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Por qué la región árabe es la menos integrada del mundo?
Bichara Khader 1
Hay toneladas de escritos sobre las formas de regionalización. El objetivo de este texto no es hacer una síntesis o un resumen de ellos. Cualquier estudiante de Ciencias Políticas y Económicas sabe distinguir entre una zona de libre comercio, una unión aduanera, una unión económica, una cooperación regional o funcional, un mercado común y un mercado único. En resumen, sabemos que una zona de libre comercio se caracteriza por la supresión o la disminución de los aranceles aduaneros para intensificar los intercambios, que una unión aduanera pretende la adopción de un arancel exterior común, que un mercado común se basa en la movilidad de los factores, que una unión económica supone la coordinación de las políticas económicas y fiscales, que una cooperación regional funcional trata de los proyectos específicos que puedan interesar a una región entera y que por último un mercado único garantiza las cuatro libertades de circulación (bienes, servicios, capitales y personas) y desemboca en la supresión de las fronteras físicas, la adopción de una moneda única y la creación de un banco central. La UE es el modelo más avanzado de esta última forma de regionalización desde el paso en los años ochenta del mercado común al mercado único, haciendo de la Europa que comprende 28 países (antes del Brexit), en los que se habla 23 lenguas distintas, con alrededor de 500 millones de habitantes, la región más integrada del mundo con alrededor de un 62% de intercambios dentro de la zona.
Sea cual sea la forma de regionalización, los teóricos están de acuerdo en subrayar los efectos benéficos de una agrupación regional en la economía de los países miembros
1 Profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina y fundador del Centro de Estudios e Investigaciones sobre el Mundo Árabe Contemporáneo. Ha sido miembro del Grupo de Altos Expertos en Política Exterior Común de la Unión Europea (Comisión Europea) y del Grupo de Sabios para el Diálogo Cultural en el Mediterráneo (Presidencia Europea). Actualmente es profesor invitado en varias universidades árabes y europeas.
o asociados. En efecto, se considera que los grandes conjuntos logran mejores resultados que las pequeñas entidades: constitución de amplios mercados capaces de hacer frente a la competencia exterior, de atraer inversiones masivas, de crear millones de empleos, aunque solo sea mediante el refuerzo del sector privado, el desarrollo de las infraestructuras regionales y la dinamización de los intercambios agrícolas, industriales y de los servicios. Son estos beneficios que se dan por descontados los que han empujado a la creación de la UE, la ASEAN, el TLCAN y MERCOSUR, por poner solo algunos ejemplos.
Está claro que, en tiempos de la globalización, la regionalización tiene el viento de popa. Entonces ¿por qué los países árabes están tan rezagados y cómo explicar que la región árabe, que incluye 22 países, con 400 millones de habitantes, que hablan una lengua común, que comparten una larga historia, que se enfrentan a desafíos comunes (dependencia alimentaria, demografía vertiginosa, estrés o incluso escasez hídrica, etc.) sea hoy la región menos integrada del mundo, pues los intercambios intrarregionales no superan el 12-13%? ¿Y cómo explicar también que esa región, dotada de importantes recursos naturales (el 45% de las reservas conocidas de petróleo, el 30% de las reservas de gas, considerables reservas de fosfato y minerales de hierro y otros múltiples recursos) siga siendo, 75 años después de la creación de la Liga de los Estados Árabes en 1945, es decir, 12 años antes del Tratado de Roma por el que se constituye el Mercado Común, una trágica excepción mundial desde el punto de vista de la integración regional?
Ciertamente, no es por falta o escasez de organizaciones e instituciones regionales, pues hay decenas de ellas. Aparte de la Liga de los Estados Árabes (1945) podemos citar, entre otras, el Consejo Económico de la Unidad Árabe (1957), la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP, 1968), la Organización de la Conferencia Islámica (1969), el Fondo Monetario Árabe (1976), el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, 1981), la Unión del Magreb Árabe (1989), el Acuerdo de Agadir (2004), sin olvidar las decenas de organismos, centros, uniones y otras entidades que dependen de la Liga de los Estados Árabes.
