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La diáspora árabe en América

Leyla Bartet 1

El diccionario define el término diáspora en relación a la dispersión de grandes grupos étnicos o religiosos que abandonan su lugar de procedencia y se encuentran repartidos en el mundo. Resulta pertinente la utilización de esta categoría para designar a una parte importante de la población levantina (Siria, Líbano y Palestina) que debió abandonar su tierra de origen por diversas razones (guerras, crisis políticas y económicas, etc.). Este fenómeno se inició a mediados del siglo xix cuando oleadas de sirios, palestinos y libaneses salieron de las llamadas provincias árabes de Imperio Otomano para buscar un futuro mejor en diferentes lugares del mundo, en particular en América. El fenómeno aún persiste aunque hoy los lugares de acogida y las razones que empujar esta emigración sean distintos.

Las migraciones levantinas hacia las Américas resultan poco conocidas, incluso en los países receptores, salvo en medios académicos o entre quienes están directamente implicados. Pero esta presencia «discreta» no significa que la inserción de estos inmigrantes árabes no haya tenido un peso importante en la vida económica, política y social de los países receptores. Solo para dar una idea de la importancia de este fenómeno que se inicia a mediados del siglo xix cabe recordar que un país como Brasil, por ejemplo, sumando la primera, la segunda y la tercera generación de inmigrantes tiene cerca de veinte millones de descendientes levantinos, diez por ciento de su población aproximadamente. Argentina bordea los cinco millones, Chile se acerca a los dos millones, Paraguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, los países del Caribe, América Central y México, todos ellos tienen una población árabe o de origen árabe de variable importancia pero decididamente presente. Se trata de una población que se ha hecho visible o invisible según los momentos históricos y ha tenido y tiene características relativamente distintas en un lugar o en otro.

1 Escritora, periodista y socióloga graduada del Institut d’Etudes du Développement Economique et Social.

Factores detrás de la emigración

La emigración levantina hacia América se inicia a mediados del siglo xix cuando empieza la crisis del Imperio otomano, crisis que afecta directamente a las poblaciones de las llamadas provincias árabes del imperio. Así, la zona del Levante conocida como Bilad al-Sham se verá particularmente afectada. Algunos de los factores de esta crisis se mencionan a continuación: - La creación del canal de Suez que rompe, por así decirlo, la red comercial de la región, acelerando el debilitamiento del comercio hacia Oriente por las vías tradicionales. La industria artesanal se ve sometida a la competencia de productos importados provenientes de Europa. Los progresos en la comunicación (apertura de líneas marítimas regulares, ferrocarriles, telégrafos) benefician esencialmente a las grandes potencias europeas (Francia e Inglaterra en primer lugar) que acrecientan su presencia económica en la región. - Una de las consecuencias de esta nueva situación geopolítica será el reforzamiento de los lazos entre europeos y cristianos orientales. Las grandes potencias sostienen la disidencia otomana y apoyan la emancipación de los cristianos de rito oriental. Se crean escuelas norteamericanas y francesas que permiten el aprendizaje de inglés y francés. Esto podría explicar que, en un inicio, los cristianos partieran hacia América antes que la población musulmana, aunque hacia inicios del siglo xx ya había un equilibrio entre ambas comunidades religiosas. - Las sucesivas guerras regionales en la zona de los Balcanes que inciden en la situación económica global de la Sublime Puerta. Por otra parte, el desarrollo de movimientos nacionalistas dentro del Imperio otomano debilita al Estado turco, a la vez que numerosos levantamientos y sublevaciones estallan al interior de sus fronteras. - Aparecen también factores de inestabilidad que anuncian los tambores de guerra previos a la Primera Guerra Mundial. Hasta fines del siglo xix los árabes se habían visto preservados de la conscripción militar previo pago de un impuesto especial. Pero conforme avanza la crisis del Imperio, esta situación de relativo privilegio se modifica y los jóvenes en edad de integrar el ejército otomano son llamados a filas. Esto explica que el perfil de los primeros inmigrantes sorprenda por su juventud. Estos muchachos solteros que viajaban a América escapaban de una guerra que no querían hacer y en la que no ganaban nada con participar. - A todo este cuadro se suma una presión demográfica fuerte en las provincias levantinas y esto en medio de una crisis económica. Muchos de estos futuros inmigrantes se dedicaban a la agricultura y, para colmo, a fines del siglo xix se esparce una plaga de filoxera que destruye las cosechas. Los campesinos –y esto es muy visible en el caso de Palestina– piden préstamos que les resultan imposibles de reembolsar. Muchos se ven obligados a vender sus tierras y a emigrar.

