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La Llorona de Plateros
Narración de Martha Giovanna Moreno Ayala, vecina de la sección C (QEPD): Yo siempre he sido activista protectora de los animales. Allá por 1990 tenía perros de compañía y protección. El primero de noviembre, Día de Muertos por la mañana, muere una de mis perras grandes, que se llamaba “La Negra Tomasa” (por la canción de los Caifanes). Estaba yo muy triste y decidime junto con otros vecinos a enterrarla en el terreno donde está ahora el Deportivo, en un montículo junto a una milpa que los vecinos sembramos para cosechar elotes. Pero todo el día estuvo lloviendo y no quise salir. En la noche decidime a hacerlo, porque al día siguiente el cadáver iba a oler mal. Mi vecino Carlos me acompañó. Iban para las 11 de la noche. Era una noche tormentosa de rayos y centellas. Yo llevaba una capucha y mi paraguas, y Carlos una capa, la perra y una pala. Cuando Carlos empieza a cavar, yo me subo al montículo y veo unas luces a lo lejos. Me asusté, porque siempre hubo allí grupos que se iban a drogar, y decían que robaban y violaban. Pero vi que las luces se desviaban, y seguimos. Ya era cerca de la media noche, yo desconsolada y derramando lágrimas. Entonces escuché aullidos y pensé que los desconocidos traían perros, pero no, eran ellos, es que estaban intoxicados. Mi amigo dice: “¡Vámonos, yo ya me voy!”, a lo que contesté: “¡Espérate! ¿Y la perra qué?”. Nos quedamos a terminar. El aguacerazo se puso peor que nunca y voltéaseme el paraguas. Cuando enterramos a la perrita, así lloviendo nos bajamos. Entonces mi amigo Carlos, ¡que resbala y se va de bruces! y se embarra todo. “¿Ya ves? ¡Por eso me quería ir!”. Al tratar de ponerse de pie, resbálase otra vez y cae cuan largo era en un charco y me salpica toda la cara de lodo. Justo en ese momento, ¡los hombres de las linternas salen agresivamente de entre la milpa! Yo pegué un grito de terror, y Carlos también, pero del coraje de que no podía pararse. Yo no tenía ni 50 años y no estaba de mal ver, pero con la capucha, el paraguas volteado, la lloradera, el desastre de cara que traía, toda salpicada de lodo, y el
grito, me veía horripilante. ¡Y los que salen corriendo son los de las linternas! Ya de allí nos fuimos, yo carcajeada de la risa y Carlos llorando de coraje. Los tipos esos todavía le han de contar a sus nietos que en los terrenos del Manicomio, con sus ojos vieron a La Llorona. ¡Pelafustanes!
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