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Hugo Achugar La cultura y la política: «No existe en la agenda de los partidos políticos o existe muy poco. Toda la legislación cultural viene por impulsos individuales o personales
Hugo Achugar
La cultura y la política: «No existe en la agenda de los partidos políticos o existe muy poco. Toda la legislación cultural viene por impulsos individuales o personales»
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Hugo Achugar fue director nacional de Cultura entre 2008 y 2015. Hoy día es coordinador de la Maestría en Políticas Culturales cure en Maldonado y ha estado trabajando en la Ley Nacional de Cultura y Derechos Culturales. Graduado del Instituto de Profesores Artigas, especializado en Literatura, ejerció la docencia universitaria en Venezuala, Uruguay y Estados Unidos. Es poeta, escritor, ensayista y crítico.
¿En qué sentís que aportaste más con tu trabajo a las políticas culturales?
Creo que fue la inclusión con las usinas, todo eso. La creación de cosas que no existían, como el Espacio de Arte Contemporáneo, el Museo Figari, el Instituto Nacional de Artes Escénicas. El Premio de Música no existía; había premios para todas las otras cosas, pero no para la música. El trabajo con Antonio Carámbula, de Uruguay xxi, para empezar a exportar. Trabajar en territorio. Los fondos nacionales, los regionales, los Fondos de Incentivo.
¿Cómo ves que está funcionando la Ley de los Fondos de Incentivo Cultural?
Me parece bien. Tiene un problema, que es que no se pensó o habría que pensar un complemento. Si no tenés un capital social o un gestor que logre convencer a las empresas de que pongan plata, no funciona. Pero la les se hizo y trabajamos mucho, y algunos la utilizan muchísimo.
¿Los empresarios no se dan cuenta de que les serviría?
Algunos sí. ¿Sabés quiénes son los que están en contra? Los contadores. Porque no entienden. Entonces, cada vez que vienen a decirme «¿Qué hago?, porque no logro convencer…?», les contesto: «Primero, no hables con el contador. Convencé al dueño, al empresario, porque ese se va a dar cuenta del beneficio económico y la rentabilidad». Además, esto no es exactamente responsabilidad social, pero es algo similar. Estás contribuyendo a la sociedad.
¿Qué opinás del tamaño del fondo? ¿Podría ampliarse?
Claro, el mayor desafío es que el Ministerio de Economía lo aumente. Creo que terminó siendo de 50 millones de pesos o una cosa así.
Muchos promotores se quejan de que la liberación de fondos demora demasiado, que no se cumplen los tiempos, lo cual provoca que las empresas no confíen en el instrumento.
No, no. Eso era lo que decían algunos al principio. Eso lo escuché y aparentemente se vinculó con otras cosas. Sacaron a la persona que estaba.
Pero, más allá de eso, se quejan de la falta de agilidad para que el sistema funcione.
Eso es un problema de gestión. No podés pensar que un instrumento no sirve porque no esté bien gestionado. Porque, además, mirá: cuando vino el director del Museo Metropolitan de Nueva York tuvimos una reunión. Fueron el ministro Ehrlich, Gerardo Grieco y no recuerdo quién más. Entonces le preguntamos: «¿Cuál es el porcentaje de dineros públicos y privados?». Contestó: «97% privado y 3% el Estado. ¿Y cómo es acá? Ustedes tienen el modelo europeo», nos dijo. En Estados Unidos hay exoneraciones de impuestos grandes; podés hacer un teatro entero o una sala de hospital a tu nombre, y te exoneran, pero eso acá no fun-
ciona. Yo le decía: «Acá es exactamente al revés, es el modelo francés: todo bancado por el Estado».
¿Qué interés hay en hacer una nueva cuenta satélite de cultura?
Hay gente que está interesada en hacerlo, pero no desde el Ministerio.
¿Cuánto cuesta hacer la cuenta satélite?
Costaba 70.000 dólares, no sé cuánto cuesta ahora. La primera la financió la aecid y la segunda la pagó el mec. A mí no me convence como está hecha la cuenta satélite. En la segunda, sobre todo, dejaron cosas sin medir, como la parte de artesanado… Además, hay intangibles. Podés indagar cuánto costaron los bienes culturales —por ejemplo, la reforma del Teatro Solís—, podés tener los datos de lo que cuesta el mantenimiento, pero después hay otras cosas. ¿Cómo se mide el branding? Uruguay Natural, la marca país, se usa mucho. Hay empresas que se dedican a esto y eso tiene un costo. ¿Cómo se evalúa?
¿Te referís al prestigio?
Es el prestigio y la marca. ¿Qué vale más: Pasqualini o Louis Vuitton?
¿Cómo se aplica en cultura?
