9 minute read
El pilar árabe de la cultura europea
Josep Borrell Fontelles 1
El pasado y el presente de la relación entre el mundo árabe y España se sustentan, en esencia, sobre el pilar árabe de la cultura europea. Es desde este pilar, esta atalaya, que quisiera explorar dos cuestiones prioritarias para la política exterior española: los fuertes vínculos entre el mundo musulmán y nuestro país, en particular su dimensión cultural, y el reciente fenómeno migratorio.
En el marco sociopolítico actual, el pilar árabe de la cultura europea debe ser explorado con urgencia. Frente a las visiones cerradas y xenófobas de la sociedad, debemos apostar por una sociedad abierta a las ideas, al conocimiento, a la transferencia de tecnología, a los bienes y servicios, en el marco de tratados comerciales justos y para las personas.
Si nos centramos en las personas, es necesario que los europeos, el Viejo Continente –que cada vez merece más este nombre–, seamos los que promovamos la reflexión sobre el lugar que ocupa el islam y lo musulmán en el seno de nuestras sociedades. Se estima que en el 2050 el mundo rondará los 9735 millones de personas, mientras que Europa tendrá alrededor de 700 millones, es decir, representará solo un 7% de la población mundial. En cambio África, siempre según los demógrafos, tendrá 2500 millones en ese mismo año. Cuando yo nací, al final de los años cuarenta, había más de 200 millones de africanos. En este periodo la población africana se ha multiplicado más de cuatro veces y en el año 2050 contará con tres veces más personas que Europa. En el año 2030 India tendrá 1500 millones, año en que se espera supere a China. Así pues, Europa quedará reducida a una pequeña porción de la población mundial frente a colosos. Por ello cabe preguntarse, ¿es posible rechazar la inmigración y convertirnos en un continente de ancianos y dependientes?
1 Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común y vicepresidente de la Comisión Europea. Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del gobierno de España entre junio de 2018 y noviembre de 2019.
Debemos, pues, convertir el reto migratorio en una oportunidad, una oportunidad para frenar el invierno demográfico, para revitalizar los mercados laborales y asegurar la sostenibilidad de nuestros sistemas de pensiones. Las migraciones deben ser también un activo para construir una sociedad multicultural y dinámica. Ahí radica sin duda uno de los grandes retos para el futuro de Europa aunque haya líderes, como Viktor Orbán en Hungría, que sueñan con una sociedad étnicamente pura aun a costa de agravar la situación demográfica del país, caracterizada por una población envejecida, una fuerte emigración y la consecuente escasez de mano de obra que limita la expansión de la economía húngara.
Gestionar identidades es sin duda algo complejo, quizá más difícil que gestionar una moneda. Las crisis monetarias se pueden resolver con dinero y con reformas institucionales, pero las crisis de identidad son más difíciles de gestionar. Si observamos con cautela la emergencia de nuevos movimientos políticos de carácter populista y xenófobo, así como la instrumentalización de la inmigración que llevan a cabo estos gobiernos, debemos tomar en serio el reto que supone la inmigración, ya que puede ser un disolvente de la unidad europea. Este peligroso fenómeno llega a España de la mano de nuevos partidos que consideran a los musulmanes y a la civilización islámica enemigos que deben ser expulsadas del país.
Por ello, es urgente abordar la dimensión cultural del fenómeno migratorio, máxime cuando se pretende presentar a Occidente y Oriente como polos opuestos en todo, desde la religión al sistema político, pasando por la laicidad o el papel de la mujer. Ciertamente existen diferencias en muchos aspectos, pero ¿es realmente así? ¿Estamos viviendo de verdad el choque de civilizaciones que pronosticó Huntington? Por ello es importante reflexionar sobre la cultura árabe, que es parte del acervo cultural español y europeo y que forma parte de la identidad de la sociedad europea.
A menudo el debate socio-cultural parte de presupuestos fundacionales, ¿es el islam, o si se quiere el mundo arabo-islámico, una parte integral constitutiva de la cultura y de la experiencia histórica europea? ¿O, por el contrario, puede ser considerado como un elemento ajeno, impuesto, y por lo tanto circunstancial y excéntrico? En otras palabras, ¿es el islam una religión que ha venido a Europa en patera y tendría que irse por la misma vía, como algunos parecen desear? ¿O es una religión y una cultura que ha echado raíces multiseculares en Europa y que nos ha enriquecido durante siglos? Esa pregunta nos retrotrae al debate que ya vivimos en los tiempos de la Convención Europea cuando se discutió sobre las esencias greco-romano-judaicas de Europa. Ya entonces me manifesté al respecto en un artículo cuyo título, Dejemos a Dios en paz, 2 deja clara mi posición. Sin embargo, esto nos llevaría a otras preguntas: ¿dejamos siempre fuera de la Unión Europea a Turquía?; ¿integramos a la Rusia cristiana hasta Vladivostok?; ¿es la Armenia cristiana candidata a esa Europa pero no Azerbaiyán, que tiene mayoría musulmana en su
2 Josep Borrell (2002). «Dejemos a Dios en paz», El País, 29 de diciembre de 2002 <https://elpais.com/ diario/2002/12/29/opinion/1041116410_850215.html> [consultado el 8 de junio de 2020].
población?; los ciudadanos de la Unión Europea que ya lo son o no esperan serlo y profesan la religión islámica, ¿deben ser ciudadanos de segunda?; ¿no son europeos en plenitud de derechos, cuestiones que nuestros tratados fundacionales dicen que no pueden ser objeto de elementos discriminatorios?