Entonces ¿dónde reside el problema de la no integración de los mercados árabes? El principal escollo no es de naturaleza económica, como pretenden algunos, es primordialmente de orden político y geopolítico.
Primacía de lo político sobre lo económico
La creación de la Liga de los Estados Árabes en 1945 fue inicialmente un proyecto egipcio con el objeto de boicotear otros dos proyectos de los hachemitas de Iraq y de Transjordania. En efecto, desde principios de los años cuarenta, los reyes hachemitas de Iraq y de Transjordania se habían lanzado a dos proyectos que se hacían la competencia: el del Creciente Fértil, cuyo objetivo era reunir bajo la égida de la monarquía hachemita de Iraq a Siria, Transjordania y Palestina, y el de la Gran Siria, dirigida por los hachemitas de Transjordania. Ambos proyectos inquietaban al reino de Egipto, que veía en ellos una
voluntad de los hachemitas de crear una potencia regional que rivalizase con el país del Nilo, que se veía como el pivote del mundo árabe. Egipto torpedea los dos proyectos invitando a todos los países árabes independientes a debatir sobre el proyecto de una Liga de los Estados Árabes, lo que lleva al Protocolo de Alejandría del 7 de octubre de 1944 en el que se prevé la constitución de un Pacto de la Liga de los Países Árabes firmado en El Cairo el 22 de marzo de 1945.
Así, desde su nacimiento la Liga de los Estados Árabes refleja los antagonismos entre los reinos hachemitas y el reino de Egipto. Además, desde su creación la Liga de los Estados Árabes ha tenido su sede en El Cairo (salvo el paréntesis tunecino de los años ochenta) y, salvo dos excepciones, todos los secretarios generales de la Liga han sido egipcios, en la mayoría de los casos ex ministros de Asuntos Exteriores.
La Liga tenía apenas tres años de vida cuando se produce la tragedia palestina, tras la creación del Estado de Israel. De buenas a primeras, la cuestión palestina va a acaparar todas las actividades de la Liga. Después de fracasar en su intento de impedir la adopción de la resolución de partición (noviembre de 1947) o de abortar la creación de Israel (mayo de 1948), la Liga hace de Palestina la «causa nacional de los árabes». El nacionalismo árabe eclipsa el imperativo de la integración económica regional: lo político prima sobre lo económico. Ciertamente, en los años cincuenta se creó un «Consejo Económico de la Unidad Árabe», pero este no ha despegado nunca realmente pues las turbulencias regionales sumían a la región en una inestabilidad crónica.
Prácticamente cada década, desde 1948, ha estado marcada por una guerra entre los árabes e Israel: en 1956 la guerra de Suez, en 1967 la guerra de los Seis Días, en 1973 la guerra de Octubre, en 1982 la invasión israelí del Líbano, en 2006 la guerra entre Israel y el Hizbollah libanés y tres ofensivas israelíes en Gaza en 2009, 2012 y 2014. Ninguna otra región del mundo ha conocido tal avalancha de guerras y nada, en un futuro inmediato, parece indicar que ese ciclo infernal de violencia vaya a parar.
Pero no se trataba solo de las turbulencias vinculadas al conflicto árabe-israelí, sino que están también los conflictos relacionados con la descolonización, en particular la guerra de liberación nacional de Argelia entre 1954 y 1962. Durante todo ese tiempo, la Liga, impulsada por el presidente de Egipto Nasser, estaba al pie del cañón para socorrer a los resistentes argelinos.
Conflictos inter-árabes y regionales
Además, la región ha estado marcada por numerosos conflictos inter-árabes que han constituido otros tantos obstáculos para la integración regional. Nada más conseguir su independencia, Argelia se sumió en 1963 en un conflicto con Marruecos llamado la guerra de las Arenas. Y desde los años setenta, los dos países están gravemente enfrentados por la cuestión del Sahara Occidental. Y lo que es peor, desde 1994 las fronteras de esos dos vecinos están cerradas.
