Arrollados Encontramos la vía abandonada y los hice posar sobre las traviesas de vieja madera, los raíles oxidados marcando el punto de fuga y rodeados por el oro del trigal. En el encuadre una mujer de expresión dulce y curvas generosas, aún muy atractiva, echaba el brazo sobre el hombro de un adolescente rubio y sonriente. De repente, contradiciendo toda la información de que disponíamos, apareció la locomotora a tal velocidad que no consiguieron retirarse. Con estas manos –desde entonces no dejan de temblar– recogí lo que queda de ellos: una anciana encogida y sin memoria y un cuarentón huraño que viene a visitarnos algunos domingos.
Elisa de Armas de la Cruz Sevilla 39