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Carolina Asuaga «Las políticas culturales no suelen ser eficaces ni equitativas

Carolina Asuaga

«Las políticas culturales no suelen ser eficaces ni equitativas»

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Carolina Asuaga es contadora egresada de la udelar y profesora titular de Costos y Control de Gestión. Hizo una maestría científica en España, cuenta con varios posgrados y se especializó en industrias creativas. Coordina un posgrado en Costos y Gestión Empresarial (en segundo año de este posgrado se dicta la materia Costos y Gestión en el Sector Creativo). Integra el comité académico y es docente en el posgrado de gestión cultural de la udelar. Con Fanny Trylesinski fueron las encargadas de elaborar la primera cuenta satélite de la cultura de Uruguay.

¿Cuándo empezaste a vincularte académicamente con la economía de la cultura?

Estoy desde 2003 en el tema de gestión cultural, que es relativamente nuevo. Al principio yo siempre decía que no me querían ni los unos ni los otros, porque la gente de la cultura, hasta el día de hoy, te dice: «¡Ay, una contadora! No tiene que opinar». Y yo no opino desde el punto de vista cultural, yo aplico las herramientas que conozco a proyectos culturales. Y la gente de la profesión decía: «¿Y esta qué hace con la gestión de la cultura, que ni balances tiene?». Sin embargo, se ha dado toda una movida de la cultura muy importante y desde el propio sector creativo se está demandando una mirada más profesional. Ahora la profesión ve al sector creativo como un sector interesante, y está teniendo una gran repercusión mediática.

¿Cómo ves hoy día la parte académica en relación con este tema?

Es difícil la pregunta porque por un lado creo que Uruguay se ha

diferenciado de otros países en varias cosas. Fuimos el quinto país en hacer la cuenta satélite y fuimos el primero de esos países en hacerla desde la academia. El resto de los países las hicieron desde sus respectivos institutos de estadística, como es acá el Instituto Nacional de Estadística (ine). Nosotros contamos con el apoyo del ine, pero la cuenta se armó desde la academia, en la Facultad de Ciencias Económicas. Y no solo eso; hay un corpus, que empezó con Luis Stolovich, de gente que estamos trabajando en temas de economía de la cultura, gestión de la industria cultural o la industria creativa —como le quieras decir, pero son cosas distintas—. Están Carlos Casacuberta, Gustavo Buquet, entre otros; hay unas cuantas personas que estamos trabajando en esto. La Universidad tiene el Diploma en Gestión Cultural, que ya lleva dos ediciones.

Has coordinado la publicación de monografías sobre este tema en la facultad.

Como mi tema de investigación cuando cursaba mis estudios en España era este y los chicos siempre estaban carentes de tutores para las tesis de grado, yo me ofrecía. Fui tutora de varias (están todas las monografías en mi página). Hicimos varias de gestión de museos, gestión de bandas de rock, trabajamos bastante con el Teatro Solís.

Las primeras tesis de ese tipo habían sido tutoradas por Luis Stolovich.

Claro. La cuestión es que el plan 80 no tenía tesis, entonces no hay tantas tutoradas por él.

¿Aportaron esas monografías?

Yo creo que sí, porque se les han hecho devoluciones, por ejemplo, al Teatro Solís, al Museo del Carnaval, al Sistema de Museos de Colonia, entre otras. Se les hizo la devolución y quedaron interesados en las instituciones. Algunas cosas tienen más sentido que otras; algunas se aplicaron y otras no. Por ejemplo, el cuadro de mando integral en el Teatro Solís no sé hasta dónde lo usaron; tal vez usaron parte y no la herramienta de gestión completa, con indicadores. Algunas cosas tuvieron más productividad que otras. Yo publiqué tres libros con tesis.

¿Cómo ves el tema de las políticas culturales?

Me mandaron una propuesta de un candidato, la miré y no me gustó nada. Es un sector un poco complejo. Cuando explico en clase siempre

digo que es una doble política económica. Tenés que elegir. El que recién gana tiene pensado quién va a ser el ministro de Salud, y ese le va a decir que necesita plata. Lo mismo va a pasar con el ministro de Educación (suponiendo que fueran diferentes ministerios), con el de Vivienda, con el que tiene a cargo la seguridad, y así con los diferentes ministerios. Cuando llega a Cultura, ya es el último orejón del tarro. Y tiene cierta lógica, porque estamos en un país que aún tiene carencias en muchas cosas. Después, dentro del presupuesto de Cultura, tenés que hacer el reparto: que los músicos, que el cine nacional, que la literatura, que la pintura, que el teatro… Y en general, como no hay políticas de Estado —estoy hablando en general y no solo de Uruguay—, se termina haciendo un poco más en el sector de la persona que está a cargo. Si es alguien de literatura, terminará dándole más a ese sector. Lógicamente. Nosotros sabemos que si el índice de mortalidad infantil no baja sería un escándalo, si el índice de alfabetización baja sería otro escándalo; pero la gente no va más al cine que antes, no lee más, no consume cultura y no es ningún escándalo.