Los primeros emigrantes empiezan a viajar hacia 1860. Los navíos, que salen de Nápoles, Génova o Marsella, atraviesan el Atlántico dirigiéndose al Caribe. Muchos levantinos consideran las islas como un lugar de tránsito para luego dirigirse a los Estados Unidos. No pocos se quedan en el camino y permanecen en Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y en las Antillas menores. Otros seguirán efectivamente viaje a Estados Unidos: hay una temprana comunidad libanesa que se va a establecer en la ciudad de Nueva York. Con un sentido muy gregario, que posiblemente se explique por las condiciones de acogida propias de los Estados Unidos, se reúnen en un solo lugar en un barrio conocido como «Little Syria», se dotan muy pronto de una escuela árabe, de una mezquita y tienen órganos de prensa en lengua árabe. Más adelante, en el periodo de entreguerras, Nueva York será la sede de un movimiento cultural muy importante, gracias a la llegada de intelectuales destacados como Khalil Gibran Khalil que creará un importante círculo literario innovador de las letras árabes, la «Liga del cálamo». Este movimiento marcará un punto de inflexión en el desarrollo de la literatura árabe moderna, introduciendo a nivel formal el uso del verso libre y la prosa poética. Este círculo da origen a lo que se conoce como la literatura del Mahyar que encontrará muchos seguidores en Brasil y Argentina y, en menor medida, en Chile, Colombia y Venezuela.

Etapas migratorias

Pueden distinguirse tres etapas migratorias; una primera que se extiende desde 1860 hasta inicios de la Primera Guerra Mundial. Se trata de una masa importante de migrantes que se desplazan por el océano Atlántico y se detienen en las costas orientales del continente. Es preciso recordar que el canal de Panamá no existía todavía. Este entrará en funcionamiento recién en 1919 y para llegar a las costas del Pacífico era preciso atravesar por tierra el istmo de Panamá o cruzar el noroeste de Colombia. Por el sur, era preciso bordear el cabo de Hornos o atravesar los Andes. En todo caso fue una masa migratoria muy importante. Para dar una idea de magnitudes, se calcula que entre 1860 y 1890 unos 600.000 levantinos llegaron a América. La llamaban Amerka o Amrik y era el mundo de los sueños, un paraíso imaginario donde sería posible construir una vida mejor. Muchos de estos primeros inmigrantes no conocían de fronteras. Amerka era un solo espacio. No sabían que existían países llamados Perú o Chile o Colombia y naturalmente ignoraban las particularidades culturales de estos lugares. Esta ausencia de decisión previa en cuanto a los países de destino se ve ilustrada por obras literarias escritas por descendiente de inmigrantes. Por ejemplo, la bella novela del escritor colombiano de origen libanés Luis Fayad titulada La caída de los puntos cardinales que narra la historia de uno de sus antepasados llegado a la costa colombiana en uno de los barcos que zarpaban desde Nápoles o Génova hacia América. El navío hace una escala en Barranquilla; el viajero debía continuar hasta Chile donde tenía ya algún familiar instalado. Pero como durante la travesía se había gastado el dinero que llevaba como bolsa de viaje jugando a las cartas con otros compañeros de viaje,

decide quedarse un tiempo en Barranquilla para trabajar, juntar algún dinero y continuar su periplo. Pero le va muy bien, se enamora y finalmente se asienta en ese puerto colombiano. Este tipo de historias son frecuentes entre los inmigrantes que cambiaban sus destinos definitivos de manera aleatoria. Esta primera etapa migratoria se detiene con el inicio de la guerra porque los desplazamientos marítimos se hacen imposibles.

La segunda etapa se extiende desde 1918 hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Se trata entonces de un movimiento que sigue las pautas de la inmigración del llamado, es decir, aquellos que ya están instalados en América llaman y acogen a miembros de su familia ampliada para incorporarlos a sus actividades de comercio.

