Hambre El batallón devoró otro guiso de nabos y zanahorias, única ración de campaña para toda la jornada. Así era difícil ganar una guerra, ni mantener los procesos vitales. El añadido de alguna rata apenas compensaba las carencias. No faltaban voluntarios para misiones de exploración o envío de mensajes, en el convencimiento de que comerían mejor si eran capturados. El enemigo estaba bien abastecido de productos frescos, además de carne enlatada, pan, queso, galletas, chocolate, tocino y hasta cigarrillos. La mención de tales exquisiteces aguijoneaba sus cuerpos famélicos. El tiempo se deshacía sin otro cambio que un incremento de la ansiedad. Aullaron las sirenas de alarma. Pese a que los ataques nocturnos eran frecuentes, cada vez resultaba más enojoso ver a esos soldados tan bien nutridos bajo la luz de las bengalas. Los gritos de los asaltantes no acallaban el clamor de sus estómagos. La desesperación fue un estímulo para repeler aquel ataque. No hubo prisioneros, ni compasión con los heridos. Lejos de celebrar su resistencia heroica, les resultó decepcionante que los abatidos no llevasen encima ningún tipo de provisiones. Al amanecer ya habían dado cuenta del primer cadáver.
Ángel Saiz Mora Madrid 80