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Los mandamientos
Víctor Manuel García Vásquez
Querido Dios:
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Me atrevo hoy a enviarte este e-mail, en lugar de comunicarme contigo por los medios tradicionales como la santa misa y la oración, no por dármelas de moderno, sino porque, como sabes, en la celebración de la eucaristía es difícil concentrarse con tantas lecturas y prédicas y en la oración nocturna siempre me puede más el sueño. Pero es durante esta oración cuando suelo preguntarme con qué cosas te ofendí en el día y así fue como hace poco me entró una duda que ahora quiero que me despejes de una vez por todas.
Creo no estar equivocado cuando digo que se te ofende a ti cuando se ofende al prójimo o cuando se infringen los mandatos y prohibiciones de los diez
mandamientos y es este el punto sobre el cual quería mayor claridad. Hace pocos días, buscando en Internet los diez mandamientos que me enseñaron en las clases de catecismo del Padre Astete en mi infancia y que ya había olvidado, me encontré que hay dos totalmente cambiados y no se si fue por orden tuya o motu proprio de tu máximo representante en la tierra. También ahora, a la altura de mis sesenta y pico de años, me vengo a percatar de que en este decálogo, aún después de su actualización, solo están prohibidos tres delitos: el homicidio, el hurto y el falso testimonio. Se excluyen pues conductas detestables como el abuso sexual con menores, el secuestro y muchas otras. Así mismo, se observa que en cambio está prohibida otra conducta que la ley de los hombres no ha consagrado como punible, como es la codicia o lo que es lo mismo, la envidia, de la que ha dicho Cochise que es una de las principales causas de mortalidad en el mundo, más que el cáncer.
Como te decía, fueron cambiados o bautizados con otros nombres dos mandamientos, léase pecados: el sexto y el noveno. Me referiré a cada uno de ellos: el sexto, que tenía un nombre que resultaba ser el más perfecto eufemismo pues, aunque todo el mundo ejecutaba y ejecuta o realiza esta acción y la realizará por siempre, lo hacía sin saber que estaba fornicando. Este acto era conocido con una amplia gama de nombres, según la región y el país, nombres que van desde el más burdo, que no repetiré a tus castos oídos mi Dios, hasta el muy
hermoso de «hacer el amor». Ahora, por disposición de no sé quién, lo que algunos afortunados hacen con frecuencia, otros de tarde en tarde y el resto nos pasamos añorando, probablemente sean simplemente actos impuros, pues la nueva versión del sexto mandamiento dice: «No cometerás actos impuros».
El noveno mandamiento que diste a Moisés decía: «No desearás la mujer de tu prójimo». En principio se pensó que este imperativo, por obvias razones, solo conminaba a los hombres, pero con el tiempo ya no hay duda de que está dirigido también a las mujeres, lo que nunca se pudo determinar fue si para las mujeres era pecado desear a los hombres de sus prójimas, pues no estaba explícito en la regla, mejor dicho, en el mandamiento. Algo que no quedaba expresamente prohibido en ese mandamiento y, sin embargo, es enormemente criticado y perseguido es desear al mismo prójimo, es decir, como claramente explicó una beldad antioqueña, «hombre con hombre, mujer con mujer y así de modo contrario».
Como te habrás dado cuenta, Dios de los cielos, este ha sido de los mandamientos, junto con el sexto, más difíciles de cumplir, pues anda por ahí tanta mujer bella, con unos cuerpos tan armoniosos que se adivinan debajo de sus insinuantes prendas y unos caminados que invitan a seguirlas así solo sea con la mirada. Y uno sin saber si serán de algún prójimo, sin tiempo de hacer
la salvedad en la conciencia antes de desearla, algo así como decirse a sí mismo: «si no es de nadie, la deseo». Es imposible e inevitable, porque sucede también con las que sabemos a ciencia cierta que tienen dueño. Es entonces cuando lo lamentamos, así está dicho en una de mis canciones favoritas: «Lástima que seas ajena».
Ahora, en el nuevo catecismo, el noveno mandamiento dice: «No consentirás pensamientos ni deseos impuros». Y surge entonces, tanto con relación el sexto como con el noveno, la incertidumbre sobre lo que significan actos, deseos y pensamientos impuros. Si algo tan bello como hacer el amor o dolorosamente desear, quizás sin esperanzas, a la mujer del prójimo será un acto impuro, nadie nos ha dado suficientes luces al respecto y ni modo de preguntarle a los sacerdotes o teólogos, la gran mayoría de ellos no saben lo que es experimentar estos incontrolables deseos y si lo saben de todos modos nos lo ocultan para poder exigirnos a los demás mortales abstenernos de realizar o consentir actos, deseos y pensamientos impuros.
Pero el motivo de esta carta electrónica que te dirijo a la web de los cielos tiene una motivación muy concreta que trataré de explicarte. Como te decía, todos los días, aún aquellos en que me paso de copas, te doy las gracias por haberme dado la vida y la salud en ese específico día y luego te pido perdón por las ofensas que haya cometido contra ti o contra el prójimo, luego te pido la vida
y la salud para el día siguiente y que me libres de todo mal y peligro, en una versión actualizada y coloquial del padrenuestro. He advertido que con el paso de los años, y ya van siendo bastantes, las ofensas a ti y al prójimo son casi inexistentes con relación a todos los preceptos y mandamientos, excepto el noveno. En efecto, los años nos van dando la serenidad para comportarnos en las relaciones con los demás con ecuanimidad y respeto, pero en materia de sexo y del amor, solo nos quedan las miradas y los deseos que nunca se cumplen y que nos han merecido el apelativo de «viejitos verdes».
Para no alargarme mucho, como tú sabes, porque eres omnisciente, me embeleso mirando a mi vecina hacer sus ejercicios matinales en la terracita que queda debajo de la ventana de mi habitación. Es mi entretenimiento diario y como supondrás no es solo esto mi debilidad, también imagino su cuerpo juvenil, desnudo corriendo por su apartamento, eso si, solo se me viene a la mente corriendo y danzando como bailarina de ballet… no digo más, porque tu lo sabes todo… y porque no hay nada más. En síntesis, mi preocupación, lo que yo quiero saber es si estos son pensamientos y deseos impuros, como dice el nuevo mandamiento y si con esto te ofendo, mi Dios de los cielos.
Espero una respuesta y como sé que no te aparecerás en forma de zarza ardiendo para dármela, hazme una seña, como por ejemplo, si esto es un pecado que yo no
vuelva a desearla, que ya no me provoque asomarme a la ventana cuando hace sus ejercicios y si no es así, que ella me regale su sonrisa y, por qué no, que un día me insinúe con una mirada pícara que baje a su apartamento y después de cumplir todos mis sueños me diga espontáneamente que me quiere, que está enamorada de mí. Esto último te lo agradecería además como un milagro. Amén.