GRACIAS POR EL MIEDO
Los llamados empezaron a fines de abril, o quizás en los primeros días de mayo. Eran radios, sobre todo, en esos días de confinamiento, o algún programa de televisión por Zoom o por Skype, y querían preguntarme qué pensaba sobre el aumento del hambre que traería la pandemia. Me sorprendieron, porque hacía mucho que nadie me preguntaba nada sobre el hambre. Pero resulta que la FAO había vuelto a atacar con sus cifras y eso, entonces, inducía las preguntas.
―¿Qué opina de esos cálculos que dicen que habrá entre ochenta y ciento treinta millones de hambrientos…? Las cifras de la FAO son un gran momento de la ficción global. La Food & Agriculture Organisation es el departamento de las Naciones Unidas que se ocupa, entre otras cosas, de contar los hambrientos del mundo. Lo hace, es cierto, en condiciones complicadas: los hambrientos ―a menos que sean vocacionales― son pobres que viven en países pobres, cuyos estados no consiguen siquiera alimentarlos; mucho menos, por supuesto, contarlos con detalle y precisión. Así que sus estadísticas tienen dos características básicas: son las únicas ―canónicas, citadas― y son perfectamente inciertas. Son números mutantes, tan variables: no hay nada más dinámico que la cantidad de hambrientos en el mundo contados por la FAO. No es infrecuente que se les pierdan setenta millones de desnutridos por aquí o por allá o que, en el año 2000, les aparezcan ciento veinte millones nuevos de 1990, disculpe, no los había visto. Lo cual no sería particularmente grave si no fuera porque esas cifras se usan
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