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aire azul
Balcei 195 mayo 2021
#alcorisasaleunida
Real Zaragoza. Aire azul Cristian, el Divino El 11 de febrero de 2019 escribí la crónica del CD Lugo, 1 – Real Zaragoza 2 y en ella utilicé por primera vez el adjetivo “divino” para calibrar la excelencia de Cristian. Después, hasta en 19 ocasiones volvería a emplear la expresión “Cristian, el Divino” a lo largo de las temporadas 20192020 y 2020-2021. Aquel día escribí: “Yo no sé cuántos goles marcó ayer Cristian. Varios. Muchos. Todos. Por lo menos, los necesarios. La actuación del arquero rosarino en el Anxo Carro fue memorable. A la altura de aquellas con las que nos asombró la temporada pasada. Cuando a falta de veinte minutos (…) interceptó por dos veces las afiladas dentelladas del Lugo. Primero, rechazando un chut de madera de Tete y luego robándole el alma a Barreiro, que pretendió romperle el gesto con una vaselina cruel y recibió un despeje digno de lejanos olimpos”. No me gusta adornarme con plumajes ajenos, pero sí me gusta ponerle los puntos a las íes. Para mí, Cristian ha sido desde aquel día “el Divino”. Así lo atestiguan mis crónicas y así lo firma con un arañazo histórico el gol que ayer salvó, sin ninguna duda, al Real Zaragoza de un drama de incalculables consecuencias. Sus declaraciones al final del partido son dignas de una “Enciclopedia de la Dignidad”, propias de un ser humano excepcional que forma parte desde hace mucho tiempo parte de la Historia del Real Zaragoza pero que desde ayer se transforma en leyenda eterna. Y aunque él crea que es el primer gol que mete en su vida eso no es cierto, pues como ya escribí hace dos años Cristian ha convertido decenas de tantos que han sostenido al equipo aragonés en este páramo desolador que está siendo la década ominosa que nació en 2013 y solo Dios sabe cuándo acabará. Por lo demás, dejo a los cronistas oficiales el placer de narrar lo que ayer ocurrió en el Anxo Carro. Mi corazón ya no da más de sí, ya no es aquel músculo joven y orgulloso que aprendió a latir a finales de los años 60 con las galopadas de Rico, la elegancia de Manolo González, la pasión de Violeta, la clase de Villa y el pundonor de Ocampos. Hoy he aprendido a ser feliz a través de la mirada acuosa de un hombre cuya trayectoria deportiva trasciende el éxito deportivo, porque su cercanía y calidez es ejemplo de su enormidad como persona. Porque Cristian es Divino gracias a su humanidad. Zaragoza Hope Week (Fuenlabrada, 0 – Real Zaragoza, 1) Y de nuevo el chico de Ejea, el zagal que siente cómo el escudo le muerde el pecho cada vez que el león trata de rugir y no puede, nos dio una lección de zaragocismo. Lo hizo durante todo el partido, arando con su paso incansable el verde del Fernando Torres, pero sobre todo lo expresó con una interminable carrera en busca del amigo infinito. Cristian había abierto la puerta a la delgada esperanza con una intervención mágica en el minuto 15. Detuvo un estúpido penalty provocado por el inestable Jair y esa acción fue como si un soplo de cierzo bravo hubiera acompañado al Real
Zaragoza hasta la ciudad madrileña. Pero eso no significó que la noche se iluminase. El Fuenla es un equipo muy duro, una especie de réplica de su vecino Getafe. Un ejército rocoso, metálico y despiadado con el rival, con una energía exacerbada, furiosamente implicados en una pugna en la que parecía que les iba algo más que la propia vida. Y esos guerreros desarbolaron a un equipo, el lunes rojillo, incapaz de aceptar el guante que le arrojó con saña a la cara el equipo local. Fueron 45 minutos de sacudidas impías, de inferioridad lastimosa y de incapacidad para evitar las virulentas lanzadas del