La tercera etapa es posterior a la creación del Estado de Israel, hecho político que determina una desestabilización regional muy importante. La emigración continúa, pero los inmigrantes de esta etapa se dirigen preferentemente hacia otras regiones del mundo como Australia o Canadá. Se trata de una migración más politizada y con otra perspectiva en términos de futuro.

Perfil del inmigrante

El perfil del inmigrante inicial era el de un hombre joven, soltero, que llega a un país que no conoce y donde espera encontrar alguna actividad que le permita acumular algo de dinero para volver a su lugar de origen. Ninguno de ellos llegaba con la intención de permanecer en el país de acogida. De hecho, ni entonces ni ahora un emigrante deja su tierra, su entorno, su familia o su lengua por afán de aventura. Me gusta recordar lo que sobre el fenómeno migratorio decía el sociólogo argelino Abdel Malek Sayad, y es que existe una relación dialéctica entre el inmigrante y el emigrante. No se puede entender a uno sin estudiar al otro y viceversa, «como dos rostros de una medalla, sostenía, «la emigración y la inmigración se refieren una a la otra y el conocimiento de una permite avanzar en el conocimiento de la otra».

Pero los que llegan a América encuentran un entorno muy particular. Tras las independencias, para los países latinoamericanos de lo que se trataba era de poblar sus territorios. Como menciona el pensador argentino del siglo xix, Rafael Alberdi, para nosotros gobernar es poblar, y para poblar esos vastos territorios se promueve la llegada de mano de obra extranjera. Pero no se trata de cualquier inmigrante. Se prefiere a la inmigración blanca, europea. Vale la pena recordar que los finales del siglo xix e inicios de siglo xx conocen una difusión exitosa de una forma de pensamiento que hoy calificaríamos de racista, en particular la obra del autor francés Gustave Le Bon, Las leyes psicológicas de la evolución de los pueblos (1894), donde se defendía la idea de diferencias entre las razas: hay razas «buenas» que favorecen el desarrollo de los Estados y hay razas decadentes.

Le Bon sostenía que en Europa las razas latinas mediterráneas eran decadentes y a ello se debía la ausencia de prosperidad en sus países respectivos. La obra de Le Bon tendrá mucho éxito entre las aristocracias latinoamericanas, siendo un ejemplo destacable el del

Perú. Su obra fue casi inmediatamente traducida por un intelectual peruano, Francisco García Calderón. Este, sin embargo, modificó las teorías de Le Bon adaptándolas a las necesidades nacionales y señaló que las razas latinas, si bien eran nefastas en Europa, en América, un continente que empezaba a poblarse, significaban esperanza y promesas. La llegada de europeos del sur (italianos, españoles, griegos, portugueses y levantinos) era menos mala que la de chinos o negros. Así, la llegada de los árabes que, por su fenotipo podían parecer italianos o españoles del sur, resultaba aceptable. Esto no ocurrió ni en Chile ni en Argentina, donde encontraron inicialmente un entorno mucho más difícil: en el caso de Argentina la tensión fue muy fuerte, donde se les consideraba asiáticos. Y como al mismo tiempo llegaban a las costas argentinas muchos italianos y centroeuropeos, los árabes no eran bienvenidos. Había casos, aislados es cierto, de algunos inmigrantes árabes que intentaban cruzar Argentina por el norte para dirigirse a Paraguay, Chile o Bolivia y que eran agredidos y hasta asesinados. Esta situación se fue apaciguando progresivamente y entre la primera y la segunda generación la calma se había recuperado. Su inserción económica, vinculada primero al comercio ambulatorio y luego sedentario, había resultado exitosa en muchos casos, tanto que en Chile, por ejemplo, la revista Forbes consideró hace unos años que una de las más grandes fortunas del continente era la familia Saíd, descendientes de palestinos instalados desde finales del siglo xix en ese país, por no mencionar el emblemático caso de Carlos Slim (Selim) de México, uno de los hombres más ricos del mundo. Los «turcos», como los llamaban en un inicio por llegar con el pasaporte otomano, se integraron de manera exitosa.

