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LA LLAMADA AL LIDERAZGO DE UNA UNIVERSIDAD JESUITA: CONTEXTO, CARISMA, ASOCIACIÓN*
from Carta de AUSJAL 56: Prácticas académicas para reducir la deserción estudiantil
by Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús
P. Dr. Arturo Sosa Abascal, S.J. Superior General de la Compañía de Jesús
El liderazgo en una universidad jesuita es un trabajo muy exigente. Lo sé muy bien. Yo mismo fui rector de una universidad durante diez años. Cada día mi equipo trabajaba en la matriculación y la contratación de profesores, en los planes de estudio y la tecnología, en las instalaciones y las finanzas, en la proyección social y las relaciones gubernamentales.
El liderazgo universitario es un trabajo difícil, pero no es solo un trabajo. Es una llamada, una vocación. Esta mañana me gustaría desarrollar esta llamada en tres pasos. En primer lugar, debemos mirar con valentía el mundo en el que vivimos, el mundo al que somos enviados. En segundo lugar, debemos recordar algunos fundamentos del carisma jesuita. En tercer lugar, quiero reflexionar sobre la colaboración en la misión de una manera práctica que toque, entre otros puntos, el Examen de las Prioridades de la Misión.
El contexto: El mundo en el que vivimos nuestra misión
Una frase que aparece muy a menudo en las Constituciones de la Compañía de Jesús es: “según las circunstancias de las personas, de los lugares y de los tiempos”. Tenemos que empezar nuestra consideración del liderazgo universitario considerando nuestras circunstancias.
Hablemos claro. Vivimos en un mundo en guerra. Cada día vemos los resultados de terribles conflictos internacionales en Ucrania y Gaza. Vemos la guerra civil en Sudán y la violencia generalizada en Haití. En Europa asistimos a una especie de guerra contra los recién llegados, contra los forasteros de costumbres extrañas, contra los inmigrantes y los refugiados. Los conflictos están alimentados por el nacionalismo, el racismo, el tribalismo, la discriminación de castas y, a veces, por la intolerancia religiosa.
Vivimos en un mundo cada vez más consciente de la realidad del cambio climático. Hace algunos años, un alto político estadounidense me dijo, de forma bastante dramática: “Padre, mi esfuerzo de toda la vida por apoyar salarios justos para los trabajadores no significará gran cosa si acabamos destruyendo la vida misma”. Hace cuatro años, pensábamos que la experiencia de una pandemia mundial nos cambiaría, haciéndonos más sensibles a la urgente necesidad de cuidar nuestra casa común. ¿Fue así? Yo creo que no.
En nuestro mundo, la tecnología supera nuestra comprensión de sus posibilidades y peligros. En 2011, el padre Adolfo Nicolás, mi predecesor como Superior General, advirtió en una reunión internacional de líderes universitarios que el crecimiento explosivo de las redes sociales planteaba el riesgo de “la globalización de la superficialidad”. El problema era peor de lo que él creía. No era solo que Facebook hiciera demasiado fácil “hacerse amigo” y “deshacerse de la amistad” de la gente. El problema era que empezamos a escuchar solo a nuestros “amigos” y a repetir todo lo que repetían, sin preocuparnos si era cierto o no. Hoy estamos en los inicios de un cambio tecnológico aún más profundo, vislumbrando el enorme potencial de la inteligencia artificial, sin comprender todavía sus consecuencias. Por desgracia, nuestras legislaturas tienen dificultades incluso para aprobar presupuestos, y mucho menos para orientar el uso de las nuevas tecnologías hacia el bien común.
* Discurso para Presidentes de Junta, Presidentes y Provinciales, el 6 de abril de 2024 en Chicago, Estados Unidos.