En España este debate tiene una especial relevancia. Después de todo, junto con el sur de Italia y parte de los Balcanes, España es la parte de Europa donde la presencia del islam ha sido más duradera. Ha dejado una impronta que vive y perdura: en los mosaicos de la Alhambra, en las torres del Albaicín, en la lengua, en nuestros topónimos, en nuestra gastronomía, en nuestra arquitectura, en el romanismo, en la demografía, en todas partes si se mira con atención, con una mente abierta, aquella que se requiere para vivir en «sociedades abiertas». Esta vivencia no solo es de carácter cultural, es también religioso.
Según datos del 2017 de la Unión de Comunidades Islámicas en España, hay 1,9 millones de musulmanes, es decir, como mínimo el 4% de la población española. El señor Wilders, líder de la ultraderecha en Holanda, se quejaba en un debate del riesgo de islamización y cuando le pregunté cuántos musulmanes había en Holanda me contestó que el 7%. Así pues, no parece que estemos a las puertas de ninguna islamización. Sin embargo, hay altas autoridades que vaticinan que, dentro de 20 años, en Roma en vez de campanarios habrá minaretes y que París será una ciudad musulmana. Este discurso se ha trasladado al imaginario colectivo y algunos temen que ponga en peligro la identidad española y europea. Con los datos en la mano, vemos que el supuesto proceso de islamización no se corresponde con la realidad.
En contraposición a este sentimiento, y si nos ceñimos al pasado, ha sido precisamente la presencia del islam en España durante siete siglos el principal elemento diferenciador al que se ha recurrido cuando se ha pretendido hablar de una excepcionalidad española. ¿En qué es excepcional España? Precisamente en que durante siete siglos perteneció al mundo árabe-musulmán. España podría verse como el Oriente de Occidente. Hay versiones románticas que nos describen así y así nos vieron también los viajeros que penetraron en el siglo xix español, los nuevos ilustrados que llegaron hasta las Alpujarras y vieron un país que todavía guardaba muy viva la huella islámica.
A este respecto, es interesante recordar la llamada «querella de los historiadores» a mediados del pasado siglo sobre el lugar del islam y lo árabe en la experiencia histórica española y, en particular, el debate entre Américo Castro y Sánchez Albornoz. En síntesis, el primero ve España en la convivencia de las tres culturas y el segundo encuentra la esencia nacional en el reino visigodo. Es un debate que tiene resonancias muy actuales en la Europa y la España de hoy. Por un lado, cabría preguntar a los «albornozistas» si podemos considerar siete siglos de historia como una mera desviación; por otro, podríamos preguntar a los «castristas» si la aportación real del factor islámico a nuestra historia no se ha sobrevalorado.
Abogo por superar esta dicotomía y hablar de España sin resabios y sin temores. Es importante aceptar su experiencia histórica en su totalidad, no amputarla de ninguna de
sus partes, comprenderla, aprehenderla, hacerla inteligible para nosotros mismos y para los demás. Debemos ser capaces de ver en qué medida es útil esa visión de la España compleja, mestiza, en el momento que vive Europa y el Oriente. Para eso hay que llegar a identificar ese factor islámico en su justa medida, dentro de la historia de España y, por tanto, dentro de la historia de Europa. Porque la respuesta al título de este artículo, es decir, si hay un pilar árabe en la cultura europea, solo puede contestarse en afirmativo aceptando previamente que haya un pilar árabe, o arabo-islámico, en nuestra propia cultura española.
En determinadas épocas históricas ese pilar ha sido no solo consustancial a la trayectoria de nuestro país sino que, gracias a la presencia del islam en España, se relanzó el crecimiento y la madurez de una Europa que había permanecido ensimismada durante siglos, desde la Antigüedad tardía hasta el Renacimiento. Por lo tanto, el elemento arabo-islámico en Europa no se debe a la afluencia reciente de inmigrantes resultado de procesos descolonizadores o de las sucesivas pulsiones migratorias. El islam y el mundo árabe forman parte del acervo cultural europeo en buena medida gracias a la existencia y a la pervivencia multisecular del islam en España y sus contribuciones a nuestra común civilización occidental.
Partiendo de esta premisa, el siguiente paso debería consistir en ver en qué medida esa temprana impronta nos permite encontrar soluciones a dilemas de nuestro tiempo en Occidente. En la actualidad debemos tomar ejemplo de aquellos que nos precedieron para encontrar soluciones a cualquier elemento de conflictividad que pueda generar el pilar árabe-musulmán en Europa, a fin de que hoy, como ayer, nos nutra de nuevas visiones que permitan el avance social.
Se abre así un nuevo horizonte para una posible acción exterior reforzada, pero quisiera apuntar aquí algunos hitos que apuntalan posibilidades ulteriores. Entre ellos, el impulso de España a la Alianza de Civilizaciones que las Naciones Unidas ha hecho suya, nombrando en enero de 2019 al ex ministro Moratinos, como alto representante para esta política. Se suma a este enfoque la Unión por el Mediterráneo, que España también quiere contribuir a impulsar ya que podría desempeñar un papel importante en la gestión bidireccional de las migraciones y el redescubrimiento de una cultura compartida entre las dos orillas. El Pacto Mundial de Marrakech es también muestra de que es posible avanzar en esta dirección, articulando canales seguros para el flujo global de personas. En el caso de la inmigración musulmana, estas personas traen consigo una cultura que les es propia, pero también vienen con una cultura que, como vemos, es parcialmente nuestra.
Tomando en consideración todo lo anterior, es evidente que lo árabe es parte de lo español y de lo europeo, ofreciéndonos así una oportunidad para desarrollar no solo una importante labor de diplomacia cultural, sino también para reforzar nuestra interlocución política con el mundo mediterráneo e islámico.