En todo. El ballet de Bocca, o la murga que gana y la que no convoca. Bocca es en sí mismo una marca, como sucede con el Bolshoi. Tenés asegurado un nivel. Viene la exposición de Picasso, solo a Montevideo; luego va a París y a Barcelona. No va a Buenos Aires, ni a Santiago, ni a San Pablo. Ya con esto tenemos algo agregado. Como me decía Gerardo Grieco cuando dirigía el Solís: «Hay brasileños que vienen solo por el fin de semana a la ópera o a un concierto». Eso lo midió mejor Turismo. En el libro de Yuval Noah Harari 21 lecciones para el siglo xxi, en la agenda que él maneja, lo primero que aparece es el tema del trabajo y cómo va a influir. Me parece que esas cosas hay que tenerlas en cuenta. ¿Cómo medís lo no medible culturalmente de la forma tradicional en que los economistas midieron? Ya Marx como economista señalaba que hay una diferencia en cómo se mide la producción de bienes materiales y cómo los bienes culturales. Son lógicas, construcciones de valores distintas, valores simbólicos. Va a haber una cantidad de gente que se quedará sin trabajo. Se están empezando a dar cuenta: el pit-cnt se dio cuenta —Larrañaga, todo el mundo— de que si no tenés una preparación, un
capital cultural básico, un capital cultural que te ayude a estar en diez años haciendo otra cosa muy distinta de lo que estás haciendo ahora… Porque eso es lo que se viene. Va a haber gente que va a quedar al margen. Lo automatizable se va a automatizar. En cambio, las enfermeras, el sistema de cuidados: eso es muy difícil que se sustituya.
Sin embargo, la robot Sophia, que estuvo presente en el American Business Forum de Punta del Este a comienzos de 2019, fue creada para asistir en los hogares de ancianos.
Sí, lo leí. Y está también el caso del japonés que abandonó a su familia para quedarse con el robot. Pero hay cosas que son más de intuiciones afectivas. Tal vez esta robot Sophia lo resolvió; yo no creo. ¿Cómo hacés con un Alzheimer? A mí me vuelve lo de la Edad Media, donde los ricos o la clase favorecida viven amurallados y los campesinos afuera, en las cosas básicas. Ya se habla de la brecha. Pienso en murallas, con hordas que no tienen de qué vivir.
¿Te referís a la fragmentación social en Uruguay?
Claro, pero lo podés extrapolar al mundo. Lo de Picasso, por ejemplo, lleva a introducir una novedad en el imaginario uruguayo porque por primera vez el Museo Nacional de Artes Visuales va a cobrar entrada solo para ver esta muestra. Son 250 pesos, que para la clase media no es problema. Lo otro, y es lamentable, es que necesitás un capital cultural para ir a ver a Picasso. Mucha gente no tiene la información. Muchas personas que van a ir no lo van a entender, no les va a gustar, pero va a ser un dedo para arriba. Si no vas, quedaste afuera. Eso, que es un tipo de cultura, alta cultura tradicional, ¿por qué lo van a cobrar? Porque no hubo modo de financiar todo el gasto que implica: los seguros, la instalación, que la temperatura del museo sea la adecuada, que haya cortafuegos. Alguien que no sabía nada dijo que en Uruguay no se podía hacer. Ya están hechos los cortafuegos. En esto se ha hecho mucha cosa que no es pública, que no se sabe.
El tema de la medición en cultura, con este ejemplo de la muestra de Picasso y sus efectos: ¿se separa de turismo la medición?
En la nueva Ley de Cultura y Derechos Culturales está pensado que esté más coordinado turismo con cultura, y no solamente turismo. Yo no estoy en eso, no soy responsable en este momento. Lo que sí se pretende en la ley —que hay que ver si el nuevo gobierno la retoma, sea
del partido que sea, porque dentro del mundo de la cultura hay modos diferentes de entenderla— es que el Ministerio de Cultura integraría un gabinete social en el que tendría que coordinar con Turismo, con el Mides, con Relaciones Exteriores, con Economía, con Educación —que estaría aparte—, con Vivienda. Un gabinete social obligatoriamente es interministerial, un concepto de cultura que atraviesa todo. Turismo y el mec ya hicieron cosas juntos, como un libro de las festividades. De esta ley de cultura veníamos hablando con Gonzalo Carámbula desde el 96.
¿Está parada esta ley?
A ver, lo podés medir de varias maneras. No existe en la agenda de los partidos políticos o existe muy poco. En algunos existe. Pero también existen corporaciones. Hay un libro de Gonzalo Carámbula y Felipe Arocena donde Gonzalo habla de la estructura por aluvión y yo de la estructura por archipiélago. Toda la legislación cultural viene por impulsos individuales o personales. Hay una ley que está rondando en el Parlamento, que nosotros dijimos que no podía ser aprobada cuando presentamos la Ley Nacional de Cultura. Querían hacer una ley para un sector artístico particular. Ahora en el cure estamos terminando un proyecto de investigación que es la institucionalidad cultural desde los comienzos hasta el presente. El primer acto de institucionalidad cultural es la creación de la Biblioteca Nacional por Dámaso Antonio Larrañaga y por José Manuel Pérez Castellano, quien donó los libros en 1816. «Sean los orientales tan ilustrados como valientes» viene de la carta que le manda Artigas al Cabildo para crear la Biblioteca Nacional.