El caso del Perú

En el caso del Perú se dio una situación particular pues, por razones históricas la supresión definitiva de la esclavitud en 1854 dejó a los hacendados sin mano de obra para sus «plantaciones». Con un sistema llamado de «enganche» el gobierno permitió entonces que se trajeran coolies chinos en unas condiciones casi de esclavitud para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar del norte. Esto supone una contradicción flagrante: se dice que no se debe aceptar a asiáticos, entre los que algunos incluyen a los árabes, pero se acepta a los chinos.

Los inmigrantes árabes ingresan inicialmente al Perú por los Andes, cruzando el norte de Argentina y Bolivia. En el sur andino se hacen vendedores ambulantes, para lo cual aprenden la lengua autóctona, el quechua; algo parecido ocurrió en Paraguay, dónde aprendieron el guaraní. Ya la segunda generación ha alcanzado la prosperidad, poseen tiendas de ropa y textiles y son aceptados por las burguesías locales y los matrimonios con herederas de familias pudientes les permiten un rápido ascenso social.

En sus estudios sobre la inmigración levantina a Argentina, el sociólogo marroquí Abdeluahed Akmir se refiere a una suerte de suicidio cultural de los inmigrantes árabes en América. En efecto, para las primeras generaciones el deseo de integrarse para vivir en

armonía con el entorno, al menos durante el tiempo que les toca vivir lejos de su país de origen, hace que le concedan poca importancia a la preservación de la lengua y la cultura. Así, la segunda generación y con mayor razón la tercera no solo conoce muy poco de su propia historia y aquella de sus países de origen, sino que incluso pierde la lengua.

Con la tercera etapa migratoria ocurre un fenómeno distinto. A pesar de su sueño de volver algún día, saben que las condiciones son cada vez más difíciles en Líbano, Siria y Palestina por razones distintas y el retorno es una vaga aspiración sin asideros. En el Perú la mayoría de los inmigrantes árabes son de origen palestino y muchos no tienen donde volver. Y quienes de la tercera generación lo han intentado ya, lo han hecho para conocer a alguna rama de la familia; en este caso el deseo de permanecer allá no es frecuente, menos aún en el caso de las mujeres que consideran la separación de género incomprensible habiendo sido educadas en sociedades donde la norma son los espacios mixtos.

La diáspora levantina en la mayor parte de países de la región posee organizaciones diversas como clubs, asociaciones y, en algunos casos como Chile, Argentina y Brasil, también escuelas, centros culturales y algunas publicaciones. Participan poco en los debates políticos internos de sus respectivos países pero en cambio son muy activos y están muy presentes en la vida local, lo que es una prueba más de esta voluntad de integración a la que antes se hizo referencia. No solo son personalidades importantes en las instituciones del Estado y prósperos industriales y comerciantes, también han incursionado con éxito en la política. Más de un hijo de inmigrantes árabes ha llegado a ser ministro y también han ocupado la presidencia de más de un país. Se puede citar, como ejemplo y con opciones políticas divergentes, a Juan Carlos Saúl Menem en Argentina, Jaime Nebot Saadi y Jamil Mahuad en Ecuador, Julio César Turbay Ayala en Colombia y en la actualidad Meyid Bukele, flamante presidente de El Salvador.

Habría sido interesante detenerse en la compleja construcción identitaria de estos inmigrantes porque, como lo recuerda Immanuel Wallerstein, en su clásico Raza, nación y clase, la identidad es una perpetua dialéctica entre el bagaje cultural del país de expulsión y aquel del país de acogida. Se trata de una situación cambiante y nunca definitiva. Baste para ello recordar los efectos nefastos que los atentados contra las Torres Gemelas, la irrupción de Al Qaeda y del ISIS y los diversos atentados en Occidente que han sido ampliamente cubiertos por los medios de comunicación, tuvieron en el imaginario colectivo en las dos últimas décadas. Estos acontecimientos repercutieron fuertemente en la percepción propia y en aquella de su entorno, produciendo en ambos una serie de fenómenos que valdría la pena comentar. En otra ocasión se podría debatir sobre la interrelación que se teje entre la percepción simbólica de la arabidad y las diversas crisis actuales que se viven en Oriente Medio.

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