Los países de Oriente Medio no se han librado de guerras fratricidas. En 1990, el ejército iraquí provoca el clamor general al invadir el pequeño emirato de Kuwait, fracturando a los países árabes y dando pie a en la intervención militar de una coalición internacional encabezada por Estados Unidos (1991). Más cerca de nosotros, la intervención de la coalición árabe (Arabia Saudita-Emiratos Árabes Unidos) contra los rebeldes hutíes de Yemen ha provocado dramas humanos indescriptibles y una destrucción a gran escala, provocando odios persistentes y numerosas ramificaciones que ponen en peligro la estabilidad de los Estados y la paz regional.
En la actualidad, siguen sin resolverse muchos conflictos de fronteras. Las guerras civiles dentro de un mismo Estado han sido el pan de cada día y continúan, hasta este momento, desestabilizando los países, agotando sus escasos recursos y rompiendo la cohesión interna. El estallido de las revueltas árabes desde 2011 ha sido «la gota que colmó el vaso». Al alterar el viejo orden autoritario, «las primaveras árabes» han abierto la caja de Pandora y han creado graves grietas dentro de los países y entre los países árabes. Ya se sabe que «una flor no hace primavera». En efecto, aparte del caso de Túnez en que la revuelta popular permitió desmantelar el régimen de Ben Ali e instaurar un sistema político más abierto aunque incierto, en todos los demás países árabes «las primaveras» o han sido confiscadas por los militares, o se han pervertido, o se han combatido, o han sido incluso aplastadas. Todo esto ha llevado a una inestabilidad regional de tal calibre que se han multiplicado las líneas de fractura, haciendo casi imposible cualquier integración regional y perjudicando a las agrupaciones regionales existentes, como es el caso desde 2017 de la marginación del emirato de Qatar por Arabia Saudita, Emiratos y Bahréin, todos ellos miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, que hoy en día está a punto de colapsar.
Hay que añadir a todo esto los conflictos regionales que enfrentan a países árabes con vecinos no árabes. La guerra Iraq-Irán ha sido, con mucho, la más dramática y la más destructora. Esa guerra ha costado casi un millón de muertos, ha engullido considerables recursos y ha desestabilizado la región durante una década (1980-1989) con recaídas negativas duraderas. Sus efectos en el conjunto de los países de Oriente Medio han sido catastróficos, pues ha roto el consenso árabe ya que Siria, que se preciaba de ser «el corazón palpitante del nacionalismo árabe» se puso de parte del Irán persa contra Iraq, «país hermano». No es de extrañar que Irán le devuelva ahora el favor a Siria, apoyando el régimen de Bashar el-Assad frente a sus detractores.
Antiguamente hubo tensiones entre Turquía y Siria en relación con los recursos hídricos y hoy en día existe una tensión del mismo tipo entre Egipto y Etiopía en relación con la presa del «Renacimiento» etíope, pero por suerte las amenazas e invectivas por parte de unos y de otros no han derivado en un conflicto armado.
Para más inri, la región no se ha librado de las intervenciones militares de agentes ajenos a ella. Aunque algunos países árabes apoyaron la primera guerra del Golfo (liberación de
Kuwait en 1991), la invasión americana de Iraq en 2003 tuvo un efecto desastroso en toda la región e incluso más allá. No solo Iraq resultó devastado y «confesionalizado» sino que, sobre todo, la invasión americana reforzó a una Al-Qaeda moribunda que ha transformado progresivamente en Estado islámico con la toma de Mosul en 2013 y la imposición de un régimen de terror inaudito que ha sumido a toda la región en sangre y fuego.
La Rusia de Putin no se queda a la zaga. Desde 2015, está presente militarmente en el teatro sirio para apoyar el vacilante régimen de Bashar el-Assad, preservar sus intereses estratégicos en Siria y en el Mediterráneo y defender su estatuto de gran potencia. Así contribuye también a prolongar una guerra que ha diezmado a la población siria y ha empujado a la mitad de sus 22 millones de habitantes al desplazamiento y al exilio.
Tras este rápido recordatorio, ¿todavía resulta sorprendente que la región árabe sea la región menos integrada del mundo? ¿Cómo se puede conseguir que países devastados por las guerras civiles, atenazados por vecinos hostiles, embarrancados en guerras fratricidas o sometidos a sanciones impuestas por agentes externos cooperen económicamente? No conozco en el mundo ninguna región sometida a tan colosales desafíos.