La construcción de la paz, el cuidado de la casa común, la orientación del uso de las nuevas tecnologías hacia el bien común. Lo que hace especialmente difíciles todos estos problemas es el colapso del diálogo. Hablamos, pero no escuchamos. Estamos perdiendo las habilidades necesarias incluso para el diálogo razonable y respetuoso por encima de las diferencias, y mucho menos la disposición a negociar para alcanzar el objetivo de toda verdadera acción política, el bien común. El politólogo venezolano Moisés Naím escribe sobre las tres “p” del populismo, la polarización y una práctica posverdad de la retórica política. Como estudiante de ciencias políticas que soy, veo esto como una crisis de la democracia, una crisis de la ciudadanía, una crisis de la participación responsable de los ciudadanos de a pie en los procesos compartidos de toma de decisiones, y una crisis de la responsabilidad de los políticos como servidores públicos.
Si nos fijamos específicamente en la enseñanza superior en Norteamérica, podemos ver todos estos retos y más. El cambio demográfico significa que pronto serán muchos menos los jóvenes que deseen matricularse. El cambio cultural significa que cada vez menos familias aprecian plenamente el valor añadido de la formación en una tradición católica y humanística si les cuesta más que la educación en una escuela estatal. La búsqueda de alumnos lleva a competir en la construcción de costosas instalaciones y a aplicar grandes descuentos en las matrículas. La viabilidad financiera es una cuestión real para muchas universidades jesuitas de Norteamérica. He oído a algunos decir que “el modelo de negocio está roto”. Un funcionario del Vaticano me preguntó una vez: “Si una universidad jesuita cierra, ¿quién reclama los activos?”. Estuve tentado de responder: “¡La verdadera pregunta es quién hereda las deudas!”.
Pero todos estos retos son solo la mitad de la historia. Cuando un jesuita mira al mundo, siempre ve también la gracia de Dios actuando. El superior jesuita de Haití me escribió hace dos semanas: “Grupos armados de bandidos se apoderan cada vez de más territorio. Las calles están vacías. Es como vivir en una cárcel al aire libre. Estamos furiosos porque nuestro país no ha sido capaz de encontrar una salida, pero no tenemos miedo, y no hemos perdido la esperanza”. No tenemos miedo y no hemos perdido la esperanza.
Nuestras comunidades universitarias también pueden decir exactamente eso. No tenemos miedo a estos retos y no hemos perdido la esperanza. Percibo esperanza, no miedo, cuando pienso en sus institutos que vinculan las ciencias integradas con el bien de la sociedad, la investigación médica fundamental con la salud pública mundial, los programas de ingeniería con la sostenibilidad medioambiental, los programas de teología con la proyección pastoral. Percibo esperanza, no miedo, cuando nuestras universidades abren espacios para conversaciones difíciles que incomodan, conversaciones sobre el pasado y el futuro, sobre culturas e iglesias, sobre lo que significa ser humano y en quién estamos llamados a convertirnos. Y siento más esperanza que miedo cuando hablo con nuestros estudiantes, jóvenes adultos de una amplia gama de orígenes religiosos y culturales que buscan llevar vidas de bondad, integridad, significado y amor.
El carisma jesuita
Quisiera hablar ahora del carisma jesuita que marca el modo de proceder de las universidades jesuitas. Como muchos de vosotros sabéis, la segunda semana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio comienza con una contemplación sobre la encarnación. Imaginamos a la Santísima Trinidad contemplando toda la superficie del globo terráqueo y a todos sus pueblos en toda su diversidad de vestidos, lenguas y modos de vida. Al contemplar esta creación, Dios se siente tan conmovido por la compasión y el amor que la Trinidad envía al Verbo Divino al mundo para salvarlo, para abrir a todos los hombres la plenitud de la vida.
A finales de la década de 1520, unos cuantos estudiantes de posgrado de la Universidad de París se sintieron llamados a servir a esa Palabra Divina, siguiendo la forma de vida de Jesús pobre y humilde, sirviendo a la misión de reconciliación y justicia que Él dejó a la Iglesia. Diez años después, reconocieron que estaban llamados no solo a servir como individuos, sino a unirse como cuerpo apostólico universal, una pequeña Compañía para servir a la misión de la Iglesia allí donde el Papa decidiera enviarlos, en cualquier parte del mundo, buscando siempre la mayor alabanza y servicio de Dios y la ayuda de las almas. El documento fundacional aprobado por el papa Julio III en 1550 describe nuestro trabajo de forma muy amplia, incluyendo “cualesquiera obras de caridad según parezca conveniente para la gloria de Dios y el bien común”. Todavía nos dedicamos a una enorme variedad de obras, pero el ministerio educativo se ha convertido en muchos aspectos en un apostolado emblemático.