contrario. Tan solo al final de ese período logró el grupo de JIM acercarse a la portería de Belman Jr y a punto estuvo de lograr el obsequio de un gol con un cabezazo del Toro, ese estéril delantero que lo pone todo pero no logra nada. Lástima. En el descanso hubo un cambio limpio y Francho entró por Eguaras. El centro del campo había sufrido muchísimo y el entrenador alicantino pensó que un pulmón más eléctrico podría ayudar a sofocar los embates de los azulones. Y algo se logró. El tablero poco a poco se fue equilibrando y el partido se convirtió en un intercambio de “no golpes”, seguramente lo único de lo que eran capaces los dos equipos a esas alturas. Hasta que sucedió. Los dos delanteros titulares, Alegría y Narváez, miraron a poniente; Zapater ejerció de capitán general y alentó a Tejero, de quien nadie sabíamos que tira muy bien los penalties y todos esperamos, aterrorizados, a que se cerrase el inesperado capítulo. Y el madrileño lo hizo a lo grande. A pesar del suspense, del VAR tardón, de las dudas, del árbitro, el defensa se armó de fortaleza mental, soportó la insoportable presión y batió a Belman. La explosión de júbilo fue de las que quedarán en la memoria del zaragocismo y el pitido final cerró una noche que podía haber supuesto la penúltima
palada sobre la fosa blanquilla y que, sin embargo, significó sumar tres puntos de diamante. Del que sirve para perforar el muro de la miseria que bloquea nuestro futuro. Noche compañera (Rel Zaragoza, 1 – Mirandés, 0) Alberto Zapater es “El gigante lento”. Su grandeza le viene dada por su corazón irreductible, pero su cuerpo a veces protesta si le exiges agilidad. Ayer nos lo recordó. Apostó su vida a un partido que él consideraba “el más importante de mi vida”. Y a fe que lo jugó como si así fuera. Ante el Mirandés, uno de los pocos equipos guapos de la categoría, descubrió los mil latidos que le empujan a la entrega infinita y nos señaló el camino de la salvación. Eterno. A su lado, diez jugadores con grandes limitaciones aunque rendidos al libreto de JIM, su jefe. Las órdenes parecían claras: concederle al rival el dominio y la autoridad, sobre todo después de que Peybernes, un muchacho bonachón y un tanto furibundo, lograse gol de tripero remate, feo y olvidable pero que nos solucionó la vida. Fue un partido digno de ser enterrado en la memoria del zaragocismo, aunque ahora estamos para poca poesía y mucho sudor oxidado. Si hay que jugar a no jugar, se hace. Y si se consigue el 1-0 aquí se tiene que hacer de noche dentro de la misma noche. ¿Alguien tiene la tentación de caracolear, driblar o conducir? Sea, pero debe saber que no hay suficientes galeras para el castigo. Enfrente puede haber un equipo que se gusta y se mira al espejo mil veces, pero el tiempo de querer jugar al fútbol ha pasado. Todo eso ocurrió anoche en la Basílica, donde el Real Zaragoza llegó a disponer hasta de seis ocasiones claras de gol. Difícil explicar semejante situación cuando los datos nos dan una posesión del 30%, un porcentaje que refleja la oscuridad de una propuesta pero que ayer dio para ganar. Importante. Lo único importante. Lo preocupante así y todo es que no hay ni un solo jugador fiable de cara al gol. Los goles los están consiguiendo defensas, centrocampistas y es posible hasta que veamos a Cristian haciendo un Bono. Pero los delanteros, los auténticos especialistas en amargarle la vida al portero, son incapaces de cantar uno. Ni de penalty. Y eso que Alegría se adjudicó el derecho a tirarlo discutiéndoselo al mismo Narváez. El sábado, a Logroño. Son otros tres puntos que convierten este partido, otra vez, en “el más importante de mi vida”. ¿Es así, Alberto, Gigante? Juan A. Pérez Bello