De todo lo anterior se desprende que, desde su creación, la Liga de los Estados Árabes se ha visto arrollada literalmente por las cuestiones políticas y geopolíticas: el conflicto demasiado largo árabe-israelí, las guerras civiles, las guerras fratricidas, las guerras con los vecinos no árabes y el intervencionismo militar de agentes externos como Estados Unidos y Rusia.
El papel de la UE
¿Y qué pasa con la Unión Europea? ¿Se ha esforzado realmente por promover la estabilidad regional en su entorno inmediato y por apoyar la integración regional? Todos los documentos oficiales de la UE destacan estos dos objetivos. No obstante, el balance de las políticas europeas contradice las intenciones declaradas. La UE ha intentado sobre todo que los países árabes del sur se enganchasen a su propia locomotora. Esto explica la extremada verticalidad de las relaciones entre los países árabes y la UE, como lo demuestra la participación de la UE en el comercio exterior de los países árabes. En efecto, la participación de la UE en el comercio exterior de los países árabes oscila en torno al 50% (pero el 60% de los intercambios comerciales marroquíes y el 68% de los intercambios comerciales tunecinos). La verticalidad de estos intercambios se explica por el legado colonial, la proximidad geográfica y las estrechas relaciones que mantiene la UE con los regímenes árabes. Para la UE, los países árabes son «una vaca lechera». De los 320.000 millones de euros de intercambios con los países árabes, la UE obtiene, de media, un excedente comercial medio de 60.000 millones. Esto significa que el mundo árabe es un creador neto de empleo para los países de la UE, lo que lo convierte en una bicoca que la UE tiene mucho interés en aprovechar. ¿Significa que las relaciones comerciales de los países árabes con la UE constituyen un obstáculo para la integración horizontal regional? Algunos expertos creen que sí. Por mi
parte, no puedo incriminar a la UE diciendo que impide o teme una integración regional entre los espacios árabes (magrebí, de Oriente Medio o el Golfo). Prueba de ello es el apoyo de la UE al Acuerdo de Agadir de 2004 entre Marruecos, Túnez, Egipto y Jordania. En realidad, lo que hoy en día preocupa a la UE no es tanto la integración regional árabe, por lo demás muy débil, como la competencia de nuevos rivales económicos como China (cuyo comercio exterior con los países árabes ha conocido un progreso fulminante desde hace 30 años, alcanzando alrededor de 250.000 millones de dólares), India (que despunta sorprendentemente con un total de 130.000 millones de euros) y América Latina (que desde la primera cumbre países árabes-América del sur en 2005 ha descubierto el potencial que tiene el mundo árabe para las exportaciones latinoamericanas, sobre todo las brasileñas).
Para concluir
Nos hubiera gustado que la Liga de los Estados Árabes fuese un motor de integración regional como fue el caso, en Europa, del Mercado Común y del Mercado Único. Pero es una utopía. A pesar de los numerosos proyectos económicos y de una multitud de instituciones regionales, la Liga ha sido sobre todo la caja de resonancia de los conflictos que han asolado el espacio árabe, el espejo de las contradicciones, de las rivalidades y de las polarizaciones entre los países árabes. La Liga sufre la parálisis de las partes que la componen. Y no puede ir más rápido que sus propios miembros, como dice un refrán árabe «el caballo no puede correr más rápido que su jinete». ¿Hay que perder la esperanza? Sin poner fin a la tragedia permanente de Palestina, sin una estructura de seguridad regional que instaure un modo de resolución diplomática de los conflictos sería ilusorio pensar en la promoción de la integración económica de los países árabes. Es por ello que la gran zona árabe de libre comercio no acaba de despegar. La integración regional, en el caso de Europa, ha podido imponerse después del fin de las guerras devastadoras, la reconciliación de viejos enemigos, la normalización de las relaciones entre Estados y el reconocimiento de las fronteras. No puede ser de otro modo en los países árabes.