El carisma fundacional de la Compañía de Jesús marca nuestras comunidades universitarias con un estilo particular. Encarnan una forma específica de “apostolado intelectual”, una misión recibida como don del Espíritu Santo. Como apóstoles somos enviados. Escuchamos una llamada, aceptamos la invitación y somos enviados en misión. Si nos limitamos a imitar lo que hacen los demás, no estamos a la altura de nuestra vocación. Compartimos con todas las universidades el compromiso con la enseñanza, la investigación y el servicio, pero aportamos nuestro propio carisma a esas actividades. Nuestras universidades no deben dejar de lado las humanidades, sino integrarlas ordenadamente con las ciencias naturales y sociales, ayudando a los estudiantes a descubrir un marco global en el que sus opciones tengan sentido. Nuestro estilo de aprendizaje es ignaciano, activo, comprometido, enraizado en la experiencia. Nuestras universidades valoran la experiencia religiosa, no encerrándola en algún rincón de preferencia personal, sino llevándola abiertamente al diálogo con otras experiencias humanas. Nuestras universidades deben ser lugares de sólida educación, pero no solo eso. Deben dar testimonio de la Buena Nueva de Jesucristo. Nuestras universidades son diversas, multiculturales y comunidades intergeneracionales que siempre implican aprender juntos y a menudo implican vivir juntos. Esperamos que nuestros alumnos lleguen a ser amigos entre sí, amigos de los pobres y amigos en el Señor.
Nuestro carisma educativo nos invita a todos, como dice a menudo el papa Francisco, a integrar cabeza, corazón y manos. De hecho, todas las perspectivas que el papa Francisco dio a la Compañía de Jesús para orientar nuestro trabajo hoy, las cuatro preferencias apostólicas universales, están muy presentes en las universidades: compartir el camino hacia Dios, caminar con los excluidos, acompañar a los jóvenes en la construcción de un futuro lleno de esperanza y colaborar en el cuidado de nuestra casa común. Estas preferencias se están convirtiendo en los principales criterios para la toma de decisiones, orientando la investigación, la docencia, el servicio y la colaboración.
Todas nuestras universidades participan de esta única misión, una misión universal. Las instituciones tienen una autonomía legítima, y las presiones del mercado empujan a cada una a competir con las demás.
Sin embargo, seremos mucho más fuertes si entendemos que formamos parte de una red, si contribuimos a la red, si aprovechamos la fuerza de la red para prestar un mayor servicio. Si cada universidad va por su lado, el futuro es muy incierto. Si nos entendemos a nosotros mismos, a cada una de las universidades, como partes complementarias de un solo cuerpo, entonces podremos afrontar el futuro con esperanza.
Por último, nuestro carisma es también un carisma de opción, de elección. Enfrentados a la elección entre dos bienes, discernimos y elegimos deliberadamente el que es más conducente a la alabanza y al servicio de Dios y a la ayuda de las almas en el contexto de una visión universal que nos da la libertad de elegir el bien más universal. Los individuos están llamados a hacer tales elecciones y también las comunidades.
Una implicación de esta espiritualidad de la elección es que una universidad no puede ser una universidad jesuita sin elegir esa identidad una y otra vez, a través de una elección concreta tras otra. Si una universidad deja de elegir activamente ser jesuita, entonces deberíamos hablar sin miedo de la posibilidad de separarnos.
Colaboración en la misión
Para algunos de nuestros colegas más apreciados, trabajar en una universidad jesuita no es una vocación. Es solo un trabajo. Un buen trabajo, pero, básicamente, solo un trabajo.