¿Creés que se está dando eso?

Creo que se consume distinto, simultáneamente. La gente escucha música por un lado diferente, consume mucho Internet, que es una parte importante de la cultura. Creo que se ha perdido un poco eso tan lindo de sentarse con un libro. Ahora es todo tan automático y tan instantáneo… Y la gente consume de otra forma.

¿Cómo ves las instituciones culturales en las que has trabajado? ¿Cómo manejan los costos, la gestión?

Se está tratando de profesionalizar, y esto pasa en todo el mundo. Siempre las organizaciones culturales fueron las más atrasadas. Las no lucrativas en general, pero las culturales en particular, siempre fueron las más lentas en aplicar mecanismos de gestión, lo cual es un error, porque necesitan gerenciarse. En Estados Unidos conocemos los grandes museos que están gestionados estupendamente y siempre tienen a la cabeza alguien salido de las escuelas de negocios.

Es un sistema distinto al de Uruguay.

Sí claro, tienen que financiarse. De las que yo conozco hay situaciones muy distintas, como el Teatro Solís, que es muy eficiente y se preocupan, o una organización más pequeña, como el Museo del Carnaval,

donde también hay una constante preocupación por su gestión. Pero no es lo más usual.

Al trabajar con estas instituciones, ¿cómo ha sido el aporte?

Con el Solís, por ejemplo, hemos ayudado el año pasado a definir algunas herramientas de gestión mediante una tesis de maestría. A definir indicadores, ya que estaban en fase de acreditación para un proceso de calidad en atención al público.

¿Qué tipo de indicadores?

Depende de lo que quieras. A veces la gente no entiende la importancia de los indicadores. Sirven para mostrar la estrategia. Por ejemplo, el Ministerio quiere promover la literatura infantil. Si vos me hablás de cantidad de libros leídos en la biblioteca, eso es ex post. Lo importante es cuál va a ser tu estrategia para que los niños lean más. Cuando sabés cuál es tu estrategia y tu objetivo, vas a poder medirlo con indicadores; por ejemplo, hacer concursos de literatura infantil, ver la cantidad de llamados. Ahí vas a ver el presupuesto destinado a la literatura infantil.

Volviendo al tema de políticas culturales, son complicadas en el sector cultural. En definitiva, las políticas públicas, todas, tienen que cumplir con al menos tres cualidades básicas: ser eficaces, eficientes y equitativas. Eficacia implica que se logró el objetivo de la política pública. Eficiencia es que ese objetivo se logró con los recursos que tenía previstos. Y equidad es que se reparte entre la población en forma equitativa. Las políticas culturales no suelen ser eficaces —así que directamente ya no tiene sentido hablar de eficiencia— ni equitativas. ¿Qué es un hospital? La plata de todos para los más pobres. ¿Qué es la escuela pública? La plata de todos para algo que es un poco más transversal. ¿Y qué es la ópera? La plata de todos para un determinado sector, porque ya sabemos que el precio no es una barrera a la entrada. Todos los estudios de economía de la cultura muestran que el precio no es una barrera a la entrada, excepto para muy poquitos. Muy poca gente te argumenta que no va a ir a algo porque es caro.

Cuando hicimos la cuenta satélite se nos descompensó el tema de las entradas porque fue el año que vino Paul McCartney. Me acuerdo de que cuando vino Pavarotti, hace muchos años, hubo quejas de que era muy cara la entrada y que no podía ser. Cuando vino Paul McCartney nadie se quejó; las más baratas salían 50 dólares y eran en efectivo, pero nadie se preocupó por democratizar a Paul McCartney. En definitiva,

¿Pavarotti es más importante que Paul McCartney? No lo sé, lo que sí sé es que Paul McCartney es una oferta cultural más transversal en la sociedad.

Volviendo a la eficacia y la eficiencia, la economía de la cultura claramente escapa a los parámetros que tiene el resto de la economía, porque tiene otros elementos detrás, otros objetivos que no son tan cuantitativos.

Más o menos; yo no me creo mucho eso. Hay algunas cosas que siempre doy en clase y que sé que suenan un poco fuertes. Las políticas culturales son las únicas políticas públicas en las que intervienen los propios actores. Y eso está bien visto, no nos llama la atención. En España, al menos hasta hace unos años (no sé si lo seguirán haciendo), cuando cambiaba el ministro de Cultura se hacía una gran fiesta e iban los actores, toda la gente de la cultura. Imaginate si cuando cambia el ministro de Salud fuera la gente de los laboratorios y los que venden aparatos médicos… Sería un escándalo. En cambio, con la cultura permitimos todo y nadie discute si Almodóvar está defendiendo el cine nacional, que es a su vez su trabajo. No nos parece raro que el Estado apoye el cine nacional, que apoye la cultura, sin preguntarnos si realmente es necesario.

