos contar con más de un planeta Tierra para poder mantener, de este modo, los afanes de gran bienestar material por parte de los más privilegiados».1
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no de los argumentos más reiterados para no introducir cambios en nuestra forma de vivir ni en nuestro modelo económico es la creencia de que nuestra calidad de vida (felicidad) depende en buena medida de nuestra capacidad de consumo. En esa línea, la mayoría de la población mundial aspira al nivel de consumo que existe en los países occidentales y, en particular, en los EE.UU. Por otro lado, la creencia que relaciona felicidad con consumo obvia los peligros que conlleva el actual modelo de crecimiento en relación a la naturaleza. De hecho, se prioriza el crecimiento a la preservación de nuestro entorno con la finalidad de satisfacer el deseo de consumo. Se olvida que a la larga esa forma de actuar pone en peligro precisamente ese deseo de alcanzar un cierto grado de bienestar. Es como si nuestra felicidad fuese independiente de la preservación del medio ambiente, como si fuese posible vivir al margen de la naturaleza, en la falsa creencia de que lo que le pase a esta no nos afecta a nosotros. Es indiscutible que el tener una cierta calidad de vida pasa por disponer de una cierta capacidad de consumo. Es evidente que si vivimos en la pobreza o en la indigencia la felicidad es imposible. Si no podemos cubrir nuestras necesidades básicas, nuestra calidad de vida se torna precaria y no podemos disfrutar de lo que la vida nos puede proporcionar. Es indiscutible que hay millones de personas en el mundo que aspiran a una mejor calidad de vida. Además, ese deseo es legítimo. Pero la pregunta o el dilema no se haya tanto en esa necesidad de cubrir esas necesidades básicas, sino en saber si la felicidad se relaciona directamente con nuestra capacidad de consumo. Podemos afirmar sin la menor duda que los habitantes de los países más desarrollados disponen de un mayor grado de felicidad que aquellos que no lo son. ¿Son más felices gracias a su capacidad de consumo?
Sorprendentemente, todos los estudios realizados en ese sentido señalan que la felicidad aumenta de forma proporcional hasta cierto límite de ingresos, pero que a partir de cierto punto esta no nos proporciona mayor felicidad. Según los datos, la satisfacción vital aumenta de forma proporcional hasta los 15.000 $ de ingresos anuales, pero que a partir de ese nivel de ingresos no hay un aumento de la satisfacción vital (felicidad). En la misma línea, el consumo energético es un indicador del bienestar humano. Pero de la misma manera que en el caso de los ingresos, ese bienestar tiene unos límites. El bienestar se sitúa en un consumo entre 50 y 70 GJ por cápita y año, cuando este aumenta y se sitúa entre 70 y 100 GJ per cápita y año se observa un cierto aumento en la calidad de vida, pero a partir de ese valor ya no hay un aumento en la satisfacción vital. Por otro lado, ese deseo de consumo nos esclaviza y no nos permite disfrutar de la vida. Como señala Thich Nhat Hanh: «La mayoría de quienes deseamos tener una casa, un coche, una televisión, una nevera, etcétera, debemos sacrificar a cambio nuestro tiempo y nuestras vidas».2
De hecho, un aumento en nuestro nivel de consumo lleva asociado cinco inconvenientes: • Un aumento del estrés • Una pérdida de tiempo libre • Una disminución del contacto con familiares y amigos • Una menor disponibilidad para disfrutar de la naturaleza • Una disminución del tiempo que dedicamos a relacionarnos con Dios En relación a cómo evaluar la felicidad, la New Economics Foundation desarrolló el denominado Índice de Planeta Feliz (HPI)3. Este intenta evaluar la felicidad en un país teniendo en consideración el desarrollo y la sostenibilidad. La originalidad de este, 7
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