No es el caso quienes han elegido servir como una respuesta libre y generosa a la llamada que cada uno ha experimentado, de una manera u otra, en su corazón... una llamada que me atrevería a identificar como el movimiento misterioso y misericordioso del Espíritu Santo. Por lo tanto, los jesuitas no solo queremos trabajar para y con vosotros, queremos asociarnos en misión. Juntos debemos alimentar la identidad y la misión jesuita y católica de cada una de las universidades y de la red en su conjunto.
En 1998 dos dirigentes de importantes dicasterios vaticanos escribieron al padre general Peter Hans Kolvenbach preguntándole qué tipo de estructura pretendía utilizar la Compañía de Jesús para garantizar la identidad católica y jesuita de las universidades gobernadas no directamente por superiores jesuitas, sino por Consejos de Administración en gran medida independientes. La idea de los Consejos les desconcertó enormemente. Uno de ellos dijo: “La gente que controla el dinero controla la misión. Si los Consejos controlan el dinero, controlan la misión. ¿Qué hace que la Compañía de Jesús confíe en su gobierno para la misión?”.
Durante los quince años siguientes se hizo mucho por reforzar la identidad jesuita de todos los miembros de las comunidades universitarias, desde los administradores hasta los jardineros, especialmente a través de programas de formación para la misión. También se hicieron experimentos en materia de gobernanza, como reservar ciertas decisiones a una Junta separada de miembros controlada por jesuitas. En 2015 estaba claro que el camino a seguir en la gobernanza no se encontraba en un mecanismo de control, sino en una asociación viva y comprometida entre todos los que tenemos la vocación de liderazgo universitario jesuita.
Llegué anoche de Roma y no he participado en esta reunión. Es muy posible que sus debates aquí hayan desarrollado nuevas formas de ejercer esa asociación. Estoy deseando conocerlas. Hasta ahora, me he fijado en dos características particulares para confiar en la vitalidad de la identidad y misión jesuita de una universidad concreta.
En primer lugar, la universidad debe tener una fuerte relación con su provincial, y a través de él conmigo. Esta relación viva con la Compañía de Jesús fue autoritariamente identificada por nuestra 35° Congregación General en 2008 como lo que distingue a una obra jesuita del grupo más amplio de obras ignacianas (Decreto 6, número 10). Esta relación se nutre de la visita anual del provincial, pero también de muchas otras maneras, incluyendo reuniones como esta, reuniones a nivel provincial, reuniones con el asistente del provincial para la educación superior, y la participación en la planificación apostólica provincial. Todo gobierno jesuita depende de que nos conozcamos unos a otros, confiemos unos en otros, deleguemos autoridad de manera apropiada, compartamos información completa y mantengamos una comunicación transparente.
En segundo lugar, necesito saber que la comunidad universitaria se compromete a discernir continuamente los pasos que debe dar en su búsqueda del magis, fortaleciendo su misión e identidad en respuesta a las circunstancias cambiantes. Este discernimiento debería estar siempre en marcha, pero alcanza un punto álgido de intensidad en el examen periódico de las prioridades de la misión, en el que los presidentes del Consejo desempeñan un papel importante.
Sé que varias de sus universidades participan este año en su segundo Examen de Prioridades Misionales. Todavía no he visto esos informes. Sin embargo, he leído treinta informes de años anteriores, y me gustaría mencionar algunos de los temas que han surgido.
He aprendido que tanto el producto como el proceso del PPE son importantes. En una ocasión, un presidente confesó su asombro ante la entusiasta respuesta de las personas invitadas a participar en el proceso del PPE en su campus. Pensaba que la gente lo vería como una carga, un requisito molesto que marcar. En cambio, la gente se sintió animada por conversaciones significativas sobre la identidad y la misión. La experiencia demuestra que el PPE es más eficaz cuando es ampliamente participativo, incluyendo no solo a los administradores y directivos, sino también al profesorado, al personal, a los estudiantes y a las partes interesadas locales, incluyendo al obispo y a los líderes de otras obras jesuitas de la ciudad, “según las circunstancias de las personas, los lugares y los tiempos”. Esta experiencia es en sí misma formativa.