¿Te parece que no es necesario?

Yo sigo mucho a Pau Russell, un español que fue mi tutor. Él habla del buonismo de la cultura, una expresión italiana. Todos sabemos que hay que comer frutas y verduras, que hay que tomar dos litros de agua, y como que también tenemos que consumir cultura para hacer las cosas bien en la vida. Y siempre digo: ¿y por qué? A mí me pareció bárbaro cuando Hugo Achugar puso clases de cumbia, algo que fue un escándalo. Y yo pensaba, ¿cuál es el problema, si a la gente le gusta? Las políticas públicas tienen que estar al servicio de la gente. Si vos ves lo que se gasta en Montevideo en los cuerpos estables, en el teatro, en todo, y lo que se gasta en carnaval, ¡no lo podés creer! Y si ves las entradas vendidas, prácticamente están en tercios. Un tercio va al teatro, un tercio a recitales y otro tercio a carnaval de tablados, una oferta que dura cuarenta días. Sin embargo, la plata de la Intendencia se va por otro lado. Al carnaval le dejan el espacio, pero para el carnaval de tablados el aporte es mínimo si se compara con la mal llamada «alta cultura»…

¿No te parece importante todo lo que implica el Ballet de Bocca y la marca país que ello implica, por ejemplo?

No es que no me parezca importante; la pregunta es si tenemos las escuelas suficientes, los hospitales suficientes.

Las escuelas están visitando mucho el Auditorio del sodre.

Son cosas distintas. El boom de la cultura se ha dado en el mundo cuando las necesidades básicas están cubiertas.

Otra línea de pensamiento indica que para poder salir de la pobreza y despegar como país se necesita un nivel cultural mejor.

¿Es más importante mirar cine sueco que mirar a Tinelli? ¿Quién sos para decirlo, o quién soy yo? ¿Por qué? Son cosas muy complejas, muy difíciles de opinar. Yo intento no opinar de esos temas, no son mi expertise. Puedo opinar como ciudadana, pero no como académica. Como académica debo enfocarme en dar una mirada desde la gestión, desde la disciplina, desde la parte más económica, y a veces saber cómo está compuesta la demanda, qué es lo que quiere la gente, es importante para hacer políticas públicas. Por otro lado, hay un entrevero muy grande en la sociedad con esto de que la cultura da trabajo, como se llamaba el libro de Luis Stolovich. No digo que él estuviera confundido, para nada. El boom de la industria creativa es posterior. En las clases muestro una imagen de unesco Press que refiere a una publicación del bid que afirma que las economías de América Latina y el Caribe crecen a través de la cultura, y ponen la imagen de una chica haciendo teatro callejero con fuego. Al instante muestro un tuit del bid que dice que la industria creativa aporta al crecimiento. Pero ¿qué es lo que pasa con un cierto sector? Cuando teníamos la economía de la cultura como tal, teníamos muy definidos los sectores, sabíamos de qué estábamos hablando. En el año 2001, de la mano de Hopking, un inglés, surge el concepto de industria creativa, aquella basada en el talento, la creatividad y el derecho de autor. Y ahí cada cual tiene sus definiciones: el ministerio del Reino Unido tiene su definición, la ompi tiene la suya, el bid la suya, la unesco otra. ¿Se incluyen los juguetes? No hay una definición uniforme. Lo que sí sabemos es que ciertos sectores que componen la industria creativa son dinámicos, crecen por encima de la media. En general es gente más joven, que pasó por estudios terciarios, que trabaja más motivada, trabaja más que la media. Si a eso le mezclamos tecnología tenemos sectores sumamente dinámicos. Y esos sectores altamente dinámicos

producen crecimiento económico. Por eso no tiene lógica que pongan a una mujer de teatro callejero en la publicación del bid, porque lo que está impulsando es Google, Whatsapp, Netflix…

Pero lo digital también está implicando una nueva forma de trabajo que en muchos casos también es cultura.

Sin duda, pero cuando hablan mucho de la cultura como motor de la economía hay que ver de qué se habla. Hay un trabajo muy bueno de Pau Russell, que encontró que en territorios muy ricos había más oferta cultural, lo que tiene lógica. Pero también se daba a la inversa: la densidad cultural de un territorio explicaba la riqueza de dicho territorio. Lo que digo es que hay que tener cuidado cuando se habla de todo esto.

Julio de 2019.

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