¿Hay algún libro que refleje la historia de las políticas culturales en Uruguay?
Es en lo que estamos trabajando. Hay un librito que a mí me parece flojo, muy viejo, muy desactualizado, que lo hicieron Claudio Rama y [Gustavo] Delgado. Dan cosas parciales. Más que las políticas, es cómo se van creando. La Comedia Nacional, que se crea a la imagen francesa, por parte de [Justino] Zavala Muniz. El Salón Nacional de Pintura lo crea Eduardo Víctor Haedo en el treinta y pico. Son cosas que van marcando. La Ley de Derechos de Autor, el Fondo para las Artes… No hubo hasta ahora un intento de pensar todas las políticas culturales, que es lo que queríamos hacer con Gonzalo.
Con la revolución digital estamos ante un cambio de paradigma. ¿Cómo te parece que va a influir en nuestro escenario/ecosistema cultural?
Creo que va a afectar el trabajo. Hay quien dice que con la inteligencia artificial no se pueden crear novelas. Ya hay novelas escritas, y hay canciones escritas, ya hay música hecha por robots. La cuestión es en qué medida los seres humanos vamos a convivir con la tecnología y vamos a poder cocrear —cowork—. De hecho, ya hay algunas cosas en Uruguay. Pablo Casacuberta y su mujer [Andrea Arobba] crearon un laboratorio que se llama gen, que está trabajando con científicos y arte al mismo tiempo. Pero el tema es cómo va a cambiar la gestión cultural. ¿Va a estar robotizada? ¿Automatizada? ¿Va a ser un algoritmo el que decida cómo se programa? Las políticas culturales ¿van a ser algorítmicas? Creo que eso puede ser una tentación, pero sería una cosa horrible. Hay que tomar decisiones que son políticas. No simplemente político-culturales; son también sociales, económicas, de todo tipo. El problema es si eso no ingresa en las investigaciones, en la preparación de equipos y de cuadros, de dirigentes.
¿Esto está previsto en la ley que presentaron?
Está programado. Está abierto a las transformaciones tecnológicas. Pero no podés hacer una ley cerrada porque dentro de dos años es obsoleta. Lo que hay es un par de artículos que dicen «y absorber los grandes cambios que la revolución tecnológica está produciendo». Si dentro de dos años capaz está la nanotecnología y el chip…, tenés que abrir. Está el ocio: ¿qué vamos a hacer con el ocio?, ¿cómo se va a atender el ocio? ¿Cómo se va a atender la creatividad? ¿Y las infraestructuras que van a surgir? Ya vi en un programa todo lo que son las zonas de realidad virtual y toda la infraestructura que necesitás para que funcione eso. Va a llegar pasado mañana. El problema es que no se está pensando en eso y no se está educando para eso. Ceibal es un paso en ese sentido. No lo están haciendo los docentes, las maestras; no lo tienen pensado.
Pareciera que tenemos todo a disposición, toda la información, pero eso plantea un desafío mayor, ¿cierto?
¡Pero claro! Va a venir un tsunami, está llegando, y no se está preparando a la gente para ese tsunami. Tengo esta anécdota. Hace muchos años cuando empecé a dar clase en un liceo que tiraron abajo, en Constituyente, yo recién salido del ipa, les dije a los alumnos: «Vamos
a estudiar el poema de Mio Cid, pero usen la versión en castellano antiguo y castellano moderno. Lo que no entiendan en castellano antiguo lo leen en castellano moderno». A la otra semana viene una muchacha y me dice: «No entiendo nada». Este poema de Mio Cid es como Aquiles, es la gesta, fue escrito en el año 1000, anónimo. Esta chica, en 1972, me dijo que no entendía nada. No tenía la tecnología del libro. Le pregunté: «¿Cuántos libros hay en tu casa?». «En mi casa no hay libros», me contestó. «¿Qué diarios leen tus padres?» «No, mis padres no leen». Tercer año de liceo. Carecía de la tecnología porque carecía del capital social. Otra anécdota. El otro día voy a ver a un señor que restaura muebles. Estaba hablando con él y aparece la hija pidiéndole que la lleve a algún lado. Le pregunté cómo le iba con la ceibalita. Me dijo que se le había roto; que leía en la cama y se le caía y que en una de esas caídas se le rompió. Lo interesante es que me dijo: «Yo prefiero leer libros de papel, porque esos se caen y no se rompen. Y no se les gasta la batería». Es muy interesante la respuesta. En ciertas cosas hay tecnologías que tienen 600 años, como la de Gutenberg, que siguen funcionando. Y ahora estamos en esta vorágine.
Febrero de 2019.