El Examen de Prioridades Misioneras está diseñado como un examen ignaciano. Algunos elementos del proceso pueden tener el sabor de una acreditación o de un ejercicio de planificación estratégica, pero el examen puede y debe ser algo más. El proceso comienza reconociendo y dando gracias por todo el bien que se ha hecho y todos los dones que se han recibido. Su objetivo final es tomar decisiones sobre los pasos siguientes, buscando el magis como en un examen ignaciano cotidiano. El objetivo no es reunir pruebas de haber cumplido los criterios de acreditación. Una lista impresionante de logros pasados no es suficiente para darme confianza a la hora de confirmar la identidad católica y jesuita de una universidad. Lo que importa aún más es la capacidad demostrada por la comunidad universitaria para hacer un examen ignaciano en común, acompañada por visitantes de otras universidades jesuitas que son socios en un proceso de discernimiento, no inspectores. Lo que importa es la capacidad de discernir los próximos pasos a los que estamos llamados por el Espíritu Santo, pasos que sean claros, estratégicos, realizables y verificables.
¿Qué hemos aprendido de los exámenes anteriores? Sabemos que las universidades reflejan las diversas culturas regionales en las que están insertas... las circunstancias de las personas, los lugares y los tiempos. En general, existe un compromiso generalizado con la identidad y la misión jesuitas. Las personas que trabajan con el currículo académico, con el aprendizaje a través del servicio, con el desarrollo estudiantil y con las admisiones utilizan un lenguaje identificablemente jesuita.
A menudo el profesorado, el personal y los estudiantes piden aún más oportunidades para una formación sistemática, profunda y continua para la misión. Hay muchas iniciativas para ampliar el acceso a la universidad y desarrollar comunidades verdaderamente interculturales. En este sentido, quiero decir unas palabras especiales de agradecimiento a las universidades que acogen a estudiantes graduados jesuitas del Sur global.
También he leído sobre los retos. A muchos les resulta más fácil hablar de servicio que de fe. El amplio compromiso con la identidad jesuita es a veces bastante superficial. Las iniciativas misioneras dependen a menudo del compromiso personal de individuos carismáticos y no están arraigadas en las estructuras de la universidad. Nos apresuramos a asumir valores positivos de la culturas en las que estamos inmersos, como la preocupación por la ecología y por la inclusión, pero no siempre tenemos la capacidad de cuestionar esas culturas, basándonos en la tradición intelectual católica. También he visto que las limitaciones financieras pueden ignorarse cuando una universidad se compromete a dar pasos irrealizables.
Siempre me alegro cuando un proceso de PPE pide a una comunidad jesuita local que intensifique su juego, desarrollando una presencia apostólica más corporativa en la universidad. También quiero decir, sin embargo, que tener quince jesuitas o cinco o ninguno trabajando a tiempo completo en un campus universitario no puede por sí mismo “hacer” o “romper” la identidad católica y jesuita de la universidad. Si podemos tener un equipo de quince jesuitas, estupendo. Si no podemos, recordemos que durante las últimas décadas la vitalidad de la misión ha dependido menos de nosotros los jesuitas que de aquellos con los que nos asociamos.
Tanto bien recibido
Me encanta el apostolado universitario. Una vez que empiezo a hablar de ello, me resulta difícil parar. Aún no he hablado de aprovechar mejor la envidiable red internacional de universidades jesuitas para fortalecer las universidades de Norteamérica. No he hablado de la selección y el apoyo de los rectores de las universidades como directores de obras apostólicas. No he hablado de lo que se puede y no se puede esperar razonablemente de un superior jesuita local que bien puede servir a una universidad, a un instituto “tradicional”, a un colegio Cristo Rey, a un colegio Nativity, a una parroquia y a una casa de retiros. He hablado poco del entorno extremadamente competitivo en el que las universidades llevan a cabo su misión. Pero creo que ya he dicho bastante. Ahora me gustaría conocer tu opinión.